Hace
algunos años, la presentadora venezolana de televisión Beatriz Majo causó
escándalo, cuando en su programa, ella y una invitada de origen italiano,
opinaron que los venezolanos son personas poco trabajadoras, en especial, los “negritos
de la costa”. Inmediatamente, Majo fue acusada de ser racista.
Ciertamente, la
forma en que Majo discutía estas cuestiones fue muy a la ligera (sobre todo
teniendo en cuenta sus aspiraciones intelectuales), y su intervención fue
desafortunada. Pero, conviene tener presente que, aseverar que hay pueblos más
trabajadores que otros, no es racismo. En primer lugar, ese juicio no
necesariamente apela a motivos biológicos. Y, en segundo lugar, es un hecho
indiscutible que sí hay culturas más trabajadoras que otras.
Max Weber hizo renombre
cultivando esa hipótesis. A juicio de Weber, las culturas protestantes cultivan
más la ética del trabajo que las culturas católicas, y eso explica por qué los
orígenes del capitalismo estuvieron en el norte de Europa. La tesis de Weber ha
sido sometida a crítica, pero ninguna persona sensata lo acusaría de ser
racista por postular esa teoría. Deberíamos pensar más detenidamente el asunto
antes de apresurarnos a acusar a alguien como Majo de ser racista.
En toda América,
está presente la idea de que, en efecto, los negros tienen menor motivación al
trabajo. Esta idea ha quedado plasmada en la famosa canción dominicana El negrito del batey, del compositor
Héctor Díaz: “A mí me llaman el negrito del batey, porque el trabajo es para mí
un enemigo, el trabajar yo se lo dejo todo al buey, porque el trabajo lo hizo
Dios como castigo”.
Hasta donde tengo
conocimiento, nadie ha hecho un estudio lo suficientemente serio como para
saber cuán veraz es la hipótesis de que los negros de América tienen una ética
del trabajo laxa. Canciones como El
negrito del batey parecieran ser más reflejo de actitudes racistas
populares, especialmente teniendo en cuenta la compleja relación de los
dominicanos con los negros, en virtud de las difíciles relaciones que ha
históricamente ha habido entre la República Dominicana y Haití. Si bien la
República Dominicana tiene mucha población negra, tradicionalmente ha renegado
de sus orígenes africanos (el dictador Trujillo intentó “blanquear” a su país
lo más que pudo), ha visto con mucho recelo a los inmigrantes haitianos, y en
líneas generales, ha tenido una imagen negativa de los negros.
Pero, como suele
ocurrir con los estereotipos, la imagen del negro perezoso seguramente sí debe
tener alguna base en la realidad. Si acaso los negros en América son
efectivamente menos trabajadores, esta pereza no es debida a causas biológicas;
si bien puede haber genes para ser más trabajadores, no creo que estos genes
estén racialmente distribuidos.
Habría más bien que
buscar los orígenes de este fenómeno en causas culturales e históricas. El economista
camerunés Daniel Etounga Millengue, por ejemplo, ha postulado que en las
culturas africanas persiste una actitud que no concede demasiada importancia a
la planificación, el ahorro y el trabajo. Quizás los esclavos africanos
trajeron esas tendencias culturales a América, y eso explica actitudes como las
del negrito del batey.
Pero, yo postulo
otra explicación. La esclavitud fue un robo al esclavo. Y así, naturalmente el
esclavo vino a asociar la idea del trabajo con la explotación. El esclavo
termina por detestar el trabajo, precisamente porque no logra disfrutar el
producto de su propia labor. La propia canción de El negrito del batey nos ofrece ciertas luces al respecto: el “batey”
era un pedazo de tierra donde trabajaban los esclavos negros dominicanos y
haitianos, y hasta el día de hoy, en los bateyes persisten prácticas de
semi-esclavitud en condiciones deplorables.
Aun con el fin de
la esclavitud, esta actitud de desprecio al trabajo estuvo ya cultivada por
varias generaciones, y no es nada fácil deslastrarse de ella. En el siglo XIX,
uno de los argumentos que más se utilizó a favor del abolicionismo, era que la institución
de la esclavitud estaba volviendo perezosos a los propios amos, y esto eventualmente
conduciría a su propia ruina. En EE.UU., el norte se estaba convirtiendo en una
potencia industrial, mientras que el sur esclavista cada vez más se estancaba
en su producción económica.
La esclavitud en
América, pues, ha dejado secuelas profundas. Ciertamente, el racismo ha sido
una de esas secuelas. Pero, la esclavitud también tuvo la secuela de dejar una actitud
de desprecio al trabajo entre los descendientes de esclavos. La mejor
motivación al trabajo, es el goce de los frutos de la labor. En la esclavitud,
este goce no estaba presente, pues el esclavo entregaba su trabajo al amo.
Pero, vale mantener presente que, en los sistemas colectivistas que persisten
en América (sobre todo en los países con gobiernos izquierdistas, como
Venezuela), este mismo problema aparece, pues en la medida en que el trabajador
entrega forzosamente su labor al Estado y al colectivo (y no la goza
individualmente), termina por despreciar el trabajo. El socialismo, me temo, puede conducir tanto como la esclavitud, a que la gente odie el trabajo.
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