ÁLVAREZ, Carlos J. La parapsicología ‘vaya timo! Pamplona: Laetoli. 2007, 131 pp.
En uno de los programas radiofónicos que semanalmente conduzco, invité en cierta ocasión a un colega escéptico a conversar a propósito de la parapsicología (puede escucharse ese programa acá). Mi colega empezó a exponer las fallas de esta disciplina de forma muy pormenorizada. En la pausa musical, recibí una llamada de un oyente. Éste quería hablar con el invitado del programa, pues deseaba comunicarse con su madre ya fallecida, y buscaba la ayuda de un parapsicólogo. Obviamente, el oyente no estaba atento a las críticas que mi amigo hacía a la parapsicología, y asumía que mi amigo era en realidad un parapsicólogo.
Pues bien, esta anécdota revela el sesgo que mucha gente tiene frente a la parapsicología. De antemano, los simpatizantes de la parapsicología esperan encontrarse con fenómenos paranormales, y sin importar la evidencia en contra, asumen que los fenómenos paranormales sí existen. Carlos J. Álvarez hace una estimable labor al reseñar el modo en que los parapsicólogos han manipulado las evidencias (consciente e inconscientemente) para ‘demostrar’ que fenómenos como la percepción extrasensorial, la psicoquinesis, o la precognición, existen.
Álvarez hace un muy ameno repaso por la historia de la parapsicología. Sus inicios estuvieron en el boom del espiritualismo y los médiums a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Pero, en vista de que estos personajes resultaron ser fraudulentos a todas luces, gente un poco más seria se dio a la tarea de llevar las supuestas capacidades paranormales a los laboratorios, a fin de someter a prueba estos supuestos poderes, en condiciones controladas que no permitieran ningún truco.
Así, el más destacado de éstos fue J.B.S. Rhine, quien en la primera mitad del siglo XX fundó un laboratorio para someter a prueba la percepción extrasensorial. Los célebres experimentos de Rhine consistían en hacer adivinar las figuras de unos naipes. Algunos sujetos acertaban con cifras por encima de las expectativas del azar, y Rhine interpretaba esto como evidencia de poderes paranormales. No obstante, Álvarez advierte que los experimentos de Rhine nunca han podido reproducir los mismos resultados, y que sus condiciones de control fueron muy débiles. Esto, por supuesto, es una falla crucial en estos experimentos: en la ciencia, asumimos que el universo exhibe una regularidad, y si postulamos la existencia de un fenómeno, debe repetirse bajo las mismas condiciones; además, los controles deben ser lo suficientemente rigurosos como para evitar trucos. Es muy probable que los sujetos que acertaban con un alto porcentaje en estos experimentos, empleasen trucos.
Álvarez acusa a Rhine de ser ingenuo, pero no propiamente de ser un fraude. No obstante, Álvarez advierte que ha habido otras figuras en la parapsicología que sí han sido fraudulentas a todas luces, o al menos, muy sospechosas de serlo. Son los casos de S.G. Soal y en menor medida, Targ y Puthoff. Se han diseñado varios experimentos ingeniosos para someter a prueba la percepción extrasensorial. Pero, en todos esos casos, los experimentos tienen fallas. En algunos casos, los experimentos permiten que se filtren pistas, de manera tal que los sujetos pueden inferir, consciente o inconscientemente, la información que tratan de adivinar. En otros casos, cuando se repiten los experimentos bajo las mismas condiciones, los resultados no logran ser reproducidos.
Álvarez admite que, entre los experimentos parapsicológicos, el más intrigante es el ganzfeld: un sujeto es sometido a privación sensorial, y escoge de entre cuatro imágenes, una que fue observada por otro sujeto. La expectativa es que habría un 25% de probabilidad de acierto, pero cuando se han hecho estos experimentos, el porcentaje de acierto es mayor. No obstante, Álvarez advierte que también hay fallas en los experimentos ganzfeld: el experimentador pudo haber comunicado inconscientemente al sujeto la imagen vista por su contraparte, algunas imágenes son más llamativas y, de nuevo, estos resultados no han logrado ser reproducidos nuevamente.
