El período comprendido entre 1580 y 1630 en Europa ha dejado a muchos historiadores estupefactos. Tradicionalmente se considera al siglo XVII la aurora de la modernidad, la época de Descartes y Leibniz, la consolidación de los Estados modernos, los inicios de la ciencia, etc., en fin, la triunfante superación de la Edad Media. Pero, allí donde en la Edad Media hubo poca preocupación por las brujas y sus maleficios, fue en los inicios de la época moderna cuando precisamente se vivió la mayor histeria colectiva en torno a mujeres que supuestamente volaban sobre escobas para asistir a los aquelarres, copular con las bestias, besar el ano de los burros, comer niños y rendir culto a Satanás.
Sabemos que las mujeres no vuelan sobre escobas. Pero, ¿alguna pudo haber rendido culto a Satanás, haber raptado a niños para sus rituales o haber copulado con las bestias? El consenso abrumador entre los historiadores es que los aquelarres nunca existieron, salvo en la imaginación de los inquisidores y cazadores de brujas. Aquel triste episodio de la historia europea fue una histeria colectiva, un pánico moral en el cual las colectividades proyectaban sus temores más profundos sobre unas desafortunadas víctimas contra quienes se hacían acusaciones absurdas de actos repugnantes. Por eso, como bien recomendaba el eminente historiador Julio Caro Baroja, el interés primordial de quien estudia este fenómeno no es analizar qué creían las brujas (si acaso éstas existieron), sino que se creía sobre las brujas.
Esperaríamos que, después de haber explorado la luna, después del internet y de todos los avances de la ciencia y la tecnología, la histeria colectiva en torno a las brujas haya desaparecido de una vez por todas. No obstante, persiste. Hoy en muchos países del Primer Mundo se siente pánico moral por los homosexuales, los musulmanes, los gitanos, etc. Pero, insólitamente, hace dos décadas, en EE.UU. hubo una histeria colectiva que hacía recordar muchísimo más a las obsesiones con las brujas en el siglo XVII. A lo largo y ancho de EE.UU. surgió la preocupación de que en las guarderías y preescolares, unas sectas satánicas construían túneles clandestinos para practicar ritos satánicos que incorporaban el abuso sexual de los niños de las guarderías.
Estos alegatos sensacionalistas empezaron a cobrar mayor fuerza cuando los mismos niños dieron testimonios de que eran abusados en las guarderías. Tras años de investigación, los detectives llegaron a la conclusión de que aquello fue una farsa. Los niños mentían para complacer a sus padres quienes, imbuidos por el temor colectivo a los ritos satánicos, se empeñaban en sostener que había una terrible conspiración satánica en las guarderías. No hubo ninguna evidencia convincente de que los niños fueron abusados por satánicos. Dos siglos después de la oleada de persecución de brujas en Europa, volvió a EE.UU. una nueva cacería de brujas que, si bien no acusaba a los supuestos satánicos de volar sobre escobas, sí operaba bajo el mismo mecanismo persecutorio de histeria colectiva.
No faltaron, después, alegatos de que los artistas de rock incitaban a adorar al Diablo, con mensajes escondidos en sus discos, los cuales podían ser escuchados colocando la música en reversa. Estos alegatos tenían una semilla de verdad, pues, en efecto, algunos artistas de rock colocaban mensajes escondidos con fines publicitarios, muy pocos de los cuales en realidad tenían incitaciones a adorar a Satanás. Pero, la histeria colectiva creció cuando se alegaba que estos mensajes podían subliminalmente influir sobre quienes inadvertidamente los escuchaban. Valga advertir que los psicólogos de laboratorio nos repiten hasta al cansancio que los mensajes subliminales no tienen ningún poder persuasivo.
