Hace unos días Gabriel Andrade me propuso que le presentara su libro. Tendré que comenzar tomando prestados un par de versos a Lope de Vega:
"Un soneto me manda hacer Violante,
y en mi vida me he visto en tal aprieto".
Ya anteriormente pude escurrir el bulto, cuando Gabriel me hizo solicitud similar. Ingenuo de mí, pensé haberme librado de esa amenaza. Pero es que la amenaza es el propio Gabriel; y como es buen amigo, ahora que me lo volvió a pedir ya no tengo escapatoria y no puedo arriesgarme a librarme de la amenaza, que sería tanto como perder al amigo. Que Gabriel sea una amenaza es algo fuera de duda. Cuando uno tiene con él una conversación sobre un tema de cierta seriedad, no pasan dos días sin que te envíe un escrito sobre ello, pidiéndote tu opinión. Simplemente, recuerden ustedes que hace –creo- escasamente un año, y en este mismo ambiente, Gabriel Andrade presentaba otra obra suya. Me viene, de nuevo, a la memoria Lope, quien decía de sus obras que muchas de ellas,
"…en horas veinticuatro,
pasaron de las musas al teatro".
En mi vida, digo, me he visto en tal aprieto. Si mal no recuerdo, creo que es la primera vez que acepto hacer la presentación de un libro. Está en contra de mis principios. Nunca me creí autorizado para decir lo que generalmente suele decirse en esas ocasiones. Sólo la amistad y la deuda intelectual que tengo con Gabriel, agudo crítico de mis propios desvarios, me han obligado finalmente a aceptar su invitacion. Porque parece que, en estas ocasiones, resulta obligado emitir opinión y alabanzas al libro que se presenta. Sin embargo, no haré tal. Porque no voy a dar mi opinión. Hacerlo lo consideraría ofensivo para el autor, constituyéndome en algo supuestamente superior a él, árbitro para desaprobar o aplaudir su obra; y ofensivo para sus posibles lectores, al constituirme en algo tan superior y por encima de ellos como para aconsejar o sugerir lo que deben criticar o aplaudir del autor. No hablaré, por tanto, ahora de los posibles aciertos y desaciertos que a mi entender pueda haber en el libro. No me desharé en alabanzas, que no las creo ni necesarias, ni oportunas. El autor ha mostrado ya capacidad sobrada para emitir esas opiniones acertadas; y, en todo caso, tiene todo el derecho para emitir las que un lector pudiera considerar desacertadas. (Habría que ver quién es el desacertado). Es bueno no caer en la tentación de considerarse al modo de medievales Condes, a cuya torre del homenaje esperan que se acuda, en solicitud de aprobación. Si alguien siente la necesidad de hablar sobre un tema, ello es motivo suficiente no sólo para permitírselo, sino para alentarle a hacerlo. Si a él le interesa el tema, el tema interesa; sin que su interés haya de considerarse de menos peso que el interés de otros; y sin necesidad de que los denominados pares, a veces con menos créditos que el sufrido solicitante, claramente impares, casi siempre con menos dominio del tema que éste, den su benevolente aquiescencia.
Lo más que me siento autorizado para decir al respecto es que, en todo el maremagnum de opiniones e "-ismos" que se exponen en la obra, disfruté con ella; que a mí me gustó; y que espero que cuando ustedes lo lean, les gustará tambien. Eso sí: no hagan como la mayoría de colegas y "amigos" de los autores que, por sobre el trabajo que éstos echaron sobre sus hombros para escribir el libro, sus colegas y "amigos" se creen con derecho a que el sufrido autor tenga, además, que regalárselo. No esperen a que el autor lo haga. Si tan interesante le van a decir que les parece, cómprenlo al menos.
A pesar de lo anteriormente dicho, o precisamente por ello mismo, he de confesar que una de las frases más acertadas, a mi entender, es la del autor en su Introducción: "el presente libro no pretende imponer posturas definitivas a favor o en contra de…" A juzgar por el título, el libro, ya que habla de Filosofía de la Religión, parece ser contradictorio; ya que contradictorias parecen ser la Filosofía y la Religión, basada la primera en argumentos de razón y la segunda, en cuanto fundada en una revelación, fruto en definitiva de la autoridad. Pero no nos precipitemos.
