lunes, 28 de mayo de 2018

Mi visita al Taj Mahal


            El Taj Mahal es sin duda una de las joyas arquitectónicas de la humanidad, y tuve la dicha de visitarlo en enero de 2014. Hasta ese momento, yo no tenía demasiado interés en la India, su cultura o su historia. Me interesaba mucho más el mundo árabe e islámico, y efectivamente, había visitado Marruecos años atrás.
            Pero, en un seminario en el cual participé en la Universidad de California, Santa Bárbara, en el año 2012, conocí a algunos hindúes, y los organizadores de aquel seminario me llevaron a conocer varios templos hindúes. Quedé maravillado con el hinduismo. Supongo que aquella experiencia fue mucho más estética que cualquier otra cosa. Hasta el día de hoy sigo pensando que el hinduismo enseña doctrinas absurdas hasta más no poder, y su mensaje ético tampoco es muy admirable. Pero, debo confesar que sí quedé cautivado por el colorido, la música y la intensa creatividad imaginativa de sus mitos e iconografía.

            Así pues, me empecé a interesar un poco más en la naturaleza de la religión hindú. Por pura casualidad, a mediados de 2013 me encontré en Maracaibo con un colega profesor, encargado de promover viajes académicos a la India. Aparentemente, este profesor tenía dificultades en reclutar gente que quisiera ir a la India, y me preguntó si a mí me gustaría ir. Le dije que estaría encantado. La mala noticia, no obstante, era que el viaje académico sería a un seminario sobre cómo ser un buen gerente. Yo jamás he tenido un solo empleado en mi vida, pero con tal de ir a la India, asumí el reto.
            Llené unos formularios mintiendo sobre mi experiencia como gerente. Al cabo de unas semanas, la embajada de la India en Caracas me llamó, y se concretaron los detalles del viaje. En realidad, aquella preparación fue una pesadilla. Cuando fui a Caracas s solicitar la visa, hubo un error en una de las planillas. Los propios funcionarios indios no tenían el menor interés en ayudarme a ir a visitar su país, y si no fuera por una muchacha gocha que trabajaba en la embajada, no hubiese conseguido la visa (ella muy gentilmente intervino para enviarme el pasaporte a Maracaibo). Mi pasaporte llegó el día antes de mi partida.
            El viaje fue a Nueva Delhi. El seminario ha sido uno de los más aburridos a los cuales he asistido en mi vida, y para colmo de males, nos obligaban a escuchar clase desde temprano en la mañana hasta la noche. Me quedó claro que yo no estoy hecho para ser gerente, pero también me quedó claro que en la India, se valora más a los gerentes (¡sobre todo en sus infames call centers!) que a cualquier otra profesión.
En fin, en las noches, salía a conocer Nueva Delhi, montado en triciclos (no sin antes negociar el precio, por el puro arte de aprender a negociar con un indio). Contemplé basureros enormes, niños capaces de perseguirme dos kilómetros pidiendo dinero a medida que asumían expresiones faciales de enorme sufrimiento, cientos de pordioseros durmiendo a cielo abierto, moscas, caos en el tráfico, y alguna otra delicia del Tercer Mundo. Esperaba ver muchas vacas deambulando, pero en realidad vi muy pocas. Supongo que a cualquier sifrino venezolano, fastidiado de tanto subdesarrollo y muy deseoso de llevar orejitas de Mickey Mouse, Delhi le parecería una asquerosidad. Pero, yo quedé encantado.
En el seminario nos trataban como muchachitos de colegio. Estoy seguro de que eso forma parte de la idioscincracia india, en la cual el jefe ordena y el subalterno obedece sin rechistar. Nos regañaban constantemente (pero, también debo admitir que tenía colegas que se comportaban con muy poco profesionalismo, de forma tal que a veces sí se lo merecían).
Quizás para limar asperezas, los organizadores del seminario nos llevaron a Agra, la ciudad del Taj Mahal. Fueron cuatro horas de ida en bus, y cuatro de vuelta. No soy muy amigo de hacer viajes tan cansones, pero en esta ocasión, valió la pena. Agra es una de las ciudades más feas en las cuales he estado (supongo que sólo Majuro y Maturín le ganan). Agra tiene las mismas moscas, basureros y pordioseros de Delhi, pero sin el encanto de la llamada ciudad de los jinn). Incluso, un río adyacente al Taj Mahal, está lleno de escombros. No obstante, la belleza del Taj Mahal es suficiente para olvidar la fealdad de Agra.
Salman Rushdie suele decir que es imposible no sentirse abrumado por gente en la India. En Delhi nunca me sentí particularmente sobrecogido por gentíos, pero en Agra sí, justo antes de entrar al Taj Mahal. Para entrar, todos los visitantes deben colocarse en una cola que está tan abarrotada de gente, que es imposible no recibir empujones de la marea humana.
Una vez dentro del Taj Mahal, no obstante, es fácil llegar a la conclusión de que, aún con empujones, valió la pena ir. Lo recorrí completo. La mayor parte del trayecto lo hice con un colega palestino (uno de los indisciplinados en el seminario) que me ofrecía su perspectiva sobre el conflicto con Israel. Recordaré aquella visita, no solamente por la belleza del Taj Mahal, sino también por la serenidad y ecuanimidad con que el palestino me explicaba los abusos de los israelíes, pero al mismo tiempo la corrupción de los palestinos.
El Taj Mahal es obra de los mogoles, la mayor dinastía de gobernantes islámicos en India. A pesar de su origen musulmán, se ha convertido en un símbolo de unión en la India; como Gandhi, es uno de los grandes íconos del nacionalismo indio que trasciende sectarismos religiosos.
No obstante, en los últimos años, he conocido personalmente a simpatizantes del nacionalismo hindú, cuyo partido, el Bharatiya Janata Party, gobierna la India. Una faceta de este nacionalismo hindú consiste en expurgar el legado islámico de la India. Algunas de estas personas que he conocido, recalcan que el Taj Mahal fue construido encima de un templo hindú. El nacionalismo hindú tuvo un auge a finales del siglo XX, en parte debido a la destrucción de una mezquita en la ciudad de Ayodhya en 1992, bajo el pretexto de que esa mezquita fue construida encima de un templo dedicado al dios hindú Ram. Hasta ahora nunca he oído a un fanático hindú decir que el Taj Mahal debe ser demolido porque antes había ahí un templo hindú. Pero, así como los talibanes e ISIS llegaron a destruir bellas esculturas del pasado pre-islámico, siempre está la posibilidad de que esos fanáticos del Bharatiya Janata Party se les ocurra hacer lo mismo con las joyas arquitectónicas del pasado islámico. Quiera Cristo, Alá, Rama, o cualquier otro de los 330 millones de dioses que hay en la India, que esto no ocurra. Si llegase a ocurrir, sentiría el mismo pesar que tuvo Shah Jahan (el emperador mogol que ordenó la construcción del Taj Mahal) cuando murió su amada Mumtaz Mahan (a quien está dedicado el edificio).
  

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