La histeria colectiva es sumamente contagiosa, y resultó inevitable que estos temores llegaran a nuestros países, no en el siglo XVII, sino en pleno siglo XXI. Por sorprendente que parezca, y a pesar de los magníficos cuadros de Goya, en los países hispanos hubo poca preocupación por las brujas (apenas en algunas regiones del País Vasco): la Inquisición estaba más obsesionada con los herejes y los judíos, que con las brujas y los adoradores del Diablo. Pero, la obsesión con las supuestas sectas satánicas no ha dejado de tener su atractivo.
En el Zulia, el sacerdote católico José Palmar es el personaje más visible de cuantos han sucumbido frente a esta histeria colectiva. Palmar hizo renombre en lo años 90 del siglo pasado, persiguiendo a las supuestas sectas satánicas de la región zuliana. Cuando la sinagoga de Caracas fue objeto de vandalismo en el 2009, no tardó en atribuir esta acción a los adoradores del Diablo, supuestamente alentados por el gobierno, el cual cuenta con asesores cubanos que probablemente son practicantes de la santería y ésta, a fin de cuentas, es una forma de demonolatría.
Lo mismo que los inquisidores y perseguidores de brujas en el siglo XVII, Palmar vive en fantasías brujeriles. A su juicio, hay una conspiración entre el narcotráfico colombiano y las disqueras de rock para alentar el culto a Satanás y cometer todo tipo de crímenes y blasfemias. Se está repitiendo en el Zulia el mismo patrón que, en los ochenta, hubo en EE.UU.: se inventan y divulgan fantasías sobre brujas. Éstas ya no vuelan sobre escobas, pero con todo, siguen asistiendo a reuniones para rendir culto a Satanás y cometer todo tipo de atrocidades.
Hay, por supuesto, grupos satánicos en el mundo. Pero, es urgente distinguir entre los satánicos inventados por la imaginación brujeril de inquisidores y cazadores de brujas, y los satánicos reales. Los satánicos que surgieron en la imaginación de acosadores como Palmar son aquellos que raptan niños y los comen, copulan con bestias y cometen toda suerte de actos abominables. Los más competentes historiadores nos aseguran que, con bastante probabilidad, estos satánicos nunca existieron en la realidad.
Los satánicos que sí existen son una parodia de aquellos inventados por los inquisidores, y apenas aparecieron a mediados del siglo XX. Estos satánicos reales en efecto rinden culto al Diablo, pero entienden al Diablo como aquello que originalmente era en la Biblia; a saber, un adversario. Los satánicos de hoy en día son sencillamente parte de la contracultura que está inconforme con la ética cristiana de la austeridad, el perdón y la renuncia al hedonismo. Su promoción del culto al Diablo no consiste en raptar niños y comérselos, sino en disfrutar la vida en su máxima expresión sin sentir ningún remordimiento (y, como estos mismos satánicos advierten, no hay nada placentero en comerse a un niño o besar el ano de un burro). Su culto a Satanás es meramente alegórico, pues en tanto materialistas, no creen que exista el Diablo como persona.
Estos satánicos tienen un alto sentido del humor (parecido al sentido del humor de los rockeros que envían mensajes ocultos en sus discos), y en función de eso, parodian los ritos cristianos. Su ofensa es, a lo sumo, la blasfema de los ritos cristianos. En una sociedad laica, como la nuestra supuestamente es, la blasfema no es un delito. Más allá de eso, estos satánicos no han cometido ningún delito, en buena medida porque postulan que, para disfrutar la vida al máximo, es menester no hacer daño a los demás.
En el entretiempo, cazadores de brujas contemporáneos como el padre Palmar no tienen ningún sentido del humor, y confunden la monstruosidad moral que sólo reside en su imaginación, con unos muchachos que adoran a figuras rojas cornudas, pero no hacen daño a nadie. Es muchísimo más preocupante encontrar en la sociedad a fanáticos que imaginan que existe una conspiración mundial para llevar a cabo ritos satánicos macabros, que encontrar a jóvenes adolescentes vestidos de negro que se reúnan en una casa a escuchar música rock y griten “¡Ave, Satanás!”.