La palabra ‘materialismo’ tiene múltiples significados. El común de la gente lo entiende como la manía compulsiva a consumir y a tener pocas contemplaciones por los sentimientos de las personas, y un excesivo apego al dinero y las mercancías. Pero, filosóficamente, la palabra ‘materialismo’ tiene un significado distinto.
En filosofía, ‘materialismo’ es la postura metafísica que postula que sólo existe una sustancia, a saber, la sustancia material. Todo cuanto existe está hecho de materia (átomos y energía). Cosas aparentemente inmateriales, como los objetos abstractos (números, relaciones, conceptos, etc.) no existen propiamente en la realidad, sino sólo en la mente de las personas. Y, los pensamientos y sentimientos existen sólo como propiedades emergentes de estados neuronales en el cerebro. En este sentido, el materialismo niega la existencia de entidades inmateriales, sean fantasmas, espíritus, almas, fuerzas vitales, etc.
Si bien apenas a partir del siglo XIX el materialismo ha logrado ser someramente aceptado por un número considerable de filósofos, siempre ha habido pensadores que han defendido esta doctrina en alguna de sus variantes. Epicuro, Demócrito, Diderot y Holbach, entre otros, tienen un lugar destacado en la historia del materialismo.
Pero, quizás el más famoso de todos los materialistas sea Karl Marx. Éste, como sus antecesores, negó la existencia de entidades inmateriales (cuando Marx hablaba en 1848 del “fantasma que recorre Europa”, lo hacía obviamente en sentido figurado). Pero, además de asumir el materialismo como una postura metafísica, Marx formuló la teoría del ‘materialismo histórico’, según la cual, las acciones del hombre a lo largo de la historia no han obedecido a motivos ideológicos, sino meramente económicos.
En nombre de Marx, los Estados comunistas del siglo XX asumieron el materialismo como doctrina filosófica oficial. El fracaso de la experiencia comunista hace más de veinte años no ha impedido que en América Latina surja una nueva ola izquierdista que pretende reinstaurar muchos de los principios promovidos por los marxistas del siglo XX. Y, en ese sentido, los gobiernos de Cuba, Venezuela, Ecuador, Brasil y Nicaragua se han rodeado de intelectuales de vieja guardia marxista que pretenden darle un nuevo vigor al materialismo histórico y dialéctico.
Pero, el auge de la izquierda en Bolivia ha dado un nuevo colorido a este movimiento. Y, junto a las tradicionales tesis marxistas sobre la lucha de clases, la dictadura del proletariado, y la explotación del hombre por el hombre, se han incorporado conceptos procedentes de la cosmovisión precolombina. Marx nunca tuvo mayores preocupaciones ecológicas (en buena medida porque la incipiente revolución industrial aún no constituía una seria amenaza a los ecosistemas en el siglo XIX); pero ahora, la nueva izquierda latinoamericana pretende dar una nueva tonalidad ecológica.
Ya no basta con combatir la desigualdad y la pobreza, ahora también es necesario preservar el medio ambiente. Para ello, se invoca la tradición indígena del culto a la Pacha-Mama; a saber, el culto a la Tierra y la naturaleza como entidad sagrada que merece cuidado y respeto. La nueva izquierda nos asegura que, en la medida en que imitemos a los indígenas en su culto a la Pacha Mama, viviremos en un mundo mejor.
Sorprende cómo, los mismos intelectuales que defienden las tesis marxistas materialistas, exalten las virtudes de un sistema religioso típicamente panteísta y contrario al materialismo. La Pacha Mama es en buena medida, la versión incaica de una hipótesis que ha sido rechazado por la abrumadora mayoría de filósofos materialistas: la hipótesis Gaia. Según esta hipótesis, la Tierra es un ser vivo en sí mismo, conectada con el resto de los seres vivos mediante una misteriosa fuerza mística inmaterial. Y, en este sentido, tanto el culto a la Pacha Mama como la hipótesis Gaia son intrínsecamente contrarias al materialismo que defendieron Marx y Lenin. Si, como sostiene el materialismo, todo cuanto existe es materia, la Tierra no está compuesta de un añadido inmaterial.
