En
las logias masónicas está prohibido hablar de religión o política (excepto en
una rama francesa más reciente). Pero, eso no ha impedido que
los detractores de la masonería la acusen de promover cultos paganos o
satánicos. Pues bien, lo mismo ocurre con la política: en la imaginación
conspiranoica, los masones han estado de varias revoluciones en la historia
moderna.
Se
ha acusado a los masones de haber orquestado la revolución norteamericana. En
vista de que esta revolución resultó bastante exitosa, y hoy los historiadores
la juzgan muy positivamente, los masones norteamericanos quisieron aprovechar
aquella circunstancia histórica para anotarse un triunfo, y así, los propios
masones han contribuido al mito de que la revolución norteamericana fue obra de
la masonería. Pero, la verdad histórica es que hubo masones tanto en el lado
independentista como en el lado monárquico, y la masonería como tal tuvo poco
que ver con el desarrollo de esa revolución.
Es
cierto que varios de los llamados padres
fundadores de EE.UU. fueron masones. De los cincuenta y seis firmantes de
la Declaración de independencia de
los EE.UU., se sabe con seguridad que ocho fueron masones, y veinticuatro más
también pudieron haberlo sido. El jefe militar de los ejércitos
revolucionarios, George Washington, fue masón y alcanzó el grado de maestro. Benjamin
Franklin, otro ilustre de la revolución norteamericana, también fue masón.
Es
una exageración decir que aquel movimiento estuvo controlado por la masonería. Ciertamente,
los ideales democráticos que motivaron a la revolución norteamericana, estaban
presentes en las reuniones en las logias. Cuando se entra en una logia, las
jerarquías convencionales de la sociedad desaparecen, y el aristócrata se sienta
junto al comunero. Pero, la masonería fue apenas una de muchísimas otras
influencias en un proceso tan complejo como la revolución norteamericana. El
rey Jorge III se quejó de que aquella revolución fue lanzada por
presbiterianos, no por masones.
Se
ha querido asociar la masonería con uno de los eventos más importantes de la
revolución norteamericana, la fiesta del té en Boston. En vista del abusivo
impuesto a la importación al te que imponía la corona británica, en 1773 un
grupo de colonos disfrazados de indios subieron a los barcos anclados en
Boston, y tiraron al mar el té almacenado. Aquello fue eventualmente un
detonante de la revolución norteamericana. Según la leyenda, esos hombres eran
todos masones, pues antes de ir al muelle de Boston, habían estado en una
taberna que albergaba a la logia masónica de Saint Andrew. Pero, lo cierto es
que esa misma taberna también albergaba las reuniones de los Hijos de la
Libertad, una organización revolucionaria que nada tenía que ver con la
masonería. Es mucho más probable que los iniciadores de la fiesta del té
formaran parte de esa organización revolucionaria.
Los
revolucionarios norteamericanos crearon una nueva nación, que como cualquier
otra, requirió símbolos. Los conspiranoicos se deleitan con supuestas pistas
masónicas en los símbolos nacionales norteamericanos. Así, frecuentemente se
dice que el escudo nacional en el reverso del billete de un dólar, es prueba de
que la masonería controló la revolución norteamericana.
El
escudo consta de una pirámide no finalizada, de trece niveles. Y, encima de
ella, un triángulo con un ojo adentro. Debajo, está la inscripción Novus Ordo Seclorum. El ojo encerrado en
un objeto (llamado a veces el ojo de la
providencia) ciertamente es un símbolo a veces empleado por la masonería.
Representa al Gran Arquitecto del Universo, que todo lo ve y siempre vigila
nuestra conducta. Pero, de ningún se trata de un símbolo de origen masón. El
símbolo en cuestión ya existía en el Renacimiento, mucho antes de que surgiera
la masonería especulativa. El uso del triángulo es más bien de origen
cristiano, en tanto representa a la Trinidad.
