domingo, 17 de julio de 2011

El comunismo y el deporte


La Asamblea Nacional recientemente aprobó una nueva ley del deporte. No me propongo discutirla. Pero, sí deseo aprovechar esta coyuntura para hacer un recordatorio respecto a cuál ha sido históricamente la postura del socialismo y el comunismo frente al deporte, y a partir de ello, analizar con mayor lupa crítica las políticas deportivas del actual gobierno.

Hasta el final de la Guerra Fría, los países comunistas eran potencias deportivas. Las olimpíadas se habían convertido en un nuevo campo de batalla ideológica entre Occidente y Oriente. Países como la URSS, Rumania, Cuba y la Alemania Oriental ofrecían numerosos atletas de alto nivel. De hecho, una de las grandes críticas que elocuentemente se formulaba al régimen de Castro era su excesiva asignación de recursos a los atletas cubanos, mientras las necesidades más elementales del pueblo eran dejadas de lado.

Pero, los comunistas no siempre tuvieron simpatías por el deporte, y de hecho, buscaron suprimir la industria deportiva en los países que conformaban el imperio soviético. En primer lugar, los comunistas opinaban que el deporte era una actividad burguesa. En esto, no se equivocaban: el fútbol, el crícket el rugby, el tennis y muchos otros deportes hoy sumamente populares, surgieron en clubs privados de la aristocracia inglesa. Es, de hecho, la misma crítica que Hugo Chávez en algún momento hizo respecto al golf, a pesar de que, insólitamente, luego su gobierno ha destinado enormes recursos al patrocionio de competidores venezolanos de golf y carreras de fórmula uno. Es de suponer que, en su mezcolanza ideológica, a veces a Chávez le interesa más el nacionalismo (apoyando a atletas venezolanos, sin importar cuán poco proletarios sean sus deportes) que el socialismo.

La crítica comunista del deporte iba aún más lejos. Los soviéticos de la primera mitad del siglo XX advertían que el deporte incentiva la competencia, y establece una jerarquía de desigualdad entre ganadores y perdedores. El deporte competitivo, en vez de promover la salud mental y física de los atletas, más bien iría en detrimento de ella. Así, surgió el movimiento de los ‘higienistas’, quienes propusieron actividades deportivas en las que no hubiera ganadores ni perdedores. Cada atleta se esforzaría en correr más rápido, pero no con el propósito de vencer a un rival, sino de mejorarse a sí mismo. La carrera, por así decirlo, sería contra el reloj, pero no contra los camaradas.

De hecho, los soviéticos organizaron las ‘spartakiadas’, eventos deportivos como contraparte de los juegos olímpicos. En las spartkiadas, participaban millones de atletas, sin importar sus capacidades técnicas y físicas. El ideal era que no hubiese competencias, sino que el deporte fuese algo afín a un gigantesco festival en el que todos los participantes desarrollasen sus potencialidades, y reinase un ambiente de camaradería sin ganadores ni perdedores.

Eventualmente, las spartakiadas dejaron de organizarse (resultaron ser terriblemente aburridas, y el número de atletas superaba abrumadoramente al número de espectadores). Los países comunistas prefirieron unirse al unísono de las competencias internacionales, y sustituyeron el “lo importante es participar” por un deseo compulsivo de ganar en todas las competencias deportivas internacionales. Gracias al declive de los higienistas en la URSS, los países comunistas se convirtieron en potencias deportivas.

Visto en retrospectiva, no obstante, vale admitir que los higienistas eran un partido sumamente coherente con sus ideales comunistas. No es coherente oponerse a la competencia en el mercado, pero admitir la competencia en el deporte. La gran pretensión de Marx, a la cual se adscriben los comunistas, es alcanzar una sociedad libre de clases. Pues bien, esa sociedad no existirá mientras continúen las jerarquías entre medallas de oro, plata y bronce.

El comunismo pretende una igualdad de condiciones, y precisamente por ello se opone a la concepción liberal de la meritocracia: las personas deben vivir en igualdad de condiciones, independientemente de sus méritos. Si se pretende que todos seamos iguales, no pueden existir ganadores y perdedores en una sociedad. Y, por supuesto, eso incluye el deporte: en un juego de fútbol entre Brasil y Venezuela, habría que asegurarse de que, no importa cuántos goles anote cada equipo, debe resultar en un empate.

No sirve el recurso de postular que las desigualdades en el deporte son meramente simbólicas. Como bien se sabe, en países como Cuba (y, por supuesto, también en los países capitalistas), los atletas tienen privilegios a los cuales el común de la gente no tiene acceso, de manera tal que esas desigualdades no son meramente simbólicas. Y, además, aun si la desigualdad en el deporte fuese meramente simbólica, ésta serviría como plataforma iedológica para incentivar la desigualdad y la competitivdad en el plano social y económico.

