El genial Mario Vargas Llosa ha escrito una novela, El sueño del celta, en la cual describe con detalle espeluznante, los abusos cometidos por el régimen colonial belga en el Congo, durante la primera mitad del siglo XX. Algo similar hizo Joseph Conrad en su lúgubre El corazón de las tinieblas. Estos retratos no son exagerados: los historiadores están de acuerdo en que la opresión belga del Congo fue brutal, e incluso una persona como quien escribe estas líneas (dispuesta a argumentar que el colonialismo tuvo virtudes, y que, en balance, contribuyó a una mejora en las condiciones de vida de los países colonizados), debe reconocer que la experiencia congoleña es una vergüenza para Europa.
Con todo, durante la época de la colonización belga, no faltaron textos literarios europeos que intentaron justificar los abusos colonialistas en el Congo, representando una imagen distorsionada de los nativos (si bien muchas de las tesis del crítico literario Edward Said son muy cuestionables, podemos al menos admitir que, en algunos casos, la literatura europea sí estuvo al servicio de los intereses imperialistas).
Una de esas representaciones literarias es Tintín en el Congo, de Georges Remi. Los cómics de Tintín suelen tener buena acogida entre los críticos, debido a la complejidad de la trama, la profanidad de los personajes, etc. Pero, Tintín en el Congo ha sido denunciado por su contenido racista. Estas denuncias no carecen de fundamento. En el cómic, los nativos del Congo son representados con rasgos biológicos preponderantes para marcar una clara distinción biológica respecto a los colonizadores; suelen aparecer como personas imbéciles, cobardes e infantiles. Todo esto merece nuestro reproche.
Pero, es curioso que Remi modificara una escena de la edición original de Tintín en el Congo, supuestamente con el fin de eliminar vestigios racistas y colonialistas. En esa escena, Tintín se dispone a enseñar una lección a sus estudiantes nativos, y les dice: “Mis queridos amigos, hoy les voy a hablar de su querida patria: Bélgica”. En las ediciones posteriores, Remi modificó la escena, y Tintín les enseña a multiplicar.
Tiene mucho de objetable representar a los congoleños con labios exageradamente rojos y gruesos, como también es lamentable representarlos como exageradamente imbéciles y cobardes. Pero, opino que no es objetable representar a un colono belga enseñándoles a un grupo de nativos la historia de Bélgica como si fuera su propio país.
El colonialismo belga y francés, a diferencia de los imperios de épocas pasadas, no buscaba sólo la depredación de los recursos y el trabajo de los territorios coloniales. También se propuso una misión civilizadora. Bajo esta misión, los europeos llevarían educación y mejoras en las condiciones de vida a los países con instituciones que, sencillamente, no les permitía progresar. Por supuesto, hubo mucho de hipocresía en esta misión civilizadora, pero la intención es noble, y no es necesariamente objetable. Lo objetable sería, en todo caso, que no se le dio verdadero cumplimiento a la misión civilizadora.
La misión civilizadora presupone la universalidad de la especie humana. El colonialismo francés tenía la convicción de que, con educación, un niño senegalés podría hacer suya la cultura de Voltaire, Victor Hugo y Sartre. Para ello, el colonialismo francés partía de la premisa de que no hay un impedimento biológico para que los nativos asumieran la cultura de los colonizadores. En otras palabras, el colonialismo francés (y, en menor medida, el belga), promovía la asimilación.
Urge apreciar que este ideal de asimilación es un antídoto contra el racismo. Pues, al asumir que los congoleños tienen la capacidad de convertirse en ciudadanos belgas, se está asumiendo, en primer lugar, que Bélgica es un país que acepta como ciudadanos a gentes de todos los colores, y en segundo lugar, que la biología no dicta el comportamiento cultural de las personas. Un racista asume que un nativo de piel negra nunca podrá ser belga, pues hay algo en su condición biológica que le impide asumir la cultura belga. Por el contrario, una persona opuesta al racismo asume que un nativo de piel negra, educado desde la infancia bajo los valores de la educación belga, eventualmente se convertirá en belga.
Por supuesto, el ideal francés de la asimilación estuvo lejos de cumplirse. El martiniqués Frantz Fanon dolorosamente narra cómo, en un inicio, él creía que los franceses de la metrópolis lo aceptarían a él como un francés más, pero pronto de dio cuenta de que el color negro de su piel se lo impedía. Pero, ese racismo se debió precisamente al hecho de que no hubo entre los franceses la suficiente educación universalista, para convencer a sus ciudadanos de que, mediante la educación, cualquier persona (independientemente de sus rasgos biológicos), podría integrarse a la vida social y cultural del país.
Por eso, la lección de historia que Tintín ofrece a los nativos en la edición original de Tintín en el Congo no es racista. Al contrario, su lección asume que todos los seres humanos tenemos más o menos la misma capacidad para el aprendizaje, y que los rasgos biológicos de una persona no dictaminan cuáles deben ser sus rasgos culturales.