El DSM 5, el manual estadístico empleado en la
psiquiatría norteamericana para catalogar todas las enfermedades mentales,
incluye en un capítulo los llamados “síndromes culturales”. Éstas son
enfermedades mentales que sólo aparecen en algunas culturas. Por ejemplo, el
síndrome Dhat (que consiste en el temor de estar perdiendo demasiado semen)
ocurre sólo entre hindúes. Otro síndrome cultural bastante conocido es koro (no
incluido en el DSM, pero sí en el ICD-10, el manual psiquiátrico que se emplea
en Europa): el temor de que el pene se encoja; este síndrome aparece
sólo en culturas asiáticas.
Pues
bien, según parece, esta variabilidad también aplica a distintas épocas. Ha
habido algunas enfermedades mentales que han aparecido más en algunos contextos
históricos que en otros. El filósofo Ian Hacking examina esta cuestión en su
libro Mad travellers (“Viajeros
locos”). Hacking estudia cómo la enfermedad mental que vino a llamarse “fuga”,
sólo pudo aparecer en la Europa de finales del siglo XIX. En aquella época,
empezaba el fenómeno moderno del turismo, y la policía apretaba su control
sobre vagos y maleantes. Esto propició que mucha gente, en un estado de
disociación, empezara a caminar miles de kilómetros alejándose de sus lugares
de origen, sin un rumbo fijo.
Hacking
explica que la “fuga” sólo existió entre 1887 y 1909. A su juicio, el brote de
“fuga” fue sólo posible con las circunstancias históricas precisas que aquel
momento. Hacking no es de la misma estirpe de anti-psiquiatras que, como Thomas
Szaz, creen que las enfermedades mentales sean construcciones sociales. Pero,
Hacking sí insiste en que las enfermedades mentales son producidas por
circunstancias sociales, más que por causas biológicas precisas. O, en todo
caso, las enfermedades mentales pueden tener un origen biológico, pero sólo se
activan y se hacen prevalentes, si encuentran un “nicho ecológico” (así lo
llama Hacking) en el cual se puedan reproducir.
Yo no
creo que la tesis de Hacking aplique para todas las enfermedades mentales. La
esquizofrenia, por ejemplo, se encuentra en cerca del 1% en todas las
sociedades, la ha habido en todas las épocas, y contrariamente al cuento que
nos quisieron vender Deleuze y Guatarri en El
anti Edipo (un libro espantosamente confuso), el origen de la esquizofrenia
tiene que ver más con la neurotransmisión de la dopamina, que con el
capitalismo.
Pero,
pienso que la tesis de Hacking sí podría aplicar a algunas enfermedades
mentales actuales, y me atrevo a postular que la disforia de género (o el
trastorno de identidad de género, como se le conocía hace unos años), es una de
ellas. ¿Por qué un jovencito que tiene pene y testículos, preferiría tener
vagina y ovarios? No sabemos bien. Los psiquiatras y endocrinólogos nos dicen
que, quizás, tiene que ver con las hormonas que el feto recibe durante el
embarazo. Es posible que la testosterona codifique la formación de genitales
masculinos, pero no llegue en suficientes cantidades al cerebro que se está
formando. Así, el niño nace con genitales masculinos, pero quizás con un
cerebro más femenino, y eso causa la disforia.
Es una
explicación razonable. Pero, vale tener presente la advertencia de Hacking: las
enfermedades mentales también requieren nichos ecológicos, sobre todo si son
más prevalentes en unas épocas que en otras. La disforia de género no ha sido
constante a lo largo de la historia humana. Ciertamente hay mitos en los que
aparecen personajes con identidades de género que no encajan con el
convencional sistema binario, y también es cierto que, aquí y allá, hay algunas
sociedades con terceros géneros. Pero, se tratan de casos muy marginales: la
abrumadora mayoría de las sociedades han dividido a la población en dos
categorías en función de sus genitales, y ha sido raro encontrar a gente que no
esté conforme con la categoría asignada.
Sólo
desde finales del siglo XX, ha habido un aumento dramático en el número de
personas que siente inconformidad con su género. Obviamente, el nicho ecológico
tuvo que haber cambiado. En efecto, ha sido así. Y, opino que ese nicho
ecológico es las llamadas “políticas de la identidad”, y la ideología anti-sistema.
El muro de Berlín cayó, el comunismo fracasó, y el capitalismo pareció triunfar
de manera definitiva. Ante la ausencia de ideologías firmes para oponerse a la
vorágine capitalista, tuvieron que surgir nuevos motivos para oponerse al
sistema, pues ya los argumentos económicos de Marx no convencían tanto.
Había
que oponerse al sistema, pero no se sabía cómo. La mejor manera de hacerlo, sería
retando a la división más antigua en la historia de la humanidad, aquella que
divide a la especie humana en dos grupos según sus genitales. La izquierda se
volvió queer. El ser transgénero
empezó a convertirse en la nueva camiseta con la imagen del Che Guevara, un nuevo icono
antisistema. Ya no se iría a una manifestación exigiendo mejoras salariales; la
protesta ahora sería para exigir que un hombre pueda entrar al baño de las
mujeres.
Hacking
habla de “contagios semánticos” en las enfermedades mentales: de repente, toda
la sociedad empieza a hablar de los síntomas, y ahora, el número de casos se
multiplica. La cobertura mediática de esos casos, hace que la misma prevalencia
aumente. En otro de sus libros, Hacking estudia cómo este mismo fenómeno explica
que, de repente, en la década de 1980, hubiera un incremento masivo en los
casos de trastornos de personalidad múltiple. A juicio de Hacking, el
sensacionalismo mediático en torno a estos trastornos, hizo que mucha gente
manifestara los síntomas.
Yo
encuentro muy plausible que un adolescente, molesto con sus padres y con la
sociedad en general, al prender la tele y ver los debates sobre los baños, y al
ver a Bruce Jenner en las portadas de revista de glamour, termine por exhibir
los síntomas de la disforia de género. Sí, seguramente ese jovencito tuvo algún
desajuste hormonal cuando estaba en el vientre de su madre. Pero, sin la
exaltación que la izquierda queer ha
hecho de la disforia de género, seguramente esos síntomas no se activarían con tanta frecuencia.