miércoles, 11 de mayo de 2011

El problema del libre albedrío



Uno de los problemas más interesantes en la filosofía de la mente es el del ‘libre albedrío’. Si, como los materialistas postulan, la mente es reducible a la materia (y no, como los dualistas sostienen, una sustancia inmaterial aparte), entonces la mente obedece, como cualquier otro fenómeno físico, a las leyes que rigen a la física. La física ha intentado explicar el universo con base en un modelo de causas y consecuencias: cada evento ha sido causado por otro evento, de manera tal que las leyes de la física operan con base en secuencias en las cuales se postula que, cada vez que sucede un evento en condiciones específicas, seguirá otro evento en determinadas condiciones.

Desde Isaac Newton, la física ha entendido el universo como una gran máquina que exhibe regularidad en su funcionamiento. Y, lo mismo que nosotros esperamos regularidad de las máquinas, los físicos esperan del universo regularidad con base en relaciones causales, de manera tal que cada vez que sucede un evento, puede esperarse que suceda un evento determinado, y no cualquier otro evento. Por ejemplo, si sostenemos un objeto y lo soltamos, esperamos que caiga al suelo. No esperamos que se quede suspendido en el aire, y tantas veces hemos observado esta secuencia de eventos, que la hemos formalizado en la ley de gravedad. Con base en eso, podemos predecir que, la próxima vez que sostengamos un objeto y lo soltemos, el objeto caerá al suelo. Y, también con base en eso, concluimos que el hecho de que el objeto cayó al suelo no es un evento espontáneo, antes bien, fue causado por un evento previo, el haberlo soltado en el aire.

Así, la causalidad estipula que cada vez que sucede un evento específico, le seguirá otro evento determinado. Al concebir al universo como una gran máquina que opera con base en secuencias causales, la física moderna se ha inclinado hacia el ‘determinismo’, la postura según la cual todos los eventos han sido causalmente determinados por una cadena de eventos previos. Y, puesto que se asume que las relaciones causales son constantes, la conclusión abstraída por el determinismo es que el universo no pudo haber sido de otra manera. Pues, si por cada evento, hubo una causa que propició que ocurriera ese evento, y no otro, entonces la secuencia de eventos ha quedado fija y es inalterable. Si asumimos la ley de gravedad como una relación causal constante, no pudo haber sido de otra manera que, al soltar un objeto en el aire, éste cayese al suelo. Y, así con todos los eventos del universo.

El determinismo postularía, entonces, que desde los inicios del universo con el Big Bang, todos los eventos han sido causalmente determinados, y que no pudo haber sido de otra manera. Una generación después de Newton, otro físico, Pierre Simon Laplace, postuló que si un agente pudiese conocer exhaustivamente todas las leyes de la física, podría predecir sin equívoco todos los eventos futuros, y podría describir todos los eventos pasados[1]. Pues, de nuevo, si las leyes de la física son constantes, entonces la sucesión de eventos en el universo estaría determinada por esas leyes.

Ahora bien, si como postula el materialista, la mente es reducible a la materia, y en tanto la materia forma parte del universo físico, la materia también está sujeta a las leyes de la física, entonces parece que los eventos mentales están determinados. De la misma manera en que el objeto se viene al suelo como consecuencia de haberlo soltado en el aire, y dada la ley de la gravedad ésa es la única manera en que pudo haber ocurrido; así también cada evento mental tiene una causa que propicia que ésa sea la única manera en que pudo haber ocurrido. Y, de nuevo, desde el origen del universo con el Big Bang, todos los eventos estarían causalmente determinados.

Pensemos, por ejemplo, cuando levantamos el brazo. ¿Es ese evento espontáneo? El materialista tendría que responder que no: el deseo de levantar el brazo ha sido causado por la activación de unas neuronas. Pero, a su vez, la activación de esas neuronas ha sido causada por otros eventos físicos. Y, estos eventos son causados por otros eventos, y así sucesivamente. Una vez más, pareciera que, desde el Big Bang, se suscitó una cadena causal ininterrumpida que desembocó en el deseo de levantar mi brazo, y que no pudo haber sido de otra manera.

