viernes, 21 de julio de 2017

Carta a Belén sobre los miedos y las ansiedades



          Querida Belén:

            Me contenta mucho saber que ya estás a salvo. ¡Vaya susto! A medida que leía tu carta explicándome como huías corriendo del ladrón que te perseguía, yo mismo me angustiaba. Hace unos años, yo pasé por una experiencia similar. Y, te puedo asegurar que sentí cosas muy parecidas a las que tú me describías en la carta. Es normal que así ocurra, pues todos los seres humanos estamos programados para responder así en situaciones de mucho estrés.
            A inicios del siglo XX, un profesor de medicina, Walter Bradford Cannon, estudió cómo muchos animales responden ante situaciones difíciles, y postuló que, en esas circunstancias, todos esos animales (incluyendo a los seres humanos), tienen una respuesta que él llamó lucha o huida. Piensa en la experiencia que tuviste. Cuando veías que el ladrón se acercaba, sin pensarlo demasiado, decidiste huir corriendo. Otras personas más osadas, quizás anticipando que puedan vencer al ladrón, optan por confrontarlo. Pero, sea una u otra reacción, lo cierto es que, en esas situaciones es difícil mantener la calma.

            Yo te diría que, si el ladrón tiene un arma (sobre todo si es un arma de fuego), lo más prudente sería mantener la calma, y cooperar con él. Pero, como tú misma me comentaste en la carta, en esas situaciones, no hay tiempo para pensar en esas cosas, y muchas veces, hacemos cosas que jamás habríamos previsto. Eso tiene mucho sentido, si tienes en cuenta de dónde venimos. Nuestros ancestros vivían en la sabana africana, y allí, tenían que enfrentar muchos depredadores. Por ello, no podían vivir muy relajados, porque, más o menos como una cebra cuando se acerca un león, en cualquier momento habría que salir corriendo para preservar la vida. Seguramente, muchas de esas carreras obedecían a falsas alarmas. Pero, para sobrevivir, es mejor guiarse por falsa alarmas, que tener tranquilidad ante un depredador. Quienes estuvieran demasiados tranquilos, eventualmente serían devorados por el depredador, y así, sus genes no se habrían pasado a la descendencia.
            Así pues, quienes sobrevivieron, eran los que mejor activaban ese mecanismo de lucha o huida (los nerviosos, por así decirlo), y ese tipo de conducta ante el peligro está en nuestros genes. Es por eso que, cuando estás sentada relajada en el sofá de tu casa, y de repente, oyes un portazo, brincas saliendo del sofá, y tu corazón empieza a latir muy fuertemente.
            Esta reacción de huida o lucha ocurre muy complejamente en tu cuerpo. Primero, cuando tu cerebro percibe una situación amenazante, una parte de él, el hipotálamo, envía distintas señales. Por una parte, se activa el sistema nervioso simpático. Este sistema envía señales a la médula adrenal (una parte de una glándula que está encima de los riñones), indicándole que debe segregar algunos químicos, en especial, la noradreanalina y la adrenalina. Seguramente has escuchado a mucha gente hablar de cómo, cuando se tiran en paracaídas, su adrenalina se dispara. Pues bien, ya sabes que esto es un químico que se produce en la médula adrenal (de ahí viene su nombre), y que está relacionado con la reacción de huida o lucha.
            Al mismo tiempo, tu hipotálamo también manda señales a una glándula con la cual está conectado (la glándula pituitaria), y una vez que esa glándula recibe esa señal, emite una hormona (hormona adrenocorticotrópica, o ACTH). Esa hormona, que viaja a través de la sangre, va a otra glándula (la glándula suprarrenal, la misma que está ubicada encima de los riñones), y le da la instrucción de que debe emitir aún otras hormonas.  
Todos estos químicos hacen que varios de tus órganos alteren el modo en que habitualmente funcionan. Tu corazón late más rápido y con más fuerza. Esto tiene un propósito muy específico: hacer que la sangre fluya más a los músculos, de forma tal que estés en mejor capacidad de correr más rápido para la huida, o de luchar más agresivamente. Tus pupilas se dilatan, de forma tal que puedas ver mejor. Tu digestión se tranca, pues eso no es una función vital en ese momento, y es mejor dirigir todos los esfuerzos necesarios a la huida o la lucha. Tu sistema inmunológico (el que se encarga de combatir parásitos) también se tranca, pues de nuevo, es mejor usar todos los recursos de energía disponible a la situación difícil que estás enfrentando. Pierdes la habilidad para concentrarte en tareas cognitivas, pues eso sería también un desperdicio de energía (el cerebro consume mucha) que, más bien, se necesita para huir o luchar.
