Ulpiano
célebremente definió la justicia como la “continua y perpetua voluntad de dar a
cada quien lo que le corresponde”. En el último siglo, ha habido teóricos y
reformadores que, en nombre de la justicia, han pedido mayor igualdad, y así,
han proclamado la necesidad de defender la “justicia social”.
Friederich
Von Hayek, el famoso economista, protestó en contra de esto. Según él, la
justicia es justicia a secas, sin apellidos. El mundo, o es justo, o no lo es; lo
“social” es un añadido innecesario. Un mundo en el cual todos seamos iguales no
es necesariamente justo, pues no se estaría dando a cada quien lo que le
corresponde. En ese mundo, a quien le corresponde más, se le estaría dando
menos de lo justo; y a quien le corresponde menos, se le estaría dando más de
lo justo.
La
postura de Hayek ha sido criticada, y ciertamente, sus escritos a veces rayan
en un darwinismo social que yo no estoy dispuesto a defender. Pero, en algo sí
tiene razón Hayek: si bien un mundo en el cual hay muchas desigualdades puede
ser muy injusto, un mundo en el cual hay total igualdad, es también injusto. Es
un hecho natural que a unos corresponde más que a otros, y esto implica que,
para hacer cumplir la justicia, hay que tolerar la desigualdad.
Al menos
en el plano de la “justicia social”, estas cosas pueden estar abiertas al
debate, y es sano que así ocurra. Pero, lamentablemente, hay gente que quiere
llevar este debate a niveles absurdos. Desde la izquierda, hay personas que
asumen que ese entendimiento de la justicia no sólo debe cubrir las condiciones
sociales, sino también los pronunciamientos sobre el mundo. Debe haber, opinan
ellos, una “justicia cognitiva”.
Este
concepto de “justicia cognitiva” ha sido defendido por Shiv Visvanathan, un
intelectual indio muy querido por la izquierda poscolonial. Visvanathan opina
que el colonialismo europeo se conformó oprimiendo a los pueblos colonizados.
No le falta razón, y no está mal plantearnos que se corrijan las injusticias
del pasado colonialista. Pero, Visvanathan va más lejos. Él opina que el
colonialismo degradó las formas no europeas de conocimiento. Y, si de verdad
queremos hacer justicia, debemos empezar por aquello que él llama la “justicia
cognitiva”: reconocer que no hay sistemas de conocimiento mejores que otros, y
que los conocimientos del colonizado son tan válidos como los conocimientos del
colonizador.
Volvamos
a la definición de “justicia” ofrecida por Ulpiano: dar a cada quien lo que le
corresponde. Y así, preguntémonos: ¿a quién corresponde más, al médico o al
chamán? ¿Quién logra curar más? ¿A quién acudiremos cuando tengamos una
enfermedad seria (no meras quejas que fácilmente se resuelven con un placebo)?
¿Quién es más riguroso en su método a la hora de indagar cómo funciona el
mundo?
La “justicia
cognitiva” a la cual aspira Visvanathan es la misma basura relativista de Paul Feyerabend:
todo vale. La implicación del concepto de Visvanathan es que, para que nadie se
sienta ofendido y acomplejado, es mejor evitar decir que hay teorías verdaderas
y teorías falsas, prácticas efectivas y prácticas inefectivas, ciencia y
pseudociencia.
Yo no
estoy dispuesto a ceder a este chantaje. Si de verdad buscamos justicia, hemos
de reconocer que la teoría científica sobre la reproducción humana (la
fertilización se logra con un espermatozoide y un óvulo) es la correcta y
aquella que debe ser promovida; y la teoría de los indios barí de Venezuela
(varios espermatozoides contribuyen a la fertilización) es incorrecta, y debe
ser erradicada. Si el barí se ofende y se acompleja, y siente que se está
cometiendo una gran injusticia por el mero hecho de que se anuncia que él está
equivocado, pues tanto peor para él. Pero, la justicia es dar a cada quien lo
que corresponde, sin importar quién se ofenda.
El error
de Visvanathan es típico de la mayoría de intelectuales poscoloniales con tufos
de relativismo (Boaventura de Sousa Santos, Enrique Dussel, y tantos otros). Ellos
correctamente denuncian la explotación del colonialismo, y promueven una
defensa de los pueblos colonizados. Pero, cometen el grave error de creer que,
para defender a alguien frente a la explotación, deben también defenderse sus
creencias.
Esto es
evidentemente falso. Para luchar por los derechos de los niños, no es necesario
creer en Santa Claus, el Ratón Pérez, y otros cuentos infantiles. Es
perfectamente posible defender a los niños frente a los abusos, y a la vez admitir
que las creencias infantiles son erróneas. Del mismo modo, es perfectamente posible luchar por los derechos de los pueblos colonizados, y a la vez admitir que
muchas de sus creencias son falsas, y que la ciencia ofrece un mejor camino
para conocer el mundo. ¿Está dispuesto Visnavathan a admitir que hay una
tremenda “injusticia cognitiva” por el mero hecho de que nosotros los adultos
no aceptamos que el 25 de diciembre bajará un barrigón vestido de rojo por la
chimenea? Lo trágico acá es que, cuanto más nos preocupamos de injusticias que
en realidad no existen, más desatendemos injusticias que sí son muy reales.
Qué opinión de mierda es esta? Defender la igualdad ante muchos sistemas establecidos desde el colonialismo no significa defender por prescripción todo su sistema de creencias. Se defiende porque no son menos que personas, porque son sujetos de ley y de derechos. Ya sé que teóricos podridos como usted quieren una perrorrata de nombres de teóricos y estudiosos de lo social para sentirse de alguna manera anonadados y eclipsados por este supuesto intercambio de ideas a la usanza de medirse el falo intelectual, pero más dice de su sistema de creencias e ideas podridas este intento de análisis que de los pueblos objeto de su condescendencia y racismo intelectuales.
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