Pareciera, entonces, que todos nuestros eventos mentales ya han sido determinados. Y, puesto que no pueden ocurrir de otra manera, entonces parecemos no tener poder para tomar decisiones. Todo cuanto hacemos ya ha sido previamente determinado por las leyes del universo. Cuando vamos a un restaurant, y se nos pregunta si deseamos comer pollo o pescado, no parecemos tener el poder decidir cuál de los dos platos comer. Pues, el deseo de comer uno u otro es causado por la activación de unas neuronas, este evento es causado por un evento previo, y así sucesivamente. Si pedimos pescado, no hubo otra manera en que pudo haber ocurrido. Creemos que pudimos haber pedido pollo, pero en realidad la configuración neuronal propició el deseo de comer pescado, y resultó inevitable que así fuese.

Esto nos parece extraño. Y, resulta extraño porque tenemos el sentimiento de que sí tenemos un poder de decisión en nuestras vidas, y de que nuestros pensamientos y conductas sí podrían haber sido diferentes. Esta intuición postula la existencia del libre albedrío, a saber, la capacidad que tenemos para ejercer control sobre nuestras acciones y decisiones.

Los dualistas consideran que si la mente es reducible a la materia, entonces no tenemos libre albedrío. Pero, no podemos prescindir del libre albedrío, fundamentalmente por dos razones: en primer lugar, porque la intuición de que somos libres es muy fuerte, y resultaría demasiado contraintuitivo postular que no somos libres; y en segundo lugar, porque resultaría imposible encontrar sentido a la vida sin la existencia del libre albedrío. En particular, la moral no sería posible. Pues, si los agentes no cuentan con un poder de decisión en sus vidas, entonces no podemos hacerlos moralmente responsables de sus acciones.

La única manera en que puede salvaguardarse el libre albedrío, opinan los dualistas, es rechazando la noción según la cual la mente es reducible a la materia, y postulando la existencia del alma como una sustancia inmaterial que, precisamente por ser inmaterial, escapa a la determinación causal que rige a la materia. Si el alma no está sujeta a las leyes de la física, entonces el alma puede garantizar el poder de decisión de las personas. Y, puesto que tenemos una fuerte intuición de que sí tenemos poder de decisión, entonces la mente no debe ser reducible a la materia, y el alma debe existir.

De esa manera, en la historia de la filosofía se ha configurado un debate en torno al libre albedrío y el determinismo, y pueden destacarse tres posturas fundamentales al respecto. Por una parte, los ‘incompatibilistas’, postulan que el libre albedrío es incompatible con el libre albedrío: no podemos ser libres y a la vez estar causalmente determinados. Los incompatibilistas se dividen en dos campos: de un lado los ‘deterministas duros’, quienes afirman el determinismo causal y, por ende, niegan el libre albedrío; de otro lado los ‘libertarios’, quienes afirman el libre albedrío y, por ende, niegan el determinismo causal. Evidentemente, los dualistas se inscriben en el lado de los libertarios, pues niegan que los eventos mentales sean causalmente determinados. Por otra parte, los ‘compatibilistas’ (también llamados ‘deterministas blandos’) postulan que el libre albedrío sí es compatible con el determinismo causal, y que sí podemos ser libres y estar determinados a la vez[2].

Frente al alegato del dualista, según el cual el materialismo implica determinismo causal, y el determinismo causal impide el libre albedrío, se han presentado algunas respuestas, procedentes de las diversas posturas que se han tomado en torno a este problema filosófico.

En primer lugar, algunos filósofos sencillamente prescinden del libre albedrío[3]. Ciertamente tenemos una fuerte intuición de que somos libres, pero muchas intuiciones son erróneas, y el libre albedrío podría ser una de ellas. Estos filósofos, procedentes del determinismo duro, postulan que el libre albedrío es sencillamente una ilusión, quizás explicable por la psicología evolucionista: aquellos homínidos que creyeron ser libres tuvieron más ventaja adaptativa.

A algunos de estos deterministas duros les importará poco si la inexistencia del libre albedrío despoja de sentido a nuestras vidas y aniquila la moral: quizás, en efecto, sencillamente la vida no tenga sentido; habría que asumir este hecho, y nada más. Pero, a la mayoría de los deterministas duros no les parece que sin libre albedrío, la vida no tiene sentido. A su juicio, hay muchas cosas cotidianas por las cuales preocuparse. Y, tampoco consideran que sin libre albedrío queda aniquilada la justificación ética del castigo. Pues, estiman que aun sin la responsabilidad moral derivada de la libertad, el castigo puede justificarse como instrumento disuasorio para prevenir otras faltas morales.

