Hace
unos años visité la India, y quedé impresionado con el potencial de ese país.
Como bien dicen muchos analistas, la India es un gigante que empieza a
despertar. Sus avances tecnológicos poco a poco atrapan a Occidente. Pero por
supuesto, es seguramente el país con más contrastes en el mundo. En Delhi, es
habitual encontrarse con un grupo de jóvenes ingenieros discutiendo detalles de
ingeniería, y justo al lado, cientos de indigentes zaparrastrosos pidiendo
dinero.
En los
últimos meses, en algún lugar del Caribe he compartido experiencias académicas
con un grupo de indios que trabajan en el sector de la medicina. Mi encuentro
con estas personas confirma muchas de las impresiones iniciales que tuve cuando
fui a la India: los indios, con sus enormes talentos para el desarrollo de la
ciencia y la tecnología, se están haciendo respetar en Occidente. Ellos parecen
ser un vivo testimonio de las maravillas que puede lograr la modernización.
Pero al
mismo tiempo, he venido a comprender que la modernización de la India es más
superficial de lo que parece. La modernización implica cosmopolitanismo,
apertura a conocer el resto del mundo. No es el caso de los indios con los
cuales interactúo. A pesar de que muchos vienen de grandes ciudades (Bombay,
Nueva Delhi, etc.), siguen siendo personas muy provinciales. Viven en el
Caribe, pero no tienen ningún interés en conocer algo de una cultura que no sea
la de ellos. A lo sumo, pueden tener algún interés en la vida norteamericana,
pues son grandes consumidores del mito del sueño americano. Pero, su sueño es
más bien trasladar la cultura india a Nueva York, no asimilarse propiamente.
Y, cuando
se trata de la ciencia y la tecnología, los indios tienen ideas muy extrañas.
Ciertamente, en detalles técnicos de ciencia y tecnología, han asimilado muy
bien la modernidad. Pero, en las últimas dos décadas, ha habido en la India un
despertar de nacionalismo e integrismo hindú, encarnado en el partido político
BJP (Bharatiya Janata Party), que ha promovido una peculiar resistencia a
Occidente.
Este nacionalismo
hindú ha comprendido que el futuro de la India depende de una apertura a la
tecnología occidental. Los nacionalistas hindúes pueden tener a Gandhi como
referente, pero ellos comprenden muy bien que su poderío estará en diseñar
teléfonos y otras maravillas tecnológicas, no en tejer con hilanderas. Pero al
mismo tiempo, los nacionalistas hindúes se niegan a aceptar que la ciencia y la
tecnología que ellos abrazan, es en buena medida oriunda de Occidente. Y así,
para defender su entusiasmo por la tecnología, pero a la vez mantener en alto
el orgullo nacionalista, han inventado el mito de que las grandes tecnologías del
presente, ya fueron inventadas por la civilización hindú hace miles de años.
Para ellos, India, y sólo India, es la civilización madre de la ciencia.
En una ocasión, una de
las médicos indias con las cuales he compartido experiencias académicas, me
decía que ya se habla de la inseminación artificial en el Mahabharat (uno de los libros sagrados del hinduismo). Me decía
también que hace miles de años, en la India ya había televisión, aviones, e
incluso armas nucleares. Todo eso ya aparece referenciado en los Vedas y otras
escrituras sagradas. Yo trataba de contener la risa al escuchar estas
excentricidades, pero pronto me di cuenta de que todos los colegas indios creen
estas cosas.
De hecho, el propio
primer ministro de la India, Narendra Modi, se ha encargado de promover
públicamente semejantes desfachateces. Modi ha dicho, por ejemplo, que los
antiguos indios inventaron la cirugía plástica, pues, ¿cómo explicar que el
dios Ganesh tenía cuerpo de hombre y cabeza de elefante?
