Una de las escenas más melancólicas
y poéticas que he visto en la historia del cine está en El padrino, parte II: el joven Vito Corleone viaja a New York, y
junto a otros inmigrantes, contempla desde el buque en el cual viajan la
Estatua de la Libertad. El fondo musical de esta escena (y es el tema musical
de toda la película) se titula El
inmigrante, una pieza magistral sumamente melancólica. Pues, como
contraparte de la esperanza del sueño americano (el cual el filme se asegura de
desmitificar), se retrata la nostalgia por dejar atrás el país de origen de
estos inmigrantes europeos de inicios del siglo XX.
Una breve pieza amateur reciente producida por jóvenes venezolanos, Caracas, ciudad de despedidas (acá), trata también
sobre el tema de la migración. Se trata de una serie de entrevistas de jóvenes
que se disponen a marcharse de Venezuela. Hay, como en El padrino parte II, algo de melancolía. Pero, hay más frustración,
e incluso odio, que nostalgia. La pieza ha generado controversia. No faltan
motivos para ello.
Los muchachos que aparecen en el
video son típicos representantes de la alta burguesía venezolana. Obviamente
tienen dinero, pero parece que les falta educación, pues no se cuidan de
cometer algunos errores gramaticales (como, por ejemplo, emplear el adverbio
“demasiado” como complemento de la expresión “yo me iría”). Sus motivos para
emigrar son escandalosamente vanidosos: no poder ir a discotecas con
tranquilidad, no poder vivir tranquilamente como residentes de las zonas “al
este del este” (las regiones más afluentes de Caracas), no poder seguir
disfrutando de una acomodada posición socio-económica, etc.
El video ha generado indignación en
mucha gente, pero se trata, ante todo, de una indignación visceral. Pues,
quienes se sienten ofendidos por este video no logran precisar dónde radica
exactamente lo objetable. La mayor parte de los espectadores se molesta
sencillamente por el acento burgués con que hablan los muchachos. Pero, esto no
hace más que colocar en evidencia los prejuicios que nos consumen. Un muchacho
que hable con acento de La Lagunita no podrá ser tomado en serio (no importa
cuán profundo sea lo que diga): el hecho de que es rico, inmediatamente parece
descalificarlo.
La ofensa generada por Caracas, ciudad de despedidas en mucha
gente coloca en evidencia un problema generalizado en América Latina: el odio
al rico, por el mero hecho de ser rico. Estos muchachos generan antipatía, no
porque sean explotadores de las clases proletarias (no hay ningún indicio en el
video que permita suponerlo), sino sencillamente porque hablan con el acento de
los ricos. Podemos (y debemos) criticar a los ricos que explotan a los pobres,
pero no debemos sentir repulsión por alguien, sencillamente porque habla con el
acento de los ricos. El mero hecho de que quien exponga una denuncia sea un sifrino, no implica que esa denuncia no
tenga fundamento. Se trata de la vieja falacia ad hominem, sobre la cual tanto advierten los filósofos.
Otra gente se ofende con el video
porque los motivos de la migración son burdamente superficiales. Todo parece
indicar que estos jóvenes tienen vidas muy placenteras, al menos al compararlas
con los sufrimientos de muchos venezolanos, y quejarse por no ir a una
discoteca es una bofetada a la mujer del cerro que ha sufrido las consecuencias
de vivir en la marginalidad social, y tiene verdaderos motivos para quejarse. No
les falta razón a estos críticos. Pero, urge destacar que la mayor falla de Caracas, ciudad de despedidas, es precisamente haber desaprovechado
una oportunidad dorada para retratar la dolorosa realidad de jóvenes talentosos
que se van de Venezuela.