Tus vellos se elevan (de ahí viene la expresión poner los pelos de punta). Esto no tiene ninguna función ahora, pero es muy probable que sea una herencia de nuestros ancestros pre-humanos. Ante el acecho de depredadores, nuestros ancestros erigían su vello, y con eso, parecían incrementar su tamaño. Los depredadores, al ver eso, retrocedían, pues naturalmente quedaban intimidados ante el nuevo tamaño. Puedes ver este tipo de reacciones en muchos animales.
Si tuvieras que describir la emoción de temor, seguramente usarías todas estas imágenes. Sentir miedo es básicamente tener la reacción de huida o lucha. Algunos psicólogos dicen que el miedo en realidad es algo más complejo; puede ser un proceso cognitivo (es decir, pensamientos) sin necesariamente tener las alteraciones fisiológicas que te estoy comentando. Quizás. Pero, yo sigo pensando que el temor más primordial y más importante, es aquel que te genera mariposas en el estómago (esas supuestas mariposas que sientes, en realidad, es la interrupción de la digestión, como consecuencia de la señal que envía la adrenalina).
Así pues, Belén, el sentir miedo, y la reacción de lucha o huida, resultó muy ventajoso en la evolución de nuestra especie. Si nuestros ancestros no hubieran sentido miedo y no hubieran tenido esas mariposas en el estómago, seguramente se los habría comido un león. Es por ello que estamos genéticamente programados a sentir temor por cosas que hoy no nos resultan tan amenazantes, pero que para nuestros ancestros seguramente sí fueron amenazas.
Piensa, por ejemplo, en las cucarachas, las moscas o los grillos. ¿Te gustan? Por supuesto que no. A todos nos repugnan los insectos, y a muchos les tenemos temor. Lo cierto es que los insectos (en especial las moscas), al transmitir enfermedades, han matado a más personas que cualquier otro depredador en la historia de la humanidad. Por eso, el miedo a los insectos fue una protección en la evolución de nuestra especie, y quienes no tuvieran ese temor, probablemente fueron muriendo sin dejar descendencia, pues no se alejaban de las malditas moscas.
Lo mismo puede decirse del temor a las serpientes, incluso en gente que por primera vez ve una en su vida. Ese temor es seguramente innato; está en nuestros genes. Y, ¿cómo explicas el vértigo que mucha gente siente en las alturas? Pues, igual: quien no sintiera vértigo en un precipicio, no huiría de ese lugar, y al quedarse, eso aumentaría la probabilidad de caerse y morir. Los nerviosos, en cambio, huían. Sí, eran cobardes, pero esa cobardía resultó ventajosa, y gracias a ella, sus descendientes estamos acá, vivitos y coleando.
El problema, no obstante, es que hoy nuestro mundo es muy distinto al de nuestros ancestros en la sabana africana. Y no sentimos temor, no luchamos o huimos, ante cosas que son muy amenazantes. Piensa, por ejemplo, en los automóviles y las duchas. Esas cosas matan a mucha gente (mucha más que lo que hoy matan las serpientes), pero nosotros tranquilamente conducimos y nos bañamos, mientras que pegamos el grito en el cielo cuando vemos una culebra en el camino. No tememos a los coches y a las duchas, porque aún si hoy son más mortíferos que los precipicios o las serpientes, tales cosas no existían en la sabana africana de nuestros ancestros.
Pero, eso no quiere decir que todos los miedos sean innatos. Muchos miedos pueden aprenderse. Ya te he explicado que el encargado de iniciar la reacción de lucha o huida es el hipotálamo, una estructura del cerebro. Pero, otra estructura, la amígdala, se encarga de almacenar memorias de eventos que, en algún momento te generaron estrés, y así, cuando vuelves a encontrar momentos parecidos, o situaciones que estuvieron asociadas con ese momento, nuevamente sientes temor. Esto también es ventajoso. Lo que la amígdala hace, es una forma de prepararte para que estés más alerta y en mejor disposición de luchar o huir, cuando nuevamente se acerca algún peligro que ya has enfrentado en el pasado.
