sábado, 1 de diciembre de 2012

Guerra preventiva vs. guerra preemptiva



            La lengua inglesa hace una distinción que, desafortunadamente, no existe en la lengua castellana. En inglés, preventive war se refiere al ataque militar frente un adversario que, hipotéticamente, en un futuro podría volverse hostil, pero que no necesariamente ha iniciado los pasos para lanzar un ataque. En cambio, preemptive war, es un ataque militar frente a un adversario que ha dado todas las muestras de prepararse para una agresión inminente. Los hispanoparlantes suelen aglutinar bajo ‘guerra preventiva’ estos dos conceptos, sin advertir que existe una importantísima diferencia entre ellos. Por conveniencia, usaré el neologismo ‘guerra preemptiva’ para referirme a aquello que los anglófonos llaman ‘preemptive war’.
            Es común atribuir a George W. Bush el abuso de la doctrina de la doctrina de la ‘guerra preventiva’. Bajo el razonamiento de Bush, aun si Irak no había tomado los pasos para lanzar un ataque nuclear en contra de EE.UU., el hecho de que poseyera armas de destrucción masiva constituía una amenaza a la seguridad norteamericana, y como cautela preventiva, era necesario acabar con el régimen de Saddam Hussein. O, igualmente, aun si un individuo no ha participado en una conspiración terrorista, pero tiene el perfil para hacerlo en un futuro, la llamada ‘Ley patriota’ permite apresar a este hipotético individuo, como medida preventiva.
            Justamente, esta doctrina ha sido reprochada. Ya desde la ciencia ficción, había la preocupación de que en el futuro pudiesen surgir regímenes policiales que apresaran a individuos antes de cometer crímenes. El informe de la minoría, de Phillip K. Dick (y la versión cinematográfica de Steven Spielberg) hace esta alerta. Pero, incluso, ya desde el siglo XVI, el gran filósofo de la guerra y jurista Francisco de Vitoria, reprochaba como profundamente inmoral el atacar a un país como medida preventiva para castigar una agresión que aún no se ha materializado.
            Pero, no debemos apresurarnos a la hora de reprochar a quien ataque primero como medida preventiva. Si, como presumía Bush, se estipula un ataque preventivo para neutralizar a quien, en un hipotético futuro, podría ser hostil, entonces no hay justificación. Pero, si hay evidencia de que un enemigo planifica un ataque inminente, entonces sí hay justificación para atacar, y así destruir la capacidad que el enemigo tiene para hacer daño.
He ahí la diferencia entre la guerra preventiva y la guerra preemptiva. No hay justificación moral para atacar a un niño hijo de un delincuente, bajo la suposición de que ese niño en un futuro también será delincuente; pero sí hay la justificación moral para atacar a un delincuente que, con una máscara y una pistola en mano, entra en un banco.
            Los juristas penalistas distinguen tres grados de delito: tentativa, frustración y plena materialización. Si bien no hay una distinción clara entre la tentativa y la frustración en muchísimos casos, básicamente ambos grados consisten en que el delincuente, si bien no materializó el hecho punible, tomó todos los pasos para hacerlo. Y, en las leyes penales de casi todos los países del mundo, se concede poder a las autoridades para intervenir y frustrar hechos punibles antes de que sean materializados.
            Hugo Chávez, por ejemplo, ha sido un feroz crítico de la política internacional de Bush. Pero, el mismo Chávez en una ocasión puso en práctica una medida de ataque preventivo. Supuestamente, en 2004 un comando de paramilitares colombianos estaba congregado en una finca cerca de Caracas, planificando un golpe de Estado. Chávez los apresó antes de que ellos materializaran el golpe de Estado. Esta historia ha resultado muy escabrosa (yo dudo de su veracidad), pero aun en el caso de que hubiera sido verdadera, habría sido un claro ejemplo de acción no defensiva. Como he sostenido, los ataques no defensivos pueden ser ‘preventivos’ o ‘preemptivos’. La labor consiste en distinguir nítidamente entre unos y otros, pues los primeros no tienen justificación moral, pero los segundos sí.
