Últimamente
han salido a la luz pública las ráfagas consumistas de altos funcionarios del
gobierno chavista de Venezuela. Ser rico no es malo, pero sí está mal ser rico
e hipócritamente decirle a los demás que ser rico es malo. Es la esencia del
socialismo caviar: burócratas que se llenan la boca despotricando en contra de
los empresarios, pero llevan vidas lujosas, presumiblemente financiadas con
peculado de fondos públicos.
Una de
las cosas que más sorprende del consumismo chavista es su gusto tan vulgar. No
se conforman con comprar carros lujosos; ellos deben buscar impactar al público
con el más ostentoso de los carros, el Hummer. Nelson Merentes no se conforma
con destinar fondos a vestir elegantemente a su mujer o su amante; él prefiere
convertir una humilde jovencita en una bomba sexy con arreglos quirúrgicos que
rayan en lo vulgar (tal como se reseña acá). En realidad, esto no es socialismo
caviar; es socialismo tuning. Es el
gasto ostentoso, no en cosas refinadas como el caviar, sino en cosas
grotescamente ostentosas, como el tuning.
Por varias
décadas, la sociología del consumo ha estudiado estas cosas. Dos teorías son
especialmente relevantes para entender el consumismo chavista. La primera, es
la teoría del consumo conspicuo de Thorstein Veblen. A juicio de Veblen, la
lucha por el estatus es muy importante en la sociedad moderna. Y, eso implica
que, para asegurar estatus, es necesario ostentar, sin importar cuán irracional
sea la decisión económica que yace tras la decisión de consumir un bien en
particular. Los bienes no son codiciados por su utilidad práctica, sino por su
contenido simbólico. Quien busca estatus, debe convencer a los demás de que él
o ella forma parte de una clase ociosa, y que puede darse el lujo de malgastar
cantidades absurdas en cosas aparentemente inútiles. Precisamente, el hecho de
que esas cosas son inútiles y caras, las hace muy cotizadas como medio de
distinción.
En esto,
los chavistas enfrentan una paradoja. Pues, por una parte, para poder
mantenerse en el poder y poder seguir robando de los fondos públicos, deben
representarse como gente humilde a fin de ganar votos y apoyo popular. Pero,
¿qué sentido tiene tener tanto dinero y no poder ostentarlo? Ya lo dijo Carlos
Andrés Pérez: la tos y el dinero no se pueden esconder. Eventualmente, los
chavistas supuestamente humildes no logran resistir, e inevitablemente incurren
en la ostentación. La dinámica consumista que muy bien delineó Veblen, termina
por vencerlos.
La otra
teoría sociológica que arroja mucha luz sobre el consumismo chavista, es la teoría
de la distinción de Pierre Bourdieu. Hay algo muy notable en gente como
Merentes, Diosdado y otros magnates chavistas: por más que aumente su
patrimonio económico, siguen manteniendo gustos chabacanos de las clases más
bajas. Bourdieu estudió esto muy de cerca. A su juicio, las clases sociales
están delineadas, no solamente por el capital económico, sino también por el “capital
social” (¿a quién conoces?, ¿quiénes son tus contactos?) y el "capital cultural" (¿cuáles códigos culturales manejas?) . Ser
de esta o aquella clase social no es meramente tener tal o cual cantidad de
dinero. Es también guiarse por una serie de pautas que se manifiestan en cosas
tan elementales como la forma de hablar, caminar, los gustos estéticos, etc.
Bourdieu llamó a
todo esto el habitus. Este habitus se cultiva con las generaciones,
y empezar a enriquecerse de la noche a la mañana no cambia repentinamente las
cosas, si no se ha estado expuesto previamente a la educación que cultiva los
gustos que se asumen como los de la clase dominante. El fenómeno de los nuevos
ricos es de sobra conocido, precisamente porque refleja cómo un sector puede
hacer crecer su poder adquisitivo, pero mantiene los gustos de gente con escaso
poder económico.
Antaño, la sociedad
estaba organizada en torno a castas dominantes y dominadas, y se entendía que
los méritos tenían poca incidencia en la estructura social: la gente nacía en
su estamento y rígidamente se mantenía ahí; no había mucha oportunidad para el
ascenso social. El capitalismo y la democracia, trajeron consigo la promesa de
que la clase social reemplazaría a la casta, y que ahora la sociedad estaría
abierta a la movilidad social: con dinero, sería posible moverse de un
estamento a otro; el nacimiento no es una condena a ser siempre de un
determinado grupo.
Ciertamente, la
modernización ha permitido mayor flexibilidad en la jerarquía social, pero
Bourdieu adecuadamente ha advertido que esto tiene sus límites. Pues, el dinero
no es garantía de ascenso social en aspectos que podrían ser mucho más
relevantes que la posición económica, cuando se trata del posicionamiento en la
estructura social. Quizás la sociedad moderna no dedique mucha atención a los
linajes y el pedigrí (aunque, El gran
Gatsby, de Fitzergald, refleja el drama de un millonario que es incapaz de
deslastrarse de su genealogía). Pero, tal como agriamente recuerda Bourdieu, la
sociedad moderna sí dedica mucha atención a los gustos, como medio de
distinción social. Y, alguien como Merentes podrá forrarse de dinero, pero al
tener gustos tan vulgares, difícilmente podrá calar bien en los círculos en los
cuales desesperadamente aspira entrar. La mona, aunque se vista de seda, mona
se queda.
He disfrutado mucho leyendo este artículo, amigo Gabriel.
ResponderEliminarGracias amigo
EliminarTremendamente educativo compañero.
ResponderEliminarGracias doctor
EliminarAquí en Colombia se le llama "estética traqueta" a las extravagantes modas y gustos que impusieron los nuevos ricos del narcotráfico.
ResponderEliminarSi claro. He quedado loco viendo a esas bombas sexy en bogota
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