FILOSOFIA: Si el lenguaje es la exteriorización de nuestro pensamiento, no se puede pretender dar el más mínimo paso en el terreno de lo racional si no atendemos a ese lenguaje, en el que pretendemos "traducir" lo que tenemos en mente. (Ésto, y no otra cosa, es lo que Aristóteles llamaba hermenéutica). Pues bien; el lenguaje nos dice que filo-sofía es, como nos han repetido muchas veces, el amor por la sabiduría. Una expresión, tal como se entiende e interpreta en la mayoría de las veces, muy mal entendida e interpretada. Porque se malentiende ahí tanto amor, como sabiduría.
Phileo es amar, sí. Pero es también y -sobre todo aquí-, ansiar, esto es, buscar afanosamente, perseguir. O sea que la Filosofía no es un amor que se hace; ni un amor que se tiene a algo; es un amor que, en todo caso, se busca; búsqueda, se le ame o no, del saber. Aunque tal búsqueda resulte muchas veces muy poco placentera. Será bueno recordar aquí la conocida frase de Sócrates, uno de los grandes flósofos, uno de los grandes sabios; y que, de su propia sabiduría, decía: Sólo sé que no sé nada. La única sabiduría de la que nos dice que poseía era el saberse ignorante. La sabiduría, según el sabio Sócrates, no es el saber que se posee, que considera nulo, sino el saber que se busca; el saber en cuanto buscado: philo-sophia; y que se busca siempre, siempre en proyecto, en propio proyecto, partiendo de lo que, sea o no sea algo, uno sabe que sabe; o sabe que no sabe.
Se trata, además, de Filosofía DE LA RELIGION: Hemos dicho hace poco que tradicionalmente se entiende que la Filosofía se reduce a métodos estrictamente racionales, y que la Religión, o la Teología, se basa fundamentalmente en fe. En tal sentido, y por difícil que resulte, es obvio que hablar de Filosofia de la Religion tendrá que hacerse prescindiendo estrictamente del punto de vista de las diferentes Religiones. Andrade lo establece claramente desde el principio. Prescindiendo de que haya doctrinas particulares de cada religión que justifiquen un estudio filosófico sobre ellas, él se limita a los temas religiosos más universales, comunes a todas las religiones; se limita, pues, a lo que es la Religión "asépticamente pura", diríamos; del mismo modo que una Antropología filosófica se ocupa no de este hombre o de esta clase de hombres, sino (¿simplemente?) del hombre. De otro modo, se estaría dejando de hacer Filosofia para meterse, en todo caso, en terrenos de alguna de las Teologias. Gabriel ha evitado ese riesgo, manteniéndose en el terreno estrictamente racional filosófico. Es uno de los puntos de su libro que me gusta (no digo que sea bueno; ni malo; solamente que, a mí, me pareció digno de subrayar). Con ello, además de acreditar su personal labor filosófica y de manifestar su respeto ante la particular postura de sus lectores, deja libre el camino a cualquiera de éstos para su personal respuesta al tema de su opción religiosa. Cosa que me parece un nuevo punto, y no el menor, a favor del libro de Andrade.
Al hacer, pues, Filosofía de la Religión, se limita escuetamente a LA Religión, no a alguna de ellas. Se trata de ese denominador común propio de todas las Religiones. Para saber en qué consiste ese denominador común, en qué consiste el escueto concepto de Religión, será bueno recurrir, de nuevo, al lenguaje. Que es, por cierto, por donde comienza Andrade; por exponer una definición de Religión, partiendo de la etimología de la palabra. El caso es que no hay consenso en una etimología clara y definida de "Religión". Unos derivan la palabra de la latina re-legere. Más generalmente, se la hace descender de re-ligare. Pero, aun en este caso, hay quienes entienden el prefijo re- en el sentido de deshacer algo hecho, como en re-tirar, con el significado, por tanto de des-ligar y des-atar, soltar. Pero los más atienden a que el prefijo re- tiene también el sentido opuesto de reiterar, de volver a tomar, como en castellano re-hacer, re-unir, re-coger. En este caso, re-ligare tendría el significado, opuesto al anterior, de volver a ligar, volver a atar, amarrar, sujetar.