A la mayoría de las personas (entre las cuales me incluyo), no obstante, le resulta muy difícil comprender cómo puede tener sentido la vida sin el libre albedrío. ¿Sin el poder de decidir sobre nuestras vidas, qué nos puede motivar el despertarnos en la mañana y vivir a plenitud? Si la misma acción de despertarse no es libre, entonces el quedarse dormido y deprimirse tampoco es una acción libre. El determinista duro no parece tener motivos para reprochar a los demás de no encontrar sentido a la vida, pues bajo su misma doctrina, quienes no encuentran sentido a la vida no pueden hacer nada al respecto, en tanto no son libres. Más aún, el determinista duro parece no poder convencer a sus oponentes de que acepten su punto de vista, pues una vez más, sus oponentes ya están determinados a discrepar con él.

Además, si bien muchas intuiciones terminan por ser efectivamente ilusorias, el libre albedrío parece una intuición muy fuerte como para sencillamente prescindir de ella. Diariamente asumimos que somos libres; nadie que vaya a un restaurante y tenga que decidir cuál plato pedir, se sentará a contemplar cómo la determinación conduce los eventos hacia uno u otro destino. Antes bien, esa persona asumirá que es libre y decidirá cuál plato comer.

Para salvaguardar el libre albedrío, algunos filósofos incompatibilistas sugieren que el determinismo es falso. De esa manera, conservaríamos el libre albedrío, no porque la mente sea una sustancia inmaterial que escapa la determinación que rige a la materia, sino porque es falso que todos los eventos son causados; antes bien, algunos eventos pueden ser espontáneos y operan, no con base en la determinación, sino con base en el azar[4]. Estos filósofos apelan a los avances tentativos de la física cuántica en las últimas décadas. Según parece, la física cuántica ha documentado que, al menos a nivel subatómico, los eventos no son determinados. Si, por ejemplo, se somete una partícula a las mismas condiciones varias veces, no siempre se seguirá la misma consecuencia; que ocurra una u otra consecuencia dependerá del azar, y no se podrá predecir con certeza cuál será el comportamiento de esa partícula. Así, en tanto el determinismo es falso, el libre albedrío se conservaría sin necesidad de invocar la existencia del alma inmaterial.

Pero, no es muy claro que el hecho de que el determinismo sea falso permita conservar el libre albedrío. Pues, si el mundo no está determinado, entonces los eventos no tienen causas y, por ende, son aleatorios. Pero, el azar no es lo mismo que la libertad. Nuestras acciones no estarían determinadas, pero no por ello tendríamos libre albedrío. Pues, si no estamos determinados, entonces estamos abandonados al azar, y de nuevo, no tendríamos control sobre el azar.

En vista de esto, parecemos estar frente a un dilema. Por una parte, si el determinismo es verdadero, entonces parece que no tenemos control de nuestras acciones y, por ende, no somos libres. Por otra parte, si el determinismo no es verdadero, entonces parece que tampoco tenemos control de nuestras acciones, pues si bien éstas no estarían causalmente determinadas, serían meramente aleatorias, y no tenemos control sobre el azar. Si, en efecto, ambos el determinismo y el indeterminismo son incompatibles con el libre albedrío, entonces habría que admitir, junto al determinista duro, que el libre albedrío es una ilusión o, sino, al menos que el libre albedrío no es un concepto coherente.

Pero, otros filósofos, los compatibilistas (o deterministas blandos), pretenden esquivar este problema en la medida en que señalan que el determinismo sí es compatible con el libre albedrío[5]. A simple vista, parece contraintuitiva la noción de que el determinismo y el libre albedrío son compatibles, por las razones que ya hemos visto. Pero, los compatibilistas ofrecen un entendimiento más refinado de la libertad, a fin de que resulte compatible con el determinismo.

Para los compatibilistas, la ‘libertad’ debe entenderse como la disposición de poder elegir una de varias opciones, sin restricción de un agente foráneo. Una persona actúa en libertad cuando esa persona deseó el acto y pudo haber seleccionado otra opción, si la persona hubiese tenido el deseo de hacerlo.

