Sospecho que no le agrado mucho a Salvador López Arnal. Pero, este renombrado filósofo ha escrito reseñas a tres de mis libros, y lo agradezco. En esta ocasión, López ha criticado mi libro Las razas humanas ¡vaya timo!, calificándolo como un libro escrito “desde un estrecho cientificismo” (acá).
López asume que el cientificismo es algo intrínsecamente objetable. Yo no lo hago así. De hecho, adelanto que seré el compilador de un libro que consta de una serie de ensayos en honor al maestro Mario Bunge, y que cuenta con contribuyentes como Carlos Elías, Andrés Carmona, Víctor Sanz, entre otros. El título del libro (que lleva el título del ensayo de Bunge) es Elogio del cientificismo. El libro aún está en preparación, pero cuando salga publicado, espero que López pueda leerlo, y considerar los argumentos que el gran Bunge ofrece en defensa del cientificismo.
López me acusa de contradecirme en mi libro, pues si bien defiendo que las razas humanas no existen, luego argumento que no es posible atribuir tendencias criminales innatas a esta o aquella raza. Dice López: “¿Pero no habíamos quedado que, en principio, las razas no existían?”. En el libro, en efecto, yo asumo que las razas humanas no existen, pero también argumento que, aún si existieran (López no alcanza a ver el carácter hipotético de mi afirmación), no sería posible atribuirles a unas más que a otras, una tendencia innata hacia el crimen.
En el libro, yo afirmo que muchos progresistas se han cerrado dogmáticamente a la posibilidad de que haya una base genética en la actividad criminal. López se queja y me pregunta: “¿de dónde habrá sacado GA esta afirmación que, por supuesto, debería estar muy matizada?”. Respondo: hay en las ciencias humanas una extensa escuela de pensamiento que se aproxima a la idea de la tabla rasa, a saber, que en la conducta humana casi no incide la genética. En el caso de la criminología, la mayor parte de la escuela de la llamada “criminología crítica” comparte esa opinión, y la aplica al estudio del crimen.
En el capítulo 10 del libro, someto a crítica a los multiculturalistas. Opino que, sin percatarse, estos multiculturalistas se parecen a los racialistas del siglo XIX, en la medida en que asumen que los rasgos culturales deben tener correspondencia con los rasgos biológicos, y así, cuando un miembro de una cultura asimila elementos de otra cultura, de algún modo se asume que está faltando a su esencia. López, de nuevo, protesta: “¿Quién asegura eso explícita o implícitamente?”. Respondo: explícitamente, nadie. Implícitamente, todos aquellos que hablan del supuesto daño de la “transculturación” por parte de las culturas dominantes a las culturas periféricas. Pienso en particular en Frantz Fanon, quien en su libro Piel negra, máscaras blancas, asumía (como claramente lo indica el título de su libro), que todo aquel descendiente de africanos que asumiera la cultura europea, en el fondo, se estaba colocando una máscara blanca que tapa su piel negra. El negro, para Fanon (así como para Leopold Senghor y otros esencialistas), siempre debe comportarse como africano. En todo caso, la crítica que yo formulo no es más que una recapitulación de la que hace Kenan Malik, a cuyos libros sobre razas y racismo, remito a López.
Como corolario de este tema, López me pregunta: “¿Algún multiculturalista rechaza que un ciudadano de China, Japón, Venezuela o Santa Coloma de Gramenet escuche La flauta mágica o El barbero de Sevilla porque eso es música occidental e imperialista?”. Respondo: ¡sí! Se nota que López vive en Europa, pues no está al tanto de los nacionalistas culturales latinoamericanos que reprochan la influencia cultural europea. En una época, Hugo Chávez, por ejemplo, se obsesionó con que los venezolanos rechazáramos a Santa Claus, Halloween, Superman, y tantas otras manifestaciones culturales europeas y norteamericanas (curiosamente, no se opuso al béisbol), porque eso era “ajeno a nuestra esencia cultural”.
