El triunfo de la extrema derecha en las recientes elecciones de Europa
preocupa a muchos. A mí también. El fantasma del nazismo y el fascismo recorre
el viejo continente, y es necesario hacer algo para detener su avance.
Pero, esa extrema derecha es muy extraña. La rancia extrema derecha,
la de Jean Marie Le Pen, tenía posiciones muy nítidas: extremo nacionalismo,
revisionismo histórico respecto a la ocupación nazi, vínculos con el
tradicionalismo católico, homofobia, desconfianza respecto a Rusia, etc. En cambio,
la nueva extrema derecha tiene posturas sorprendentes. Marine Le Pen defiende a
ultranza el republicanismo y la laicidad (un valor que tradicionalmente era más
bien de la izquierda). Se opone al libre mercado, y promete medidas
proteccionistas. Quiere acercarse a Rusia. No ve con buenos ojos aventuras
militares francesas en el Medio Oriente.
Geert Wilders defiende el derecho a blasfemar (de nuevo, una postura
típica de la izquierda anticlerical) y quiere ampliar la libertad de expresión.
Los homosexuales, lesbianas y transgéneros ¡apoyan a Wilders! (¿cuándo la
extrema derecha dejó de ser homofóbica?).
¿Cómo explicar estas extrañas posturas, y el ascenso meteórico de la
extrema derecha en Francia, Holanda, y posiblemente otros países? Muy sencillo:
tanto la izquierda como la derecha tradicional se han olvidado de las cosas más
fundamentales de la democracia. En su obsesión multicultural, tanto la
izquierda como la derecha tradicional abandonaron los principios de laicidad y
tolerancia. En su desesperación por no ofender al Islam y por criticar
severamente todo el legado occidental, prefirieron simpatizar más con los
homofóbicos musulmanes que con los homosexuales de cualquier religión.
Gente como Wilders y Le Pen saben que en Europa, los valores democráticos
están amenazados por el avance del fundamentalismo islámico que quiere imponer
la shariah. Buena parte de la
izquierda europea, imbuida de relativismo cultural, se empeña en decir que no
hay culturas mejores que otras. Y, así, no se atreve a reprochar a un hombre
musulmán por imponer a su mujer llevar el velo. Cuando se aplica un castigo
bárbaro a un homosexual en un barrio de mayoría musulmana en alguna ciudad
europea, el izquierdista (pero, lamentablemente también el derechista) prefiere
mirar a otro lado, invocando la estupidez de “el diálogo de las civilizaciones”
(como si el rehusarse a admitir que existe un choque de civilizaciones, hará
desaparecer el problema).
El laicismo ha sido traicionado en Europa por los partidos
tradicionales. Avanza cada vez más la idea de que, no debe haber una sola ley,
sino que cada grupo poblacional, en función de sus propias costumbres, debe
tener sus propias leyes, sin importar cuán retrógradas y barbáricas sean. Por
algún tiempo, frente a esta idea progre, los votantes europeos le dieron una
oportunidad para someterla a prueba. Pero, ha fracasado. Y, frente al abandono
de los valores laicos por parte de los partidos tradicionales, ha surgido la
extrema derecha para defenderlos nuevamente.
El peligro, por supuesto, está en que esta extrema derecha no sólo se
plantea el rescate del laicismo. En realidad pretende mucho más. Tanto Le Pen
como Wilders se oponen al avance del fundamentalismo islámico en Europa, no
propiamente porque sea una ideología destructiva, sino porque es “ajena” a las
tradiciones europeas. En otras palabras: su oposición a la imposición de la shariah obedece a motivos puramente
nacionalistas, y no propiamente a motivos de acción política racional. Si,
Europa se llenare de budistas pacíficos, la extrema derecha también estaría
preocupada, porque si bien estos budistas no hacen daño a nadie, sus
tradiciones, por muy inofensivas que sean, sí perjudicarían el “carácter
nacional” de los países europeos.
Este nacionalismo fácilmente conduce a la xenofobia. Si bien Le Pen y
Gilders tratan de disimularlo en su retórica, su odio no es propiamente contra
el fanatismo de los fundamentalistas islámicos, sino contra el mero hecho de
que esa tradición es ajena a Europa. Ellos se oponen, no sólo a la imposición de
la shariah en los barrios musulmanes
(una postura perfectamente racional), sino también, a la construcción de
minaretes (una postura totalmente irracional), bajo la excusa de que estos
minaretes “estropean” el paisaje tradicional europeo. Peor aún, Wilders ha
propuesto detener preventivamente a algunos musulmanes sospechosos, a fin de
resguardar la seguridad nacional holandesa.
La extrema derecha europea está aprovechando el descuido de los
partidos tradicionales frente al avance del integrismo musulmán, y han
enarbolado la bandera del laicismo. Pero, por supuesto, es un caballo de Troya,
pues junto a ese laicismo, pretende introducir una ideología xenofóbica y
fascista. Pero, urge comprender que, parte de la culpa del ascenso inesperado
de esta extrema derecha la tienen los mismos partidos tradicionales de derecha
e izquierda, por haber abandonado el resguardo de los principios más
elementales de la democracia.