Un caso es ilustrativo: cuando una persona levanta su brazo, esto obedece a un deseo. A su vez, este deseo es propiciado por una organización neuronal específica que determina causalmente el deseo. Esa acción, estiman los compatibilistas, es determinada pero libre a la vez, pues procede del deseo interno de la persona. Pero, si una persona levanta el brazo porque otra persona tiene un revólver apuntando a su cabeza amenazándola con matarla si no levanta el brazo, entonces esa acción no es libre, pues no procede de su deseo.

El compatibilismo pareciera ser un mero juego de palabras, pues no hace más que redefinir el significado de la palabra ‘libre’. Por ello, no es del todo claro que resulte una estrategia viable. Por ejemplo, si una persona toma una pastilla que la impulsa a cometer un crimen, entonces el compatibilista admitiría que esa acción no es libre, pues su acción no procede de su deseo interno. Pero, si una persona toma una pastilla que despierta en ella el deseo de cometer un crimen, y el crimen se comete, entonces el compatibilista sostendría que esa acción sí es libre. Pero, ¿acaso es diferente la pastilla que impulsa a cometer un crimen, de la pastilla que despierta el deseo de cometer un crimen?

El compatibilismo pretende imponer una diferencia entre causas intrínsecas y causas extrínsecas al sujeto: aquellas acciones propiciadas por las causas extrínsecas no serían libres; pero aquellas acciones propiciadas por las causas intrínsecas sí serían libres. La dificultad está en que no parece tan sencillo diferenciar entre ambos tipos de causas. El cerebro causa las conductas, y bajo el entendimiento compatibilista, las acciones causadas por el cerebro son libres, en tanto el cerebro es intrínseco al sujeto. Pero, es claro que la configuración del cerebro ha sido propiciada por causas extrínsecas (pudo haber tenido una malformación durante la gestación, pudo no haber tenido suficiente nutrición, etc.), en vista de lo cual, al final, las causas de la conducta provendrían de circunstancias extrínsecas.

Un compatibilista señalaría que un hombre con el deseo de ser violento es libre cuando golpea a su esposa. Ciertamente la violencia que ejerce contra su esposa es causada por un deseo intrínseco a él. Pero, a su vez, este deseo quizás fue causado por las experiencias traumáticas de su niñez en un hogar violento, de manera tal que, si bien su violencia es causada por un deseo interno, este deseo interno ha sido causado por condiciones extrínsecas. No es del todo claro que este hombre golpea libremente a su esposa, pues el origen causal de su violencia es el hogar violento en el cual creció; la mediación del deseo interno no parece hacer una gran diferencia.

Otra alternativa compatibilista consiste en señalar que la organización cerebral del ser humano es de tal complejidad, que no es posible elaborar predicciones certeras respecto a la conducta humana. Y, en tanto carecemos de un conocimiento absoluto sobre la conducta humana, sólo podemos tener expectativas, pero no certezas, sobre la conducta futura de los individuos. En función de esto, puesto que los individuos tienen la capacidad de actuar diferente a cómo se espera de ellos, el libre albedrío se conserva. Esta alternativa parece más persuasiva, pero no plenamente. Pues, pareciera estar más bien afirmando la apariencia de libre albedrío (pues los demás no tienen capacidad de predecir las acciones), pero no afirma la existencia real del libre albedrío.

En vista de las dificultades de estas posiciones, entonces, aparentemente el dualismo está en mejor posición para explicar cómo el ser humano tiene libre albedrío. En tanto considera que el determinismo no es compatible con el libre albedrío, el dualista forma parte del incompatibilismo. Pero, como hemos visto, quien niega el determinismo también enfrenta un problema, pues si las acciones humanas no están causalmente determinadas, entonces están regidas por el azar, y el azar no hace posible la libertad. El dualista pretende eludir este problema señalando que, si bien las acciones humanas no están causalmente determinadas, tampoco están abandonadas al azar; antes bien, las acciones humanas derivan de la voluntad que procede del alma inmaterial que escapa a la determinación del mundo físico. En otras palabras, las acciones humanas serían espontáneas (en tanto no son causadas), pero no azarosas.

