Recientemente
salió la edición castellana de Sumisión,
la última novela del francés Michel Houellebecq. Este autor ha hecho fama con
novelas intimistas, pero se le ha reprochado que su estilo busca provocar
deliberadamente, al punto de ser casi pornográfico. No tengo suficiente
maestría en asuntos de crítica literaria como para juzgar esta cuestión. Pero,
la novela me ha interesado debido al contexto en el cual Houllebecq la enmarca.
Sumisión narra un escenario distópico
para Francia en 2022. Un profesor universitario, inmerso en la lectura de
Huysmans y desconectado de los asuntos políticos de su país, pierde a su padre
y a su joven novia. Al final, decide convertirse al Islam. Pero, esa conversión
no es muy espontánea, pues Francia entera atraviesa un acelerado proceso de
islamización. Los partidos de izquierda se han aliado con un partido islamista
para derrotar a la derecha.
Esta
coalición resuelve algunos problemas que Francia enfrenta desde hace tiempo.
Frente al desempleo, el nuevo gobierno decide prohibir a las mujeres trabajar,
y así, ahora hay suficientes plazas de trabajo para los hombres. Frente al
déficit público, el gobierno decide privatizar las universidades y exigir que
el profesorado sea musulmán (eso en parte motiva la conversión del
protagonista). Frente al empequeñecido poder de Francia en la escena
internacional, el nuevo gobierno estimula la incorporación de países musulmanes
a la Unión Europea, y así el gobierno islamista es capaz de recuperar el
liderazgo.
Houllebecq
dedica muchísima más atención a los asuntos intimistas y psicológicos, pero su
ejercicio de imaginación distópica y sociológica es interesante. No es el
primero en hacerlo. El retrato de la distopía islamista es ya un género en
algunos autores que han hecho fama con sus gritos de Casandra.
La más
célebre de estas alarmistas es Bat Ye’or, una escritora que hubiese pasado
desapercibida, si no hubiera sido porque la eminente Oriana Fellici descubrió
uno de sus libros, y le dio promoción. El libro que dio fama a Bat Ye’or fue Eurabia. La obra, escrita en tono
conspiranoico, expone la tesis según la cual, a raíz de la crisis petrolera
tras la guerra del Yom Kippur en 1973, los países europeos llegaron a una serie
de acuerdos con los países árabes petroleros. Bajo este acuerdo, Europa tendría
asegurado el petróleo, pero se alejaría de la influencia norteamericana,
cesaría su apoyo a Israel, y permitiría la islamización del continente. Desde
entonces, ha habido una progresiva islamización de Europa.
Casi ningún
comentarista serio da crédito a las tesis de Bat Ye’or. Yo, en cambio, creo
oportuno rescatar algunas cosas. Ciertamente, es casi seguro que no hay ningún
pacto explícito entre los países árabes petroleros y los países europeos. Si
acaso tal pacto existe, sería entre EE.UU. y Arabia Saudita. Ese pacto pudo
haberse empezado a gestar tras la guerra del Yom Kippur, pero en realidad se
fortaleció mucho más durante la Guerra del Golfo Pérsico, cuando EE.UU.
necesitó las bases militares en la Península Arábiga. Efectivamente, el pacto
habría contemplado una mayor islamización de Occidente. Pero, EE.UU. ha
empezado a comprender que la situación se le escapa ya de las manos y que es
necesario un correctivo, pues el financiamiento petrolero al yihadismo internacional
(en especial al Estado Islámico) ha ido ya demasiado lejos. Más aún, ahora que
EE.UU. empieza a producir su propia energía, es previsible que ese pacto vaya
perdiendo vigencia.
No cabe
duda de que en Europa sí está en marcha una progresiva islamización. Pero, de
ningún modo tiene el alcance que la conspiranoia de Bat Ye’or le atribuye. No
hay aún empresarios, rectores universitarios, diplomáticos o militares que
busquen convertir a Francia en el nuevo califato. Esa islamización de Europa no
viene como consecuencia de un pacto entre jefes de Estado, sino más bien como
consecuencia de dinámicas muy naturales en el cambio social. Europa atravesaba
un déficit demográfico, y quiso satisfacerlo trayendo trabajadores musulmanes. Resultó
inevitable que este influjo de inmigrantes, eventualmente, promoviera la
islamización del continente. No hubo una mente maquiavélica detrás de todo
esto.
Si acaso
hay un pacto que promueve la islamización en Europa, me parece, no es el que
Bat Ye’or describe en su libro, sino el que Houllebecq imagina en su novela.
Tras el colapso de la URSS, la izquierda europea quedó huérfana. Ya no tenía
argumentos para convencer a los jóvenes de que no comieran en McDonalds. Pero,
de repente, la izquierda encontró en el Islam un poderoso agente para combatir
el capitalismo. Sí, ciertamente el Islam representa muchas cosas contra las
cuales combatió la izquierda clásica (Estado confesional, supresión de
libertades, opresión a las mujeres), pero la izquierda estimó necesario hacer
una alianza circunstancial, y tolerar esas cosas. Para combatir el imperialismo
occidental, vio bien aliarse con el imperialismo alterno, el imperialismo
islámico.
Con el
objetivo de defender a los pobres y marginados, y enfrentar a los ricos y
poderosos, la izquierda europea empezó a apoyar los proyectos políticos de los
líderes comunitarios de barrios musulmanes marginales en Marsella, Ámsterdam y
tantas otras ciudades europeas. Si esos proyectos políticos incorporan la shariah, habrá que tragar grueso. Ese
pacto, mucho más que el pacto con un jeque saudí, explica la islamización de
Europa.
Tanto Bat
Ye’or como Houellebecq tienen claras intenciones distópicas en sus anuncios
sobre la islamización de Europa. Para ambos, la islamización es una catástrofe.
Conviene colocar un matiz en esta cuestión. Ciertamente es una catástrofe que
Europa ceda a los avances que ha obtenido desde 1789. Que de ese continente se
apodere la misoginia, el fanatismo religioso, el anti-intelectualismo, etc., es
una tragedia. Es el lamento que Houellebecq expresa en su novela.
Pero, es
una tontería lamentarse por el hecho de que, en vez de crepes, se vendan kebabs;
que en vez de música con guitarra se oiga música con ney; o que el paisaje de
una ciudad europea se decore con minaretes. Estos lamentos no proceden de una
mentalidad abierta, moderna y progresista. Proceden más bien de un nacionalismo
romántico que quiere conservar tradiciones, por el mero hecho de que son
antiguas y dan el carácter nacional a un país. Políticos como Marine Le Pen
tienen la oportunidad de rescatar el ideal de la laicité frente a la avanzada islamista. Cometerían un grave error
si, en vez de enfrentar esa avanzada con los ideales de la laicité, lo hicieran apelando al viejo nacionalismo que tantas
desgracias ha traído a la humanidad.
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