jueves, 31 de marzo de 2016

El chavismo, el historicismo, y la sociedad abierta

            Uno de los grandes libros de filosofía política del siglo XX es La sociedad abierta y sus enemigos, de Karl Popper. El libro, publicado en 1945, justo en el momento en que Europa vivía la pesadilla nazi, intenta ser una exploración de las raíces ideológicas del totalitarismo. Popper analiza la obra de tres grandes filósofos, a quienes él considera los ancestros intelectuales del totalitarismo: Platón, Hegel y Marx.
            El libro ha sido criticado, entre otras cosas, por presentar una caricatura de esos autores. Esta crítica puede ser válida, pero no deja de ser cierto que muchas de las cosas que Popper le reprocha a esos filósofos, son verdaderas. Platón sí vio con buenos ojos la censura de poetas, y sí propuso mentir al pueblo con mitos, a fin de cada quien aceptase su lugar en la sociedad. Hegel sí promovió un culto al Estado. Marx sí creyó que, en el conflicto de clases, era una necesidad histórica que hubiera violencia.

            A mi juicio, la parte más interesante del libro es su análisis de Hegel. Popper reprocha en Hegel aquello que él llamó el “historicismo”. En la filosofía de Hegel, está presente la idea de que la historia de la humanidad es un proceso en el cual el “Espíritu” se hace consciente de sí mismo (Hegel nunca deja claro qué es exactamente ese Espíritu, ni tampoco cómo exactamente se hace consciente, y Popper le reprocha su oscurantismo). Hegel opinaba que la historia de la humanidad está guiada por algo así como un sentido providencial, y en ese sentido, resultan inevitables ciertos acontecimientos políticos.
            Popper denuncia esto como “historicismo”: la idea de que la historia tiene un objetivo predeterminado en el cual inevitablemente desemboca, y que en ese sentido, sirve para legitimar regímenes políticos autoritarios, pues se interpretan como parte de ese proceso inevitable de desarrollo histórico.
            Todo esto es antitético a la sociedad que Popper defiende, la sociedad abierta. En la filosofía de la ciencia, Popper defendía la idea de que no podemos tener absolutas certezas en el conocimiento científico, y por ello, continuamente debemos someter a escrutinio las teorías que parecen muy seguras. Esto también aplica a la política: continuamente debemos hacer revisionismo de los principios políticos. Y, para hacer esos revisionismos, es necesaria una apertura que permita la crítica y los retos.
            En cambio, los enemigos de la sociedad abierta, como Hegel, postulan que, en tanto es inevitable que la historia desemboque en un sistema político determinado, no debe tolerarse esta apertura, pues se estaría permitiendo ir en contra de las fuerzas de la historia.
            A medida que leo la crítica de Popper a Hegel, no puedo evitar pensar en mi país, Venezuela. En 1998, llegó al poder Hugo Chávez, un político que, en un principio, atrajo a las masas denunciando los obvios abusos de los anteriores gobernantes. Pero, una vez instaurado en el poder, Chávez empezó a emplear un lenguaje muy parecido al historicismo de Hegel.
            Más que cualquier otro político en la historia de Venezuela, Chávez evocaba continuamente hechos históricos, y sobre todo, la figura de Bolívar. No está mal hablar de historia, divulgar conocimiento histórico a las masas, y brindar respeto a un personaje como El Libertador. Pero, sí está mal apelar a un sentido metafísico de la historia como justificación del autoritarismo. Y, a medida que Chávez se volvía más autoritario, frecuentemente trataba de justificarse diciendo que su desempeño político formaba parte de un proceso histórico que era ya indetenible.
Del mismo modo en que Hegel postulaba que oponerse al Estado es virtualmente idéntico a oponerse al Espíritu y el desarrollo de su autoconsciencia, Chávez dejaba entrever que, quienes se opusieran a él, estaban en una batalla perdida, pues en su gobierno había una suerte de mandato providencial, no propiamente de Dios (aunque en ocasiones también invocaba a Dios como origen de su autoridad), sino de la propia historia.

Chávez comúnmente empleaba frases pegajosas como “llegó la hora de los pueblos”. En un pronunciamiento como ése, hay una obvia intención historicista: el pueblo estaba esperando su turno en la historia, y finalmente le ha llegado en el desarrollo histórico; oponerse a Chávez es oponerse al inevitable desarrollo histórico. Otra frase comúnmente empleada era “Bolívar despierta cada cien años”. De nuevo, con frases como ésta, Chávez no solamente pretendía arroparse con la figura de Bolívar, sino que postulaba que su gobierno formaba parte de una gran epopeya cósmica que desataba fuerzas indetenibles, en tanto están inscritas en la historia. Esa frase sobre Bolívar y los cien años, en realidad procede del poeta chileno Pablo Neruda, que tanta admiración sintió por Stalin. No es casual.
Venezuela necesita cambios urgentes, si pretende sobrevivir la gravísima crisis que atraviesa. Es obvio que el modelo necesita revisionismos y modificaciones. Pero, estas cosas sólo se consiguen en una sociedad abierta, la misma a la cual aspiraba Popper. En cambio, si se sigue promoviendo la idea de que el gobierno de Chávez no fue una mera contingencia histórica, sino que estaba determinado por el inevitable devenir de la historia, entonces esa rigidez impedirá cualquier reforma, y seguiremos enclaustrados en la sociedad cerrada. Nuestra política necesita una fuerte dosis de pragmatismo para resolver los problemas más urgentes, y debe abandonar la excesiva ideologización con la historia como marco de referencia.

2 comentarios:

  1. fue interesante y cabe decir que una mejor critica de hegel que la expuesta en el sillon

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    1. Gracias. Con todo, siglo pensando que Hegel fue un gran charlatán. Y, por supuesto, no estoy solo en este juicio en contra de Hegel: Ayer, Russell, Popper, Schopenahuer, Bunge, Rand, etc.

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