Pero, no es muy claro cómo, exactamente, las acciones humanas pueden escapar a la determinación causal y el azar al mismo tiempo. Es difícil concebir cómo un evento no es ni causalmente determinado, ni aleatoriamente espontáneo. Además, la insistencia dualista de que la acción humana escapa la determinación causal parece sencillamente falsa. Sería insensato pensar que alguien que ha sufrido una lesión cerebral que lo conduce a cometer acciones agresivas es realmente libre: un evento sobre el cual no tuvo control, ni tampoco deseó, puede transformar dramáticamente su configuración mental. Y, mientras más descubrimos la naturaleza y funcionamiento del cerebro, más comprendemos que la actividad mental está causalmente determinada. Los casos de personas que sufren lesiones cerebrales son bastante ilustrativos de que, si no totalmente, al menos buena parte de nuestra mente sí parece estar causalmente determinada.

Ha llegado el momento de admitir que todas las posturas que he reseñado en torno al problema del libre albedrío son problemáticas, y ninguna convence plenamente. La argumentación compatibilista dista de ser satisfactoria, y hay plenitud de indicios de que nuestra conducta está causalmente determinada. Por ello, la alternativa pareciera ser un determinismo duro: estamos determinados y no somos libres. Pero, persiste nuestro sentimiento de que sí somos libres, y resulta un enigma precisar cómo podemos vivir sin libre albedrío. Por mi parte, el problema del libre albedrío sigue siendo un misterio, y no estoy seguro de que algún día podamos encontrarle solución. La frase del poeta Samuel Johnson es evocadora de ello: “todas las teorías están en contra del libre albedrío; todas las experiencias están a su favor”

7 comentarios:

  1. Es un poco confuso, pues si el determinismo es absoluto, y la causalidad se encuentra ontológicamente prefijada desde el Big bang, entonces, no existe la menor posibilidad de elección alguno y la noción de lo contingente desaparece de tal manera que le damos paso al reino metafísico de la más absoluta e inevitable Necesidad. Mi trabajo de grado va por allí. Saludos, gendrik

    ResponderEliminar
  2. Por otro lado, la intuición de que somos libres y de que podemos elegir autonomamente entre varios cursos de acción, después de un espacio de deliberación sobre tales opciones, es tan intuitivamente fuerte que, al equivocarnos eventualmente y lamentarnos, surge precisamente ese SENTIMIENTO de que pude haber hecho las cosas de otra manera, de que estuvo a mi alcance y que sin embargo no lo hice. Creo que a pasear del subjetivismo que envuelve tal sentimiento, sería un buen contraargumento contra la versión fisicalista.

    ResponderEliminar
  3. Gabriel, ¿cómo hago para ver la bibliografía citada?

    ResponderEliminar
  4. Hola Gendrik, esto es tremendo problema, y yo no le veo solución fácil. Hay una frase de un poeta famoso: "toda la evidencia va en contra del libre albedrío, todos nuestros deseos van a su favor". Sospecho que, quizás, una solución sea asumir el compatibilismo; pero a mí esa solución no me convence. Luego pongo la bibliografía. Gracias por escribir.

    ResponderEliminar
  5. Muy contento de haber encontrado tu blog, viendo la tendencia a tus intereses me imagino que ya debes estar familiarizado con los descubrimientos de la neurociencias que echan por la borda al libre albedrío, con las pruebas de que nuestras decisiones ocurren 6 segundos antes de que nos demos cuenta. Algo más que añadir, a Christopher Hitchens le preguntaron si creía en el libre albedrío y él respondió que "no tengo ninguna otra opción". Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, sí, ésos son los famosos experimentos de Benjamin Libet. Con todo, yo no diría que eso elimina el libre albedrío. Creo que, al final, todo dependerá de cómo entendamos la palabra "libertad". Si la entendemos en el sentido de "nadie te puso una pistola en la cabeza", entonces sí seríamos libres. Es la postura de compatibilistas como Daniel Dennett.

      Eliminar
    2. Cierto, ahora se convierte en un asunto de cómo definimos libre albedrío en la máquina llamada "humano", en vez de ver si hay un fantasma en la máquina, cosa ya descartada. Veo dificultades en las implicaciones que traerían una nueva definición de libre albedrío, ya que gran parte de nuestra cultura se ha regido por la noción dualista de libre albedrío, como en los casos de la condena, la venganza, el castigo, culpa, vergüenza, etc. Son instintivas estas actitudes en nosotros porque seguro fueron útiles a nuestros ancestros menos racionales, pero no son realistas y vale la pena ser revisadas.

      Eliminar