No puedo dejar de simpatizar con los jóvenes españoles que se oponen a la visita del Papa a Madrid. Ciertamente, Benedicto XVI merece los honores de una visita de Estado. Pero, la presencia del Papa a España es mucho más que una visita de Estado. Hay una justificación para que el Estado español gaste recursos en una visita oficial, pero no hay justificación para que, con los impuestos de los españoles, se promueva una visita abiertamente promotora del catolicismo.
Quizás una visita como ésta atraiga muchos peregrinos, y eso contribuya a la industria del turismo. Pero, la lucha de los españoles no es propiamente el gasto público, sino un asunto de mayor peso ideológico: la defensa del Estado laico. Desde los días de la revolución norteamericana en el siglo XVIII, los forjadores de las democracias modernas han comprendido que una democracia no puede funcionar óptimamente si el Estado no está separado de las instituciones religiosas. Así pues, los españoles que se oponen a la visita del Papa buscan la defensa de la democracia.
Los venezolanos deberíamos emular a los jóvenes españoles y protestar por la violación a la laicidad del Estado en nuestro país. Supuestamente, somos un Estado laico; al menos así está estipulado en nuestras leyes. Pero, la realidad de hecho es muy distinta.
Ciertamente, las religiones tradicionales en Venezuela no logran ejercer una gran influencia política, y el Estado, en apariencia, no promueve ninguna religión. Probablemente debamos esto a Antonio Guzmán Blanco, un valiente (aunque, autoritario) estadista que en el siglo XIX se atrevió a imponer una barrera entre el Estado y la Iglesia Católica. El legado de Antonio Guzmán Blanco persiste: hoy, ni católicos, ni protestantes, ni judíos ni musulmanes ni santeros ni marialionceros logran favorecer sus respectivas religiones mediante el ejercicio de la política.
Pero, hay en Venezuela una nueva religión que quizás no aparezca en los manuales o atlas mundiales de estudios de la religión, pero que urge reconocer: la religión bolivariana. Es asunto debatido cuál es la definición exacta de ‘religión’, pero me parece que la relación que muchos venezolanos tienen con Bolívar merece el calificativo de ‘religiosa’. Bolívar se ha convertido en la figura sobrehumana protegida por un velo frente al cuestionamiento.
Ya tres eminentes historiadores venezolanos, Elías Pinto, Germán Carrera y el difunto Manuel Caballero, han advertido respecto a cuán extendido está el culto a Bolívar en nuestro país. Y, este culto, a diferencia del culto a María Lionza o la devoción a la Virgen de Coromoto, sí cuenta con el aval estatal. El Estado venezolano es el principal promotor de la veneración icónica en plazas y avenidas. Pero, no sólo eso: también es el principal promotor de la distorsión historiográfica al impulsar una figura mitologizada del Libertador.
El endiosamiento de Bolívar procede del mismo Guzmán Blanco, y no es reciente en la historia de Venezuela. Es irónico que Guzmán Blanco fue el encargado de separar a la religión católica del Estado, pero a la vez fue el pionero del culto estatal a Bolívar. No obstante, el gobierno de Hugo Chávez ha llevado el culto a Bolívar a su paroxismo, pues se ha atrevido a hacer algo que los anteriores gobernantes nunca habían hecho: convirtió a Venezuela en un Estado confesional.
Venezuela es oficialmente la ‘República Bolivariana de Venezuela’. Del mismo modo que el nombre ‘República Islámica de Irán’ implica que la religión oficial de ese país es el Islam, el nombre de nuestro país implica que la ideología política oficial de Venezuela es el bolivarianismo. Y, así como es un abuso para las minorías religiosas en Irán, el hecho de que el Estado no sea laico, sino confesional, también es un abuso para las minorías políticas en Venezuela, que el Estado sea oficialmente bolivariano. Del mismo modo en que un judío o un cristiano no tiene plena representación en el Estado confesional iraní, un no bolivariano no tiene plena representación en el Estado confesional venezolano.
La laicidad del Estado no implica exclusivamente que el Estado no tenga una religión oficial. También implica que el Estado no tenga una ideología política oficial. Por ello, que nuestro país se llame ‘República Bolivariana de Venezuela’ es una seria ofensa a la laicidad del Estado que tanto han defendido los forjadores de la democracia.
Los españoles se quejan de que sus impuestos sean destinados a la visita del Papa y la promoción del catolicismo. Pero, al menos, el Estado español sigue siendo de iure lacio. En cambio, Venezuela es un Estado confesional, a pesar de que supuestamente se declara laico. Y, peor aún, nuestros barriles de petróleo y nuestros impuestos son destinados a la promoción de la religión civil bolivariana. Venezolanos, ¡seguid el ejemplo que Madrid dio! ¡No al Estado confesional, sea en asuntos religiosos o políticos!