A raíz de la reciente ola de atentados yihadistas en
Europa, algunos comentaristas y políticos han postulado que estas tragedias se
pudieron haber evitado, si los gobiernos europeos hubieran sido más agresivos en
la vigilancia de personas sospechosas de terrorismo.
Personalmente,
yo no sé cuán acertada es esa opinión. Puede ser, como puede no ser. Pero, al
menos sí tengo clara la opinión de que la intensificación de la vigilancia, a
la larga, ofrece más problemas que soluciones. Pues, en nombre de la seguridad
y la protección del ciudadano común, es demasiado fácil abusar el poder de
intromisión del Estado, e inevitablemente, se coloca el espionaje interno al
servicio de causas muy cuestionables.
Edward
Snowden valientemente sacó a la luz pública la forma tan sucia en que la NSA,
la agencia nacional de seguridad norteamericana, espía violando las libertades
civiles de los ciudadanos. La izquierda internacional culpó en especial a
George W. Bush y los neoconservadores de estos abusos, pues fueron ellos quienes
iniciaron la llamada “guerra contra el terror”, con barbaridades como la “ley
patriota”. Pero, algo que muchas veces se omite, es que el propio Snowden ha
insistido en que el gobierno de un supuesto liberal, Barack Obama, ha sido
mucho más agresivo en el espionaje de sus propios ciudadanos.
En
Venezuela, Nicolás Maduro ha sido uno de los que han elogiado a Snowden y ha
denunciado los abusos de la vigilancia norteamericana. Pero, la hipocresía de
Maduro es bestial. Su gobierno constantemente pincha teléfonos sin autorización
judicial y transmite esas conversaciones privadas en la televisora pública
nacional. Maduro hace todo esto con la excusa de combatir grupos
desestabilizadores que planifican magnicidios y golpes de Estado, una táctica
que aprendió muy bien de su maestro, Hugo Chávez.
Vale
recordar que, primero fue sábado que domingo. Y, si bien hoy Snowden ha
colocado de relieve los abusos de vigilancia en EE.UU. y se ha refugiado en
Rusia, es prudente recordar que, por varias décadas, este tipo de cosas fue
mucho más común en los países con un sistema político que la izquierda
internacional suele tratar de dulcificar.
El film La vida de los otros, dirigido por
Florian Henckel von Donnersmack en 2006, es un recordatorio de ello. La
película narra las cochinadas de la Stasi, el servicio de espionaje de Alemania
del Este, durante la Guerra Fría. Un escritor aún simpatizante del comunismo
empieza a incomodarse con los abusos del régimen, y los directivos de la Stasi
le montan un brutal sistema de vigilancia, que incluye como informante a su
propia amante. Entre los funcionarios de la Stasi hay gente que realmente cree
que la violación de la privacidad es una medida justa y necesaria para mantener
el socialismo. Pero, a decir verdad, hay motivos mucho más sucios: un ministro
desea a la amante del escritor, y ésa es su verdadera justificación para
montarle la vigilancia. Un jefe de la Stasi no está convencido de la necesidad
de espiar a ese escritor, pero desesperadamente busca un ascenso.
Las
cosas que Snowden ha revelado son terribles. Pero, al menos, hay algo que aún
no parece ser tan dramático en la vigilancia norteamericana: todavía no se
manipula tan agresivamente a los allegados de los espiados. En cambio, tal como
se narra en La vida de los otros, y
tal como lo sabemos por documentos históricos, el espionaje comunista, sin
tanta tecnología (como sí la tiene la NSA) fue mucho más agresivo en el reclutamiento
de familiares y amigos. Eso, demás está decir, es mucho más destructivo
psicológicamente para los ciudadanos, pues fácilmente se llega a un punto en el
cual, el ciudadano común no puede confiar en nadie.
Uno de los méritos
de la película, genial desde todo punto de vista (libreto, dirección y actuaciones),
es que quien aparece como el personaje más villanesco de todos, al final
resulta redimido, y termina por ser uno de los buenos. Ese personaje es un
adoctrinado y fanatizado funcionario de la Stasi, que realmente cree en la nobleza
del sistema. Pero, a medida que van aumentando los abusos, decide cambiar sus
lealtades, y termina por salvar al escritor víctima del espionaje.
En ese sentido, la
película termina con una nota de optimismo. No sé si aplicar ese optimismo a
Venezuela. En los últimos años, ha habido algunos funcionarios que, ante los
abusos del régimen, han cambiado lealtades. Pero, esas lealtades no son del
tipo idealista, como las del personaje de La
vida de los otros. Hay una firme sospecha de que, en realidad, esos giros
han tenido motivaciones económicas.
Con todo, hay algo
sobre lo cual sí podemos tener mucho optimismo en Venezuela: las verdades se
sabrán algún día. En La vida de los otros,
ya caído el muro de Berlín, el escritor espiado descubre todas las operaciones
de vigilancia de las cuales él fue víctima, gracias a la consulta de los
expedientes abiertos de la Stasi. Cuando un país se democratiza verdaderamente,
abre sus expedientes secretos. Podemos criticar todo lo que queramos a EE.UU.,
pero al menos en ese país, tenemos alguna noción de los abusos que ocurren a lo
interno, pues hay muchas fuerzas políticas que presionan a favor de la apertura
de expedientes, y ocasionalmente, esos expedientes se abren. Nada de eso ocurre
en Rusia (¡Snowden debería saber eso!), ni en China. Yo tengo la esperanza de
que, en Venezuela, cuando salgamos de esta pesadilla chavista de más de 17
años, abriremos los expedientes y sabremos muchas cosas.
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