En los llamados ‘países bolivarianos’ (Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá), estamos acostumbrados a encontrar referencias artísticas y culturales alusivas a Simón Bolívar. Es común ver a niños disfrazados con charreteras, botas y patillas, en emulación al Libertador. Poca gente objeta estos símbolos patrioteros.
Subamos unos grados de latitud a los EE.UU., y encontraremos a adultos disfrazados, no con charreteras y patillas decimonónicas, sino con tricornios dieciohescos. Estas personas no emulan a George Washington propiamente, sino a los colonos que participaron en 1773 en la llamada ‘fiesta del té de Boston’. Por aquella época, la corona inglesa había impuesto severos aranceles al té importado de otras regiones, a fin de favorecer el monopolio exportador de la East India Company. Los colonos, naturalmente enfurecidos, se amotinaron en Boston y derramaron al muelle toneladas de té importadas por un barco de la East India Company.
Este evento, catalizador de la posterior revolución americana, es evocado por el llamado Tea Party, un juego de palabras en inglés que hace referencia doble al suceso ocurrido en 1773, y al partido político actual. En evocación de aquellos acontecimientos, el actual movimiento del Tea Party pretende reactualizar el legado de la revolución americana.
Pero, allí donde la izquierda latinoamericana aplaude que un niño se disfraza como Bolívar y lleve un sable, reprocha severamente a los adultos disfrazados de colonos norteamericanos con tricornios. Así pues, el Tea Party ha venido a ser escandalosamente satanizado.
No faltan motivos para ello. Lamentablemente, a sus filas se han incorporado grupos teocráticos que quieren enseñar el creacionismo en las escuelas públicas, grupos homofóbicos, e incluso, grupos opuestos a la masturbación. Tampoco ayuda mucho que personajes con un nivel intelectual pobrísimo, como la infame Sarah Palin, sea uno de sus líderes más visibles. Y, por supuesto, el origen populista de este movimiento tampoco ayuda mucho a su reputación: en tanto apela a las masas, pretende convencer al pueblo norteamericano de tonterías, como por ejemplo, que Obama es musulmán y socialista.
Pero, este movimiento, relativamente espontáneo, está fundado sobre bases muy distintas. Uno de sus principales ideólogos, Ron Paul, es un personaje de mayor integridad e inteligencia que la mayoría de sus miembros. Paul es un típico representante del liberalismo clásico que, por desgracia, hoy ha venido a llamarse ‘conservadurismo’. Paul defiende las clásicas doctrinas de Locke y Burke, en las cuales se inspiraron los fundadores de los EE.UU., y las cuales han servido de pilar para el liberalismo económico. La doctrina medular es, por supuesto, la libertad individual frente a la coerción del Estado. Así pues, el Tea Party fieramente defiende la libertad de empresa frente a un Estado regulador de la economía o, peor aún, acreedor de altos impuestos o, incluso, propietario de los medios de producción.
Pero, además de eso, Ron Paul y las elites intelectuales del Tea Party defienden posturas que, seguramente, la rancia derecha norteamericana no defiende. Se tratan de las posturas que, en sus inicios, defendieron los padres fundadores de los EE.UU. (y que algún observador externo como Alexis de Tocqueville tanto admiró), pero que eventualmente fueron abandonadas por los políticos norteamericanos. Paul propone una retirada total de las tropas norteamericanas en el mundo, precisamente porque considera que las intervenciones de tropas norteamericanas en otros países alienta un militarismo que es perjudicial para la libertad individual.
Lo esencial del Tea Party no es el odio a los homosexuales, ni el desprecio a los negros, ni la prolongación de la presencia norteamericana en Irak. Lo esencial del Tea Party es aquello por lo cual lucharon los padres fundadores de EE.UU., y fue emblemático en el motín del té en Boston: un Estado adelgazado que se limite a ofrecer seguridad, y que no sobrepase sus límites en la regulación de la vida económica y la recolección de impuestos. Es, en otras palabras, la versión política en el siglo XXI de una vieja idea que tiene firme raíces en la tradición anglosajona, desde Adam Smith hasta Friederich Hayek.
Podemos desaprobar el radical liberalismo económico del Tea Party. Pero, no hagamos del Tea Party el Satanás fascista que, en realidad, no es. El Tea Party es sencillamente un partido libertario que raya incluso en el anarquismo. Como se sabe, el fascismo implica la omnipresencia del Estado en todas las esferas de la vida; el anarquismo más bien propugna la desaparición del Estado. Para efectivamente refutar una postura política, debemos tratarla con justicia, y no distorsionarla. Quien desee refutar eficientemente al Tea Party, debe empezar por admitir que no es el monstruo habitualmente representado en los medios de comunicación.
A ver, no.
ResponderEliminarRon Paul no es así de libertario. De hecho ha sido financiado y apoyado por el KKK.
Es tan conservador que es homófobo -eso sí lo comparte con los republicanos- y se opone al aborto, le importa un pepino si se enseña o no el creacionismo.
Y al igual que con los Chicago Boys, a Paul poco o nada le importa la libertad individual -esa que no quiere que se use para ser gay-, sino que se opone a las guerras porque quiere reducir los impuestos al mínimo o acabarlos por completo, al igual que con el Estado federal. Eso no es "anarquismo", es anarcocapitalismo, o la ley del más rico.
Decir que Ron Paul -quien ha asegurado estúpidamente, como no podía ser de otra forma, que "el dinero es deuda"-, posee alguna altura intelectual es mentir.
Vaya, gracias por tu comentario. Me encuentro con un poco de sorpresa, porque hasta donde creía, Ron Paul no era ni homofóbico ni creacionista. Pero, tendré que revisar bien. Gracias por tu observación.
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