Una de las cosas más absurdas que recuerdo de mi infancia
en Venezuela, era ver frecuentemente a los ascensoristas en edificios de
diversa índole. El que yo más vívidamente recuerdo es el del almacén Fin de
Siglo, en la avenida 5 de julio de Maracaibo.
En una
época, los ascensoristas fueron una profesión muy necesaria, pues operaban
estas máquinas, cuyo riesgo muchas veces es subestimado. Pero, a medida que los
ascensores fueron adquiriendo botones automáticos, la profesión fue
desapareciendo en muchos países hacia la década de los años 60 del siglo XX.
No
obstante, en Venezuela, hasta bien entrada la década de los 80, esta profesión
continuó. Estos ascensoristas operaban ascensores que ya tenían botones automáticos. Cualquier persona podía presionar el
botón, pero el usuario le dictaba el número de piso al ascensorista, y éste
presionaba el botón. Recuerdo vívidamente que el ascensorista de Fin de Siglo
tenía una terrorífica cara de aburrimiento. Estos ascensoristas existían porque
los gobiernos venezolanos así lo requerían. Existía un decreto, según el cual,
toda empresa, pública o privada, que tuviera ascensor (sin importar si era
automático o no), debía tener ascensorista.
Es tentador
pensar que esta locura es debida a algún excéntrico político criollo. Pero, no.
En realidad, se inspira en John M. Keynes. Keynes observaba que, por diversos
motivos (pero, fundamentalmente, debido a que la reducción de costos genera
desempleo, y a su vez, el desempleo genera contracción en el consumo, lo cual a
su vez genera más reducción de costos), el capitalismo atraviesa períodos de
recesión. Para romper este círculo vicioso, Keynes proponía la intervención del
Estado para realizar los debidos correctivos. Y, básicamente esta intervención
consistía en reactivar la economía dirigiendo fondos públicos para obras
públicas. En el esquema de Keynes, lo importante no es tanto la obra pública,
sino la reactivación del empleo.
Proverbialmente,
los keynesianos llegaron a postular que, en tiempos de contracción, podría ser
incluso necesario para el Estado crear agujeros, para inmediatamente llenarlos.
Lo importante, de nuevo, es estimular la economía generando empleos.
En mis
días de estudiante, todo esto me parecía genial. Mis profesores me reafirmaban
la idea de que EE.UU. salió de la gran depresión debido a su entrada en la
Segunda Guerra Mundial, en buena medida debido a la reactivación económica que
la industria de guerra suscitó.
Hoy, sé
que esta interpretación histórica está bastante cuestionada. Pero, en todo
caso, al contemplar el patético caso de los ascensoristas, casi intuitivamente
postulo que la solución de Keynes no puede ser la más óptima. El buscar crear
empleos a toda costa, me parece, termina generando una bestial ineficiencia en
la administración de los recursos, y tarde o temprano, esta ineficiencia se
apodera de otras esferas de la vida social.
El
decreto de los ascensoristas generó miles de trabajo inmediatamente. Pero, ¿a
qué costo? Sospecho que, en el plano económico, estos remedios keynesianos
hubieron de generar una inflación tremenda. Las empresas privadas (como Fin de
Siglo) debían incorporar en su nómina nuevos empleados que hicieran la función
de ascensoristas. Pero, al incrementar sus pasivos laborales, Fin de Siglo
debía recurrir al aumento de las mercancías que comercializaba. Los
ascensoristas tenían dinero (pues ya no eran desempleados), y con eso, se
aumentaba la masa monetaria en la calle. Pero, al no haber un aumento real de
la producción (¿qué carajo aporta un ascensorista a la producción?), esta masa
monetaria se volvía más inorgánica, y al final, crecía la inflación.
Pero,
sospecho que los problemas iban más allá del ámbito económico. Al menos Keynes
tenía la idea de crear huecos para taparlos, cuestión que requeriría cierto
trabajo. Pero, apretar los botones de un ascensor no requiere ningún esfuerzo.
Con todo, se va creando en la mente del ascensorista la idea de que el patrón
tiene el deber de pagar por una actividad tan estúpida como la que hace el
ascensorista. Y, así, a medida que el Estado reparte más y más dinero con el
supuesto objetivo de reactivar la economía, al final, se llega a un estado de
total dependencia respecto al Estado, y ninguna iniciativa o emprendimiento, una
situación típica de los países comunistas. Con esto, la economía termina de
desplomarse.
Keynes
proponía dar dinero a quien crease y tapase huecos. Carlos Andrés Pérez
proponía dar dinero a quien apretase los botones de un ascensor (una tarea
mucho menos ardua, pero al menos, que exige cierta disciplina en el
cumplimiento del horario laboral). Ya en la época de Chávez, la propuesta era
dar dinero a gente que ni siquiera tenía que rendir cuentas o cumplir horarios:
madres de reclusos, o sencillamente, gente que recibía becas por el mero hecho
de existir.
Supongo
que la teoría económica de Keynes tiene muchos méritos, y requiere una
valoración mucho más compleja de lo que yo, un simplón en estos asuntos
económicos, puede hacer. Pero, la contemplación de los ascensoristas durante mi
infancia, me hace sospechar un poco de las virtudes de sus ideas.