Luego, López manifiesta su desacuerdo (pero nunca ahonda en explicar por qué) en algunas otras opiniones que yo suscribo. Por ejemplo, al discutir los méritos de los programas de discriminación positiva, yo destaco el argumento en contra (también destaco argumentos a favor, cuestión que López no resalta), según el cual, la discriminación positiva conduce al desperdicio de recursos, pues asigna en posiciones de alto rendimiento, a gente que no tiene la capacidad para desempeñarse en esos cargos. ¿Dónde está lo objetable en mi postura?
Yo también destaco que, en países como EE.UU., hay una industria del victimismo, y que muchos líderes negros alientan a sus seguidores a denunciar racismo donde no lo hay con el objetivo de sacar algún provecho. Según parece, a López le cuesta creer que esto ocurre, y me pregunta quiénes son esos líderes negros. Respondo: Jesse Jackson, Al Sharpton, y tantos otros, que sí alientan continuamente un victimismo injustificado. López se asombra de que yo hable de victimismo, pero podría revisar los libros del profesor negro Thomas Sowell, quien denuncia cómo prospera esa industria del victimismo en EE.UU.
También se sorprende López de que yo afirme que, hoy, las condiciones de opresión a los negros en EE.UU. están quedando atrás. Ciertamente, hay la opinión mediática generalizada (aupada por imágenes sensacionalistas de algunos policías blancos que ejercen brutalidad contra jóvenes negros) de que la opresión racial está muy presente en EE.UU. Pero, una mirada más profunda de este asunto revela que no es así. Es indiscutible que las relaciones raciales en EE.UU. han mejorado en las últimas décadas. Si bien la condición social de los negros en EE.UU. sigue siendo lamentable, es dudoso que esto hoy sea atribuible exclusivamente al racismo. Un factor más relevante, me parece, es la propia disfuncionalidad de la cultura negra norteamericana. Hace veinte años, Dinesh D’Souza escribió un extenso libro documentando esta cuestión (The End of Racism), y remito a López a esa obra.
López asume que el cientificismo es algo intrínsecamente objetable. Yo no lo hago así. De hecho, adelanto que seré el compilador de un libro que consta de una serie de ensayos en honor al maestro Mario Bunge, y que cuenta con contribuyentes como Carlos Elías, Andrés Carmona, Víctor Sanz, entre otros. El título del libro (que lleva el título del ensayo de Bunge) es Elogio del cientificismo. El libro aún está en preparación, pero cuando salga publicado, espero que López pueda leerlo, y considerar los argumentos que el gran Bunge ofrece en defensa del cientificismo.
López me acusa de contradecirme en mi libro, pues si bien defiendo que las razas humanas no existen, luego argumento que no es posible atribuir tendencias criminales innatas a esta o aquella raza. Dice López: “¿Pero no habíamos quedado que, en principio, las razas no existían?”. En el libro, en efecto, yo asumo que las razas humanas no existen, pero también argumento que, aún si existieran (López no alcanza a ver el carácter hipotético de mi afirmación), no sería posible atribuirles a unas más que a otras, una tendencia innata hacia el crimen.
En el libro, yo afirmo que muchos progresistas se han cerrado dogmáticamente a la posibilidad de que haya una base genética en la actividad criminal. López se queja y me pregunta: “¿de dónde habrá sacado GA esta afirmación que, por supuesto, debería estar muy matizada?”. Respondo: hay en las ciencias humanas una extensa escuela de pensamiento que se aproxima a la idea de la tabla rasa, a saber, que en la conducta humana casi no incide la genética. En el caso de la criminología, la mayor parte de la escuela de la llamada “criminología crítica” comparte esa opinión, y la aplica al estudio del crimen.
