El Taj Mahal es sin duda una de las joyas arquitectónicas
de la humanidad, y tuve la dicha de visitarlo en enero de 2014. Hasta ese
momento, yo no tenía demasiado interés en la India, su cultura o su historia.
Me interesaba mucho más el mundo árabe e islámico, y efectivamente, había
visitado Marruecos años atrás.
Pero, en
un seminario en el cual participé en la Universidad de California, Santa
Bárbara, en el año 2012, conocí a algunos hindúes, y los organizadores de aquel
seminario me llevaron a conocer varios templos hindúes. Quedé maravillado con
el hinduismo. Supongo que aquella experiencia fue mucho más estética que
cualquier otra cosa. Hasta el día de hoy sigo pensando que el hinduismo enseña
doctrinas absurdas hasta más no poder, y su mensaje ético tampoco es muy
admirable. Pero, debo confesar que sí quedé cautivado por el colorido, la
música y la intensa creatividad imaginativa de sus mitos e iconografía.
Así
pues, me empecé a interesar un poco más en la naturaleza de la religión hindú.
Por pura casualidad, a mediados de 2013 me encontré en Maracaibo con un colega
profesor, encargado de promover viajes académicos a la India. Aparentemente,
este profesor tenía dificultades en reclutar gente que quisiera ir a la India,
y me preguntó si a mí me gustaría ir. Le dije que estaría encantado. La mala
noticia, no obstante, era que el viaje académico sería a un seminario sobre
cómo ser un buen gerente. Yo jamás he tenido un solo empleado en mi vida, pero
con tal de ir a la India, asumí el reto.
Llené
unos formularios mintiendo sobre mi experiencia como gerente. Al cabo de unas
semanas, la embajada de la India en Caracas me llamó, y se concretaron los
detalles del viaje. En realidad, aquella preparación fue una pesadilla. Cuando
fui a Caracas s solicitar la visa, hubo un error en una de las planillas. Los
propios funcionarios indios no tenían el menor interés en ayudarme a ir a
visitar su país, y si no fuera por una muchacha gocha que trabajaba en la
embajada, no hubiese conseguido la visa (ella muy gentilmente intervino para
enviarme el pasaporte a Maracaibo). Mi pasaporte llegó el día antes de mi
partida.
El viaje
fue a Nueva Delhi. El seminario ha sido uno de los más aburridos a los cuales
he asistido en mi vida, y para colmo de males, nos obligaban a escuchar clase
desde temprano en la mañana hasta la noche. Me quedó claro que yo no estoy
hecho para ser gerente, pero también me quedó claro que en la India, se valora
más a los gerentes (¡sobre todo en sus infames call centers!) que a cualquier otra profesión.
En fin, en las
noches, salía a conocer Nueva Delhi, montado en triciclos (no sin antes
negociar el precio, por el puro arte de aprender a negociar con un indio).
Contemplé basureros enormes, niños capaces de perseguirme dos kilómetros
pidiendo dinero a medida que asumían expresiones faciales de enorme
sufrimiento, cientos de pordioseros durmiendo a cielo abierto, moscas, caos en
el tráfico, y alguna otra delicia del Tercer Mundo. Esperaba ver muchas vacas
deambulando, pero en realidad vi muy pocas. Supongo que a cualquier sifrino venezolano,
fastidiado de tanto subdesarrollo y muy deseoso de llevar orejitas de Mickey
Mouse, Delhi le parecería una asquerosidad. Pero, yo quedé encantado.
En el seminario nos
trataban como muchachitos de colegio. Estoy seguro de que eso forma parte de la
idioscincracia india, en la cual el jefe ordena y el subalterno obedece sin
rechistar. Nos regañaban constantemente (pero, también debo admitir que tenía
colegas que se comportaban con muy poco profesionalismo, de forma tal que a
veces sí se lo merecían).
Quizás para limar
asperezas, los organizadores del seminario nos llevaron a Agra, la ciudad del
Taj Mahal. Fueron cuatro horas de ida en bus, y cuatro de vuelta. No soy muy
amigo de hacer viajes tan cansones, pero en esta ocasión, valió la pena. Agra
es una de las ciudades más feas en las cuales he estado (supongo que sólo
Majuro y Maturín le ganan). Agra tiene las mismas moscas, basureros y pordioseros
de Delhi, pero sin el encanto de la llamada ciudad
de los jinn). Incluso, un río adyacente al Taj Mahal, está lleno de
escombros. No obstante, la belleza del Taj Mahal es suficiente para olvidar la
fealdad de Agra.
Salman Rushdie suele
decir que es imposible no sentirse abrumado por gente en la India. En Delhi
nunca me sentí particularmente sobrecogido por gentíos, pero en Agra sí, justo
antes de entrar al Taj Mahal. Para entrar, todos los visitantes deben colocarse
en una cola que está tan abarrotada de gente, que es imposible no recibir
empujones de la marea humana.
Una vez dentro del
Taj Mahal, no obstante, es fácil llegar a la conclusión de que, aún con
empujones, valió la pena ir. Lo recorrí completo. La mayor parte del trayecto
lo hice con un colega palestino (uno de los indisciplinados en el seminario)
que me ofrecía su perspectiva sobre el conflicto con Israel. Recordaré aquella
visita, no solamente por la belleza del Taj Mahal, sino también por la
serenidad y ecuanimidad con que el palestino me explicaba los abusos de los
israelíes, pero al mismo tiempo la corrupción de los palestinos.
El Taj Mahal es obra
de los mogoles, la mayor dinastía de gobernantes islámicos en India. A pesar de
su origen musulmán, se ha convertido en un símbolo de unión en la India; como
Gandhi, es uno de los grandes íconos del nacionalismo indio que trasciende
sectarismos religiosos.
No obstante, en los
últimos años, he conocido personalmente a simpatizantes del nacionalismo hindú,
cuyo partido, el Bharatiya Janata Party, gobierna la India. Una faceta de este
nacionalismo hindú consiste en expurgar el legado islámico de la India. Algunas
de estas personas que he conocido, recalcan que el Taj Mahal fue construido
encima de un templo hindú. El nacionalismo hindú tuvo un auge a finales del
siglo XX, en parte debido a la destrucción de una mezquita en la ciudad de
Ayodhya en 1992, bajo el pretexto de que esa mezquita fue construida encima de
un templo dedicado al dios hindú Ram. Hasta ahora nunca he oído a un fanático
hindú decir que el Taj Mahal debe ser demolido porque antes había ahí un templo
hindú. Pero, así como los talibanes e ISIS llegaron a destruir bellas esculturas
del pasado pre-islámico, siempre está la posibilidad de que esos fanáticos del
Bharatiya Janata Party se les ocurra hacer lo mismo con las joyas arquitectónicas
del pasado islámico. Quiera Cristo, Alá, Rama, o cualquier otro de los 330
millones de dioses que hay en la India, que esto no ocurra. Si llegase a
ocurrir, sentiría el mismo pesar que tuvo Shah Jahan (el emperador mogol que
ordenó la construcción del Taj Mahal) cuando murió su amada Mumtaz Mahan (a quien
está dedicado el edificio).