La
pirámide representa la fortaleza de la nueva nación, y no está finalizada,
porque representa lo que aún queda por construir en EE.UU. Tiene trece niveles
porque representa las trece colonias norteamericanas originales que se
rebelaron contra la corona británica. No tiene ningún simbolismo especialmente
asociado con la masonería.
La
inscripción Novus Ordo Seclorum quiere
decir Nuevo orden de los siglos (una
frase inspirada en un pasaje de Virgilio), es decir, una nueva etapa histórica a
partir de la revolución. Algunos conspiranoicos quieren atribuir a la masonería
estar detrás de aquello que ellos llaman el Nuevo
orden mundial (supuestamente, un régimen internacional controlado por una
élite), y así, creen que la
inscripción en el escudo nacional estadounidense los delata. Desgraciadamente,
esos conspiranoicos no saben traducir una frase latina muy básica.
En todo caso, la comisión que se organizó para
diseñar el escudo norteamericano, estuvo conformada por Benjamin Franklin,
Thomas Jefferson, John Adams y Pierre Du Simitiere. De los cuatro, el único
masón era Franklin. Y, Franklin propuso como escudo una imagen del paso de los
israelitas por el Mar Rojo, y el faraón ahogándose. Obviamente, su diseño no
fue seleccionado. Los diseños que sí fueron seleccionados, pues, vienen de
gente que no estaba en la masonería.
Los
conspiranoicos no desaprovechan la ocasión de la revolución norteamericana,
para una vez más, acusar a los masones de ser un culto satánico. Según una
teoría conspiranoica muy difundida, el patrón arquitectónico de las principales
avenidas de la ciudad de Washington, están en forma de pentagrama invertido, y
éste es un símbolo satánico por excelencia. El gobierno norteamericano, pues,
es diabólico.
Ciertamente,
ese patrón arquitectónico existe; pero tras ello no hay ninguna conspiración
masónica satánica. El modelo arquitectónico de Washington obedeció a las
condiciones topográficas del terreno donde se construyó la ciudad. El
revolucionario que más activamente promovió ese diseño, Thomas Jefferson, no
era masón. Además, el pentagrama invertido no es originalmente un símbolo
satánico. La asociación entre el satanismo y este símbolo es reciente: si bien
data de círculos ocultistas de finales del siglo XIX (más de cien años después
de la revolución norteamericana), fue popularizado por el satanista Anton LaVey
en la década de 1970 (y, vale añadir, el movimiento de LaVey no era propiamente
un culto a Satanás como principio del mal, sino más bien, un mero símbolo de
autosuficiencia). Los padres fundadores de EE.UU. jamás hubieran tenido noción
de las connotaciones satánicas del pentagrama invertido.
En
todo caso, aun suponiendo que algún arquitecto logró introducir ocultamente un
diseño satánico a la ciudad de Washington, ¿cuál es la relevancia actual de eso?,
¿acaso esa extraña circunstancia probaría que el gobierno norteamericano actual
rinde culto al diablo? Podemos denunciar a viva voz todos los abusos que el Tío
Sam ha cometido, pero, ¿qué necesidad hay de inventar una teoría conspiranoica
que, a la larga, termina por desprestigiar a los propios críticos del gobierno
norteamericano?
Los
conspiranoicos también acusan a los masones de estar detrás del diseño de uno
de los monumentos más emblemáticos de Washington, el obelisco. Vale recordar
que una de las más persistentes acusaciones lanzadas contra los masones es su
supuesto origen en los cultos de Egipto, algo que algunos propios masones, como
Albert Pike, se encargaron también de propagar. En tanto el obelisco es un símbolo
de origen egipcio, resultó inevitable que los conspiranoicos dijeran que el
obelisco de Washington es obra de la masonería y sus prácticas de ocultismo. Tonterías.
El obelisco está en Washington, sencillamente porque, en el siglo XIX, en
Europa y América había una fascinación con todo lo que fuese egipcio,
especialmente a partir del descubrimiento de la piedra Rosetta en 1804 (los planos
del obelisco en Washington se diseñaron en 1836).
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