Quienes
investigan los motivos de la pobreza y el subdesarrollo, acuden recurrentemente
a comparaciones entre países próximos entre sí, para hacer comparaciones e
intentar detectar cuál es el factor más relevante en el desarrollo. Dos de las
comparaciones más célebres son las de las dos Coreas, y las de las Alemanias.
En ambos casos, un país fue dividido en dos; los nuevos países tenían las
mismas condiciones geográficas, la misma historia, y la misma cultura. Pero, pronto
hubo una gran distancia económica entre ellos (mucho más en el caso de las
Coreas). El factor relevante, parece, era el comunismo. Corea del Norte y
Alemania del Este eran comunistas, y eso llevó a esos países a la ruina,
mientras que sus vecinos y rivales, Corea del Sur y Alemania del Oeste,
respectivamente, florecían. El comunismo, parece, es una maldición.
En
América Latina no se han hecho mucha estas comparaciones, en buena medida
porque todos los países tienen más o menos el mismo nivel de subdesarrollo.
Pero, en ocasiones, los analistas comparan a Haití con la República Dominicana:
son dos naciones que comparten una misma isla, pero la diferencia en su nivel
de prosperidad y desarrollo es descomunal.
¿A qué
se debe este diferencial? Por mucho tiempo, se quiso explicar esto apelando al
victimismo (que, vale agregar, es muy común en nuestra región): Haití es
miserable, porque desde su independencia, Francia le impuso una compensación
económica brutal, y los haitianos tuvieron que pasar varias décadas pagándola.
Además de eso, varios países vecinos rehusaron entablar relaciones normales,
por temor a que la revolución de negros contra blancos se extendiera a otras
naciones. Y, para colmo, EE.UU. ocupó militarmente Haití por varios años,
contribuyendo aún más a su fracaso.
Sin
duda, todos estos factores cuentan. Pero, no explican por completo el
diferencial entre la República Dominicana y Haití. Muchos países
hispanoamericanos (incluyendo a la República Dominicana) se endeudaron hasta la
médula tras su independencia, y las potencias neocoloniales impusieron cuotas
muy agresivas. EE.UU. también ocupó militarmente la República Dominicana,
Guatemala y Nicaragua por muchos años, pero con todo, ninguno de estos países
tiene el nivel de miseria que sí hay en Haití.
Jared
Diamond ha adelantado unas explicaciones geográficas en su célebre libro, Colapso. Según Diamond, si bien Haití y
la República Dominicana están ubicadas en una misma isla, tienen condiciones
geográficas muy distintas. Haití es más montañosa que su vecina, y tiene menor
extensión de tierra cultivable. Pero, la diferencia crucial, opina Diamond, son
los efectos de la deforestación. Mientras que la República Dominicana nunca fue
una colonia especialmente relevante para España, Haití sí lo fue para Francia.
Y, eso hizo que los franceses explotaran los recursos naturales mucho más
agresivamente que los españoles en la República Dominicana. Haití era la
colonia más productiva de Francia, la mayor productora de azúcar en el mundo.
El cultivo intenso pudo haber hecho crecer económicamente a Haití por un tiempo
corto (fue la colonia más próspera de este hemisferio), pero inevitablemente,
el ecosistema colapsó, y desde entonces, le ha pasado la factura a los
haitianos.
Esa
explicación es, como la del victimismo, plausible. Pero, me temo que es
igualmente insuficiente. Países como Singapur y Japón han tenido condiciones
geográficas muy adversas, pero con todo, están en el Primer Mundo. Venezuela ha
sido bendecida con sus recursos y sus ecosistemas, pero tristemente, los
venezolanos seguimos en el atolladero del subdesarrollo.
Quizás,
la explicación del subdesarrollo está en la cultura de cada país. Así lo
teorizó Lawrence Harrison, en un clásico libro, con un título muy sugerente: El subdesarrollo está en la mente. En
otros escritos, Harrison se ha ocupado del caso haitiano y su comparación con
el dominicano. A juicio de Harrison, el principal problema de Haití es su
religión. Los haitianos son nominalmente católicos, pero en realidad, el vudú
domina. Y, postula Harrison, el vudú es una religión retrógrada.
Según
Harrison, Haití es un país subdesarrollado, porque el vudú incorpora una serie
de creencias que obstaculizan el emprendimiento y la seguridad para lograr el
desarrollo. Harrison dedica mucha atención a la forma en que el vudú hace la
vida caprichosa. Todo ocurre por causa de los loas, los espíritus, y los infortunios son ocasionados por la
brujería. Al asumir esta visión del mundo, los haitianos concluyen que no hay
mucho que pueda hacerse para cambiar las cosas: todo está en manos del destino
y los hechizos.
Yo veo
con simpatía las tesis de Harrison, pues echa por tierra el relativismo cultural
que pretende alegar que todas las religiones son iguales de valiosa. Sobre el
vudú ciertamente hay muchas distorsiones (Hollywood le atribuye falsamente sacrificios
humanos y cosas por el estilo), pero no debemos cometer el error inverso de
asumir que una sociedad que está obsesionada con hechizos, puede progresar
hacia la modernidad.
Con
todo, lamento que Harrison no sea lo suficientemente preciso en delinear cómo,
exactamente, el vudú genera subdesarrollo. Contrariamente a lo que postula
Harrison, en el vudú no predomina la concepción fatalista (eso es más afín al
Islam y al calvinismo, una religión que, dicho sea de paso, más bien tiene
mucha asociación con el desarrollo, tal como Max Weber lo planteó en sus
célebres tesis). El vudú es más bien una de las religiones más emprendedoras
que existen. Allí donde los místicos están a la espera de que Dios intervenga
para resolver las cosas, los bokors (algo así como los sacerdotes del vudú)
activamente buscan modificar la realidad a través de procedimientos mágicos. El
destino no está en lo que dicten los dioses; los bokors pueden activamente
intervenir para cambiar las cosas.
Por
supuesto, estos procedimientos mágicos son irracionales. Y, en ese sentido,
Harrison sí tiene razón cuando postula que el vudú es una religión que cohíbe
la racionalidad en Haití, y la racionalidad es crucial para el desarrollo.
Pero, Harrison no tiene razón cuando
postula que el vudú frena la creatividad y el emprendimiento. Se necesita ser
bastante creativo para creer que, al clavar alfileres en una muñeca, una
persona a la distancia será perjudicada. Se necesita ser muy emprendedor para
hacer este ritual muchas veces, aun frente a los reiterados fracasos. Y, se
necesita tener una visión de negocios, para cobrar lo que muchas veces cobran
los bokors por sus trabajos.
Sin
duda, Haití tiene una enorme deficiencia cultural. No hay un código moral
robusto. Lawrence culpa de esta ausencia de códigos morales al vudú, pues en
esa religión, no hay prescripciones morales; es más cercana a la magia, e
incluso, a la magia negra (aquella que busca perjudicar a los demás). Lawrence
también atribuye la deficiencia cultural haitiana a su pasado esclavista: el
trabajo es visto ahora como una maldición, tanto por los ex-esclavos, como por
los ex-amos. Todo esto es muy plausible. Pero, no debemos caer en el cliché de
asumir que el vudú es la base de todo lo malo en Haití. El vudú, me parece,
puede estimular el emprendimiento, y los promotores del desarrollo deberán
buscar formas creativas, a través de las cuales, se pueda canalizar el
emprendimiento del vudú, hacia acciones más racionales.
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