El apoyo al deporte competitivo es otra de las incoherencias en las que incurre, no sólo el gobierno de Hugo Chávez, sino todo gobierno comunista que pregone la igualdad de condiciones y la sociedad libre de clases, pero a la vez incentive actividades cuyo objetivo es vencer al rival en aras a una premiación que estipule una distinción entre ganadores y perdedores. No propongo, por supuesto, eliminar el deporte, mucho menos criticar las políticas del gobierno en materia deportiva. Propongo, más bien, sincerarnos y advertir que la promoción del deporte es una práctica liberal que es sólo coherente con un sistema liberal de competitivdad económica que se base, no propiamente en la igualdad de condiciones, sino en la igualdad de oportunidades y la meritocracia.

1 comentario:

  1. Luis Vivanco escribe: Aquí va: También los regímenes totalitarios que, paradójicamente, nacieron de la izquierda y el socialismo, pero volviéndose contra ellos, como lo fueron el fascismo y el nazismo, dieron importancia al deporte. En el fascismo, como muestra ...del estímulo a la unanimidad y el espíritu de cuerpo, y en el nazismo, principalmente para mostrar la superioridad física de la raza. En 1930 se iniciaron los mundiales de fútbol, y ya para 1934 y 1938 Italia había ganado ambos mundiales, con gran bombo propagandístico de Mussolini, claro. Y no olvidemos todo el interés que el 3er Reich volcó en los juegos olímpicos de 1936, que inclusive patrocinó una de las más perfectas creaciones del séptimo arte por la directora Leni Riefenstahl: la película "Olimpia", un homenaje fílmico al deporte y al cuerpo humano. En América, las dictaduras poco hicieron por el deporte (Gómez fue nulo en esto, como en muchos otros campos, excepto el de "imponer" la "paz"...). Perón sí dio algún estímulo (y se enorgullecía de los logros de personajes como Manuel Fangio). En realidad, los deportes demuestran fortalezas y debilidades de las sociedades libres y abiertas. Como son libres y abiertas, los logros (o fracasos) deportivos muestran también en cierto modo los ideales o ambiciones de toda la sociedad. EUA es una sociedad en la que el deporte se recubre y se trabaja con la mediación de lo más respetado por la cultura de esa nación: el dinero. Claro que miles ven y saben del valor intrínseco del deporte, pero muchos más son quienes "lo toman en serio" (= $). Pero pienso que en el deporte hay valores y estímulos que pueden ir más allá de lo político, lo ideológico, lo económico, e inclusive lo social. Los griegos creo que lo entendían bien con sus Olimpíadas: no medían el tiempo por sus hechos históricos precisamente, sino por sus Olimpíadas. Y en estas se interrumpían las guerras entre los estados griegos, y todos confluían en concordia a los juegos. Había pasión, competencia, a veces violencia y envidia, y soberbia y mezquindad, y apuestas y negocio, claro que sí, pero había mucho mucho más: la idea de una armonía que se impone naturalmente por el ideal humano, y de que hay reglas, "reglas de juego", que hay que respetar para seguir jugando, que podemos hacer funcionar valores que nos unen y nos hacen construir juntos contra nuestras tendencias espontáneas que nos dividen y oponen, y todo ello tiene que ver con lo que somos, con lo que creemos ser como seres humanos y como civilización. Las Olimpíadas eran inauguradas con actos sagrados y litúrgicos, pero no eran cuestión religiosa, eran cuestión humana dedicada a lo más supremo del esfuerzo de los hombres. Los ideales de "Altus, citius, fortius", no eran solo expresión de un deseo "deportivo", sino el anhelo humano en acción y expresión: en cierto modo, todo lo que ha logrado la ciencia, llevando el hombre a la luna, por ejemplo, están de alguna manera encuadrados en ese objetivo. Solo que la ciencia pudo ser mucho más manipulada (mal manipulada) que el deporte. Ni en lo peor del deporte hubo un genocidio o un desastre tecnológico como los que nos ha podido regalar el mundo de progreso en los últimos doscientos años. Yo creo que en el deporte se realiza, de manera también paradójica, el ideal de unificar el anhelo individual con el colectivo, y unificar el anhelo del espectador con el del realizador (mal llamado "protagonista"). Cuando vemos la ronda de los penales, todos "estamos" con el que pateará, respiramos con él, nos emocionamos con él, vibramos de todo el momento. A cientos de miles de kilómetros, por encima de idiomas y diferencias culturales, lo que manifiestan los juegos, sean el ajedréz o el fútbol, es que somos capaces de emoción con el otro, y en esa emoción, olvidarnos de nosotros mismos y advenir a una concordia que, para muchos, no solo vale mucho más que otras cosas en su vida, sino que les da más vida, y será un grato y feliz recuerdo por el resto de sus días.

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