Esta tendencia
preocupa mucho a los propios intelectuales indios que son críticos con las
irracionalidades del nacionalismo hindú. Por ejemplo, Meera Nanda, ha escrito Science in Saffron (La ciencia en azafrán),
un libro que denuncia el constante intento de los fanáticos por proyectar en la
antigua literatura hindú, las tecnologías del presente. Leyendo su libro,
recordé un curioso cómic que me encontré en Delhi, donde se representaba a
Krishna usando armas de rayos láser. En aquella ocasión, pensé que era
sencillamente una representación artística, pero ahora, comprendo que buena
parte de los hindúes cree literalmente que sus dioses usaban tecnologías modernísimas.
En su libro, Nanda
pacientemente desmonta cada uno de esos absurdos alegatos, y recuerda a los
indios que la revolución científica empezó en la Europa del siglo XVII. Incluso
el cero, que muchas veces se asume como una invención de la India, tiene otros
orígenes. Un aspecto muy puntual que Nanda enfatiza, es que la ciencia tardó en
aparecer en la India, debido a la prevalencia del sistema de castas. Una
característica de la revolución científica de Occidente fue que los científicos
prestaron menos atención al filosofar, y se dedicaron más a hacer experimentos
con sus propias manos. Los filósofos hindúes, en cambio, conservaban el
prejuicio religioso de que las actividades manuales son contaminantes, y por
temor a no perder su casta, no se molestaron en hacer experimentos.
Cuando estuve en
India, no alcancé a ver manifestaciones vivas del sistema de castas. Y ahora
que interactúo con colegas indios, tampoco las veo explícitamente. Pero, sí
alcanzo a ver que, sutilmente, el sistema sigue siendo un eje para la vida
diaria de muchos indios. Por ejemplo, unos colegas me dicen que sus parientes
están organizando su matrimonio, y para ello, están a la espera de que sus
familiares les seleccionen una esposa, en función de dos criterios: la
astrología y la pertenencia a la casta. Otra colega, (la más entusiasta
respecto a las supuestas maravillas tecnológicas de la antigua India), se
declara firmemente simpatizante del BJP, y a la vez siente mucho orgullo en ser
de la casta de los brahmanes, pero al mismo tiempo, niega que su afiliación
política tenga algo que ver con su pertenencia de casta. Por supuesto, no le
creo: es como si un simpatizante furibundo de Trump negara que sus simpatías
políticas tienen que ver con su color de piel…
Lo más triste de
todo, tal como lo analiza Nanda, es que esta extraña forma de nacionalismo
hindú se ampara en nociones posmodernas que, como cabría esperar, vienen de
modas intelectuales occidentales. Cuando a los nacionalistas hindúes se les
confronta, y se les dice que la astrología o la medicina ayurvédica no cumplen
los requisitos de la actividad científica, inmediatamente se amparan en
filósofos como Kuhn y Feyerabend para decir que la ciencia no es objetiva, y
que cada cultura tiene su propio estándar de ciencia. Así pues, los
nacionalistas hindúes no son relativistas (sobre todo cuando se vuelven muy
agresivos en contra del legado islámico en la India), pero cuando se ven
acorralados, optan por decir que cada cultura es relativa, y que debe ser
entendida a partir de sus propios criterios.
Igualmente, en nombre
de la lucha en contra del colonialismo, los nacionalistas hindúes continuamente
saltan a decir que es necesario descolonizar la ciencia, y eso implica aceptar
como igualmente válidas las manifestaciones de cada cultura. Negarse a aceptar
la legitimidad de la astrología o la medicina ayurvédica es, según ellos,
doblegarse ante el colonialismo. Y así, quien quiera difundir una mentalidad
científica en la India (como la propia Meera Nanda), es inmediatamente acusada
de ser una traidora a su país, una entreguista a los británicos. Les suelen
llamar hijos de Macaulay (Macaulay
era un administrador colonial británico en la India).
En esto, los
nacionalistas hindúes me recuerdan muchísimo a la izquierda poscolonial
latinoamericana (autores tan lamentables como Enrique Dussel, Walter Mignolo o
Boaventura de Sousa Santos), que en vez de apreciar a Galileo, Newton o Darwin
como grandes héroes, ven en ellos a agentes coloniales cuya forma de pensar destruyó
la vida idílica de los precolombinos.