El mundo de los
mormones me fascina, en parte debido a una gran tensión que hay en el seno de
esta cultura religiosa: la forma en que se combina lo ultramoderno con lo
arcaico. Por una parte, los mormones han destacado por sus innovaciones
tecnológicas y su enorme talento para la ciencia ficción. He estado en Salt
Lake City, y es una ciudad cuyo modernismo deslumbra, no sólo en sus edificios
(por ejemplo, el grandioso centro para el resguardo de genealogías), sino
también en los eventos que allí se organizan, etc.
Pero, por otra
parte, las creencias de los mormones son de las más absurdas que se puedan
encontrar (no quiero decir con esto que las creencias de las otras religiones
no sean absurdas, pero como bien dice Sam Harris, en el caso de los mormones,
la improbabilidad de sus doctrinas es aún mayor). Y, muchos de los aspectos del
mormonismo proceden de prácticas y creencias mágicas arcaicas (ha de admitirse
que las grandes religiones monoteístas han hecho un esfuerzo por deslastrarse
de aspectos mágicos, aunque por supuesto, nunca por completo).
Joseph Smith, el profeta
de los mormones, estaba muy interesado en la magia. La propia Iglesia de los
Santos de los Últimos Días admite que Smith dictó el Libro de Mormón colocando
dos piedras en su sombrero, y observándolas mientras dictaba a su secretario.
Pero, hay otro aspecto que la iglesia mormona no está tan dispuesta a admitir,
o al menos, lo trata de disimular bastante: antes de su vocación como profeta,
Smith era un buscador de tesoros, y para ello, se valía de técnicas de
adivinación para encontrarlos. No sabemos si Smith era deliberadamente
fraudulento, pero el hecho cierto es que, en vista de que sus métodos adivinatorios
no daban resultado, en múltiples ocasiones tuvo que comparecer ante tribunales,
debido a denuncias por estafa.
Desde sus inicios,
en torno al mormonismo ha habido una enorme cantidad de rumores sobre las
excentricidades de las creencias y prácticas de Smith y sus herederos. La
iglesia mormona admite algunos de estos rumores, pero intenta lo más que puede,
sólo presentarlos a aquellos que ya están iniciados en la iglesia, y trata de presentar
a los posibles conversos sólo los aspectos que parecen menos estrambóticos
(ésta es la estrategia de “la leche antes de la carne” que persiguen los
misioneros). Pero, hay algunos otros rumores que son tan excéntricos, que la
iglesia hace todo lo posible por suprimirlos.
Un ejemplo
especialmente revelador es el de la llamada “carta de la salamandra”. A inicio
de los años ochenta del siglo pasado, Mark Hoffman, un mormón convertido en
ateo, empezó a vender a la iglesia mormona, supuestos documentos originales de
la historia del mormonismo. Estos documentos no tenían gran cosa controversial,
y así, Hoffman se fue ganando la confianza de las autoridades mormonas que le
compraban los documentos.
Pero, Hoffman
empezó a vender documentos que daban la impresión de que Smith era un buscador
de tesoros. El más relevante de estos documentos era una carta, supuestamente
escrita por Martin Harris (un colaborador de Smith) en 1830, en la cual se
narra que Smith recibió las planchas doradas, no del ángel Moroni (la versión
oficial del mormonismo), sino de una salamandra con quien Smith tenía
comunicación. La carta también narra que la salamandra dijo a Smith que no le
daría las planchas, si Alvin, el hermano de Smith, no estaba presente, a pesar
de que Alvin ya había muerto.
Desde los inicios
del mormonismo, corría el rumor de que la familia de Smith había exhumado el
cuerpo de Alvin para un procedimiento mágico, y también se decía que, en su
encuentro con Moroni, Joseph llevó parte del cuerpo de su hermano. No sabemos
bien cuán verdaderos son estos rumores, pero sí es un hecho cierto que el padre
de Joseph tuvo que exhumar el cuerpo de su hijo Alvin, porque corrían rumores
de que algunos bandoleros habían profanado la tumba, y el padre quiso
asegurarse de que el cuerpo de Alvin no había sido profanado.
La iglesia mormona pagó
bastante dinero a Hoffman por ese documento. Hizo todo lo posible por mantener
secreto el asunto, pero cuando ya no pudo más (pues, según parece, el mismo
Hoffman reveló los contenidos del documento a otra gente), muchos
representantes del mormonismo trataron de ajustarse, diciendo que la
experiencia con la salamandra no es propiamente motivo de vergüenza, pues se
trataba de una visión mística.
Tiempo después,
mientras Hoffman conducía, una bomba estalló en su automóvil. La policía
investigó el caso, y descubrió que esa bomba había sido fabricada por el mismo
Hoffman, quien ya había matado previamente a dos personas con bombas. Y, en el
curso de la investigación, la policía descubrió que Hoffman era un falsificador
de documentos. La “carta de la salamandra” resultó ser un fraude. Si bien
Hoffman se basó en rumores de vieja data (aunque, lo de la salamandra sí es un
invento nuevo), la carta era producto de la imaginación de Hoffman.
Pero, ya el daño
estaba hecho. Este episodio reveló hasta dónde es capaz de llegar la iglesia
mormona, con tal de suprimir información que le resulta incómoda. La iglesia mormona
pagó mucho dinero, a fin de poseer los documentos vergonzosos y obstaculizar la
búsqueda de la verdad. El que no la debe, no la teme; pero, obviamente, la
iglesia mormona tuvo mucho que temer, y por eso, mostró tanta desesperación en
contener aquello que creían que era la verdad. Si la iglesia mormona estuviera
tan segura de que Smith no era practicante de la magia, habría sometido al
examen público estos documentos, con la esperanza de que se demostrara su
falsedad. Pero, puesto que sabía que corría un enorme riesgo (en tanto es
bastante probable que Smith sí participó continuamente en procedimientos
mágicos), prefirió tratar de mantener todo en secreto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario