sábado, 21 de febrero de 2015

Los desahucios y el aborto



            Hay en España dos temas muy sensibles en la opinión pública: el aborto y los desahucios. Lamentablemente, como suele ocurrir en muchos países, las posturas en torno a ambos temas vienen en paquetes: la izquierda favorece el aborto pero se opone a los desahucios, la derecha se opone a los abortos pero favorece los desahucios. Yo encuentro esto lamentable. Pues, en muchas ocasiones, los mismos principios filosóficos que se usan para oponerse (o defender) a los desahucios, también deben usarse para oponerse (o defender) al aborto.

            Hay dos formas de defender el aborto. La primera consiste en señalar que el feto no es una persona. A mí me parece ésta la forma más razonable, y es así como yo defiendo el aborto. Pero, en un creciente sector de gente pro-aborto, se usa el lenguaje feminista de que la mujer tiene derecho a decidir sobre su propio cuerpo. Y, así, se argumenta que, aun si el feto es una persona, la mujer no está en la obligación de mantener a otra persona en su vientre.
            Quien más célebre ha hecho este argumento, es la filósofa Judith Jarvis Thomson, con su analogía del violinista: supongamos que un talentoso violinista necesita una diálisis por nueve meses para seguir con vida. ¿Puede una persona ser forzada a ser conectada a aparatos de diálisis, con tal de salvar la vida a ese violinista? Thomson responde enfáticamente que no. Y, así, Thomson extiende su analogía al aborto: aun si el feto es una persona, la mujer no está en obligación de someterse a nueve meses de embarazo para salvar la vida al feto.
            Ahora bien, este mismo argumento debe aplicarse a los desahucios. Pues, si asumimos que el feto es una persona (yo no lo hago así, pero insisto, cada vez más, la gente pro-aborto sí parece aceptar que el feto es una persona), entonces, básicamente el aborto es una forma de desahucio. En el desahucio, el propietario del inmueble (sea el banco, o un particular; desde un punto de vista moral, me parece irrelevante) ejerce su derecho de propiedad. En el desahucio, quizás los inquilinos desahuciados morirán en el invierno, de la misma forma en que el feto morirá fuera del vientre. Pero, así como Thomson dice que no podemos obligar a la madre a salvar la vida del feto, pues el vientre es su propiedad, del mismo modo, no podemos obligar a un banco a salvar la vida de un inquilino, pues el inmueble es su propiedad.
            Por supuesto, para que el banco pueda ejercer ese derecho de propiedad, debió haberla adquirido de forma legítima: a través de una relación consensual. Quizás haya muchos casos fraudulentos en España, pero en principio, la mayoría de los desahucios proceden de hipotecas para las cuales, los mismos inquilinos dieron su consentimiento. Si eso es así, entonces, el banco, lo mismo que las madres, tienen derecho a evacuar a quienes quieran de su propiedad, y no tienen ninguna obligación de renunciar a su propiedad para mantener con vida al inquilino.
            Todo esto parece demasiado insensible, y seguramente, se dirá que el derecho a propiedad debe tener límites. Si una persona no tiene dónde vivir, no puede ser desahuciada, pues morirá de frío. Vale. Pero, esa misma sensibilidad que se aplica a los inquilinos, entonces debe ser también extendida al feto (de nuevo, si se asume que el feto sí es una persona; yo no lo hago así). Se necesita más coherencia. Y así, la coherencia exigiría que, se apoye a la izquierda en unas cosas, y a la derecha en otras.

viernes, 20 de febrero de 2015

La moralidad del bombardeo en clínicas de aborto



            Desde hace más o menos tres décadas, hay en EE.UU. grupos infames de cristianos fundamentalistas que colocan bombas en clínicas de aborto. En la opinión pública occidental, estos grupos fundamentalistas son terroristas marginales, que han desvirtuado la doctrina cristiana, y merecen el calificativo de “terroristas”.

            Yo, en cambio, opino que estos grupos son mucho más cristianos que quienes los critican, y que tienen muchísima más integridad. Es falso que el terrorista de unos es el luchador de la libertad de otros. El terrorismo tiene una definición muy precisa: el ataque deliberado de no combatientes. Es lo que hizo Osama Bin Laden al ordenar matar miles de víctimas inocentes en el World Trade Center.
            Si las doctrinas cristianas son verdaderas, estos grupos que colocan bombas en clínicas de aborto son buenos cristianos, y de ninguna manera serían terroristas. Hay dos doctrinas cristianas que los avalan: 1) el feto es una persona, 2) frente al genocidio, es legítimo acudir a las armas.
            Si el feto es auténticamente una persona, vivimos en estos momentos un genocidio de grandes proporciones: según cálculos convencionales, sólo en EE.UU., hay diariamente tres mil abortos, o sea, más de un millón al año. Si el aborto es asesinato, entonces esto, bajo cualquier definición, es un genocidio.
            La doctrina de la guerra justa, avalada por el cristianismo, autoriza la resistencia armada frente al genocidio. Nadie critica a los judíos por sublevarse en el gueto de Varsovia. Esta resistencia armada, por supuesto, debe dirigirse contra los propios combatientes, no contra los civiles. Pues bien, quienes colocan bombas en clínicas de aborto, están atacando a quienes participan directamente en la muerte de los fetos. Las víctimas de los ataques son, a todas luces, partícipes voluntarios de la máquina genocida.
            Así pues, si el feto es una persona, estos cristianos fundamentalistas hacen una labor heroica. Ahora bien, he ahí la cuestión: yo no considero que el feto sea una persona, y por ende, sí considero criminales a los fundamentalistas que colocan bombas en las clínicas. Con todo, sí estimo que estos fundamentalistas llevan sus convicciones a su máxima conclusión lógica, y los felicito por ello. Su crimen deriva de un error de concepción ontológica sobre el feto, pero esta gente tiene un enorme compromiso ético.
Al mismo tiempo, esto es muy revelador de la inconsistencia e hipocresía que el resto de los cristianos anti-abortistas tienen. Si estos cristianos de verdad creyesen que el feto es una persona, y que el aborto es una forma de homicidio, no solamente deberían exigir que los códigos jurídicos castiguen el aborto con la misma severidad que el castigo del homicidio, sino que también, deberían estar organizando escuadrones de resistencia para evitar la matanza de millones de inocentes a diario.
  

Externalidades positivas, impuestos, wifi y vacunas



            Recientemente debatí en privado con el filósofo Andrés Carmona a propósito de los impuestos. Él, desde su postura política de izquierda, defiende un Estado de bienestar que se sostenga con impuestos para cosas como la salud y la educación. Mi corazón lo acompaña, y si he de votar, lo haría por un político que proponga estas cosas. Pero, cuando me pica el gusano filosófico, me entra alguna inquietud. Pues, la lectura de los libros de Robert Nozick y otros libertarios ha causado gran impacto en mí, y creo que nadie hasta ahora ha dado una respuesta satisfactoria a sus argumentos.


            El argumento de Nozick es básicamente éste: los impuestos son una forma de esclavitud. En el debate, Carmona decía que todo depende de lo que entendamos por “esclavitud”, y así, en su criterio, los impuestos del Estado de bienestar no constituyen una forma de esclavitud. Pero, a mí me parece que “esclavitud” tiene una definición muy precisa: trabajo forzado. El impuesto es una variante de la esclavitud, pues si bien no obliga a nadie a trabajar, sí obliga a la gente a entregar parte del fruto de su trabajo. Aun si esos frutos del trabajo se destinan a cosas buenas (como, por ejemplo, todos los beneficios del Estado de bienestar), no por ello deja de ser esclavitud. Si en vez de construir pirámides para la vanidad de los faraones, los trabajadores egipcios hubiesen construido hospitales cuyos servicios el pueblo hubiese disfrutado, eso no haría que esos trabajadores dejasen de ser esclavos. Habrían seguido siendo esclavos, pues se les depredaba de su trabajo. El contribuyente fiscal al Estado de bienestar es esclavo, pues se le depreda del fruto de su trabajo.
            Carmona luego invocó un argumento muy interesante: el de las externalidades positivas. He escuchado este argumento en otras ocasiones. Es el siguiente: hay ciertos servicios que todos disfrutamos (como la educación y la salud), pero si se el Estado dejase de cobrar impuestos, no sería posible sostenerlos. No obstante, no se puede dejar al criterio de cada quien si se paga o no, pues si sólo unos pagan estos servicios, otros se aprovecharían, y habría una relación de parasitismo. Aun si una persona no recibe directamente educación, se beneficia de ella, pues al vivir en una sociedad con mayor nivel de educación, mejora su nivel de vida. Si esa persona no pagase impuestos, se estaría aprovechando de los demás, al recibir un beneficio sin pagarlo, mientras que los otros sí lo pagan.
            A simple vista, es un argumento razonable. Pero, a mí no me convence. De hecho, ha habido filósofos que le han encontrado algunas fallas. David Hume, por ejemplo, vivió un caso personalmente: tenía una casa en Edimburgo, y la alquiló a un inquilino. Este inquilino decidió que había que hacer unos arreglos, los hizo, y luego los cobró a Hume. El filósofo reclamó que él no había pedido esos arreglos, y por ende, no debía nada. El caso fue a un tribunal, y al final, el juez dio la razón a Hume. Lo importante a destacar acá es que, aun si Hume salió beneficiado con los arreglos, él no los pidió. Y, en vista de que no hubo consenso, no hay justificación moral para cobrarle.
            Algo similar pasa con los impuestos y las externalidades positivas. Sí, la educación pública beneficia a todos los que viven en esa sociedad, aun quienes no la reciben directamente. Pero, esa gente no ha pedido disfrutar de ese servicio. Y, esa ausencia de consenso hace muy difícil justificar el cobro.
            Consideremos un caso más emblemático, uno que se discute frecuentemente al tratar el tema de las externalidades positivas: el wifi en un edificio. El wifi es un ejemplo paradigmático de externalidad positiva, pues si no está protegido con una clave, muy fácilmente, permite que un gorrón se conecte gratis, mientras que el propietario del aparato debe correr con los gastos. Es parasitismo puro y duro. Ahora bien, aun en el caso de que yo me haya beneficiado del wifi gratis de mi vecino en alguna ocasión, ¿tiene mi vecino el derecho a venir a cobrarme porque yo me he aprovechado de él? Yo diría enfáticamente que no.
            Hay, por supuesto, casos en los que yo sí daría la razón a Carmona. El mismo Nozick dice que la seguridad genera externalidades positivas (es fácil gozar de seguridad policial cuando otros la pagan), y por ello, Nozick sí justifica el cobro de impuestos para mantener un Estado que ofrezca seguridad. Un caso aún más emblemático, me parece, es el de las vacunas: hay gente (curiosamente, los más pijos) que no se vacuna, pero si un 95% de la población está vacunada, este 5% restante de la población, aun no estando vacunada, igualmente queda protegida con la inmunidad grupal. Este 5% es obviamente una sarta de gorrones. En asuntos de vacunas, yo no soy partidario de respetar el criterio de cada quien.
            Ahora bien, la pregunta fundamental es: ¿es el Estado de bienestar más parecido a los casos de las vacunas, o a los casos del wifi gratis? Yo diría que, por lo general, es más parecido a los casos del wifi gratis. Por lo menos  en el país en el cual vivo, el Estado ofrece un montón de cosas que no son cuestión de vida o muerte, y que yo no he solicitado, pero para lo cual igualmente me cobra impuestos.
            Por último, quisiera considerar una objeción que se podrá levantar. Alguien dirá que es falso que yo no haya solicitado las cosas que me ofrece el Estado. Con elecciones democráticas, se me consulta, y cuando la mayoría aprueba a tal candidato, indirectamente está aprobando el deseo de que el Estado me ofrezca esto o aquello. Este argumento resulta peligroso, pues puede avalar una tiranía de las mayorías, y sospecho que en esto, Carmona sí estará de acuerdo conmigo. Puede ser que, en mi edificio, haya diez vecinos propietarios de wifi, y sólo dos sin wifi. Aun si los diez vecinos votan a favor de cobrar a los otros dos vecinos debido a la externalidad positiva, esa mayoría no tiene el derecho de imponer el cobro a los otros dos vecinos.
            En fin, como he dicho, a nivel práctico, yo tengo más simpatías por los políticos que ofrecen el Estado de bienestar, que por los políticos insensibles que no les importa que los más pobres queden desamparados. Pero, a nivel filosófico, no creo que el argumento de las externalidades positivas sea muy contundente, y creo que el reto de Nozick y otros libertarios sigue vigente.

miércoles, 4 de febrero de 2015

"American Sniper" es criticable, pero no por los motivos que se alegan



            La película American Sniper, dirigida por Clint Eastwood, se proyecta como batidora de récord de taquilla en EE.UU. Trata sobre la vida de Chris Kyle, un francotirador norteamericano que tuvo en su cuenta más de centenar y medio de víctimas en su servicio en Irak.
            Un filme como éste inevitablemente generará mucha controversia, como de hecho, está ya ocurriendo. No llega al nivel de brutalidad de la saga de Rambo, pero, celebrar a un personaje que en la vida real (Rambo al menos es ficticio) ha matado a centenar y medio de personas, no en batalla abierta, sino escondiéndose quién sabe dónde, herirá la sensibilidad de muchos. El cineasta Michael Moore, por ejemplo, dijo en un tweet que en su familia, cultivaron el odio a los francotiradores, pues hacen sus hazañas de forma cobarde, en la clandestinidad.

