La
crítica habitual al capitalismo es que genera desigualdad y explotación. Fue
ésta la principal queja de Marx, Engels y Lenin. Pero, en vista de que
aparentemente los más pobres y supuestamente explotados no se alzaban, e
incluso, parecían tener un buen nivel de vida, la izquierda tuvo que buscar
otras críticas. Surgió así la llamada “Escuela de Frankfurt”, y se empezó a
postular que lo malo del capitalismo no es solamente económico, sino también
cultural y psicológico. El capitalismo nos aliena y deshumaniza.
Una
variante de esa crítica postula que el capitalismo, en su intento de convertir
todo en mercancía, agresivamente busca crear grandes espectáculos que
incentiven el consumo. Y así, la sociedad se convierte en un gran show mediático. El francés Guy Debord
escribió un famoso libro denunciando a la “sociedad del espectáculo”.
Luego,
uno de sus discípulos, Jean Baudrillard, desarrolló aún más esa crítica.
Baudrillard postulaba que el capitalismo y la modernidad, en su incesante
búsqueda de generar espectáculos, ha entrado en una fase de híperealidad. Todo
es una simulación, al punto de que perdemos interés en las cosas reales, y nos
sentimos mucho más atraídos por los simulacros que el capitalismo continuamente
genera. El mundo se convierte cada vez más en algo parecido a Disneylandia: un
lugar plástico, con gente sonriente a toda hora, que reproduce en serie experiencias
simuladas.
Esto
explica muy bien, por ejemplo, el auge de los reality shows. La gente se aburre ya con obras de teatro o
películas. Quiere experimentar algo más real. Y así, los productores de
televisión formulan programas en los que gente real (no actores) desarrolla
dramas. Lo real y lo virtual se entremezclan cada vez más, al punto de generar
una tremenda confusión.
Gracias
a Baudrillard y a sus seguidores, estamos acostumbrados a asumir que todo este
simulacro e híperealidad es un vicio exclusivo del capitalismo. Puede ser así,
pero hemos de comprender que la izquierda misma ha incurrido en ese vicio. Y,
la reciente visita de Barack Obama a Cuba así lo demuestra.
Mucha
gente en la izquierda ha visto la llegada de Obama a Cuba como un avance
positivo. La isla caribeña ya no sufrirá más el embargo, y sus condiciones de
vida mejorarán. Pero, un sector de la izquierda en el Primer Mundo, se empieza
a lamentar, pues postula que la llegada de Obama abrirá paso a McDonalds, Disney,
y el resto de la vorágine capitalista. Y así, según ellos, Cuba ahora está
expuesta a la cultura del simulacro y la híperealidad que tanto cultiva el
capitalismo. Cuba era uno de los últimos bastiones de autenticidad que quedaban
en el mundo. Ahora, con la llegada de Obama, pasará a convertirse en un país
plástico que reproduce experiencias manufacturadas en serie. Cuba será la
próxima Dinseylandia.
Es
urgente apreciar que, en realidad, quienes pretenden hacer de Cuba una
Disneylandia, son los mismos nostálgicos del Primer Mundo que quieren evitar
que a la isla llegue el desarrollo y el progreso. Estos nostálgicos coleccionan
artefactos de la Guerra Fría, leen libros de aquel período, y se deleitan con las
fotografías de los barbudos entrando en La Habana. Pero, lo mismo que el
espectador común se aburre con las películas y prefiere un reality, estos nostálgicos comunistas se aburren con recordar la
historia de la Guerra Fría, y quieren mantener un museo viviente de aquel
período.
La Cuba de Fidel,
la de los carros destartalados y los edificios deteriorados, es la Dinseylandia
del progre que quiere escapar un fin de semana, de la aburrida vida en Londres
o Nueva York. Ese progre habrá visto algunos documentales y habrá leído algunos
libros sobre el socialismo, pero quiere experimentar algo más real. Y así, le
agrada tener a los ciudadanos de todo un país, como empleados que recrean el
resort turístico y el parque temático de “auténtico socialismo”. De ese modo,
ese progre habrá tenido su dosis de híperealidad. No brincará de alegría al ver
a Mickey deambular por las calles, pero sí estará muy emocionado al ver a un auténtico
barbudo vestido de verde oliva.
Por supuesto, su
deleite con la híperealidad sólo será un fin de semana. Cuando ese mismo progre
tenga necesidad de resolver una necesidad material básica, desesperadamente
querrá volver a su ciudad de origen, pues en el fondo de su conciencia sabe muy
bien que, aun si La Habana es muy atractiva como parque temático, es
precisamente eso: un parque temático, una simulación más. Obama, pues, es el
gran saboteador que pondrá fin a ese parque temático.
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