José Antonio Castilla Gómez
amablemente ha escrito una reseña bastante favorable de mi libro, La teología ¡vaya timo! acá. Me
entusiasma saber que, en España, ya empieza a prosperar más la idea de que la
teología no debe tener un sitial en el mundo universitario, al menos aquel
financiado con recursos públicos. De este lado del charco, no obstante, aún
falta mucho más por hacer, y espero que mi libro sirva para dar impulso a la
lucha por sacar a la teología de las universidades.
Quiero
aprovechar para aclarar un asunto. Castilla escribe que, en mi libro, yo
postulo que la interpretación de la serpiente como Satanás no procede de la Biblia. Quizás, en el libro, no me
expresé claramente, y en ese caso, hago acá una fe de errata. Escribí esto en
el libro: “En la época en que compuso el Nuevo Testamento, esta era la
concepción que se tenía del diablo. Y se empezó a identificar a Satanás con
figuras del Antiguo Testamento que, con toda seguridad, los autores judíos no
habrían relacionado con el diablo. Así, por ejemplo, la serpiente que indujo al
pecado a Adán en el relato del Génesis se interpretó como el mismísmo diablo, a
pesar de que quien escribió el Génesis sólo tenía en mente, probablemente, a
una serpiente”.
Aclaro: la idea de que el diablo es la
serpiente sí procede de la Biblia. El
libro de Apocalipsis hace explícita
esa identificación. (12:9; 20:2). Mi argumento es que, el autor del Génesis seguramente creía que la
serpiente es sólo una serpiente; para este autor, ni siquiera existe el
concepto del diablo. En cambio, seis siglos después, el autor de Apocalipsis identifica a esa serpiente
con el diablo.
En
torno a la discusión que yo elaboro sobre el problema del mal, Castilla hace
una objeción muy razonable y común: “¿de dónde surge
la necesidad supuestamente racional de que ese Dios sea bueno? Puede que Dios
(sea lo que sea) exista y que sea malo (se entienda por esto lo que se
quiera entender). La existencia de un ser omnipotente (sea lo que esto sea) no
implica atributo moral alguno, ni positivo ni negativo (los griegos estaban
convencidos de que Zeus era malo; luego llegaron Hesíodo y Esquilo, con su Zeus
justiciero)”.
En efecto, esto pareciera ser un
mero asunto semántico. No es lógicamente imposible que exista un dios omnipotente
que no sea bueno. Pero, ya el mismo Epicuro se preguntaba que, si ese ente no
es bueno y omnipotente, ¿para qué llamarlo ‘Dios’? En realidad, el asunto no es
meramente semántico. Si Dios no es bueno, no amerita rezarle ni encomendarse a
Él, ni pedirle bendiciones.
Castilla también comenta lo
siguiente: “Me parece impecable el razonamiento de que, en ausencia de indicios
o pruebas, en las discusiones teológicas el único factor que inclina la balanza
hacia un disparate A o su opuesto B es el empleo de la violencia, pero no estoy
seguro de que el verdadero móvil de semejantes luchas sea la creencia sincera
en esos disparates. ¿Es descabellado pensar que esos debates teológicos no
constituían más que una comparsa de la lucha por el poder y la riqueza? ¿No se
han dado y se dan esos resultados trágicos al margen de la Teología y las
religiones? ¿No son éstas sino una manifestación más de la voluntad de poder,
que también se da, por ejemplo, en los escépticos?”.
A esto, yo respondo: ciertamente,
mucha violencia religiosa obedece más a juegos del poder y ansias de riquezas,
que a verdaderas convicciones teológicas. En el libro, por ejemplo, narro cómo,
en el Concilio de Nicea, a Constantino le interesaba la unidad del imperio, no
la verdad teológica. Y, así, la persecución de los arrianos tuvo más motivos
políticos que de cualquier otra índole. Pero, me temo que sería simplista
alegar que la violencia nunca ha tenido genuinas motivaciones religiosas. Siempre se ha creído, por ejemplo,
que las Cruzadas fueron un cínico movimiento para expandir la influencia
política del papa y las elites que gobernaban Europa. No dudo de que hubiera
sido así, pero por otra parte, el vulgo acudía a aquellas demenciales empresas
militares, bajo una genuina convicción de que era necesario liberar los lugares
santos, y que la muerte en la batalla se compensaría con una vida eterna en el
Paraíso.
Respecto a la resurrección de Jesús,
Castilla opina: “¿Por qué otorgarles credibilidad a sujetos que estaban
altamente interesados en transmitir noticias falsas, cuando es evidente que
todos nosotros estamos mintiendo a diario y sobre cuestiones que van de lo
trascendental a lo más insignificante? Por lo demás, ni siquiera sabemos si los
apóstoles verdaderamente estuvieron dispuestos a morir por esas creencias”.
Yo respondo: es verdad que cabe
presumir que los relatos sobre el martirio de los apóstoles fueron muchas veces
exagerados. Pero, me parece razonable admitir que, al menos, algunos sí
estuvieron dispuestos a ir al martirio. En todo caso, la hipótesis que Castilla
(y muchas otras personas inteligentes, vale destacar) propone tiene una cierta
resonancia con las teorías de conspiración que hoy tanto deleitan a las masas. Si
acaso las historias sobre la resurrección de Jesús están montadas sobre una
mentira deliberada, no creo que se haya tratado de un gran complot siniestro.
Un primer mentiroso habría dicho algo, y los demás, muy crédulos como resultado
de la disonancia cognoscitiva (trataban de darle algún sentido a la muerte de
Jesús), cayeron en la trampa. En asuntos como éste, nunca podremos estar
seguros, pero yo prefiero inclinarme más por la idea de que no hubo mentira, sino más bien, alguna
forma de alucinación original.
Castilla dice también que él prefiere la teología
tradicional, a la teología que se mezcla con ciencia y racionalidad, porque al
menos, la primera tiene las cosas más claras. No sé bien qué decir sobre esto,
realmente no sé bien cuál es peor. Ciertamente, la teología de antaño es más
coherente. Pero, la teología moderna por lo menos hace ella misma una fisura
que podría permitir derrumbar todo el edificio de especulaciones. Al final, yo
me inclinaría por sostener que la teología tradicional es peor: aun si en la
cabeza de los teólogos liberales hay mucha confusión, prefiero a quien alegue
que las convulsiones son producto de la epilepsia, y no de las posesiones
demoníacas.