            A mí no me gustó la película, pero creo que la lluvia de críticas negativas que han caído sobre ella, son en su mayoría injustas. La película me desagradó porque, predeciblemente, no es suficientemente crítica con las fuerzas armadas norteamericanas, y la guerra en Irak. Hay un despliegue continuo de patrioterismo barato, sobre todo en la escena final, la cual muestra con imágenes reales, el funeral de Kyle. Y, por supuesto, los iraquíes siempre son sucios, feos y traicioneros.
Estando en Irak, el personaje de Kyle empieza a odiar a un francotirador iraquí rival, al punto de deshumanizarlo, pero en ningún momento se plantea que ese francotirador forma parte de una resistencia frente a un invasor ilegítimo. En ningún momento Kyle se pregunta si las armas nucleares que sirvieron de excusa para invadir Irak, aparecerán algún día. Kyle continuamente reprocha a los terroristas islámicos por el daño que hacen, pero no asoma ni un ápice de reproche a los políticos norteamericanos que decidieron la invasión de Irak que, como hoy sabemos, nada tuvo que ver con la lucha contra el terrorismo.
La película explora tenuemente el daño psicológico por el cual atraviesa un soldado y su familia. Pero, al final, el espectador se lleva la impresión de que el mensaje es: no importa, es necesario hacer ese sacrificio por la patria. El propio Kyle murió en EE.UU., a manos de un veterano que sufría síndrome de estrés post-traumático, una enfermedad bastante común entre los soldados que han ido a la guerra. La película casi no explora la epidemia de esta enfermedad entre los soldados de EE.UU.
Ahora bien, la crítica más común que se ha hecho desde la izquierda, no es tanto a la película, sino al propio Kyle. Y, se le reprocha ser un psicópata, pues nadie normal tiene en su haber centenar y medio de muertes. La crítica a la película consiste, no tanto en su patrioterismo o presentación acrítica de la guerra de Irak, sino en la glorificación de un psicópata.
Yo sospecho que, efectivamente, para matar a tanta gente, Kyle debió haber sido un tipo con poca empatía (el psicópata no tiene empatía) ante el sufrimiento de los demás. Pero, si el Kyle real era como se presenta en la película (y, según testimonios de gente cercana, sí se parece bastante), entonces el francotirador sí es una persona muy empática, pues siente con gran pasión la camaradería que se desarrolla entre soldados.
El hecho de matar a centenar y medio de personas no es intrínsecamente objetable. Michael Moore, por ejemplo, en su tweet dejaba entrever que todo francotirador es un ser despreciable. Pero, yo no lo creo así. Los francotiradores no son criminales de guerra, y sus tácticas están permitidas bajo la doctrina de la guerra justa. La misión del soldado es matar a los combatientes enemigos. Si el centenar y medio de personas que mató Kyle eran combatientes, entonces, en realidad, no hay nada que reprochar (y mucho que celebrar, pues ésa es su legítima misión).
Ciertamente, la guerra en la cual luchó Kyle fue injusta. Pero, eso es responsabilidad de los políticos que tomaron la decisión de enviar a los militares a luchar en esa guerra. La responsabilidad de los militares no está en el ius ad bellum (la ley que rige el derecho de ir a la guerra), sino en el ius in bello (la ley que rige el derecho una vez que se ha entrado en la guerra). Y, francotiradores como Kyle no necesariamente violan el ius in bello.
Si Kyle hubiese matado civiles inocentes, entonces sus acciones sí serían criminales. Pero, al menos como lo presenta la película (quizás la vida real fue distinta, pero nunca lo sabremos), Kyle nunca mató a civiles inocentes. Mató a una mujer civil que, al tomar una granada e intentar lanzarla, renunció a su estatuto civil y se convirtió en combatiente. Y, en una escena bastante dramática de la película, Kyle está a punto de matar a un niño que se dispone a disparar un mortero (ese niño, sin importar su edad, también sería un combatiente, y un objetico legítimo de ataque), pero Kyle es renuente a disparar; al final, el niño abandona el mortero, y Kyle aborta el disparo, en un momento de gran tensión.
Si de verdad Kyle tuvo tanto cuidado distinguiendo a civiles de combatientes, merece todos mis elogios. Supongo que habrá francotiradores que no hacen estas distinciones, y no les importa matar a inocentes. Pero, no podemos meter a todos los francotiradores en el mismo saco. Debemos reprochar al francotirador que se comporta como terrorista y mata inocentes; pero no podemos reprochar al francotirador por el mero hecho de serlo.