Con
su hábil retórica, Hugo Chávez supo sembrar en sus masas de seguidores una
paranoia respecto a supuestas conspiraciones de poderes domésticos e
internacionales. Para ello, se valió de muchas etiquetas fin de identificar al
enemigo: capitalismo, fascismo, imperialismo. Y, eventualmente, añadió a su
lista de ‘ismos’ satánicos el sionismo. Desde entonces, las relaciones de
Venezuela con Israel han estado en su punto más bajo, y si bien Chávez no
propició directamente una campaña mediática antisemita (como sí lo hizo, por
ejemplo, Nasser), sí abrió paso para que personajes brutalmente antisemitas,
como Mario Silva, prosperaran en los medios de comunicación.
Hoy,
en la imaginación chavista, el sionismo es un crimen capital. Es muy común
escuchar entre chavistas el tópico que advierte sobre los peligros del ‘sionismo
internacional’, como si el ser sionista fuese una grave ofensa.
Desafortunadamente, los chavistas no fueron los primeros en propiciar este
desprecio hacia el sionismo. La misma ONU, en 1975, emitió una resolución que asimilaba
al sionismo con el racismo; esta resolución fue luego derogada en 1991.
Ante
semejantes distorsiones, conviene aclarar qué es el sionismo. El sionismo es,
sencillamente, la creencia de que los judíos tienen derecho a un Estado, el
Estado de Israel. La fiebre nacionalista europea del siglo XIX (y, luego, la
fiebre poscolonial del siglo XX) hizo prosperar la idea de que cada nación debe
tener un Estado. Eso propició el desmembramiento de muchos imperios (el
otomano, el austro-húngaro, el francés, el británico) y el auge de nuevos
Estados-nación. Los judíos, dispersos por el mundo, también aspiraban a un
Estado.
Si
bien la selección del nombre para el movimiento nacionalista fue desafortunada
(Sion es la colina que está en Jerusalén, y tiene una gran significación
religiosa), el sionismo fue desde sus inicios un movimiento secular. Theodore
Herzl, el fundador del sionismo, lanzó su movimiento nacionalista, no por
motivos teocráticos, sino como una medida para proteger a los judíos frente a
su posición vulnerable en muchos de los países de Europa. Herzl había quedado
escandalizado frente al trato recibido por el oficial francés judío Dreyfuss a
inicios del siglo XX, y estimó que la creación de un Estado judío, permitiría a
los judíos un refugio frente a las persecuciones.
En
vista de que los judíos no eran mayoría en ningún territorio, se plantearon
nuevas tierras para establecer el nuevo Estado. Se propusieron Argentina,
Uganda y Madagascar, territorios que, visto en retrospectiva, seguramente no
habrían ocasionado conflictos. Pero, lamentablemente, los sionistas seculares
no lograron evitar la influencia de algunos grupos religiosos que insistían en
el regreso a Palestina, y así, el proyecto de formar un Estado judío en
territorios virtualmente vacíos, no prosperó.
Por
supuesto, ya había en Palestina una población árabe. ¿Qué hacer con esa
población? Un considerable sector sionista optó por ignorar la existencia de
los habitantes árabes. Surgió una muy lamentable consigna entre los sionistas:
Palestina sería una “tierra sin gente para una gente sin tierra”. A pesar de esta
ideología, grandes oleadas de judíos inmigrantes empezaron a llegar a
Palestina, pero no en plan de
invasión violenta. Los judíos que llegaban a Palestina lo hacían del mismo modo
en que hoy llegan marroquíes a España o mexicanos EE.UU.: los inmigrantes judíos no tenían el
poder político para expulsar a los árabes. Eventualmente, la población árabe local
se opuso a la inmigración (como también ocurre en España y EE.UU.), y se fueron
generando conflictos entre la población árabe y judía.
Cuando
Gran Bretaña se retiró de Palestina, y la ONU decidió la partición del
territorio en dos Estados (cada uno asignado en función de cuál población
mayoritaria ahí residía), en Israel surgió la cuestión de qué hacer con los
árabes que quedaron bajo la jurisdicción israelí. Si bien la lamentable
consigna “una tierra sin gente para una gente sin tierra” implicaba que los
árabes no serían aceptados en el nuevo Estado, las autoridades israelíes
demostraron disposición a aceptar a los árabes como ciudadanos de pleno
derecho.
No
obstante, los países árabes no aceptaron la partición de Palestina y la
creación del Estado de Israel, e inmediatamente atacaron a la naciente nación. En
esa guerra, la de 1948, hubo enormes oleadas de árabes que salieron de Israel,
un evento trágico que los árabes llaman nakba.
