Os tengo una mala noticia: todos vais a morir. Quizás sea
mañana, quizás sea en cien años, pero de eso nadie se escapará: desde el
príncipe hasta al mendigo, todos estiraremos la pata. ¿Os sentís deprimido por
ello? Es perfectamente comprensible que la inevitabilidad de la muerte nos
genere incomodidad. Y, también es perfectamente comprensible que, ante la
muerte de un ser querido, nos sintamos deprimidos por un tiempo. Pero, no sirve
de mucho autoengañarnos y creer que después de nuestro último respiro, seguiremos
existiendo. La inmortalidad es una de las aspiraciones más antiguas de la
humanidad (de hecho, la primera pieza de la literatura escrita, el Poema de Gilgamesh, trata sobre este
tema: el héroe epónimo busca la inmortalidad, pero no la consigue). Pero,
también es una de las creencias más ilusorias de los seres humanos. Hasta
ahora, nadie ha regresado de la muerte como para contarnos si hay un más allá.
Alguna gente
perversa ha apreciado el inmenso deseo que muchos de nosotros tenemos en ser
inmortales, y a partir de ello, ha ofrecido sus “servicios” para llevarnos a la
inmortalidad, o al menos, comunicarnos con nuestros seres queridos que ya han
fallecido. Esta gente perversa ha fundado religiones, sesiones espiritistas y
demás fraudes, y como consecuencia, han abusado del sufrimiento y la inocencia
de muchas personas, para enriquecer sus bolsillos. Cuidaos de ellos.
La creencia en la
inmortalidad tiene muchas variantes. Casi todos los pueblos del mundo han
concebido la existencia de un doble hecho de materia etérea que acompaña a
nuestro cuerpo en vida. Según las tradiciones populares, al morir, ese doble se
separa de nuestro cuerpo, y se retira a otra morada (el cielo, el infierno,
otro planeta, etc.), o se queda deambulando por los lugares en los cuales vivió
la persona original. Este doble es, en otras palabras, un fantasma. El hombre
primitivo creyó ver este doble en los reflejos de los ríos, en los sueños, o en
el humo blanco que sale del aliento en los climas fríos (de ahí que los
fantasmas son muchas veces imaginados como sustancias gaseosas blancas, como
Gasparín).
Pero, francamente,
no hay motivos racionales para creer que esos dobles existen. Nunca se ha visto
a esos supuestos dobles abandonar a los cuerpos en el momento de la muerte. Las
historias sobre apariciones fantasmales no pasan de ser anecdóticas, y ninguna
persona que ha alegado encontrarse con un fantasma ha proveído evidencia
convincente de su experiencia, más allá de su testimonio. Además, es muy
curioso que los fantasmas nunca aparezcan desnudos. ¿Acaso las ropas también
tienen dobles fantasmales hechos de materia etérea?
Algunos filósofos
más refinados han postulado que lo que sobrevive a la muerte no es propiamente
un doble fantasmal, sino el alma. A diferencia del doble, el alma es una
sustancia inmaterial que alberga los recuerdos, pensamientos, emociones,
deseos, etc., en fin, todos los contenidos mentales de las personas. Así, según
estos filósofos, en el momento de la muerte el cuerpo se descompone, pero el
alma sigue existiendo, y eso permite la inmortalidad.
Por muchos siglos,
la mayor parte de los filósofos aceptó esta teoría. Pero, hoy sabemos que
enfrenta demasiados problemas. ¿Cómo puede existir la actividad mental sin el
cerebro? Hoy la neurociencia ha avanzado lo suficiente como para saber que, por
cada evento mental, hay una correspondencia con un evento cerebral (es decir,
la activación específica de neuronas). Sabemos que el Alzheimer, o cualquier
lesión al cerebro perjudican los contenidos mentales. Además, sin un cuerpo que
permita exteriorizar los contenidos mentales, ¿cómo podemos comunicarnos con
otras personas en un estado incorpóreo? Aunado a eso, si el alma es inmaterial,
¿cómo puede interactuar con el cuerpo, si precisamente éste es una sustancia
material? Y, peor aún, si el alma es inmaterial (y, por ende, no tiene
ubicación espacial), ¿cómo podemos distinguir a un alma de otra?
Las religiones
orientales asumen que el alma viaja de un cuerpo a otro, en un ciclo de
reencarnaciones. Pero, una vez más, esta doctrina enfrenta muchos problemas. Si
no recordamos las vidas pasadas, ¿cómo podemos seguir siendo la misma persona
que supuestamente fuimos? Y, además, es evidente que la población mundial ha
crecido exponencialmente; pero, entonces, ¿de dónde salieron las almas para
rellenar los nuevos cuerpos? Algunos investigadores norteamericanos han
recopilado casos en los que niños de la India y otros países supuestamente
recuerdan con vívidos detalles sus vidas pasadas, y estos detalles
supuestamente han sido confirmados. Pero, existen buenas razones para pensar
que estos testimonios son fraudulentos, o en todo caso, que las investigaciones
no han sido lo suficientemente rigurosas.
Frente a tantas
dificultades, algunos creyentes en la inmortalidad encuentran refugio en la
religión judía, cristiana o musulmana: según estiman, la inmortalidad no es
alcanzada mediante la sobrevivencia de un doble o del alma, sino a través de la
resurrección. El día del Juicio Final, Dios hará resurgir todos los cuerpos que
algún día vivieron. Pero, esta doctrina también enfrenta problemas gravísimos.
No es del todo claro que la persona post
mortem sea la misma que la persona ante
mortem: si destrozo una caja de cartón, sus piezas se disgregan, y luego la
reconstituyo, difícilmente la nueva caja será la misma que la caja que destruí. Además, es dudoso que Dios pueda
reconstituir todos los cuerpos a la vez, pues sabemos que la materia se
recicla: los átomos que conformaron a una persona hace doscientos años pueden
ser los mismos que conformen a otras personas hoy en día.
En la época
victoriana, hubo un furor por hacer contacto con los muertos. Aparecieron así
grandes cantidades de médiums en sesiones espiritistas que alegaban traer
mensajes del más allá, y manifestaban toda suerte de fenómenos extraños.
Gracias a la ardua labor de escépticos como Harry Houdini, hoy sabemos que esos
fenómenos eran meros trucos de magia.
En fechas
recientes, algunas personas han vivido ‘experiencias cercanas a la muerte’:
cuando sus signos vitales fallan, alegan transitar por un túnel con una luz al
final, vivir sentimientos de paz, y encontrarse con seres queridos ya
fallecidos. Pero, las investigaciones sobre estos fenómenos sugieren que, en
realidad, ninguna de estas personas ha alcanzado la muerte cerebral, y que esas
experiencias en realidad proceden de alucinaciones como consecuencia de la
anoxia (falta de oxígeno). Incluso, los neurocientíficos han logrado inducir
experiencias como éstas, sin necesidad de someter a los sujetos a condiciones
cercanas a la muerte.