La
derrota electoral del chavismo el pasado 6 de diciembre pudo haber sido una
magnífica oportunidad para que el régimen hiciera un acto de contrición, y
corrigiera sus políticas económicas desastrosas. El gobierno lo pudo haber hecho,
al estilo chino o incluso cubano, sin mucho jaleo: mantener la fachada de
símbolos comunistas, pero abrirse al liberalismo económico.
No ha
sido así. Desde el mismo momento en que reconoció su derrota electoral, Nicolás
Maduro dijo que se trataba de un triunfo de la “guerra económica”. A pesar de
que la derrota del chavismo fue contundente, queda aún un tercio de la
población que, aparentemente, cree el cuento de la “guerra económica”. Ante
este hecho, conviene preguntarse, ¿qué es, exactamente, una guerra económica?
La Encyclopedia Britannica la define así: “el
uso de medios económicos contra un país para debilitar su economía y así
reducir su poder político y militar… Algunos de los medios comunes de guerra
económica son los embargos, boicots, sanciones, discriminaciones en las
tarifas, el congelamiento de capitales, la suspensión de ayudas, la prohibición
de inversiones y otros flujos de capitales, y las expropiaciones”.
EE.UU., no cabe duda, ha acudido a estas tácticas en el
pasado. El ataque japonés a Pearl Harbor en parte fue debido a la negativa
norteamericana a vender petróleo al imperio del sol nipón. Los norteamericanos
también impusieron por más de cinco décadas un embargo (por enésima vez, no es un bloqueo) a Cuba. Y, así, varios
otros casos.
Pero,
¿dónde está la evidencia de la supuesta guerra económica en Venezuela?
¿Embargos? A diferencia de su relación con Cuba, EE.UU. siempre ha promovido
hacer negocios con Venezuela, y es su principal comprador de petróleo.
¿Boicots? Ninguno. ¿Sanciones? Cero. ¿Discriminaciones en las tarifas? Ha sido
más bien Venezuela quien ha aplicado medidas proteccionistas a EE.UU. (a través
de su sistema de control cambiario que le permite discriminar importaciones).
¿Suspensión de ayudas? Cuando Venezuela ha tenido desastres naturales (como el
de Vargas), EE.UU. ha ofrecido ayudas, pero Chávez siempre las rechazó.
¿Expropiaciones? Es demasiado evidente quién fue el que expropió empresas en
los últimos quince años. De toda esta lista que ofrece la Encyclopedia Britannica, lo único que EE.UU. sí ha hecho, es
congelar capitales; pero sólo se han congelado los capitales de los grandes
magnates venezolanos que están involucrados con el narcotráfico y la violación
de derechos humanos.
Venezuela
atraviesa una gravísima crisis económica. Maduro continuamente apela al caso de
Chile, como supuesto antecedente de la guerra económica que EE.UU. organiza
contra Venezuela. Sí, es cierto (¿para qué negarlo?): la CIA estuvo tras la
caída de Allende. Pero, el niño que es llorón, y la madre que lo pellizca. La
CIA no pudo haber logrado su objetivo, sino hubiera habido una crisis económica
que ya había sido asentada por las propias políticas desastrosas de Allende. La
CIA sólo dio la estocada final a un gobierno que estaba encaminado a caer por
su propio peso.
Además, vale
advertir que está muy bien documentada la participación de la CIA en las
operaciones militares del golpe del 11 de septiembre de 1973, pero no está bien documentado que EE.UU. concretó
un plan de guerra económica (¿cuál embargo impuso?, ¿cuáles tarifas aplicó?).
Sí, hay algunos documentos hoy desclasificados que mencionan la intención de
hacer guerra económica, pero vale recordar que la inteligencia norteamericana
ha propuesto toda una serie de proyectos demenciales que nunca ha cumplido
(como por ejemplo, utilizar parapsicólogos para espiar al Kremlin a través de
la telepatía).
Y, si hemos de acudir a antecedentes
históricos, utilicemos más bien los que deberían resultar mucho más evidentes:
las políticas económicas comunistas conducen al desabastecimiento, sin
necesidad de que intervengan países extranjeros. Es la triste experiencia de
países tan variados como Vietnam, Cuba, Hungría, Etiopía, la URSS, Bulgaria,
China, Corea del Norte, y ahora, tristemente Venezuela.
Sí, en Venezuela
hay gente que ocasionalmente acapara productos esperando un brote de inflación.
Hay comerciantes que optan por no contratar tanta gente en sus locales, y eso
genera más colas. Vale. ¿Es eso prueba de un perverso complot orquestado desde
Washington? Un poco de sentido común viene bien acá. Ante un gobierno que
continuamente impone de forma ridícula restricciones y controles de precio, es
natural que el comerciante prefiera retener su mercancía, a la espera de que el
mercado negro aumente su valor, pues es la única forma en que realmente puede
generar una ganancia que le resulte atractiva. Lo mismo aplica al patrón que
prefiere no contratar más personal: si no hay suficiente ganancia porque el
Estado no le permite vender a precios más elevados, obviamente el comerciante
no tendrá ningún estímulo a expandir su negocio contratando más personal.
Al final, Maduro se
está convirtiendo en un campeón de un deporte típicamente latinoamericano:
evadir nuestras responsabilidades y acusar siempre al imperio. La culpa es de
la vaca. Maduro, como Chávez, tiene un gusto enfermizo por la conspiranoia.
Chávez decía que el hombre no había llegado a la luna y que a Bolívar lo
asesinaron; Maduro decía que a Chávez la CIA le había inoculado el cáncer. Con
gente con estos perfiles psicológicos paranoides, no sorprende tanto que, ante
una crisis como la que atravesamos, terminaran formulando una teoría de la
conspiración casi del mismo calibre que aquellas que atribuían la revolución
francesas y las guerras de independencia latinoamericanas, a la manipulación
perversa de los masones y los illuminati.
Por supuesto, como en toda conspiranoia, las pruebas brillan por su ausencia.
Lo más
sano frente a la conspiranoia es, sencillamente, ignorarla. Pero, en el caso
venezolano, es difícil hacerlo, pues Maduro se vale del aparato propagandístico
del Estado para atormentarnos con sus disparatadas teorías. Frente a eso,
pienso que, por el momento, tenemos el recurso de formular una teoría
conspiranoica alterna, no propiamente para darle credibilidad, sino
sencillamente, para hacer ver a los chavistas que, si hemos de jugar a la
especulación conspiranoica, ellos también pueden salir perdiendo.
No es ésta la
primera vez que Venezuela vive una aguda crisis económica. En 1989, hubo mucha inflación
y desabastecimiento, y aquello desembocó en saqueos. Rafael Poleo, junto a
otros periodistas, desde hace años ha manejado la hipótesis de que todo aquello
no fue una reacción espontánea del pueblo venezolano, sino que la mano peluda
de Fidel Castro estuvo tras la agitación (incluyendo una guerra económica),
para así completar su antiguo sueño de apoderarse de Venezuela y asegurar el
petróleo que siempre ha necesitado Cuba. Propongo un trato a los chavistas: yo
acepto que en el 2015 somos víctimas de una guerra económica, si ustedes
aceptan que en 1989, Fidel Castro fue el artífice de la tragedia venezolana.
¿Sí va?
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