¿Cómo se aprenden los miedos? Pues, del mismo modo en que se aprenden muchas otras conductas básicas. ¿Recuerdas a Pavlov y al perro que salivaba cuando sonaba una campana? El perro salivaba ante la campana, porque previamente, en su experiencia se había asociado la campana con la comida. Pues bien, un psicólogo, Albert Watson, quiso poner a prueba esa conducta con seres humanos, y se propuso hacer que un niño tuviera miedo de algo que el resto de la gente consideraría muy inofensivo.
En unos experimentos muy deplorables, Watson expuso a un niño (se le llamó el pequeño Albert) a una rata blanca que, en realidad, resultaba bastante tierna. Al principio, el niño no temía a la rata. Pero, al cabo de cierto tiempo, cada vez que el niño veía la rata, Watson golpeaba una pieza metálica con un martillo, generando un ruido terrible. Al final, la asociación entre el ruido y la rata, hizo que el niño terminara por temer, no solamente a la rata, sino a muchos otros objetos blancos. Te digo que el experimento es deplorable, Belén, porque un psicólogo nunca debe causar daño (y Watson ciertamente causó daño en ese niño al formarle ese miedo) a alguien en un experimento, no importa cuán valiosa sea la información que se derive de ello.
Al pequeño Albert le pasó lo que le sucede a muchos soldados que, tras una experiencia de combate, quedan traumatizados. Cuando un soldado va a la guerra, y en combate vive una situación muy traumática, siente temor. Pero, cuando regresa a casa, ese temor persiste. Y, si el soldado se encuentra con cosas siquiera remotamente parecidas a las que encontró en el campo de batalla (por ejemplo, la vista de un helicóptero, o un portazo que le recuerde al sonido de una granada explotando), su reacción de lucha o huida se activará dramáticamente. Vivir es así es muy desafortunado, pues estas personas viven constantemente con miedo. Los psiquiatras incluso consideran que eso es una enfermedad mental, el trastorno de estrés postraumático. No sólo les ocurre a los soldados. Puede ocurrirle a cualquier persona que haya tenido una experiencia muy intensa de estrés (mujeres violadas, víctimas de accidentes, etc.).
El sentir temor, como te digo, fue una gran ventaja para nuestros ancestros. Cuando ya la situación de estrés pasa, otra parte del sistema nervioso, el sistema parasimpático, se encarga de hacer volver tus funciones fisiológicas a la normalidad, y te vuelves a relajar. Pero, si siempre estás temerosa, si no eres capaz de relajarte suficientemente bien y vives continuamente estresada, eso termina por perjudicar tu cuerpo. El sistema simpático sirve para que sobrepongas situaciones difíciles. Pero, recuerda que para ello, interrumpe otras funciones fisiológicas. Por eso, si siempre estás estresada, tendrás problemas gastrointestinales, y estarás menos protegida ante infecciones (recuerda, en la reacción de lucha o huida, la digestión y el sistema inmunológico se cortan). Si tu corazón continuamente late muy rápido y muy duro, tendrás problemas cardíacos. El estrés, me temo, es perjudicial para la salud. Los gurús New Age dicen muchas tonterías, pero al menos en esto, puedes hacerles caso.
Es normal sentir miedo ante muchas situaciones, sobre todo ante aquellas para las cuales genéticamente se activa el sistema nervioso simpático y la reacción de lucha o huida. Pero, hay muchas personas que sienten miedo ante muchísimas otras cosas. Cuando esos miedos se vuelven ya irracionales, los psicólogos lo denominan ansiedad.
Es normal sentir angustias. Pero, si continuamente sientes angustias, bien sea por situaciones específicas, o incluso sin saber muy bien por qué, entonces quizás deberías ir a un psicólogo o psiquiatra, pues eso podría ser una enfermedad mental. Para decidir cuán normal es sentir angustias, lo importante a tener en cuenta es si esas angustias causan excesivo malestar, y si se convierten en un obstáculo para tu funcionamiento normal en la vida diaria.
