Mientras escribo estas líneas, aún no se sabe quién ha
ganado las elecciones presidenciales de EE.UU., pero todo indica que Donald
Trump es el vencedor. Muchos, incluyéndome, hemos quedado atónitos. Si hay que
buscar culpables de esta catástrofe, yo señalaría a dos.
El primer culpable es Barack Obama. En
el 2008, Obama lanzó su campaña con la promesa de que él uniría a EE.UU., y se
convertiría en un presidente post-racial. Ese mensaje fue explícito. Pero,
implícitamente, el mensaje fue distinto. Obama nunca llegó a decir
categóricamente, “Voten por mí porque soy negro”, pero su campaña sí lo
presentó como un candidato que debería ser elegido, no tanto por el contenido
de sus ideas, sino por el mero hecho de que era negro. Con eso, EE.UU.
finalmente elegiría a un presidente negro tras varios siglos de injusticia, y
así, el votante blanco se quitaría de encima el peso de la culpa.
Esta forma de hacer política, que en
EE.UU. se denomina “políticas de identidad” (identity politics), se ha hecho muy común en las sociedad
norteamericana. Lo relevante no es la ideología, sino a cuál grupo demográfico
se pertenece. Obama explotó esa tendencia para conseguir sus triunfos en 2008 y
2012 (tácitamente comunicando el mensaje de que, quien no votase por él, es un
racista), y en 2016, Hillary Clinton intentó algo similar (aunque no en el
mismo grado que Obama), al continuamente presentarse como la primera mujer en
buscar ganar la presidencia de EE.UU.
Donald Trump ha ganado con el voto
de los blancos. Y, lo ha hecho apelando a las políticas de la identidad. Al
final, los hombres blancos votantes, llegaron a la conclusión de que, si los
negros votaron por Obama por el mero hecho de que es negro, y las mujeres
votarían por Clinton por el mero hecho de ser mujer, entonces ellos votarían
por Trump, por el mero hecho de ser blanco y hombre. Las mismas políticas de la
identidad que llevaron a Obama a la Casa Blanca, ahora se vuelven contra los
demócratas. Es un juego perverso que, lamentablemente, el mismo Obama inició.
El segundo culpable son los propios
medios de comunicación que estuvieron en su contra. Trump es un bufón, pero la
forma en que los medios de comunicación lo satanizaron fue desproporcionada.
Trump ganó enfrentándose a su propio partido republicano, CNN, el Vaticano,
muchas iglesias protestantes, la BBC, Al Jazeera, MSNBC, e incluso, durante las
primarias republicanas, la propia Fox News (una cadena marcadamente
conservadora). Muy pronto se convirtió en el underdog: tenía todo en su contra. Y, la narrativa del underdog es muy poderosa en la cultura
norteamericana. Cuanto más se presentaba a Trump como un monstruo en los medios
de comunicación, más fortalecido salía. Al final, el votante promedio
norteamericano llegó a la conclusión: si todos dicen que Trump es el propio
diablo, entonces, algo bueno debe tener.
Los medios norteamericanos cometieron el mismo error
que los medios venezolanos (y latinoamericanos en general) cometieron con
Chávez en 1998: en vez de moderar los ataques en contra del candidato, terminaron
por satanizarlo. Al final, tanto Chávez como Trump (ambos con un enorme talento
frente a las cámaras), supieron convertir esa satanización en una ventaja.