El materialismo ha sido la base de la ciencia. La ciencia no puede operar bajo la presunción de que el elan vital, los ángeles, los demonios, los espíritus ancestrales o la Pacha Mama están presentes en el universo. La ciencia asume que los fenómenos que estudian proceden de la materia y, como tal, están sujetos a unas leyes regulares que, precisamente, permiten hacer predicciones. Es imposible reconciliar una visión científica del mundo con el culto a la Pacha Mama.
Los sistemas religiosos monoteístas trascendentes tampoco son plenamente reconciliables con la ciencia, pero al menos los monoteísmos tuvieron la virtud de separar a Dios de la naturaleza. Y, en la medida en que se empezó a concebir que la naturaleza no es sagrada y que la Tierra no es un ser vivo en sí mismo, se pudo avanzar con mayor profanidad en su estudio. Los incas no desarrollaron nada siquiera remotamente cercano a la ciencia, en buena medida porque su curiosidad intelectual estaba muy restringida debido a la reverencia y temor que sentían por la Tierra. Al convencer a los hombres de que un bosque no está encantado y ahí no reside ningún espíritu, el monoteísmo abrió el camino para que los hombres pudieran conocer y manipular mejor la naturaleza. En cierto sentido, el monoteísmo abrió paso al materialismo.
Sería insensato negar que enfrentamos un serio problema ecológico. Pero, la solución no es promover una visión precientífica del mundo, rindiendo culto a entidades inmateriales y regresando a las creencias panteístas que cree que todo cuanto existe en la naturaleza tiene un encanto místico. La solución es advertir racionalmente el peligro que corremos si agotamos los recursos. Para ello, no debemos hacer cantos y bailes a una diosa inexistente, sino cuantificar cuántos recursos tenemos a nuestra disposición, y cuántos podemos racionalmente explotar. La solución no es invocar a la Pacha Mama, sino invocar un ecologismo materialista.
De esa manera, el marxismo es sencillamente irreconciliable con el culto a la Pacha Mama, y no puedo dejar de expresar mi simpatía por el primero, y mi reproche por el segundo. Pero, para colmo de ironías, la nueva izquierda latinoamericana también pretende ser ‘bolivariana’. Pues bien, de nuevo, nos encontramos frente a otra incoherencia.
En el terremoto de Caracas de 1812, Bolívar supuestamente pronunció la célebre frase (a veces insólitamente repetida por Hugo Chávez): “si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”. Pues bien, esta frase, muy elocuente por lo demás, recapitula la actitud del hombre civilizado que no se deja amedrentar por las adversidades que presenta el ecosistema, y más bien propone medios racionales para hacerle frente. Pero, urge advertir que es contraria a la actitud mística y contemplativa promovida por el culto a la Pacha Mama. Los adoradores de la Pacha Mama sostendrían que debemos dejarnos sobrecoger por la naturaleza, pues es la manera que ella tiene de reclamar aquello de lo cual ha sido despojado; de ninguna manera un adorador de la Pacha Mama defendería el ideal bolivariano de luchar contra la naturaleza y hacerla obedecer.
La virtud de esa frase de Bolívar, así como del materialismo cientificista en general, ha sido saber advertir que la naturaleza no es nada benigna con nosotros. Y, precisamente, antes de que ella nos domine a nosotros, nosotros debemos dominarla a ella. Pero, vale advertir, dominar no es lo mismo que aniquilar. Y, en este sentido, debemos dominar a la naturaleza, pero a la vez hacer el cálculo racional de que ese dominio debe ser mesurado, a fin de no agotar los recursos que de ella explotamos.
Esto no ha sido exclusivo en Bolivia. También Hugo Chávez ha promovido la superstición precientífica, más de una vez: http://bit.ly/pbJnU2
ResponderEliminarY ya que hablamos del movimiento chavista, será más bien pseudorrevolución, aunque, eso sí, muy bolivariana: http://bit.ly/blJfGE
Jeje, gracias David, muy ilustrativos esos links.
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