La Iglesia Católica ha prohibido la costumbre de esparcir
las cenizas de difuntos incinerados. Mucha gente lo ve como una intrusión en la
vida privada de los individuos, y en la decisión de cada quien sobre qué hacer
con sus cuerpos una vez muertos. Yo no lo veo así. Desde que se creó la república
italiana y la desaparición de los Estados papales, en la segunda mitad del
siglo XIX, la Iglesia perdió su poder temporal. Algunos fanáticos católicos (y
el propio nefasto Pío IX) se han lamentado de aquello; yo, en cambio, celebro
que los dictámenes del Papa no tienen ya poder vinculante. ¡Viva la
secularización del mundo! Pero, precisamente, deberíamos comprender que, desde
que el Papa perdió el poder temporal, no tiene la capacidad de imponer nada a nadie.
La
Iglesia prohíbe a sus miembros el esparcir las cenizas. Pero, esto no es
realmente una prohibición. La Iglesia no cuenta con el poder coercitivo para castigar
a quien desobedezca sus órdenes. El Papa prohíbe que se haga algo en su
organización privada, del mismo modo en que el líder de una secta prohíbe que
se haga algo en su grupo religioso. A quien no le guste, se puede ir. Hay
muchas cosas del catolicismo que a mí no me gustan; por eso, no soy parte de
esa religión. El Papa no está infringiendo la libertad de nadie.
A pesar
de que la mayoría de las doctrinas católicas me resultan harto absurdas,
extrañamente siento alguna simpatía por la prohibición de esparcir cenizas. Obviamente,
el muerto, muerto está. Y, lo que se haga con sus cenizas, no va a cambiar el
hecho de que ya murió. Pero, uno de los motivos por los cuales el Vaticano está
prohibiendo el esparcimiento de las cenizas, es su oposición al panteísmo.
Mucha gente que esparce las cenizas de los muertos lo hace bajo el concepto de
que su cuerpo regresa a la Madre Tierra, a la cual se le rinde culto. El
Vaticano censura este culto a la naturaleza, y yo simpatizo con esta postura
del Vaticano.
Muchos
historiadores nos informan que los grandes avances del mundo moderno se lograron,
precisamente en la medida en que se dejó de rendir culto a la naturaleza. La
revolución científica sólo fue posible cuando se superó la mentalidad que
asumía que los ríos, bosques, plantas y animales, eran seres sagrados. Uno de
los grandes promotores de la revolución científica, Francis Bacon, sin tapujos
propuso adquirir conocimiento para dominar a la naturaleza.
Hoy,
muchos grupos ecologistas rinden culto a la Pacha Mama, y asumen el panteísmo.
Pero, para que el hombre moderno pudiera llegar a la luna, desarrollara
antibióticos e inventara el avión, tuvo que dejar de rendir culto a la
naturaleza. El panteísmo es un enorme obstáculo a la ciencia. Obviamente, el
prohibir el esparcimiento de las cenizas no hará a nadie asumir una actitud más
científica. Pero, si lo que subyace a esa prohibición es la oposición al
panteísmo, entonces veo eso con buenos ojos, pues insisto, el panteísmo es una
doctrina que frena significativamente la mentalidad científica.
Por
supuesto, el catolicismo mismo tiene sus propios obstáculos a la mentalidad
científica, y estos obstáculos salen a relucir en esta prohibición de esparcir
cenizas. Aun si el Vaticano a regañadientes acepta la incineración, sigue
recomendando la sepultura. Esto es debido a la creencia en la resurrección: es
mucho más fácil imaginar que, el día del Juicio Final, Dios sólo necesita
rellenar los huesos con carne; imaginar que de las cenizas sale el cuerpo
resucitado, es mucho más difícil.
La
doctrina de la resurrección, por supuesto, desafía todo criterio científico. No
hay absolutamente ningún indicio para suponer que un cuerpo muerto regresará a
la vida, más allá de lo que un antiguo libro enseñe. Pero, aún si depositáramos
la fe en ese antiguo libro, hay demasiadas dificultades conceptuales. Se ha
prometido que el cuerpo resucitado, será el mismo con el cual vivimos. ¿Qué hay
del caníbal que se come a otra persona y muere de indigestión? ¿Cómo hará Dios
para resucitar al caníbal y su víctima íntegramente, si ambos cuerpos comparten
átomos? ¿Qué hay de la persona que no estuvo conforme con su cuerpo mientras
vivió? ¿Resucitaremos con el cuerpo decrépito con el cual muchos morimos, o con
el cuerpo de otra edad? Si es otra edad, ¿cuál edad? Si Dios nos resucita con
otro cuerpo distinto, ¿cómo podemos afirmar que se tratará de la misma persona,
y no una réplica?