En el capítulo 10 del libro, someto a crítica a los multiculturalistas. Opino que, sin percatarse, estos multiculturalistas se parecen a los racialistas del siglo XIX, en la medida en que asumen que los rasgos culturales deben tener correspondencia con los rasgos biológicos, y así, cuando un miembro de una cultura asimila elementos de otra cultura, de algún modo se asume que está faltando a su esencia. López, de nuevo, protesta: “¿Quién asegura eso explícita o implícitamente?”. Respondo: explícitamente, nadie. Implícitamente, todos aquellos que hablan del supuesto daño de la “transculturación” por parte de las culturas dominantes a las culturas periféricas. Pienso en particular en Frantz Fanon, quien en su libro Piel negra, máscaras blancas, asumía (como claramente lo indica el título de su libro), que todo aquel descendiente de africanos que asumiera la cultura europea, en el fondo, se estaba colocando una máscara blanca que tapa su piel negra. El negro, para Fanon (así como para Leopold Senghor y otros esencialistas), siempre debe comportarse como africano. En todo caso, la crítica que yo formulo no es más que una recapitulación de la que hace Kenan Malik, a cuyos libros sobre razas y racismo, remito a López.
Como corolario de este tema, López me pregunta: “¿Algún multiculturalista rechaza que un ciudadano de China, Japón, Venezuela o Santa Coloma de Gramenet escuche La flauta mágica o El barbero de Sevilla porque eso es música occidental e imperialista?”. Respondo: ¡sí! Se nota que López vive en Europa, pues no está al tanto de los nacionalistas culturales latinoamericanos que reprochan la influencia cultural europea. En una época, Hugo Chávez, por ejemplo, se obsesionó con que los venezolanos rechazáramos a Santa Claus, Halloween, Superman, y tantas otras manifestaciones culturales europeas y norteamericanas (curiosamente, no se opuso al béisbol), porque eso era “ajeno a nuestra esencia cultural”.
Luego, López manifiesta su desacuerdo (pero nunca ahonda en explicar por qué) en algunas otras opiniones que yo suscribo. Por ejemplo, al discutir los méritos de los programas de discriminación positiva, yo destaco el argumento en contra (también destaco argumentos a favor, cuestión que López no resalta), según el cual, la discriminación positiva conduce al desperdicio de recursos, pues asigna en posiciones de alto rendimiento, a gente que no tiene la capacidad para desempeñarse en esos cargos. ¿Dónde está lo objetable en mi postura?
Yo también destaco que, en países como EE.UU., hay una industria del victimismo, y que muchos líderes negros alientan a sus seguidores a denunciar racismo donde no lo hay con el objetivo de sacar algún provecho. Según parece, a López le cuesta creer que esto ocurre, y me pregunta quiénes son esos líderes negros. Respondo: Jesse Jackson, Al Sharpton, y tantos otros, que sí alientan continuamente un victimismo injustificado. López se asombra de que yo hable de victimismo, pero podría revisar los libros del profesor negro Thomas Sowell, quien denuncia cómo prospera esa industria del victimismo en EE.UU.
También se sorprende López de que yo afirme que, hoy, las condiciones de opresión a los negros en EE.UU. están quedando atrás. Ciertamente, hay la opinión mediática generalizada (aupada por imágenes sensacionalistas de algunos policías blancos que ejercen brutalidad contra jóvenes negros) de que la opresión racial está muy presente en EE.UU. Pero, una mirada más profunda de este asunto revela que no es así. Es indiscutible que las relaciones raciales en EE.UU. han mejorado en las últimas décadas. Si bien la condición social de los negros en EE.UU. sigue siendo lamentable, es dudoso que esto hoy sea atribuible exclusivamente al racismo. Un factor más relevante, me parece, es la propia disfuncionalidad de la cultura negra norteamericana. Hace veinte años, Dinesh D’Souza escribió un extenso libro documentando esta cuestión (The End of Racism), y remito a López a esa obra.
De verdad te admiro, tener que contestarle a semejante personaje es para tragar grueso, tiene una visión tan corta que parece solo limitarse a su mundo en España y/o Europa y desconoce muchísimos aspectos de todo lo que ocurre en América, por lo que podrías citar mas ejemplos para este tipo de lector miope.
ResponderEliminarHola, gracias, si, es un simpatizante de Podemos y Pablo Iglesias. Desde que escribi el libro sobre el posmodernismo, se dedico a criticarme
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