Barack Obama será recordado, entre otras cosas, por haber
logrado el acuerdo nuclear con Irán: las sanciones económicas a ese país
cesarán, y a cambio, Irán se compromete a desarrollar energía nuclear
pacíficamente. Alguna gente (sionistas duros, previsiblemente), como Benjamin
Netanyahu o Alan Dershowitz lo consideran un grave error, pues según ellos,
Irán mantiene su amenaza de hacer desaparecer a Israel, y no hay forma real de
verificar que los iraníes cumplan su promesa de no desarrollar bombas nucleares.
Yo no
conozco suficientemente bien los detalles de este acuerdo. Pero, hay algo que
sí me parece muy evidente: el pueblo iraní está cansado de la teocracia, pide a
gritos reformas, y desesperadamente quiere abrirse a Occidente. Si algún
ayatolá coquetea con la idea de apretar el botón rojo para lanzar un misil
contra Israel o EE.UU., tendrá que enfrentar a una pujante población joven,
culta, tecnófila, y con muchas ansias de insertarse en el mundo globalizado.
Quizás haya una elite de viejos carcamanes fantaseando con el regreso del Mahdi
oculto, y siguen vociferando sus consignas de “muerte al Gran Satán”, pero el
grueso de la población iraní está mucho más fascinada con Hollywood, Facebook,
y otras delicias occidentales, y sabe muy bien que la confrontación con
Occidente es un obstáculo a sus aspiraciones. Eso, opino, es un gran punto a
favor de la decisión de negociar con Irán.
La
película Offside, dirigida por Jafar
Panahi en el 2006, es un vivo recordatorio de ello. Narra la historia de unas
adolescentes que están muy deseosas de ir a un juego de fútbol, entre Irán y
Bahréin. El problema es que las leyes de la revolución no permiten a las
mujeres ir a los estadios. Las muchachas se disfrazan de varones, y así entran
al estadio. Pero, la policía las descubre, y las retiene.
A medida
que pasa la trama, hay mucha emoción futbolística en las gradas, pero las
muchachas, en tanto están retenidas, no logran enterarse de los pormenores del
encuentro. Suplican a sus custodios que les informen sobre cómo se desarrolla
el partido. Los guardias al principio no quieren tener empatía con las
muchachas, pero al final, la pasión por el fútbol los vence a todos, y acceden a los
deseos de las muchachas. Más aún, en vista de que Irán gana el juego y
clasifica al mundial, los guardias y las muchachas se unen en una celebración
callejera, y se olvidan de que eran originalmente adversarios.
Estos
guardias son reclutas, a quienes les importa un carajo la revolución. A todos
les importa más el fútbol que la religión, y uno de ellos quiere vivir
tranquilamente en el campo, en vez de tener que servir como soldado en Teherán.
Ellos no entienden muy bien por qué las mujeres no pueden ir al estadio; se
limitan a cumplir órdenes, y muy a regañadientes. Participan, en cierto sentido,
de aquello que Hanna Arendt llamó la “banalidad del mal”: participan de una
burocracia sin cuestionarla, y sin comprender muy bien cuál es su sentido. Pero,
allí donde los soldados nazi en los campos de concentración se deshumanizaron y
se convirtieron en frías máquinas de matar, estos soldados iraníes terminan por
comprender que celebrar un gol es más satisfactorio que prohibir a las
muchachas ver el fútbol.
En una
de las mejores escenas de la película, una de las muchachas le pregunta a un
soldado por qué está prohibido que las mujeres vayan al estadio. El guardia
ofrece respuestas idiotizadas, y la muchacha asume el papel socrático de
hacerle ver al soldado que sus respuestas son absurdas, formulándole nuevas
preguntas. Ante semejante acoso intelectual (parecido al que hacía el filósofo en Atenas), el muchacho abandona el
intento por justificar las leyes misóginas de la revolución.
En otra
gran escena, el padre de una de las muchachas se da cuenta de que la joven se
ha vestido de varón para entrar al estadio, y se dispone a darle una golpiza.
¿Quiénes interceden a favor de las mujeres, casi invocando el derecho de las
muchachas para ir al estadio? ¡Los propios guardias! Incluso uno de los
guardias hace un enorme esfuerzo por cuenta propia, cuando decide llevar a una
de las detenidas al baño para que haga sus necesidades, pues en los estadios
iraníes, no hay baños para damas.
Una de
las grandes paradojas del nacionalismo ocurre cuando, para construir
identidades nacionales, se acuden a símbolos de origen foráneo. Es el caso del
fútbol en Irán. En la película, los aficionados son muy nacionalistas, y
defienden arduamente a su país en las gradas del estadio. El fútbol sirve para
aupar a las masas en contra del extranjero. Pero, por supuesto, ¡el fútbol es
un invento occidental! E inevitablemente, al acceder a la penetración del
fútbol (aun si es con fines nacionalistas), los ayatolás acceden también a la
penetración de otras cosas de Occidente, incluidas las ideas liberales y el
feminismo.
Uno de
los méritos de Offside es la forma en
que fue rodada. Está filmada casi en un estilo amateur, pero curiosamente, se rodó
en el propio estadio mientras ocurría el juego, y algunas escenas incluyen a
los actores en medio de las masas de aficionados en las gradas. Puesto que el
final de la película incluye las celebraciones callejeras por la victoria de
Irán, Panahi preparó un final alternativo, en caso de que Irán no resultara
ganador en el encuentro.
En Offside no hay contenidos políticos
explícitos. Pero, el régimen iraní comprendió muy bien su enorme potencial
subversivo. Una película en la cual el pueblo iraní manda al carajo a la
revolución y la confrontación con Occidente, y prefiere abrazar la pasión de un
deporte occidental (aun si conserva una semblanza nacionalista), no puede ser
vista con buenos ojos por los ayatolás. Por ello, esta película está prohibida
en Irán, y Panahi tiene prohibición de salida de su país. Si los ayatolás
censuraron esta película, ¡eso debe ser aún otro motivo para ir a verla! La
recomiendo encarecidamente.
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