Los psiquiatras identifican varios trastornos que tienen que ver con la angustia. Hay gente que sufre el trastorno de ansiedad generalizada. Estas personas se sienten nerviosas en todo momento, sin que haya una situación específica que los altere. Suelen tener pálpitos (una sensación subjetiva de que el corazón late muy rápido), o les falta el aliento, y generalmente tienen problemas digestivos. Sus músculos siempre están tensos, les cuesta concentrarse, y se sienten inquietos. Como ves, es prácticamente como si estuvieran viviendo continuamente con la reacción de huida o lucha, en diversos grados.
Hay personas que, de repente, sufren momentos de ansiedad muy intensos. ¿Recuerdas en el cole el curso de mitología griega? Pues bien, había un dios, Pan, que cuando tocaba la flauta, quien oyera esa música se asustaba terriblemente. De ahí nos viene la palabra pánico. Lo que estas personas sufren, son ataques de pánico. Repentinamente sienten que su corazón está demasiado acelerado, y empiezan a sudar. Es fácil confundir estos síntomas con un ataque cardíaco. Pero, cuando estas personas llegan al hospital, los médicos les hacen exámenes y se dan cuenta de que, aparte del corazón acelerado, todo está bien en el sistema cardiovascular. Lo que en realidad están sufriendo es un trastorno mental, el trastorno de pánico. A diferencia de la ansiedad generalizada, en los ataques de pánico, la persona no siempre vive con ansiedad. Pero, cuando repentinamente llega, es muy intensa. De hecho, es tan intensa, que aun cuando la persona no está sufriendo un ataque de pánico, se empieza a preocupar al anticipar que esos ataques vuelvan.
Ya sé que a ti, Belén, te encanta ir a parques e interactuar con gente en esos lugares. Pero, hay personas que tienen muchísima ansiedad cuando están en lugares abiertos, al punto de que prefieren vivir encerrados en sus casas. Ya podrás imaginar que alguien que vive así, lo pasa muy mal. Tarde o temprano hay que salir a la calle, y quien no lo haga, corre el riesgo de aislarse y deprimirse. Los psiquiatras llaman agorafobia a ese trastorno cuando la gente siente ansiedad de estar en lugares públicos.
Ya te he explicado que, muy probablemente, el temor a los insectos o las serpientes está en nuestros genes. Pero, como le ocurrió al pequeño Albert, hay gente que tiene fobias a muchísimas otras cosas, seguramente como consecuencia de una asociación de esas cosas, con experiencias desagradables. Si este tipo de conducta se vuelve lo suficientemente problemática como para impedir que alguien pueda vivir normalmente, entonces los psiquiatras lo identifican como trastorno de fobias específicas. Hay muchos tipos de fobias, pero más comúnmente, quienes sufren este trastorno, temen a algunos animales, fenómenos de la naturaleza (el trueno, la lluvia), situaciones específicas (por ejemplo, viajar en avión, o ir a un hospital), o incluso payasos. Seguramente has visto en las noticias que, de vez en cuando, aparece gente muy despreciable que se viste de payasos macabros para asustar a los niños; si la experiencia de temor es muy intensa, es posible que, cuando esos niños se hagan adultos, terminen por temer a todos los payasos, no solamente a los macabros.
A pesar de que he viajado bastante, Belén, te confieso que aún no me termino de acostumbrar a los aviones. Cuando me monto en ellos, aún me sudan las palmas de las manos. Yo tenía un amigo que, cuando viajaba conmigo, se reía al verme nervioso. Pero, ese mismo amigo, en una ocasión tuvo que hablar en público, y se le podía ver muy angustiado. Hay gente que sufre ansiedad, no solamente al hablar en público, sino ante la mera idea de tener que interactuar con otros. Como sabes, los humanos continuamente interactuamos, pero esa interacción hace que busquemos la aprobación de los demás. Para algunas personas, esto es tremendamente angustiante, pues temen que los demás no los acepten. Frente a esto, suelen evitar contactos sociales. De nuevo, ya puedes imaginar que esto es un obstáculo para vivir normalmente (tarde o temprano tienes que interactuar con los demás). Cuando este temor a la interacción social se convierte en un problema, los psiquiatras diagnostican el trastorno de ansiedad social.