Además de eso, Álvarez señala que los alegatos de la parapsicología son incompatibles con muchos de los principios que proceden de otras ciencias, y por eso, no debemos tomarlos en serio. Por ejemplo, la psicoquinesis va en contra del principio de conservación de energía, o como bien señala Mario Bunge, la percepción extrasensorial es incompatible con la materialidad de la mente.
En esto, estoy de acuerdo con Álvarez, pero deseo brevemente fungir como abogado del diablo: quizás, si la evidencia de los experimentos parapsicológicos es consistente y se reproduce una y otra vez en situaciones controladas, será necesario replantearse muchos de esos principios científicos sobre los cuales hoy tenemos tanta seguridad. En su momento, la hipótesis de Galileo de que la Tierra gira alrededor del sol era incompatible con muchos de los principios científicos que, en el siglo XVII, se asumían como muy firmes. ¿Por qué, si la Tierra se mueve, no sentimos el viento en la cara? ¿Por qué cuando los objetos caen, no lo hacen en una diagonal, sino en línea recta? Las observaciones de Galileo obligaron a replantearse muchos principios que se asumían como indiscutibles, los cuales eran incompatibles con su paradigma heliocéntrico. No debemos cerrarnos a la posibilidad de que si los experimentos parapsicológicos arrojan resultados consistentes, será necesario replantearse muchos principios que, hasta ahora, son indiscutibles.
En todo caso, si bien señala las fallas de estos experimentos, Álvarez aplaude su intento de rigor científico, y lo contrasta con el carácter meramente sensacionalista (y nada científico) de los auto-proclamados parapsicólogos españoles. Añado que algo similar ocurre en Hispanoamérica: abundan más brujos y videntes, que personas que honestamente estén dispuestas a someter a prueba los supuestos poderes paranormales bajo condiciones controladas.
Uno de esos parapsicólogos sensacionalistas a los que Álvarez especialmente dirige sus críticas es Uri Geller. Si bien no explica propiamente cómo este embaucador lograba doblar las cucharas, Álvarez asegura que se trata de trucos de magia, y recuerda que, en cierta ocasión, cuando se le exigió doblas cucharas en condiciones controladas, Geller no pudo hacer nada.
En efecto, Geller se valía de trucos muy sencillos para doblar cucharas (por lo general, las doblaba manualmente cuando su audiencia estaba distraída). Pero, vale destacar que el poder de la ‘psicoquinesis’ (a saber, mover objetos con la mente) no es sólo invocado por charlatanes sensacionalistas. Álvarez no menciona esto en su libro, pero es importante destacar que Rhine (y, más recientemente, Dean Radin), diseñó experimentos para someter a prueba la capacidad de influir el movimiento de los dados con la mente. Supuestamente, Rhine (y, ahora Radin) han detectado algunos resultados estadísticos que, de nuevo, desafían las expectativas del azar. Pero, una vez más, es presumible que estos experimentos han tenido fallas en sus diseños y controles, como efectivamente han denunciado científicos que han examinado con rigor los protocolos de estos experimentos.
Álvarez también dirige su atención hacia lo que él simpáticamente denomina ‘parapsicología de la vida cotidiana’; a saber, fenómenos comunes que pueden ser fácilmente interpretados como el resultado de poderes paranormales, pero que, visto con mayor rigor, tienen explicaciones racionales que no necesitan invocar esos poderes. Por ejemplo, podemos tener una ‘premonición’ de que algo va a ocurrir, y efectivamente así ocurre. Pensamos en un amigo, e inmediatamente éste nos llama por teléfono; soñamos con un suceso, y al despertarnos y prender el televisor, éste ocurre; conversamos con un amigo, y él dice exactamente lo mismo que nosotros estamos pensando.