No está claro cómo ocurrió esto. En medio de las hostilidades, algunas
guarniciones militares israelíes expulsaron a los árabes por vía forzosa. Pero,
ha quedado establecido (aunque sigue siendo motivo de debate) que los gobiernos
árabes también indujeron a los residentes árabes a escapar, a fin de abrir paso
a los ejércitos árabes invasores; en esos casos, el gobierno israelí pidió a
los ciudadanos árabes que no emigraran y se quedaran para construir una nación
donde sí tendrían cabida como plenos ciudadanos, pero éstos, en apoyo a los invasores,
optaron por emigrar, con la esperanza de que el Estado de Israel desaparecería
al terminar la guerra.
En
esa guerra, por supuesto, los ejércitos árabes fueron derrotados, y el Estado
de Israel sobrevivió. Los árabes que emigraron no fueron aceptados de vuelta
por Israel, y sus propiedades fueron confiscadas. Estos árabes se convirtieron
en los refugiados palestinos, y son uno de los asuntos más sensibles en el
conflicto árabe-israelí. Es fácil acusar a Israel de ser un Estado racista: acepta
con brazos abiertos la inmigración de judíos procedentes de Rusia y Etiopía,
pero niega el derecho a regresar a los refugiados palestinos que viven en
condiciones deplorables en Jordania, Líbano, Siria y los territorios ocupados
por Israel.
No
dudo de que, en Israel, haya gente religiosa y nacionalista deplorable que
considere que, en tanto se trata de un Estado judío, sólo son bienvenidos los
judíos. Pero, observo que éstos son minoría, y que, en general, el Estado
israelí ha sido eficiente en mantenerlos a la raya. El motivo por el cual Israel
niega el regreso de los refugiados no es ni religioso ni étnico. Es,
sencillamente, una medida de seguridad. Desde un inicio, esos refugiados manifestaron
una terrible hostilidad al Estado de Israel, y su migración no fue tanto
consecuencia del miedo, sino en apoyo a los ejércitos árabes que querían
aniquilar a Israel. Si Israel acepta de vuelta a los refugiados, enfrentará una
grave crisis, pues aceptará en su seno a una población que buscará la
aniquilación del propio Estado israelí, y la anexión de Israel, bien al Estado
palestino, bien a los países árabes vecinos.
Podemos
someter a discusión si Israel está o no en su derecho de rehusar aceptar a los
refugiados (yo personalmente opino que, en aras a la paz, Israel sí debe
empezar a recibir a los refugiados), pero no debemos considerar a Israel un
Estado racista. Los árabes que sí se quedaron (y que hoy representan cerca de
un 15% en Israel) son ciudadanos de pleno derecho (aunque, vale admitir, no
ocupan una posición de facto privilegiada),
y gozan de más libertades que la vasta mayoría de los ciudadanos en cualquier
país árabe.
En
el seno de la sociedad israelí hay fanáticos religiosos que no sólo quieren
expulsar a los árabes de su Estado, sino que quieren expandir sus fronteras
para conformar el bíblico ‘Gran Israel’, a fin de reactualizar el reinado de
Salomón, cuya extensión incluiría a los actuales territorios ocupados (Gaza y
Cisjordania). Pero, de nuevo, es sensato admitir que estos fanáticos son
minoría, y que el gobierno israelí ha sido bastante eficiente en mantenerlos a
la raya (algo que, por ejemplo, por muchos años, Yasser Arafat y la OLP no hizo
respecto a los fanáticos religiosos de Hamas). De nuevo, podemos discutir si
Israel debe o no retirarse de los territorios ocupados y permitir un Estado
palestino (yo personalmente opino que sí debe), pero no debemos considerar que
los motivos israelíes para continuar la ocupación son racistas: se trata
sencillamente de una medida de seguridad. Por muchos años, quienes solicitaban
la creación de un Estado palestino no reconocían el derecho de Israel a existir
(y, hasta el día de hoy, Hamas sigue sin hacerlo), e Israel legítimamente veía
con preocupación que la desocupación de los territorios y la creación de un Estado
palestino abriría paso a una ofensiva militar que buscaría la aniquilación de
Israel.
Así
pues, ser sionista no es ningún crimen. Es, sencillamente postular que Israel
tiene derecho a existir como Estado. El ser sionista no implica buscar la expansión territorial de Israel, ni la
opresión de los árabes. Implica, sólo, defender la existencia de un Estado,
como cualquier venezolano defendería la existencia de Venezuela. Me queda la siguiente
duda: los chavistas que consideran un crimen el ser sionista, ¿saben qué es ser
sionista? Presumo que muchos pecan de ignorancia, y no saben qué significa ser sionista. Pero también me parece que, de
forma más perturbadora, sí hay chavistas (los más dados a la intelectualidad) que
sí conocen bien qué significa ser sionista, pero con todo, se oponen al
sionismo. Estos chavistas comprenden que ser sionista es sólo reconocer el
derecho a la existencia de Israel, pero precisamente, niegan ese derecho. Cuidado
con ellos.