lunes, 15 de agosto de 2011

Una incoherencia de David Hume




David Hume es uno de mis filósofos preferidos. Es emblemático del tipo de filosofía que yo valoro, y es uno de los máximos representantes de la Ilustración, el movimiento intelectual que, según estimo, estamos en urgente necesidad de rescatar. Además de ser un monumento a la racionalidad y el progreso, Hume era un hombre sumamente afable. No en vano, en varios de los concursos en los cuales he participado, he usado el pseudónimo ‘Deivid Jium’, como claro homenaje a este gigante del siglo XVIII.

Pero, en fechas recientes, he estado preparándome para posiblemente escribir un libro sobre el problema del libre albedrío, y he encontrado en Hume una incoherencia sobre la cual deseo advertir. Hume es uno de los más emblemáticos representantes de la postura compatibilista respecto al libre albedrío. Según esta postura, el libre albedrío es compatible con el determinismo. Así, en opinión de los compatibilistas, seguramente, desde los inicios del universo, yo estaba determinado a escribir estas líneas, y al menos con estas leyes de la física, no hay un escenario alterno en el que yo pude haber hecho otra cosa. Con todo, la ausencia de un escenario alterno no me despoja de libertad. Aun si yo estaba determinado a escribir estas líneas, yo soy libre de hacerlo. Pues, opinan Hume y los compatibilistas, debemos entender ‘libertad’, no como la capacidad de poder haber hecho otra cosa, sino como la ausencia de un agente coercitivo que me impida hacer lo que yo quiero hacer. Puesto que el escribir estas líneas procede de mi propio deseo, puedo considerar que esa acción es libre, aun si está ya determinada.

Incluso, argumenta Hume, el mismo hecho de que la acción esté determinada es lo que permite que sea libre. Si la acción de escribir estas líneas no está determinada, entonces procede del azar. Pero, el azar no nos ofrece libertad; si el hecho de escribir estas líneas es meramente azaroso, no puedo considerar esta acción propiamente libre, sino esclava del mismo azar. Así, para poder considerar verdaderamente una acción libre, ésta debe proceder del deseo de quien la ejecuta, y ese deseo debe estar determinado.

Esta argumentación ha resultado muy persuasiva, y es un elegante intento por reafirmar la existencia del libre albedrío frente al determinismo que, según parece, rige el funcionamiento causal del mundo. Pero, sorprende un poco que el mismo Hume sea uno de los máximos exponentes del compatibilismo. Los compatibilistas opinan que el mundo está determinado, pero a la vez somos libres. Con todo, en otros rincones de su obra, Hume da la impresión de querer argumentar que el mundo no está determinado.

Hume es célebre, ante todo, por negar la causalidad. A partir de las limitaciones del conocimiento inductivo, Hume advierte que nunca podemos asegurar que estamos en presencia de una relación de causalidad. Tenemos el hábito de apreciar que, cada vez que sucede un evento, le sucede otro. Pero, advierte Hume, nunca podremos estar seguros de que esto siempre será así. Siempre existe la posibilidad de que estemos frente a un evento desconocido que altere las relaciones que nosotros creemos que son causales.

Ahora bien, si Hume niega la causalidad, entonces está negando el determinismo; a saber, la doctrina que postula que todos los eventos tienen una causa. Su negación de la causalidad no se inclina propiamente hacia el indeterminismo (la doctrina según la cual algunos fenómenos son espontáneos y no tienen causas), sino hacia la postura que postula que no estamos en posición de saber si el mundo está determinado o no.

Esto invita a una reflexión interesante: ¿cómo sabemos si el determinismo es verdadero? Quienes defienden el determinismo postulan que la experiencia diaria nos invita a suponer que el mundo sí está determinado. Observamos una regularidad en el mundo: cada vez que repetimos un experimento bajo más o menos las mismas condiciones, obtenemos los mismos resultados. Pero, Hume agudamente advierte que, el hecho de que el sol haya salido todas las mañanas durante millones de años no nos garantiza que el sol saldrá nuevamente mañana. Pues bien, quizás lo mismo ocurra con los fenómenos que observamos y tienen apariencia de regularidad: el hecho de que siempre haya la misma secuencia de eventos no implica que esta secuencia continuará.

En ocasiones, los científicos se han encontrados con anomalías y eventos inesperados. Los deterministas suponen que esto ocurre sencillamente porque ha intervenido alguna variable hasta ahora desconocida que altera la expectativa inicial. Pero, si esto es así, entonces el determinismo se convierte en una postura irrefutable. Pues, cada vez que se señale algún ejemplo de algún fenómeno que coloque en entredicho la regularidad causal a la que estamos acostumbrados, el determinista alegará que eso es debido, no propiamente al indeterminismo del mundo, sino a nuestra ignorancia de las leyes del universo.

Así pues, en algún rincón de su obra, Hume ofrece una ardua defensa de la compatibilidad entre el libre albedrío y el determinismo. Pero, en muchos otros rincones de su obra, Hume ofrece buenas razones, no para defender el indeterminismo propiamente, sino para alegar que, sencillamente nunca podremos estar seguros de que el universo está determinado, pues para eso, sería necesario un conocimiento exhaustivo que no tenemos.

Esta dualidad de Hume es a todas luces incoherente: por una parte acepta el determinismo, pero por otra parte lo niega. Pero, es una incoherencia productiva. Pues, invita a pensar que el determinismo es una postura metafísica que nunca podrá demostrarse. Con todo, el mismo Hume advertía que existen motivos pragmáticos para asumir que la causalidad sí existe (nos volveríamos locos si prescindimos de la expectativa de la causalidad). Y, en este sentido, los científicos pueden seguir el ejemplo de Hume: asumir que el mundo está determinado (e incluso, que ello no elimina el libre albedrío), pero a la vez, admitir que esto es una asunción metafísica que no puede ser comprobada.

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