Vladimir Putin
quiere hacer de Rusia nuevamente un imperio, y para ello, apela al burdo
nacionalismo de siempre: Rusia fue grandiosa en el pasado, y ahora los rusos
devolverán a su gran país las glorias de antaño. Los soviéticos también fueron
imperialistas, pero al menos, no jugaron tanto con la manipulación
nacionalista. Si bien Stalin introdujo temas patrioteros de la historia nacional
rusa, en general, los soviéticos estaban conscientes de que el pasado ruso fue
muy vergonzoso, pues precisamente por ello, ¡los bolcheviques hicieron su revolución!
Esta actitud
crítica respecto al propio pasado ruso está muy presente en Andrei Rubliov, la película que, junto a
El acorazado Potemkin, suelen
considerarse las mejores películas del cine soviético. El film, dirigido por
Andre Tarkovski en 1966, narra la vida de Andrei Rubliov, un oscuro pintor de
iconos religiosos que vivió en la Rusia del siglo XV.
Si bien la película
puede volverse pesada en algunos momentos, tiene innegables méritos. Uno de
esos méritos es el realismo con que se representa la vida feudal en la Edad
Media rusa. Y, como cabría esperar, no hay nada bucólico en ella. Andrei
Rubliov tiene que atravesar experiencias amargas, una tras otra. Debe convivir
con soldados que torturan a bufones que se burlan de los poderosos; a campesinos
que hacen ritos paganos y que son brutalmente perseguidos por ello; a tártaros
que arrasan con todo lo que encuentran a su paso; a príncipes que cuando pasan
a caballo, sus vasallos se arrodillan.
Seguramente la
parte más emotiva de toda la película es el segmento final. Un joven huérfano
que ha perdido a sus padres en las invasiones tártaras, convence a unos artesanos
del príncipe local de que se lo lleven consigo para construir una campana, pues
sólo él conoce los secretos artesanales que su padre le reveló antes de morir. Participar
en la construcción de la campana es muy peligroso, pues si no queda bien, el
príncipe lo ejecutará. Al final, contra todo pronóstico, el muchacho logra
construir una hermosa campana, aun si confiesa a Rubliov que en verdad, su
padre nunca le reveló ningún secreto.
Después de haber
presenciado tantas miserias, Rubliov se había deprimido y había dejado de
pintar. Pero, al contemplar la audacia del muchacho, recupera el ánimo, y
decide retomar su carrera artística. A lo largo de la película, también se
plasma la idea de que, lo único que en realidad hace levantar a Rubliov, es su
fe cristiana. El optimismo de Rubliov no es ingenuo como el de Cándido, la célebre novela de Voltaire.
Rubliov sufre amargamente, y a lo largo de la película, hay en su rostro una
notable expresión de melancolía. Pero, en medio de la majestuosidad ortodoxa
rusa, Rubliov consigue fuerzas para seguir adelante.
Previsiblemente,
una película que presentara a la religión como una fuente de esperanza no
agradaría mucho a los soviéticos. Y, supongo que por este motivo (entre otros),
Andrei Rubliov fue parcialmente censurada
por el propio régimen soviético, y encontró muchas trabas para su difusión.
Pero, en líneas
generales, el mensaje de la película es acorde al progresismo soviético: el
pasado ruso feudal fue terrible, la opresión era atroz, y la vida moderna es
más deseable. Lamentablemente, hoy un creciente sector de la izquierda ha
abandonado este compromiso con el progreso y la modernidad. Más bien, en un
arrebato primitivista afín a Rousseau y los románticos contrailustrados, esta
izquierda reprocha la sociedad industrial, y siente nostalgia por la Edad
Media, cuando la máquina no había reemplazado al hombre. Andrei Rubliov es un recordatorio de cuán terrible era en realidad
esta supuesta vida idílica.
Hace años un político no nacionalista hablando sobre los nacionalistas dijo que con ellos el futuro era previsible pero el pasado no dejaba de sorprender. No sé si la frase es suya pero resume perfectamente la actitud nacionalista con el pasado.
ResponderEliminarAsí es. En América latina las naciones son jóvenes, pero aun así inventamos muchas cosas sobre el pasado
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