Puede darse también el caso inverso. Hay personas que sienten ansiedad, no propiamente ante la idea de interactuar con los demás, sino ante la idea de que se tengan que separar de alguien con quien han estado compenetrados por algún tiempo. Si este temor es muy severo, los psiquiatras lo llaman el trastorno de ansiedad por separación.
Y, algunas personas tienen ansiedad, no propiamente ante situaciones, pero sí ante pensamientos que se les vienen a la mente, y no logran dejar de pensar en ello. Los psicólogos llaman a esto obsesiones. Son pensamientos intrusos, pues la persona no quisiera tenerlos en su cabeza. Seguramente, en algún momento, cuando vas en metro, se te viene a la mente la inquietante pregunta de si dejaste la hornilla de la cocina prendida. Pues bien, imagina cómo sería pensar esas cosas, no sólo cuando vas en metro, sino en todo momento.
Quienes tienen estos pensamientos intrusos, muchas veces tratan de calmar su ansiedad haciendo rutinas que no tienen ningún sentido. A eso, los psicólogos lo llaman compulsiones. Así como en el metro en algún momento has podido tener esos pensamientos intrusos, quizás también en algún momento te has impuesto la regla de montarte siempre en el cuarto vagón, sin ningún motivo aparente. Si haces este tipo de cosas en tus rutinas diarias, al punto de que entorpece tu funcionamiento normal, los psiquiatras te diagnosticarían con el trastorno obsesivo compulsivo.
Una compulsión más o menos común, es guardar cosas viejas. En la tele, hay algunos realities que retratan la vida de personas cuyos hogares son auténticas madrigueras asquerosas, porque están invadidos con objetos inservibles acumulados desde hace muchos años. Los psiquiatras ya diagnostican eso como un trastorno en sí mismo, el trastorno de acaparamiento.
Otra forma de calmar la ansiedad es arrancarse el cabello, o rascándose la piel. Eso también son trastornos: la tricotilomanía, y la dermatilomanía, respectivamente. Pero ten presente, Belén, que un psiquiatra debe diagnosticar eso, sólo cuando es una conducta repetida, y cuando causa sufrimiento o impide vivir normalmente. Tú te puedes morder las uñas como una forma de calmar la ansiedad, pero eso no es tan grave como para colocarte una etiqueta psiquiátrica (aunque, el morder tus uñas sí tiene algunos riesgos).
Hay gente que también se obsesiona con su propio cuerpo. Se ven en el espejo, y a pesar de que tienen una apariencia normal, no les gusta lo que ven. Muchas veces, empiezan a ir a cirujanos plásticos para operarse la nariz, luego los senos, las orejas, la frente, y así, pueden seguir hasta recibir decenas de cirugías innecesarias. Piensa en Michael Jackson, y la enorme cantidad de cirugías que se hizo; lamentablemente, nunca quedó conforme. Un psiquiatra pudo haberlo ayudado muchísimo más que un cirujano plástico. Los psiquiatras piensan que este tipo de conducta está relacionado con la ansiedad, y lo denominan el trastorno dismórfico corporal.
Me he extendido mucho ya escribiéndote, y sé que después del susto que pasaste con el ladrón, quieres relajarte, y no leer libros o cartas. Así que, no me extenderé mucho más escribiéndote sobre miedos y ansiedades. Pero, sí te diré que, para todos estos trastornos, hay muy buenos tratamientos que los psicólogos y psiquiatras usan con mucha frecuencia. Prometo escribirte una futura carta explicándote los distintos tipos de terapia que se usan en la psicología y la psiquiatría, sobre todo para los trastornos de ansiedad. Se despide, tu amigo Gabriel.  