La explicación de estos fenómenos es muy sencilla: son sencillamente casualidades. Dado el volumen de pensamientos o sueños que diariamente experimentamos, es probable que, en algún momento, éstos coincidan con algún suceso que ocurra, o con lo que otra persona está pensando. Por razones evolutivas (fue ventajoso para nuestros ancestros en la sabana africana), los seres humanos tenemos la tendencia a ver patrones donde realmente no los hay, y a interpretar como significativo eventos que son probablemente debidos al azar. Olvidamos rápidamente los sueños y pensamientos que no sirven de premoniciones o conexiones telepáticas, y damos especial importancia a los que hacen suponer que tenemos esos poderes, aun si, estadísticamente, son insignificantes.
Álvarez también señala que algunas de estas supuestas premoniciones pueden ser producto de la intuición. Es común que, al observar a alguien, inmediatamente nos formemos una idea sobre esa persona, y acertemos. O, ante una situación, rápidamente sintamos un peligro, escapemos, y luego confirmemos que, efectivamente, se trate de una situación peligrosa. Existe la tentación de interpretar esto como poderes paranormales que consisten en la lectura de ‘malas energías’ y cosas por el estilo, pero en realidad, se trata de la intuición puesta en marcha. De nuevo, por razones evolutivas, tenemos la facilidad de aprehender información y abstraer conclusiones sin necesidad de procesarlas consciente y racionalmente. Así, cuando alguien ‘nos da mala espina’, se trata sencillamente de la observación inconsciente de algún rasgo en esa persona, y la inferencia no consciente que nos conduce a alguna conclusión, sin saber realmente por qué pensamos eso en particular sobre la persona en cuestión. Detrás de todo esto, de nuevo, yace la intuición.
Asimismo, el supuesto poder de ser capaz de saber cuándo alguien me observa, se debe a la intuición: un leve movimiento captado inconscientemente por la percepción puede hacernos voltear y contemplar a quien nos observa. Respecto a los poderes de brujos y adivinos para leer la mente de los demás y acertar en sus descripciones, Álvarez nos asegura que estos poderes en realidad proceden de la ‘lectura en frío’, a saber, la lectura del lenguaje corporal y otros indicios por parte del adivino, y a partir de eso, inferir información sobre la persona que ha ido a consultar al advino.
Álvarez también dedica atención a tres fenómenos supuestamente paranormales, muy popularizados en los medios: los deja vu, las experiencias de salirse del cuerpo, y las experiencias cercanas a la muerte. Y, para cada uno, ofrece explicaciones científico-racionales que no necesitan apelar a la parapsicología.
Los deja vu pueden tener varias causas: desajuste entre las regiones del cerebro que almacenan recuerdos inmediatos y recuerdos lejanos; mecanismos psicológicos que moldean como familiar una situación; la presencia de algún elemento en la situación nueva que evoque algún recuerdo, y propicie la idea de que esa situación ya se ha vivido por completo. Las experiencias de salirse del cuerpo pueden deberse a condicionamientos previos de personas con expectativas a la fantasía; o también desajustes en el cerebro, los cuales propician la interpretación de experiencias corporales realmente inexistentes (como en el caso de las ‘extremidades fantasmas’, en personas que han perdido alguna parte de su cuerpo). Las experiencias cercanas a la muerte pueden ser el resultado de la anoxia, la liberación de endorfinas, o la administración de ketamina y drogas anestésicas similares.
En definitiva, se trata de un libro bien documentado, escrito en un estilo sumamente afable, propio de la divulgación científica. He disfrutado inmensamente su lectura, y debo decir que estoy de acuerdo en casi todo lo que Álvarez ha escrito. Sólo tengo dos leves objeciones y una advertencia, a las cuales me referiré brevemente.
