Uno de los clichés
del posmodernismo es la idea de que la racionalidad y la Ilustración trajeron
consigo la tragedia del nazismo. Este mantra ha sido repetido hasta la saciedad
por gente como Adorno, Horkheimer y Baumann. Pues bien, es necesario rebatir esto
una y otra vez. No fueron la racionalidad y la Ilustración las responsables del
nazismo, sino más bien la falta de racionalidad y la contrailustración.
Podemos formarnos
esta idea, especialmente al tener en cuenta el significativo peso que el
ocultismo tuvo en el proyecto nazi. Sobre este tema, vale admitir, hay mucha
especulación. Algunos escépticos dudan de que hubiera una firme conexión entre
la tradición ocultista y el nazismo. Ciertamente, muchos de los alegatos sobre
las raíces ocultistas del nazismo parecen sacados de teorías conspiranoicas y
de películas fantasiosas como En busca
del arca perdida. Pero, algunas teorías conspiranoicas sí resultan ser
verdaderas, y me inclino a pensar que, en este caso, sí hay bastante evidencia
de que, tras el nazismo, había todo un entramado de sociedades secretas y
extrañas ideas mágicas y religiosas. Los libros de los historiadores Peter
Lavenda y Nicholas Goodrick-Clarke me han convencido de esta tesis.
Son muchos los
datos que se cubren en esos libros, pero señalaré los más relevantes. La
formación ideológica de Hitler debió mucho a tres ocultistas que ejercieron
mucha influencia sobre él. La primera fue Madame Blavatsky, la fundadora del
movimiento teosófico en el siglo XIX. Blavatsky dio continuidad al mito de la
Atlántida, y postuló que la raza que logró escapar de aquella mítica isla, fue
la raza aria. Luego, en las dos primeras décadas del siglo XX, Guido Von List,
un misterioso filósofo, empezó a enseñar la doctrina según la cual, estos arios
eran los antiguos germanos descritos por Tácito. Un poco tiempo después, ya en
tiempos de Hitler, un ex-monje católico, Jorg Van Liebenfels, formuló la teoría
según la cual, los arios eran descendientes de deidades interestelares,
mientras que las otras razas eran descendientes de cruces entre monos y
hombres. Liebenfels empezó a postular que los judíos eran los máximos
representantes de esa raza producto de cruces entre monos y humanos, y
continuamente publicó estas ideas en Ostara,
una revista que el joven Hitler leía con frecuencia. Según el testimonio de
Liebenfels, Hitler acudió a él solicitando más información sobre sus teorías.
Después de la I
Guerra Mundial (durante la cual, Hitler supuestamente oyó una voz divina que le
indicó alejarse de un pelotón que fue inmediatamente bombardeado, con lo cual
logró salvar su vida), Hitler fue asignado como agente para espiar un partido
de trabajadores, que supuestamente tenía inclinaciones comunistas. En realidad,
el partido resultó ser de extrema derecha, tanto así que Hitler terminó convirtiéndose
en su líder, y eventualmente este partido pasaría a ser el partido nazi. En sus
orígenes, este partido tuvo bastante conexión con un grupo de ocultistas, la
“Sociedad Thule”, la cual se nutría de las enseñanzas de List y Liebenfels.
No sabemos bien
cuán imbuido estaba Hitler en el ocultismo del partido que él empezó a liderar,
pero lo cierto es que una de las figuras que lo acogió en el partido, y que lo
introdujo a personajes influyentes que sirvieron para desarrollar su carrera
política, fue Dietrich Eckart. Eckart, a quien está dedicado el libro de
Hitler, Mi lucha, tenía mucho interés
en el ocultismo.
Esto no es
evidencia concluyente de que Hitler participaba en círculos ocultistas, pero sí
es un hecho histórico que, después de su fracaso inicial como político tras un
fallido intento de golpe de Estado, Hitler fue acogido por un astrólogo, Erik
Jan Hanussen. Este astrólogo entrenó a Hitler en el desarrollo de los gestos
teatrales que luego le serían muy provechosos en su carrera política, y le formuló
una profecía: en cuestión de poco tiempo, la suerte de Hitler le cambiaría.
Hanussen recomendó a Hitler ir a su pueblo natal y extraer una raíz de mandrake
(una planta con forma humana, muy favorecida por los alquimistas), pues eso
serviría en talismán para lograr el hechizo que le permitiría acceder al poder.