3 comentarios:

  1. Conozco los trastornos de ansiedad por experiencia personal, pero, se de antemano que hay un prejuicio clínico-psiquiátrico en la sociedad y también en el psiquiatra común, que quizás es un principio heredado de la disciplina con respecto a muchos comportamientos, de tal manera que cualquier síntoma que vaya en contra del comportamiento humano promedio o los deseos de cada cual sobre cómo debe regirse una sociedad será situación suficiente de alarma psiquiátrica y no una situación que suscite curiosidad y búsqueda de entendimiento humano. Si algo puede producir miedo y ansiedad es el prejuicio a las personas con trastornos mentales, como los de la ansiedad.

    Es común que hoy se siga insistiendo que la homosexualidad no es natural y que deben los homosexuales someterse a consulta psiquiátrica. Y aunque muchos psicólogos y psiquiatras hayan determinado, por presión feminista, que la homosexualidad no es un problema mental, no parecen apreciar o al menos no quieren intentar aplicar esos mismos criterios a todo lo que ellos han catalogado como trastorno mental sin pensarlo dos veces. La psicología positiva ha llegado a encontrar fortalezas en algunos trastornos mentales y esta disciplina ha sido completamente ninguneada por los escépticos científicos de los medios, solo para mantener viva su ideología metodológica y su ideología política, pues, en parte, han reducido la ciencia a la lógica y a la física, y se oponen a todo lo que vaya en contra de su ideología política, aun cuando sea verdad.

    El psiquíatra promedio de hoy en día no suele escuchar con mucha atención a sus pacientes, salvo para encasillar en su manual todo comportamiento, manual en el cual pocos médicos e incluso profesionales confían (para bien), pero sin duda, esto destruye la posibilidad de descubrir cosas nuevas en el paciente. Y esta negación no ha sido la clave del avance de la psicología clínica, la perspectiva del autismo por ejemplo ha cambiado gracias a esto y algo que debe agradecérsele al posmodernismo es la popularización implícita de la crítica al médico (Yo no lo veo como algo que no tenga al menos este merito, muchos médicos no saben medicina y no hacen medicina), ya que el posmodernismo ha cuestionado lo incuestionable, el dogma de la psicología clínica y la psiquiatría. Tampoco se tiene a un psiquiatra que luego de que su paciente no haya vuelto a consulta haya intentado encontrar si el paciente ha mejorado o no, no ha buscado si las razones del paciente para no continuar son completamente válidas. Es así como, al parecer, ya no va a existir otro Hans Asperger o va haber otro Joseph Renzulli, otra Lorna Wing o van a existir más Barry Kauffman’s. Son rara avis.

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    1. Ok, está muy bien. Sería mejor si el comentario estuviese más conectado a la entrada del blog.

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  2. Continua:
    Muchas personas con trastornos mentales y con condiciones divergentes no opinan lo mismo que los psiquiatras opinan con respecto a su condición, aun cuando sus pacientes aceptan sus dificultades, y ese es uno de los mayores problemas que los psiquiatras y psicólogos deben enfrentar y deberían verlo como algo positivo, tienen mas libertad investigativa. Siempre han importado lo mismo o más las preguntas que las respuestas.

    Es así como pensar que querer vivir en soledad o que no querer socializar con frecuencia se corresponde siempre a un problema psiquiátrico de requerida solución inmediata o, con una enfermedad mental que deriva siempre en sufrimiento para el paciente. Cansa que, aunque tú seas feliz, estés enfermo solo por quedarte leyendo compulsivamente o pensando en el mundo, dentro de la seguridad de tu hogar. No salir con la misma frecuencia en la cual lo hacen los “normies” y el no compartir sus directrices grupales parece hace enojar… a los “normies”. “Normie” es un término que en mi generación universitaria ha sido prostituido, pues lo utilizan para ver el ombligo de los otros y no el propio, y aunque la academia no me parece tan valiosa, tan creativa y tan idílica, más bien es repetitiva y elitista en demasía, los que no quieren ser normies tienen un punto, aunque no por las razones que creen. Y es que, no siempre es todo así, algunos trastornos mentales tienen fortalezas que pueden suscitar motivos de mucha alegría para el paciente.

    *Soy estudiante de neurociencias y psicología*.

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