Entre los cristianos de tiempos
posmodernos, hay una tendencia a querer abrazar causas progresistas, sin
necesidad de abandonar el cristianismo. Respecto a la homosexualidad, esto es
muy común. Es notoria la historia homofóbica de la Iglesia, pero hay quien,
quijóticamente, quiere reformarla a favor de una actitud abierta hacia los gays
y lesbianas.
Y, así, se han hecho toda clase de
malabares interpretativos para argumentar que los textos, si bien tienen
apariencia homofóbica, en realidad no lo son. O, en todo caso, que incluso los
propios fundadores del cristianismo, pudieron tener encuentros homosexuales.
Morton Smith, por ejemplo, célebremente alegó que él descubrió el Evangelio secreto de Marcos (en
realidad, alegó haber descubierto un documento de Clemente de Alejandría que
atestaba la existencia de ese evangelio). Según parece, ese evangelio sugería
que Jesús tenía encuentros homosexuales como parte de ritos de magia; el
problema, no obstante, es que Smith nunca presentó evidencia de ese documento.
También se ha sugerido que Pablo
pudo haber sido homosexual. El más entusiasta defensor de esta teoría es el
obispo episcopaliano John Shelby Spong (el filósofo ateo Michel Onfray, con mucho menos rigor, se aventuró con una teoría singular, a saber, que Pablo era impotente). ¿En qué se basa Spong
para hacer semejante alegato? Hay a lo largo de las epístolas paulinas (y vale
destacar que, a juicio de los entendidos, sólo siete son auténticas) varios
pasajes de gran rigurosidad sexual. Pablo es, a todas luces, un reprimido.
No se opone propiamente al matrimonio, pero prácticamente lo plantea como
una suerte de mal menor frente a la fornicación, mejor “casarse que quemarse”,
como célebremente postula en I Corintios 7:
9. Pero, en el mejor de los casos, es mejor que un hombre no toque a una mujer
(I Corintios 7: 1). Y, por supuesto,
cuando se trataba de la homosexualidad, no se mostró tolerante. Muestra desdén
por la homosexualidad en Romanos 1:
27, y advierte claramente que los homosexuales no entrarán en el reino de Dios
(I Corintios 6: 9).
Es archiconocida la teoría
psicoanalítica según la cual la homofobia obedece a una homosexualidad
reprimida. Y Spong parece hacerse eco de ella: Pablo hubo de ser un homosexual
reprimido, pues si no, no se explica cómo pudo ser tan vehemente en su odio a los
gays, y además, en su rigor de abstinencia. Pablo dice en una de sus cartas que
siente que le ha sido clavado en la carne un aguijón, “verdadero delegado de
Satanás” (II Corintios 12: 7).
Esto, opina Spong, resuena con el
lenguaje de los homosexuales reprimidos que buscan luchar contra sus tendencias
sexuales, quieren alejarlas, pero no logran controlarlas. Además, Pablo parece
sufrir alguna enfermedad (Gálatas 4:
13), y muchos comentaristas suscriben la opinión de que esa enfermedad es el
mismo agujón al cual hace referencia en la otra epístola (independientemente de
si se trata de su condición homosexual o no). A juicio de Spong, esta
misteriosa enfermedad es en realidad su homosexualidad, pues Pablo la siente
como un mal tentador (un “delegado de Satanás”), frente al cual lucha con toda
su voluntad.
Es fácil y entretenido jugar con
estas especulaciones, pero yo recomiendo mucha cautela. A los psicoanalistas
les encanta ofrecer sus servicios sin que nadie se los pida, y hacer
diagnósticos de homosexualidad reprimida en cinco minutos. Freud, por ejemplo, trató
de hacer esto con Leonardo Da Vinci en un infame texto, Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci. Supuestamente, el gran
renacentista había escrito en su diario el recuerdo de que, cuando él era un
niño, había tenido el sueño en el cual un buitre había frotado su cola sobre la
boca de Da Vinci. Así pues, parece que a Da Vinci le gustaba ser receptor de
buitres depredadores, y eso, por supuesto, ¡tiene toda una connotación sexual!
Luego, como adulto, pintó La virgen
y el niño con santa Ana, en la cual supuestamente se esboza una figura de pájaro
(yo en realidad no la veo en la pintura), y ¡voilá!, con eso ya Freud pensaba que Da Vinci era homosexual (esta
manía de ver figuras ocultas en las pinturas de Da Vinci luego fue recapitulada
en la también infame novela de Dan Brown, el Código Da Vinci).
Todo este ejercicio psicoanalítico de Freud fue un bochorno, no solamente
por lo aventurado que resultaba postular que un pintor del siglo XV era
homosexual, sobre la base de unas escuetas referencias, sino también porque el
texto original en el cual Da Vinci narraba su sueño había sido mal traducido, y
¡nunca utilizó la palabra “buitre”, sino que hacía referencia a un pájaro menos agresivo!
Deberíamos aprender la lección de este lamentable episodio, y tomar
cautela antes de aventurarnos a sostener que Pablo era homosexual. Sí,
ciertamente tenía una actitud antagónica contra la sexualidad. Pero, también la
tenían los esenios, sus contemporáneos. ¿Eran todos los esenios homosexuales
reprimidos? Lo dudo. Yo más bien opino que este ascetismo y desdén por la
sexualidad debe explicarse en función de la expectativa apocalíptica que tanto
Pablo como los esenios compartían.
Bajo esta visión, el fin del mundo está muy próximo, y es mejor
prepararse. Para evitar caer en conductas pecaminosas (y vale admitir que, en
el contexto de la Epístola a los corintios, aquella en la cual
Pablo muestra su desdén por el sexo, la comunidad cristiana corintia tenía una
vida sexual bastante desordenada) y así evadir el castigo eterno, conviene
alejarse del sexo. La actividad sexual y la reproducción ya no tendrá sentido,
pues lo mundano pronto llegará a su fin con la irrupción de Dios para vencer al
pecado.
Así pues, el “aguijón en la carne” al cual hace referencia Pablo pudo o
no haber sido la homosexualidad. Yo me inclino a pensar que se refiere más bien
a pecados de toda índole, frente a los cuales Pablo siente gran preocupación
porque el fin del mundo es inminente. O, incluso, sin necesidad de complicar más
las cosas con malabares interpretativos, ese aguijón en la carne, lo mismo que
la enfermedad a la cual hace referencia, pudo haber sido una dolencia de la
vista, pues señala que, para resolver su enfermedad, los gálatas se “habrían
sacado los ojos” para dárselos a él (Gálatas
4: 15), y luego dice que escribe letras grandes (Gálatas 6: 11); la presunción, de nuevo, es que tuvo algún problema
en la vista, y por eso necesitaba escribir letras grandes.