           Tradicionalmente, los exponentes de la doctrina de la guerra justa (como Vitoria), asumían que un primer requisito para la moralidad de una guerra es la ‘justa causa’, y eso implica que toda guerra debe ser defensiva y que, por ende, el ataque preemptivo nunca podrá tener aval moral. No obstante, un filósofo contemporáneo muy comprometido con la doctrina de la guerra justa, Michael Walzer, agrega un matiz, y sostiene que frente a un ataque inminente, un Estado tiene plena justificación para tomar la iniciativa e inmovilizar al enemigo antes de que la amenaza se materialice. Por supuesto, para sostenerla moralidad de esta acción, tiene que haber suficientes señales que permitan pensar que el ataque es inminente. Si el enemigo demuestra intención de hacer daño, se ha preparado activamente para concretar el ataque, y la inacción podría resultar en mayores muertes de las que se generarían con un ataque preemptivo, entonces bien podemos justificar moralmente el ataque.
            Todo esto, por supuesto, son abstracciones teóricas, y pocos nos ayuda a decidir si este o aquel ataque ha sido preemptivo. Es menester admitir que muchos de los ataques que históricamente se han tratado de justificar como preemtpivos, en realidad no han sido más que vulgares guerras de agresión sin posibilidad de ser justificados. Pero, el hecho de que históricamente la doctrina del ataque preemptivo se ha empleado con mucho cinismo, no implica que no haya casos en los que, nítidamente, se busque neutralizar al enemigo frente a una amenaza inminente.
            Probablemente el caso más emblemático de ataque preemptivo justo en épocas recientes es la llamada ‘guerra de los seis días’ en 1967. Nasser, el carismático y populista líder egipcio, empezó a agitar a su pueblo, para levantar la moral frente a un eventual ataque contra Israel. Además, Nasser impuso un bloqueo naval a Israel en el estrecho de Tirán, y removió las fuerzas de seguridad de las Naciones Unidas de la Península del Sinaí, y junto a Siria, movilizó sus fuerzas militares hacia la frontera con Israel. Y, la inteligencia israelí obtuvo evidencia confiable de que Egipto, Siria y Jordania se preparaban para un ataque inminente. En el medio de toda esta preparación, Israel tomó la delantera y atacó con fuertes bombardeos que destruyeron buena parte del arsenal militar egipcio, y procedió a invadir la península del Sinaí, la franja de Gaza, Cisjordania y las colinas del Golán. Las fuerzas egipcias, jordanas y sirias quedaron indefensas ante este ataque sorpresivo, y obviamente, abortaron su plan de atacar Israel.
            A pesar de que eventualmente Israel devolvió la península del Sinaí, hasta el día de hoy sigue manteniendo su ocupación sobre los otros territorios conquistados en la guerra de 1967. Soy partidario, como la mayoría de quienes desean la paz en el Medio Oriente, de que Israel debe desocupar esos territorios, reconocer al Estado palestino, y restablecer sus límites fronterizos al estatuto que existía antes de 1967. Pero, no estoy tan dispuesto a condenar el ataque preemptivo de 1967: Israel lo hizo ante una amenaza inminente.
Habría que ponderar, por supuesto, si los quince mil muertos que dejó aquella guerra, en realidad fueron menos de los que pudieron haber muerto con la hipotética invasión árabe de Israel. Pero, la invasión árabe buscaba la aniquilación del Estado de Israel, y en ese sentido, Israel estaba en pleno derecho a defenderse frente a la amenaza externa. También habría que someter a evaluación si el ataque árabe era realmente inminente, pues hoy algunos analistas colocan en duda esa hipótesis. Pero, como guía de principio jurídico y moral, no debemos cerrarnos frente a la posibilidad de la licitud de un ataque preemptivo, y es necesario evaluar la experiencia caso por caso.

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