Las
potencias occidentales tienen una tremenda hipocresía en el Medio Oriente. Por
una parte, se rasga las vestiduras ante los atropellos del Estado Islámico e
Irán. Pero, por la otra, tiene un idilio con Arabia Saudita, y en menor medida,
otros países de la Península Arábiga. Todos esos países están gobernados por
fanáticos religiosos, violadores de los derechos humanos. ¿Por qué, entonces,
Occidente apoya a unos, pero es hostil con otros? La respuesta parece muy
obvia: el petróleo. A EE.UU. y sus secuaces no le interesa en realidad ni la
democracia ni los derechos humanos. Si logra entenderse comercialmente con un
régimen teocrático y consigue asegurar provisión de petróleo con esos
gobernantes, estará dispuesto a tolerarlo, e incluso, apoyar a los fanáticos.
Hay
mucho de verdad en esto. Pero, se debe matizar. En parte gracias al fracking y
al auge de energías alternativas, EE.UU. cada vez depende menos de Arabia
Saudita para conseguir petróleo. Con todo, en vez de distanciarse de Arabia
Saudita, cada vez la apoya más. El petróleo no tiene ya tanto que ver. ¿Cómo
explicar esto?
La
respuesta pareciera radicar en el hecho de que EE.UU. y las otras potencias
occidentales han calculado que, en una región tan convulsa como el Medio
Oriente, Arabia Saudita es el mal menor. Los saudíes ofrecen un mínimo estabilidad,
y al menos con ellos, Occidente puede entenderse. Es preferible tener a los
tiranos predecibles y controlables de la casa de Saud, que a los bestias del
Estado Islámico. Se cumple aquello que dijo alguna vez Roosevelt sobre Somoza: “Tal
vez sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. La familia real saudí
son unos fanáticos, pero son nuestros fanáticos.
La frase
de Roosevelt sirve para ilustrar la hipocresía norteamericana que rigió su
política exterior durante el siglo XX. Los Somoza fueron dictadores
implacables, y quienes se les oponían (muchos grupos, pero los sandinistas
destacaban) eran grupos oprimidos que legítimamente luchaban por su liberación.
A EE.UU. y sus aliados no les importó tumbar gobiernos democráticos e instalar
dictadores, como ocurrió en Indonesia, Chile, Irán, Guatemala, etc.
En ese
sentido, el apoyo de Occidente a la casa real saudí pareciera ser más de lo
mismo. Pero, no es exactamente así. En Indonesia, Chile, Irán y Guatemala, se apoyaron
gobiernos dictatoriales que suprimieron movimientos de liberación. En Arabia
Saudita, no hay tal cosa. Occidente apoya un gobierno violador de derechos
humanos, para hacerle frente a grupos que son aún peores. Los sandinistas
pudieron cometer crímenes en Nicaragua, pero ni por asomo son un grupo tan atroz
como el Estado Islámico. Eso permite criticar el apoyo norteamericano a los
Somoza, pero a la vez, exige moderar las críticas cuando EE.UU. apoya a la
familia real saudí.
Con
todo, amerita preguntarse si Arabia Saudita es en realidad el mal menor frente
a grupos como el Estado Islámico. Pues bien, a pesar de todas las barbaridades
cometidas por el régimen saudí, debe aún admitirse que sí son el mal menor
frente al Estado Islámico. Sí, en Arabia Saudita hay ejecuciones públicas sin
juicio, discriminación brutal a las mujeres y minorías religiosas, etc., pero
al menos, hay una pequeña apertura a Occidente que permite la posibilidad de
cambios modernizante en el largo plazo; al menos Arabia Saudita está inscrita
en el concierto internacional (las Naciones Unidas, etc.), y algún mínimo
control se puede ejercer sobre ese país. Con el Estado Islámico, nada de eso es
posible. El Estado Islámico se autoproclama un califato, no reconoce ninguna
frontera del concierto internacional, y no hay ninguna posibilidad de
acercamiento con ellos.
Aún así,
amerita también preguntarse: ¿no son acaso Qatar, Arabia Saudita y otros países
de la Península Arábiga, los principales financistas del propio Estado
Islámico? ¿No es incoherente para Occidente brindar apoyo a los países que
están financiando a aquella organización que precisamente consideran el mal
mayor? A esto, debe responderse lo siguiente: si bien Arabia Saudita y los
otros países de la península, ofrecen apoyo al Estado Islámico, este apoyo
procede de grupos particulares, y no propiamente de los gobiernos. El apoyo a
los gobiernos más bien sirve para contener a esos grupos particulares de
financistas.
Por
supuesto, seleccionar el mal menor no debe conducir al fatalismo de dejar las
cosas como están. Así como en Siria, Assad es el mal menor, pero debe
incentivarse alguna alternativa para salir también de ese brutal dictador; en
Arabia Saudita, es necesario buscar la modificación del status quo sin que eso se materialice en la llegada al poder de
grupos como el Estado Islámico. En Siria hay al menos el Ejército Libre Sirio
(aunque, cabe admitir, es casi ya inexistente). En Arabia Saudita, no hay
ninguna fuerza liberal que, por ahora, puede suplir a la familia real saudí: la
alternativa es aún mayor fanatismo. Por ello, Occidente, me parece, tiene
justificación en, por el momento, seguir eligiendo el mal menor. Pero, por
supuesto, debe estar a la espera de que, dentro de Arabia, surjan movimientos
liberales, y cuando éstos ya cuenten con la suficiente fuera, Occidente
entonces sí debe plantearse un cambio de estrategia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario