El inesperado ascenso
político de Donald Trump ha promovido un replanteamiento de las relaciones
entre México y EE.UU., y ha propiciado que se saquen a la palestra de la discusión, hechos del
pasado. El mensaje marcadamente racista en contra de los inmigrantes
latinoamericanos, ha hecho que, de este lado del Río Grande, se recuerden las
pasadas agresiones imperiales norteamericanas. Según la narrativa convencional,
Trump quiere a toda costa impedir el acceso de gente trabajadora y honesta a un
territorio que, en todo caso, fue injustamente arrebatado a México. Bajo esta
narrativa, Trump sería apenas el continuador de una agresión en contra de los
mexicanos que en realidad empezó en el siglo XIX.
Pero, esto es una verdad a medias.
Pues, la postura anti-inmigrante que hoy defiende Trump, fue originalmente
defendida en el siglo XIX, no por los gringos, sino por los mexicanos. Y en ese
sentido, si bien lo que Trump hace es reprochable, cabe recordar que primero
fue sábado que domingo, y que él no hace más que dar continuidad a los mismos
vicios nacionalistas que muchos países tienen. Extrañamente, cuando un mexicano
es nacionalista, no hay quejas, pero cuando un gringo es nacionalista, ponemos
el grito en el cielo.
En el entendimiento común del
latinoamericano, está la idea de que EE.UU. invadió México y, sin mediar
palabra, le arrebató un enorme trozo de su territorio. Pero, las cosas son más
complejas. Cuando México se independizó de España, sus territorios del norte
estaban escasamente poblados. Y, en vista de que la población mexicana no tenía
gran interés en asentarse ahí debido a sus peligros (ataques de tribus indias, clima
difícil, etc.), el gobierno mexicano invitó a colonos norteamericanos a asentarse en el actual
territorio de Texas.
El gobierno mexicano había prohibido la esclavitud en su territorio, y se exigió a los colonos no
tener esclavos; eso estuvo bien. Pero, además, México exigió a los colonos
practicar la religión católica; eso estuvo mal. En todo caso, los colonos no
cumplieron suficientemente ninguna de las dos exigencias. Y, en vista de que
sus números empezaban a crecer y demográficamente desplazaban a la población
hispanoparlante, el gobierno mexicano se empezó a preocupar.
En 1835, el presidente de México,
Santa Anna, derogó la constitución de 1824 que protegía a los colonos en Texas. Y, aquellos colonos ahora pasaban a ser inmigrantes ilegales en
territorio mexicano. Los colonos norteamericanos en Texas se sublevaron (en alianza con los texanos de habla hispana, descontentos con el gobierno central de México), y
declararon a Texas independiente. Tras una desastrosa campaña militar del lado
mexicano, los texanos lograron la secesión.
Vale mantener presente que esa
primera confrontación no fue entre
EE.UU. y México: fue entre los independentistas texanos y México. Algunos
historiadores han visto la revolución texana como un plan preconcebido desde
Washington para apoderarse de Texas. Quizás este plan sí estaba en la mente de
algunos políticos (ciertamente empezaba a prosperar la idea del "destino manifiesto", según la cual, EE.UU. tenía el mandato divino de expandirse territorialmente), pero lo cierto es que, sí había un genuino movimiento
independentista entre los texanos en autonomía de Washington (y de hecho, hasta
el día de hoy, sigue habiendo independentistas en Texas), y el gobierno
norteamericano no anexó Texas inmediatamente.
Texas fue un país independiente por ocho
años. En 1844, Texas pidió ser anexado a EE.UU., cuestión que México reclamó.
Esto dio pie a una confrontación militar entre México y EE.UU. México perdió la
guerra, y en los acuerdos de paz, EE.UU. arrebató una enorme porción del territorio mexicano.
Suele considerarse muy injusta a la
guerra entre México y EE.UU. En efecto, lo fue. Pero, vale distinguir la
guerra de 1846-1848, y la revolución original de Texas. Pues, la revolución
texana fue menos injusta que la guerra entre México y EE.UU. Es cierto que los
colonos texanos eran esclavistas, y eso es enteramente reprochable. Pero, vale
apreciar que muchos de los argumentos que Santa Anna empleó para derogar la constitución
de 1824, son parecidos a los que hoy emplea Donald Trump.
A Santa Anna no le preocupaba tanto la
esclavitud, sino el hecho de que esos colonos pertenecían a otra cultura, y
atentaba contra el carácter nacional mexicano. De hecho, era tanta su preocupación
nacionalista, que les prohibió a los colonos el protestantismo, y les impuso el
catolicismo. Santa Anna veía en los colonos una amenaza demográfica, y temía
(con bastante razón, en realidad), que esos colonos no fueran lo
suficientemente leales al gobierno de México, y que en un momento crítico,
tuviesen más simpatías por el vecino del norte. Al final, de un plumazo, Santa
Anna ilegalizó a los inmigrantes procedentes del norte.
¿Qué hace y dice Donald Trump? Algo muy
parecido. Trump habla de los inmigrantes como narcotraficantes y violadores.
Pero, en realidad, ésa no es su principal preocupación. Lo que realmente le
preocupa es que EE.UU. pierda su carácter nacional. Eso hace que Trump proponga
exigir que sólo se hable inglés. Y, Trump ve en los inmigrantes mexicanos una
amenaza demográfica (de hecho, los hispanos ya son casi mayoría en California,
Texas y Arizona), y teme que, en un momento crítico, esos ciudadanos de origen
mexicano tengan más simpatías por México que por EE.UU. Lo mismo que Santa Anna
hizo con los colonos texanos, Trump quiere terminar de ilegalizar con un
plumazo, a los inmigrantes de origen hispano.
Está muy bien denunciar las barbaridades
de Trump. Pero, debemos ser más consistentes. Si el nacionalismo es malo en
EE.UU., también debe serlo en México. Y, en ese sentido, así como vociferamos
que Trump es el gran ogro contemporáneo, debemos también admitir que, en el
pasado, nuestros políticos hicieron con los gringos cosas parecidas, y eso no
debería ser ningún motivo de orgullo para nosotros.
No estoy seguro de que Trump tenga los miedos que dices o sea otra muestra más de «la vuelta a la tribu» que parece una epidemia mundial. Trump se dirige a blancos de clase baja, media/baja que han perdido estatus y empleo con la crisis o tienen miedo de que les ocurra. Compiten por los puestos de trabajo con la inmigración y tienen miedo de que la fábrica donde trabajan se vaya a China. Por eso la promesa de obligar a Apple a fabricar en EEUU. Inmigración y globalización son los enemigos en la cabeza de los obreros blancos no cualificados. Eso no cambia que esté de acuerdo con el post.
ResponderEliminarNo niego que el asunto económico es un aspecto muy importante en el ascenso de Trump. Pero, todo eso está dentro del nacionalismo. El mensaje económico de Trump es típicamente nacionalista: demos trabajo primero a los nuestros, y para eso, hay que evitar el paso de gente que no habla nuestra lengua y no tiene nuestro color de piel.
EliminarCierto. De acuerdo en todo pues.
EliminarNo es por ser tiquismiquis con el tema pero hay estudios sociológicos que posicionan al multiculturalismo como un reductor de la confianza y la solidaridad social. Ver Robert Putnam y Frank Salter.
ResponderEliminarSí, conozco esos argumentos, conozco a esos autores. No estoy muy de acuerdo con ellos. Puede haber, muy remotamente, nepotismo étnico en nuestros genes. Pero, los biólogos no están seguros de que sea una fuerza muy significativa. Hay países que tienen multiculturalismo, y no son conflictivos. Por supuesto, tiene que tener límites. Pero mi oposición al multiculturalismo no viene de una oposición intrínseca a las diferencias. Mi oposición sólo está orientada a la tolerancia de prácticas que son incompatibles con el liberalismo.
EliminarPara que pueda habe una correcta integración de los elementos étnicos tiene que haber un reconocimiento más adaptación de las instituciones y el espacio. Es mucho más realista que simplemente tapar las diferencias bajo una "nivelación" que no respete las potencialidades de cada grupo.
EliminarLa idea de hombre universal de la Ilustración es apenas un proyecto, que abstrae de las determinaciones del lenguaje, la cultura, la estirpe...