Observé
el proceso electoral que se realizó ayer en España. Como en muchos otros países
europeos, España tiene un sistema de votación indirecto. Se eligen escaños en
las cortes, y los diputados a su vez eligen al presidente del gobierno.
Ese voto
indirecto tiene un sentido. El principal es evitar que la mayoría ganadora
aplaste a las minorías perdedoras. Si una mayoría gana, pero no cuenta con los
votos suficientes establecidos en los reglamentos, debe buscar coaliciones para
gobernar, muchas veces con las propias minorías perdedoras. Y, esto permite
mayor consenso nacional y pluralidad en los gobiernos. El voto indirecto impide
que el ganador se lo lleve todo.
Pero,
ese sistema de votación indirecta tiene también problemas. Un votante puede
votar por un partido porque busca castigar a otro partido, pero tras las
elecciones, esos partidos pueden llegar a un pacto no anunciado previamente, y
así traicionar la intención original del votante.
Más aún, el sistema
que impide que el ganador se lo lleve todo tiene también la desventaja de que
otorga poder a partidos que pueden representar ideologías extremas. En un
sistema de votación directa en el cual el ganador se lo lleva todo, esos
partidos siempre estarían en los márgenes. Pero, en un sistema de votación
indirecta, ese partido de ideología extrema puede ser crucial en la decisión de
formar coaliciones, y así, adquirir un poder desproporcionado respecto a su
verdadero peso demográfico.
La principal
crítica a sistemas como el español, no obstante, es que no son suficientemente
democráticos. La democracia más avanzada debería contemplar el sufragio
secreto, directo y universal. Sí, la democracia tiene el eterno peligro de
convertirse en la tiranía de las mayorías, y el voto indirecto busca frenar
eso. Pero, la historia ha juzgado positivamente a los pueblos que han tomado
esos riesgos. Al votar directamente por un gobernante y evitar la mediación de
pactos a espaldas del propio votante, el gobierno del pueblo, por el pueblo y
para el pueblo, se fortalece.
Deberíamos tener
esto muy presente a la hora de juzgar nuestra historia venezolana. Desde 1998,
Chávez y sus secuaces iniciaron una intensa campaña de satanización de Acción
Democrática y su historia. Un aspecto de esa satanización ha sido promover la
idea de que el 18 de octubre de 1845, hubo un golpe de Estado en contra de
Isaías Medina Angarita, del mismo calibre que el que dio Pinochet contra
Allende. Esto es una falsedad histórica.
Medina Angarita fue
un buen presidente, cabe admitirlo. Legalizó partidos políticos, concedió
libertad de prensa, y buscó una conciliación nacional, tras los años de
represión durante el gomecismo. Medina Angarita también promulgó una ley de
hidrocarburos en 1943, la cual aumentó las regalías nacionales frente a las
petroleras extranjeras en nuestro país.
Se ha querido hacer
creer que el golpe de Estado de 1945 fue promovido por los intereses
extranjeros, como castigo por ese paso hacia la soberanía petrolera. Sin duda,
fue un factor. Pero, sería un despropósito creer que los gringos estuvieron
tras el golpe del modo en que sí lo estuvieron en Chile en 1973 (después de
todo, el propio Medina Angarita tenía buenas relaciones con Roosevelt, e
incluso declaró la guerra a los poderes del eje en la Segunda Guerra Mundial).
Lo que realmente
activó el golpe de 1945, fue precisamente la cuestión del sufragio directo.
Medina había dado pasos hacia el sufragio universal (lo concedió a las mujeres,
y definitivamente eliminó los requisitos de educación y propiedad a los
votantes), pero no fue lo suficientemente lejos. Medina se negó a conceder el
voto directo. Este sistema aseguraría que siempre llegara un miembro de las
élites, de las cuales él mismo formaba parte.
Rómulo Betancourt y
los adecos, en cambio, defendían el voto directo. Medina propuso a los adecos a
Diógenes Escalante como un candidato de conciliación, bajo la promesa de que,
una vez en el poder, Escalante instauraría el sufragio directo. Pero,
fortuitamente, en plena campaña, Escalante sufrió una enajenación mental, y los
adecos no aceptaron a Ángel Biaggini el candidato propuesto como reemplazo,
pues preveían que no honraría la reforma del sufragio.
Había también otros
descontentos. Medina Angarita no había logrado expurgar del todo a los
corruptos que había dejado el gomecismo, y él mismo llevaba en sus espaldas esa
herencia. Más aún, había mucha molestia en las fuerzas armadas, pues los
ascensos eran mediados por relaciones de nepotismo y clientelismo (algo que,
vale decir, el chavismo siempre criticó respecto a los gobiernos adecos, sin
admitir que eso fue precisamente un vicio original del propio Medina Angarita
que motivó el golpe dado por los adecos).
Todo esto desembocó
en la revolución del 18 de octubre. Mi juicio respecto a este acontecimiento
histórico es mixto. Aquello no fue sencillamente un golpe impregnado de cinismo
para apartar a un presidente nacionalista que se enfrentaba a los poderes
internacionales. En la causa adeca hubo una importantísima vocación democrática,
y los adecos genuinamente creían en la relevancia del voto directo. En aún otra
ironía, los chavistas reprochan el sistema indirecto norteamericano y lo
comparan desfavorablemente con el venezolano, nuevamente sin reconocer que el
sistema venezolano es obra de los adecos.
Pero, ¿justificaba
eso una revolución que, inevitablemente, sí se empañó de sangre? No lo creo. Si
bien considero que el voto directo es una mejora respecto al voto indirecto (y,
en este aspecto, admito que Europa debería aprender de América Latina), estimo
que las reformas hacia formas más avanzadas de democracia deben hacerse con
cautela y gradualidad, precisamente debido al potencial de peligro que llevan
consigo. Medina Angarita había accedido a varias reformas del sistema
electoral, y prudentemente prefirió ir con menos prisa. Lamentablemente, lo
pagó caro.
España debería en
un futuro plantearse una reforma de su sistema electoral. Pero, el hecho de que
aún no se plantea esa reforma, ¿justificaría eso que alguien como Pablo
Iglesias coordine con los militares una conspiración, a fin de instaurar un
gobierno que sí acceda al voto directo? Por supuesto que no. Esta comparación
debería hacernos formar el juicio de que el golpe de Estado de 1945 pudo haber
tenido una motivación loable, pero no tiene suficiente justificación.
Siempre admiré el talante democrático y capacidad de cambio que Medina Angarita significó para el país. Me pareció un muy buen presidente que quería realizar los cambios con cabeza en vez de furia. Siempre critique la posición de AD en ese golpe y no lo justifique por nada, es mas me pareció perjudicial para la historia del país, pero no por ello dejo de admitir todas los cambios positivos que igualmente introdujeron los adecos.
ResponderEliminarPS: Tienes un pequeño error en la fecha: "Un aspecto de esa satanización ha sido promover la idea de que el 18 de octubre de 1845, hubo un golpe de Estado" debió ser 1945.
Si, ciertamente Medina Angarita merece mas elogios de los que recibe.
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