La tauromaquia tiene varios defensores intelectuales: Vargas Llosa, Savater, Francis Wolff, Salvador Boix, entre otros. A diferencia de los intelectuales taurinos del pasado como Hemingway u Ortega y Gasset, esta nueva estirpe es más argumentativa, y busca emplear las herramientas de la ética para defender la tauromaquia.
Lamentablemente, en estas defensas intelectuales de la tauromaquia, se cometen todo tipo de falacias argumentativas. Pero, quizás la más común es la tu quoque. Estos taurinos defienden la crueldad a los toros diciendo que, fuera de la tauromaquia, el ganado sufre aún más. Basta pensar en las terribles condiciones en las que viven cerdos, pollos y vacas en granjas industriales, y la forma en que se termina con su triste existencia en el matadero.
Nadie menos que Peter Singer, el máximo gurú de los animalistas, da razón a los taurinos, en un pasaje que no se cansan de citar: “Protestar la tauromaquia en España… mientras comemos huevos de gallinas que han pasado todas sus vidas encerradas en unas jaulas, o comer terneras que han sido arrebatadas de sus madres… es como denunciar el apartheid en Sudáfrica y a la vez pedir a los vecinos que no vendan su casa a los negros”.
Por supuesto, Singer no se propone defender la tauromaquia. Pero, los taurinos sí usan su cita con ese propósito. Y, es así cómo cometen la falacia tu quoque. Esta falacia consiste en decir que, puesto que otra persona hace algo mal, entonces no hay justificación para el reproche. Y es falaz, porque el mero hecho de que existan cosas peores que la tauromaquia, no implica que la tauromaquia sea buena. Las palabras de Singer sirven para criticar a la industria alimenticia, no para defender la tauromaquia.
Con todo, los taurinos tienen razón en que los movimientos antitaurinos apestan a hipocresía. Es cierto que, antes de entrar al ruedo, el toro de lidia tiene una vida muy plácida. ¿Por qué, entonces, los antitaurinos se obsesionan con la tauromaquia, en vez de dirigir más su atención a los mataderos y las granjas que tratan igual o peor a los animales?
Pienso que hay dos motivos. El primero, es el motivo nacionalista. Cataluña prohibió las corridas de toros, pero no prohibió los correbous y el toro embolado, festividades que también maltratan al animal. Canarias prohíbe la tauromaquia, pero protege las peleas de gallos, igual que muchos países latinoamericanos. No es difícil apreciar que la motivación de estas legislaciones no es el amor a los animales, sino el rechazo a España.
La obsesión antitaurina recoge una larga tradición de leyenda negra en torno a España. La Ilustración española (con gente insigne como Jovellanos) se opuso a los festejos taurinos, pero los absolutistas los defendieron. Los mismos que gritaban “¡vivan las cadenas!” al regreso de Fernando VII (un rey que cerró universidades pero abrió escuelas taurinas), vendían sus camisas con tal de ir a los toros. La tauromaquia formaba parte del mismo conjunto de la Inquisición, los conquistadores, el fanatismo religioso, la expulsión de los judíos, el atraso…
Los antitaurinos, en cambio, son todos progres del mundo avanzado, fuertemente influidos por la cultura anglosajona. Eso les ha permitido hacerse muy fácilmente una imagen de la tauromaquia como una institución bárbara, propia de la España negra, la cual tiene que desaparecer. Pero, el maltrato animal del mundo industrializado pasa desapercibido, pues no está asociado a la barbarie de la España cañí. Los antitaurnos se obsesionan con la tauromaquia, no propiamente por la crueldad (pues el maltrato animal existe en todas partes), sino porque evoca lo rancio de Torquesada, Hernán Cortés, Fernando VII, Franco, el PP… Los maltratos animales de otros países pasan desapercibidos, porque no forman parte de una leyenda negra.
El otro motivo de la obsesión antitaurina tiene que ver con la propia vistosidad de la tauromaquia. Algo de verdad tiene aquella frase atribuida a Orson Welles, según la cual, las corridas de toros son “indefendibles pero irresistibles”. No hay justificación moral posible para dar semejantes palizas al pobre animal, pero sería una insensatez negar la majestuosidad que surge cuando un torero con los pies clavados sobre la tierra, da una verónica a un enorme bicho que con sus pitones roza el traje. El pasodoble, el traje de luces, el atardecer, la valentía, la coordinación de las cuadrillas, el empuje del toro ante el caballo del picador… guste o no, todo eso genera fuertes emociones estéticas que gente tan variopinta como Goya, Bizet, Picasso, Botero o Cantinflas, supieron expresar en sus obras artísticas.
Ese fuerte componente estético hace que la tauromaquia resalte mucho más. En cambio, la ganadería industrial, con sus celdas y mataderos en serie, no son más que frías máquinas de matar; no tienen absolutamente ningún sentido estético. Las peñas taurinas celebran por todo lo alto el triunfo del torero. Los mataderos industriales, en cambio, tratan de esconder lo más que pueden el empacamiento de su mercancía.
Como resultado, un joven urbanizado quiere abrazar una noble causa progresista, y prende la tele. Ve alguna noticia sobre mataderos, y quizás puede ver las míseras condiciones de las vacas y la forma en que van a su muerte, pero no siente mucha emoción al respecto. Cambia de canal, y ve a un torero entrar a matar en volapié, y los tendidos de la plaza estallar en júbilo. Frente a esto, siente una fuerte emoción que lo perturba, y que no sintió al ver la noticia sobre el matadero. Así, se propone acabar con la práctica que generó en él esa emoción tan fuerte, a pesar de que esa práctica no causa más maltrato animal que la práctica que dejó sus emociones intactas.