La primera objeción a Álvarez es que él menciona que el filósofo y psicólogo William James terminó por aceptar que la evidencia para fenómenos paranormales es nula. Ciertamente James fue mayormente escéptico en su indagación respecto a los supuestos fenómenos paranormales, pero hubo al menos un caso que no dejó de intrigarle, y el cual nunca desechó: la médium Leonora Piper, quien frente a James proveía información que, supuestamente, ella no pudo conocer, salvo por la comunicación con algún espíritu. Seguramente, como bien ha señalado el escéptico Martin Gardner, James fue víctima de la ‘lectura en frío’ de Piper, pero debe admitirse que James quedó perplejo, y que siempre le ofreció beneficio de la duda a Piper.
La segunda objeción que tengo a Álvarez es que, en sus críticas a la astrología y a los adivinos del futuro, escribe lo siguiente: “… poder predecir lo que va a pasar implica que nuestro futuro está predeterminado. Por tanto, eso quiere decir que no tenemos ningún control sobre nuestras vidas o acciones: todo está ya fijado de antemano. Los criminales no deberían ser juzgados por sus actos” (p. 107).
Es curioso que Álvarez, un autor que continuamente apela a la neurociencia, se sienta incómodo con la posibilidad de que estemos predeterminados. Pues, una de las cosas que la neurociencia parece confirmar cada vez más es que sí estamos predeterminados (por ejemplo, en los famosos experimentos de Benjamin Libet). Quizás un astrólogo no podrá predecir el futuro, pero las ciencias procuran cada vez más predecir el futuro. Y, es precisamente la regularidad causal del mundo (a saber, su determinismo), lo que permite la predicción.
Ahora bien, ¿el hecho de que podamos predecir una acción futura implica que no hay libre albedrío y, por ende, no hay responsabilidad moral? El sentido común postula que, en efecto, el determinismo es incompatible con el libre albedrío. Pero, un creciente número de filósofos opina que el libre albedrío es compatible con el determinismo. Y, en ese caso, una predicción sobre un evento futuro (sea proveniente de un astrólogo o de un científico, es irrelevante) no desecha el libre albedrío. Lo que debemos hacer es entender ‘libertad’, no como la capacidad de haber podido obrar distinto, sino como la capacidad de no estar sujeto a la coacción de un agente foráneo. Filósofos como Hobbes, Leibniz, Hume y, más recientemente, Ayer y Dennett, han defendido estas posturas compatibilistas, las cuales amerita al menos considerar.
Por último, mi advertencia es la siguiente: en las discusiones sobre neurociencia y psicología, no deben dejarse de lado por completo los argumentos filosóficos. Por supuesto, este libro trata sobre la parapsicología, no sobre la filosofía de la ciencia, y Álvarez no está en la obligación de tratar asuntos filosóficos. Pero, vale hacer una advertencia frente a esta afirmación del autor: “la idea central de la neurociencia cognitiva se mantiene más fuerte que nunca: la mente, o lo que llamamos alma, indisolublemente asociada al cerebro” (p. 125).
Estoy de acuerdo con esta afirmación, pero creo que debe al menos considerarse los intrigantes argumentos filosóficos de René Descartes a favor de la existencia del alma incorpórea. Descartes postulaba que, si puedo imaginar que mi mente existe en estado incorpóreo (a saber, que mi mente existe, pero no así mi cuerpo), entonces la mente no estaría indisolublemente asociada al cerebro. Pues, si esta unión fuera real, cada vez que imagino a mi mente, debo imaginar a mi cuerpo, pero con todo, es perfectamente posible imaginar un alma sin cuerpo, o incluso, a la inversa, imaginar un cuerpo sin alma (éste es el intrigante ejemplo de los zombis, planteado por el filósofo contemporáneo David Chalmers). No postulo que estos argumentos sean convincentes, pero sí admito que son intrigantes. Y, antes de apresurarnos a asumir de lleno la postura materialista que reduce la mente al cerebro, debemos considerar detenidamente los argumentos dualistas, aun si es para refutarlos.