miércoles, 22 de noviembre de 2017

"El joven Karl Marx", tierna pero ingenua



            En la euforia de la caída del Muro de Berlín, se tumbaron muchas estatuas. Entre ellas, estuvieron las de Karl Marx. Según una leyenda urbana, un joven alemán se acercó a una de las estatuas derribadas de Marx, y le adjuntó un letrero diciendo “Yo sólo escribí un libro”.
            Ciertamente, Marx sólo escribió libros. A él jamás se le pasó por la cabeza asesinar a la familia real rusa, inducir una hambruna en Ucrania, o convertir a una guerrilla sudamericana en narcotraficantes. Pero, tal como el conservador Richard Weaver alegaba en el título de uno de sus libros, las ideas tienen consecuencias. Y lamentablemente, las ideas de Marx tuvieron muchas consecuencias negativas. ¿Es él responsable de los abusos del comunismo? No. Y, en este sentido, merece una reivindicación. Pero, al mismo tiempo, debería advertirse sobre la ingenuidad de sus ideas.

            El joven Karl Marx, la reciente película del haitiano Raoul Peck, reivindica a Marx sin criticarlo. Presenta a un joven y carismático Marx que tiene una vida conyugal convencional con su amada Jenny, pero que en realidad, siente mucha más atracción (no sexual) por su gran amigo Engels. Al conocerse, caen rendidos en admiración mientras discuten la jerga incomprensible de Hegel. Desde ese momento, atraviesan dificultades, pero las vencen, para finalmente escribir el Manifiesto del partido comunista.
            El inseparable dúo se enfrenta a capitalistas codiciosos. Hasta cierto punto, la película parece una versión intelectualoide y decimonónica de Batman y Robin enfrentando al Guasón. En una escena memorable, los dos jóvenes confrontan a un ricachón que se vale del trabajo infantil en sus fábricas. El ricachón se defiende diciendo que el trabajo infantil es necesario para una sociedad productiva, basada en la oferta y la demanda. Ciertamente, debemos al marxismo la erradicación de estos abusos. Pero, no es necesario ser marxista para oponerse al trabajo infantil. Aun si los liberales concuerdan en favorecer el flujo de la oferta y la demanda en las relaciones laborales, insisten en que la infancia debe ser protegida porque los niños no tienen suficiente autonomía para decidir por cuenta propia si les conviene o no trabajar.
            En fin, ése no es el único ricachón que aparece en la película. Como se sabe, ¡el propio Engels fue muy burgués!, pues heredó de su padre un muy próspero negocio de textiles. En la película, Engels siente algún remordimiento, y en efecto, se compenetra con los maltratados trabajadores, e incluso, toma a una trabajadora como su compañera sentimental. Pero, no entrega sus riquezas. Escribe sobre la plusvalía en sus libros, pero la sigue extrayendo de los trabajadores de su fábrica. Se lamenta de la explotación del hombre por el hombre, pero no se anima a dar su fábrica en propiedad comunal.
A lo largo de la película, se quiere dar la impresión de que Engels sigue siendo un burgués, como una suerte de trabajo periodístico para entender la mentalidad burguesa. A mí me parece una excusa muy barata, típica de aquello que los psicólogos llaman disonancia cognoscitiva. Si de verdad alguien cree en el comunismo, debe estar dispuesto a asumirlo, y empezar a repartir sus riquezas, pues bajo su sistema de creencias, esas riquezas son injustamente adquiridas. Si no lo hace, es simple y llana hipocresía. Un marxista, Gerald Cohen, se planteó esta cuestión en un libro, Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico? Lamentablemente, Cohen no ofrece una respuesta clara, y más bien, coquetea con las típicas excusas de los comunistas ricos (hay que esperar a que llegue la revolución, es sólo una gota en el mar, etc.).
Marx, por su parte, vivió en la pobreza. Pero, eso no le impidió tener una criada, a quien, presumiblemente, también le extraía su plusvalía. La película trata de excusar el privilegio de Marx, retratando cómo se retrasa en el pago del salario de la criada, precisamente por las condiciones de pobreza en las cuales viven. En fin, lo cierto es que Engels siempre acudió al auxilio financiero de Marx, y así se retrata en la película. Pero, no solamente fue el auxilio financiero. Marx tuvo la práctica muy burguesa de tener hijos ilegítimos con las criadas, y Engels sirvió como alcahueta, asumiendo la paternidad de un hijo ilegítimo de Marx. Nada de eso aparece retratado en esta película santurrona, pues obviamente, sería una mancha demasiado grande.
En la película, las disputas del inseparable dúo no son tanto contra capitalistas, sino contra los propios comunistas. La Europa de mediados del siglo XIX era un avispero de comunistas odiándose entre sí. El joven Marx siente simpatía por Proudhon, el comunista que decía que toda propiedad es robo, pero eventualmente, se vuelve contra él, y se convierte en la figura estrella del momento. En ocasiones, la forma en que Peck retrata estas escenas (que transcurren en varios congresos), me recuerdan a las convenciones de Herba Life o Amway, en las cuales los vendedores luchan por el liderazgo en ventas. En muchos aspectos, me temo, el comunismo no es tan distinto del capitalismo.
De hecho, yo mismo pude comprobarlo en mi visita a la casa natal de Marx, en Trier. Marx aún no se ha convertido en la franquicia de consumo masivo que sí es el Che Guevara. Pero, al menos en Trier, se venden toda suerte de suvenires alusivos a Marx, probablemente manufacturados en una fábrica china (posiblemente con niños trabajadores), propiedad de un emergente capitalista asiático. El propio Marx habría llamado a esos suvenires el fetichismo de la mercancía.

La película, que ciertamente tiene maestría técnica (pues hace de Marx y Engels tipos muy agradables), termina con imágenes de la historia del siglo XX, una forma muy poética de enfatizar la influencia de Marx. Lo triste, no obstante, es que no presenta a Lenin, Stalin, Mao o Fidel, los dictadores que se valieron de las teorías de Marx para hacer mucho daño. Peck quiere borrar la leyenda negra de Marx, pero termina incurriendo en la leyenda rosa.
Para quien quiera ambientarse en las circunstancias del siglo XIX y entender cómo Marx pudo haber escrito las cosas que escribió, esta película está muy bien. Pero, ante una figura como Marx, es necesario aplicar más razón que emoción. Lamentablemente, a pesar de la verborrea que aparece frecuentemente en los diálogos, Peck opta más por tratar de persuadir con la emoción, que con la racionalidad. Y tras evaluar la vida y obra de Marx, no es difícil llegar al veredicto de que fue un hombre de buenos sentimientos, pero de ideas muy ingenuas.

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