Tal como lo reseñan Andrew Potter y Joseph Heath en Rebelarse vende (un libro que no me canso de citar), la contracultura es cíclica. Unos jóvenes rebeldes se declaran anti-sistema, y su innovación gusta. Pero, una vez que esa contracultura cala en las masas al punto de que se vuelve un objeto de consumo, se convierte en mainstream, y así, tienen que surgir nuevos muchachos anti-sistema, que propongan algo distinto.
Esto ha ocurrido con el Che Guveara, la música punk, y ahora, el reggae y los rastafaris. Originalmente, el rastafarianismo surgió como un movimiento contracultural de liberación negra. La mayoritaria población negra de Jamaica, una colonia británica, vivía condiciones de opresión. En la década de 1920 apareció un excéntrico personaje, Marcus Garvey, que pretendía hacer regresar a todos los negros de América a África (un continente aún dominado por los poderes imperiales europeos), pues ahí podrían conformar una nación negra liberada del yugo blanco.
Por aquella época, el sionismo pretendía algo similar respecto a los judíos y su marcha a Israel. Y, si bien el sionismo fue originalmente una ideología secular, pronto fue adquiriendo matices religiosos. Pues bien, Garvey también pintó con colores religiosos y mesiánicos su movimiento de liberación negra. Y así, proclamó que, pronto, un negro sería coronado como rey, y que eso sería un anuncio de una era mesiánica de liberación. Fortuitamente, en Etiopía, el príncipe Ras Tafari fue coronado como emperador Haile Selassie I en 1930. Y, cuando los jamaicanos se enteraron de aquello, algunos recordaron la profecía de Garvey.
Surgió así entonces un movimiento religioso que consideraba a Haile Selassie la encarnación divina de Cristo, y en honor a su nombre, se llamaron los rastafaris. Cuando el emperador murió en 1975, los rastafaris se negaron a creer que en realidad estaba muerto, pues un dios no podría morir. Inventaron, a la manera de los chiitas con su imam oculto, que en realidad, Haile Selassie se había ocultado.
El emperador, decían los rastafaris, prepararía el regreso de los negros a África. Ese continente sería la sede de Sion (el lugar que la Biblia identifica con Israel), la tierra prometida; y el resto del mundo es “Babilonia”, un lugar de depravación moral, el lugar de la opresión y el materialismo. Los rastafaris opinan que el legado hebreo en realidad se extendió a África a través del romance del rey Salomón con la reina de Saba, y que ellos deben cumplir (al menos parcialmente) los votos nazireos de los antiguos israelitas. Eso explica por qué los rastafaris no se cortan el cabello y son vegetarianos.
Los rastafaris crecieron en popularidad, en buena medida gracias al sistema contra el cual ellos mismos se rebelaron. Les guste o no, Babilonia es la encargada del mantenimiento del rastafarianismo. Fue gracias a la música, como la cultura rasta se expandió mundialmente, al punto de que hoy podemos encontrar productos de consumo alusivos a los rastafaris, desde Nueva York hasta Hong Kong.
Y, si bien algunos rastas contemporáneos pueden tener alguna vaga noción sobre la idea original de este movimiento, en realidad lo único que lo mantiene vivo es la apropiación que ha hecho la industria de la música. Bob Marley ciertamente fue un compositor genuinamente comprometido con el culto a Haile Selaisse, y sus líricas inspiradas en la pobreza y la opresión no eran vacías. Pero, no nos engañemos: el reggae es hoy un género codiciado por las grandes disqueras, quienes han hecho con canciones como No woman no cry, lo mismo que hace la industria de la moda con la imagen del Che.
En el fondo, es mejor que los jóvenes rastafaris canten reggae, más por moda musical y consumo, que por genuina convicción ideológica. Pues, ¿qué méritos intelectuales tiene el rastafarianismo? Sólo uno: levantar una voz de protesta contra la opresión. Pero, no sirve de mucho protestar contra la opresión, si esa protesta se cubre de ideas absurdas. La lucha contra la opresión debe incluir la liberación del pensamiento, y creer estupideces, es una forma de seguir oprimiendo al intelecto.
Y, ¡vaya que tiene ideas absurdas el rastafarianismo! Quizás no sean tan demenciales como las de la Nación del Islam (otro grupo religioso de liberación negra, el cual incluye la enseñanza de que los blancos son demonios creados por un científico maligno), pero tampoco son dignas de respeto. El propio Haile Selaisse insistió a los rastafaris que él no era divino. Pero, lo hizo muy ambiguamente, pues su visita a Jamaica en 1966 fue todo un espectáculo mesiánico, y francamente, el emperador hizo poco por convencer a las masas de que no le rindieran culto.
Selaisse insistió a los jamaicanos que, antes de ir a Sion en Etiopía, debían buscar la liberación de los negros fuera de África. Pero, nuevamente, fue muy ambiguo, pues dejó la puerta abierta para este proyecto de inmigración masiva, al punto de que ofreció el pueblo etíope de Shashamane, como lugar de recepción para los inmigrantes rastafaris.
Pero, la idea del regreso a África, tiene los mismos problemas del sionismo. Para cumplir su sueño mesiánico de liberación, los sionistas inevitablemente tuvieron que enfrentar el hecho de que, en Palestina, ya había gente, y eso ha traído un conflicto de varias décadas que no tiene fácil solución. Pues bien, algo similar ocurre con el sueño rastafari de volver a África. ¿Cómo quedarán los africanos ante las masas de nuevos inmigrantes que quieren asentarse en una supuesta tierra ancestral que, en realidad, no conocen?
En Shashamane, la relación entre la población local y los rastafaris no es nada armónica. Pero, quizás el caso más patético fue el de Liberia en el siglo XIX: mucho antes de que a Garvey se le ocurriera la idea de hacer volver a los negros de América a África, a algunos norteamericanos blancos se les ocurrió la idea de enviar a negros libertos a la colonia de Liberia, a fin de que tuvieran su propio país y pudieran vivir tranquilamente. Esas colonias de negros norteamericanos libertos terminaron imponiéndose brutalmente por encima de la mayoría nativa del país, y eso ha traído una sangrienta sucesión de guerras civiles que perduran hasta hoy en Liberia.
En todo caso, la versión más comercializada del rastafarianismo ya no hace tanto énfasis en el regreso a Etiopía. Presta mucha más atención a la postura contracultural, en la apariencia física desaliñada, el consumo de marihuana (la ganja), en la vida sin mucha disciplina, etc. Aun si todo eso en verdad se ha venido a convertir en otro producto de consumo masivo, el rastafarianismo sigue manteniendo una cierta actitud anti-sistema.
Y, en ese sentido, no es extraño ver que muchos políticos izquierdistas se impregnan de la estética rastafari. En Venezuela, por ejemplo, los rastafaris suelen ser grupos afectos al chavismo, y el propio presidente Nicolás Maduro es muy aficionado a Bob Marley y la música reggae. En otros países, los grupos de ska (un género originalmente jamaicano, emparentado con el reggae) suelen asumir posturas radicales de izquierda (como la banda española Ska-P, o los argentinos Fabulosos Cadillacs).
Lo extraño es que el propio Haile Selaisse fue derrocado (y posiblemente asesinado) por la guerrilla marxista etíope, el Derg. Sólo la más supina confusión puede hacer que unos jóvenes (quizás con sus facultades cognitivas afectadas por la marihuana) se declaren marxistas, a la vez que consideran como una encarnación divina a un emperador con algunas ideas bastante reaccionarias. Cuando la gente se rebela, más por moda, que por la genuina comprensión de los problemas del mundo, estos disparates se hacen muy comunes.
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