Según parece, no fue Hitler, sino el propio Hanussen quien hizo el ritual con
la mandrake, pero hay algunos indicios de que Hanussen luego enseñó a Hitler
cómo utilizar esa planta con propósitos mágicos.
La historia que se
narra en En busca del arca perdida (la
primera película de Indiana Jones), sobre las expediciones nazis para encontrar
el arca de la alianza, es falsa. Pero, sí
hay indicios de que, una vez en el poder, los nazis tuvieron interés en
recuperar el santo grial (la copa de la cual supuestamente Jesús bebió vino en
la última cena), y que dirigieron expediciones en su búsqueda, sobre todo en
los lugares de Francia en los que los cátaros tuvieron influencia, y
posiblemente también en España (pues algunas tradiciones remontan el grial a
ese país).
Hay más seguridad
en la hipótesis de que Hitler creyese en los poderes mágicos de la lanza con la
cual supuestamente el soldado romano hirió el costado de Jesús en la
crucifixión. Esta lanza estaba exhibida en un museo de Viena, y cuando Hitler
ocupó esta ciudad, se apoderó de ella.
Se ha explorado
también la hipótesis de que los nazis creían que la Tierra es un planeta hueco,
y que podría haber inframundos, poblados por civilizaciones perdidas que
tuvieran alguna conexión con la original raza aria. También, aparentemente,
algunos nazis tenían la creencia de que la Tierra es en sí misma el interior de
un planeta aún más grande, y que sobre nosotros hay un firmamento:, de forma
tal que si se envían señales hacia el cielo, éstas podrían rebotar y ser
detectadas.
Sabemos con plena
seguridad que, antes del inicio de la guerra, los nazis enviaron una expedición
científica al Tíbet. Según Peter Lavenda, parte del objetivo de esa expedición
era buscar vestigios de civilizaciones perdidas y evaluar cuán cercanos eran
los tibetanos a la raza aria original. Se ha manejado también la hipótesis de
que los nazis enviaron expediciones a la Antártida buscando civilizaciones
perdidas, bajo la teoría de que, en algún momento, ese continente era apto para
las civilizaciones, e incluso, que podría haber cráteres que comunicaran con
los inframundos.
Los historiadores
no están muy seguros si Hitler en realidad participaba de todas estas cosas.
Quizás los ocultistas eran algunos nazis de menor rango, y Hitler se mantuvo al
margen de todo esto. Pero, hay mucha más seguridad en que dos personajes de
alto rango en la jerarquía nazi, sí tenían sumo interés en el ocultismo. Se
trata de Rudolf Hess y Heinrich Himmler.
Hess es de por sí
un personaje que se presta a todo tipo de teorías conspiranoicas, pues en 1941
viajó en avión solo hasta Escocia, pidiendo hablar con Churchill para intentar
negociar la paz. Hess permaneció prisionero durante el resto de su vida. Hitler
siempre dijo que desautorizó aquella operación, y alegó que Hess estaba loco.
Las teorías conspiranoicas dicen que Hitler en realidad sí había autorizado
aquella operación, pero que fracasó, en vista de que Churchill no lo quiso
recibir. En todo caso, hay algunos indicios de que Hess emprendió su viaje siguiendo
designios astrológicos.
Sobre Himmler, sí
sabemos plenamente que estuvo inmerso en el ocultismo. Se creía la
reencarnación de Enrique I el pajarero, un rey alemán del siglo X. Himmler se
encargó de organizar la SS, la unidad de tropas élites del III Reich. Himmler
tomó un selecto grupo de soldados de este cuerpo, y los inició en rituales ocultistas
en el castillo de Wewelsburg; el más significativo de esos rituales fue la
exhumación de los restos mortales de Enrique I. Su idea era conformar una
organización similar a la del rey Arturo con los caballeros de la mesa redonda.
¿Está el exceso de
racionalidad detrás de todo esto? ¿Promovería la Ilustración la creencia en el
poder de reliquias antiguas, razas de hombres en islas mitológicas y designios
astrológicos? Por supuesto que no. Contrariamente a lo que postula el cliché
posmoderno, el nazismo no es atribuible a la Ilustración, el positivismo y la
racionalidad. El nazismo es más bien producto de la irracionalidad y la larga
tradición contrailustrada, en buena medida promovida por el romanticismo alemán
de inicios del siglo XIX que, a finales de ese mismo siglo, derivó hacia el
ocultismo, del cual se nutrió el nazismo.
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