Ciertamente los motivos expuestos por los burguesitos caraqueños para
irse de Venezuela son terriblemente vanidosos. Pero, eso no eclipsa la realidad
del estado desconsolador en el que se encuentra nuestro país. Secuestros, extorsiones,
robos, crisis carcelarias, podredumbre en el sistema judicial, concentración de
los poderes en el ejecutivo, inflación disparada, restricciones en las
libertades civiles, entre otros, son suficientes motivos justificados, para un
grueso sector de la población venezolana, para emigrar y buscar mejores
condiciones de vida. Caracas, ciudad de
despedidas ha hecho un gran daño, pues ofrece al mundo la imagen de que los
únicos motivos que existen para irse de Venezuela son aquellos expuestos por
los idiotas que aparecen en el video en cuestión. Con este video, los simpatizantes
del gobierno tienen una gran oportunidad para burlarse de quienes estén
insatisfechos con el rumbo que lleva Venezuela. Pero, los burguesitos de Caracas, ciudad de despedidas no son los
verdaderos representantes del emigrante venezolano. El joven talentoso que
busca irse del país, no lo hace porque ya no puede ir a rumbear tranquilamente.
Lo hace porque, para poder trabajar en una empresa pública, se le exige ir a
una marcha política con una franela roja.
Pero, para muchos, quizás el aspecto más irritante de Caracas, ciudad de despedidas es la
forma tan despectiva con que los jóvenes se expresan del país. Unos gritan “¡esto
es una mierda!”; otra muchacha dice que ha sentido vergüenza de ser venezolana
cuando viaja en avión y la gente aplaude.
De nuevo, todo esto es escandalosamente vanidoso. Pero, deseo retar la
convención nacionalista de que los individuos están en la obligación de amar y
sentir orgullo por su país a toda costa, una idea emblemática en la vieja
consigna nacionalista, “mi país, para bien o para mal”. Esta actitud (como casi
todas las actitudes nacionalistas) es irracional y perjudicial. El individuo
está en obligación de amar lo bueno, y odiar lo malo. Si Venezuela es un país
sumamente deteriorado, entonces es perfectamente legítimo que un venezolano, en
frustración, lo llame “una mierda”, y sienta vergüenza de su nacionalidad. Estamos
acostumbrados a la idea de que el lugar de nacimiento dicta qué país debemos
amar. Pero, el haber nacido en Venezuela (o cualquier otro país) es un mero
accidente. Desafortunadamente, nadie escoge su nacionalidad. Y, en ese sentido,
el nacionalismo es una ideología opresora, pues independientemente del trato
que una nación ofrece a un individuo, se exige que el individuo sea leal a su
patria.
¿Debían los judíos alemanes sentir orgullo patrio durante el Tercer
Reich? ¿Eran estos judíos unos monstruos morales por considerar que la Alemania
de aquella época se había convertido en una mierda? ¿Hacían mal estos judíos en
despotricar a su propio país? No, no y no. Estos judíos pudieron haber sido
traidores a la patria, pero precisamente, con patrias como ésas, el único
camino aceptable es el convertirse en un traidor.
La patria se conforma en torno a un contrato social. Si la patria no
cumple los términos de ese contrato, entonces el individuo tiene plena
justificación para dar por terminada la relación. Si Venezuela no ha cumplido
con sus jóvenes, entonces estos jóvenes tienen pleno derecho a sentir vergüenza
de su gentilicio, y a calificar a este país como una ‘mierda’.
Por supuesto, la Venezuela de Chávez no es ni remotamente la Alemania
de Hitler. Pero, mi intención es demostrar la irracionalidad del discurso
patriotero. Como bien señalaba Ernest Renan en el siglo XIX, “el
hombre no pertenece a su lengua, ni a su raza; se pertenece sólo a sí mismo
pues es un ser libre, o sea, un ser moral”. Vale amar el suelo en que nacimos,
sólo si en ese suelo hay condiciones para ser felices. Si no, es hora de
liberarse de amores no correspondidos, y buscar nuevos rumbos. Así, a los
muchachos de Caracas, ciudad de
despedidas les digo: Uds. son unos idiotas, y deberían ir a los barrios de
Caracas para conocer de cerca los terribles sufrimientos de mucha gente; pero si
las cosas siguen empeorando en este país, muchachos, yo también terminaré por
sentir vergüenza de ser venezolano, y quizás también me iría ‘demasiado’.