Ahora bien; la Religión ¿vuelve a unir qué, en qué, o con qué? Con el permiso del autor, me atreveré a incursionar en su terreno propio, el de la Sociología. En ésta, algunos sociólogos sostienen que mientras el hombre, o lo que llegaría a ser hombre, se mantuvo fiel a su Naturaleza, o a la Naturaleza, no tuvo mayor problema de conducta; lo único a quien seguir era la Naturaleza. El problema llegó cuando el colectivo se desentendió de ésta, o cuando alguien desligó al colectivo de la Naturaleza para sustituirla por sí mismo, al autoproclamarse lider y norma, y convertirse en su dueño. El colectivo se desarticuló. Y hubo que reconstruir, volver a hacer el orden primigenio; volver a establecer unas normas a las que había que someterse: la Religión. En tal concepción, la Religión, sucedáneo de los instintos, estaría más cerca de éstos que de un comportamiento racional.
Andrade comienza por exponer una definición de Religión partiendo de la última etimología expuesta. Esa es su postura, su concepción, su derecho de elección. En base a ese presupuesto habrá que interpretar cuanto se diga en el libro. Si hay autores que se basan en otras concepciones, habremos de felicitarnos por ello, porque tendremos la oportunidad de elegir, ejercitando así nuestra racionalidad, pudiendo escapar del dogmarismo de muchos autores, o de nuestro propio borreguismo; algo más, esta oportunidad, algo más que agradecer a Gabriel, quien sin duda pretende con su libro que cada quien opte por su propia reflexión. Unamuno decía que los filósofos se habían pasado siglos tratando de definir las cosas; qué es el ente, el hombre, la justicia. Definir, es decir, delimitar, dejar claros los límites de cada concepto para ver hasta dónde llega, qué es lo que comprende. Pero que él, Unamuno, no quería definir y aclarar conceptos; que él quería, precisamente, todo lo contrario: confundir al lector; excitarlo y sacudirlo, para así estimularlo a la reflexión, para que, mediante su propia reflexión, pudiera salir de su confusión. Gabriel, más unamuniano, quizá, de lo que sospecha, y aunque sin confundir quizá al lector, está proporcionando en este libro elementos de reflexión para que el lector saque sus conclusiones. Las suyas propias, las del lector.
Nadie mejor que Andrade para expresar qué es lo que él pretende; nos lo dice no más comenzar su precisa Introducción. Se trata, dice, de un libro dirigido a quienes buscan iniciarse en el estudio de la religión. Un área ampliamente estudiada, pero sobre la que en castellano no abundan los libros que, sin tecnicismos, introduzcan en el tema. Un libro, continúa, que no pretende ser especialmente innovador, sino presentar de modo sencillo los temas generales de la filosofía de la religión. Estudio histórico, no por autor, época o corriente, sino por temas. Y, tras exponer las posturas de la Filosofía de la Religión a partir de la existencia de Dios, estudia los argumentos sobre la inexistencia de Dios. Continuando luego con el tema de la vida después de la muerte, para terminar con la confrontación entre la fe y la razón.
Es lo que nos dice el propio autor en su Introduccion. Yo, ya lo dije, no añadiré nada; ni críticas a lo que pueda parecerme desacertado en el libro, si lo hay; ni alabanzas de lo que me parezca acertado, si lo hay. Sólo serian apreciaciones subjetivas, que no tienen por qué tener más valor que las del autor o las de cualquier otro lector.
Ya les dije de qué va el libro. Se trata ahora de que ustedes lo lean. Unamuno, otra vez, decía que una cosa era la novela que él había imaginado y escrito, y otra -muy dificilmente la misma- la que iba recreando en su mente el lector, conforme avanzaba en su lectura. Y yo no debo interferir entre lo que escribió Gabriel y lo que ustedes conciban con su lectura.
Bien:
"catorce versos dicen que es soneto
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contad si son catorce, y está hecho"
Ángel Muñoz García