En el contexto de la Primera Cruzada surgió una orden monástica
de caballeros, los templarios (la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y
del Templo de Salomón). En 1119, ya
conquistada la Tierra Santa, Hugo de Payns y ocho caballeros franceses más, se
dirigieron al rey Balduino II de Jerusalén, solicitándole la creación de una
orden monástica para proteger a los peregrinos cristianos que se dirigían a la
ciudad santa. Si bien los reinos cristianos estaban ya establecidos, no tenían
total control, y así, los reyes necesitaban de milicias que ofrecieran
protección. Por ello, el rey accedió a la petición.
Balduino
ofreció a la orden las inmediaciones del antiguo Templo de Salomón en Jerusalén
como su sede, y así, esta orden asumió el nombre de los caballeros templarios. A decir verdad, no estamos seguros si, en
efecto, la sede de los templarios era el propio Templo de Salomón. Sabemos que
los babilonios destruyeron el Templo de Jerusalén el año 586 antes de nuestra
era. Pero, no podemos estar seguros de que ese templo destruido en realidad se
remonte hasta los tiempos del mismísimo Salomón. Los arqueólogos más
competentes nos advierten que, muy probablemente, la Biblia exagera muchísimo
el resplandor del reino salomónico y que quizás en tiempos del rey, el templo
aún no estaba construido. En todo caso, tras el exilio babilónico, los judíos
volvieron a construir un templo el año 516 antes de nuestra era. La tradición
asume que ese segundo templo fue construido en el mismo lugar del primero, pero
de nuevo, no podemos estar absolutamente seguros de ello. Cuando los judíos
volvieron a Jerusalén, habían pasado ya varias décadas, y hay espacio para
dudar de que la nueva construcción estuviese en la misma ubicación que la
anterior.
Los romanos destruyeron
ese segundo templo el año 70 de nuestra era. Sí podemos estar seguros de que lo
que queda de aquel templo, el muro de los lamentos, es el mismo al cual hoy
acuden los devotos en Jerusalén. Y, también podemos estar seguros de que ahí
estaba la sede de los templarios. Pero, vale insistir, no podemos asegurar que
esa sede sea el mismo lugar donde estaba el templo de Salomón.
En un inicio, los templarios fueron una orden
monástica con votos de pobreza. Su símbolo principal eran dos caballeros
montando un solo caballo, señal de sus limitados recursos. No obstante, muy pronto
hicieron renombre con su efectividad y coraje militar, y crecieron en
popularidad. Hugo de Payns hizo lo que llamaríamos lobbying a muchos nobles europeos, y así, empezó a conseguir
cuantiosas donaciones. Los templarios se anotaron otro triunfo cuando, a partir
de 1128, Bernardo de Clairvaux aupó su causa ante el papado. En 1139, el Papa
Inocencio II emitió una bula papal que ofrecía a la orden el privilegio de sólo
estar sometida al Papa, sin el deber de rendir tributo o lealtad a las
autoridades locales.
Los templarios
pronto dejaron de ser una mera orden militar, y se convirtieron en la primera
corporación bancaria internacional de la historia. Inventaron un ingenioso
sistema de créditos: recibían propiedades de peregrinos en alguna de sus
oficinas en Europa, emitían documentos de propiedad, y en sus oficinas en
Jerusalén (o cualquier otra de sus oficinas), restituían riquezas en función de
los documentos. Así, los peregrinos podían viajar sin necesidad de llevar sus
propiedades y ser víctimas de robo, pero una vez que llegaban a su destino,
podían disfrutar de las riquezas de las cuales los documentos los hacían
acreedores. Como ha de suponerse, en este sistema eficiente había un cobro de
comisión, y los templarios fueron aumentando sus riquezas.
Compraron
castillos y tierras, y durante un período, fueron incluso los propietarios de
la isla de Chipre. Financiaron y cooperaron en la construcción de varias
catedrales en Europa; en buena medida fueron los pioneros del estilo gótico.
Tenían sedes en varios lugares de Europa, pero su bastión era Francia. Hacían
notables fiestas con mucha ingesta de alcohol. Su fama de pobres ya no
encajaba. Eran guardianes de grandes tesoros. Corría el rumor de que, además de
sus actividades bancarias, se dedicaban a otros negocios que no concordaban muy
bien con su ideal de pobreza. Por ejemplo, en 1204, apareció en Damasco una
estatua de la virgen que derramaba leche; los peregrinos querían ir a beberla,
pero no lo hacían por temor a los bandoleros de caminos; los templarios
enviaron sus hombres a recoger la leche y traerla a Jerusalén, vendiéndola a un
precio inflado, y por supuesto, sacando una cuantiosa comisión.
A partir del
siglo XIII, los templarios empezaron a sufrir un declive militar en buena
medida debido a la efectiva reorganización de los ejércitos musulmanes. Los
templarios cometieron varios errores tácticos en batallas cruciales, y en vista
de su ineficacia militar, ya no gozaban del mismo apoyo como en épocas pasadas.
En vista de su declive militar, en 1305 el papa Clemente V planteó la
posibilidad de fusionar la orden de los hospitalarios con la de los templarios.
En realidad,
este Papa era un títere de un infame rey francés, Felipe IV el Hermoso. Felipe
había tenido problemas con un Papa anterior, Bonifacio VIII, porque el rey
pretendía cobrar un alto impuesto a las propiedades de la Iglesia. A lo bestia,
Felipe envió a sus hombres a intimidar al Papa, quienes le dieron una paliza, y
poco tiempo después, este Papa murió a causa de las heridas. Le sucedió un Papa
(Benedicto XI) que sólo duró un año, y en la siguiente elección, Felipe se
aseguró de llenar el cónclave con cardenales franceses fieles a él, para elegir
a un Papa que pudiera controlar. El nuevo Papa, Clemente V, resultó ser muy
impopular en Roma (la gente sabía que era un títere francés), y en vista de
eso, decidió mudar el papado a Avignon.
Además de
estas actividades, Felipe estaba metido en una guerra contra Inglaterra, y para
financiarla, se endeudó masivamente. Los templarios fueron unos de sus
acreedores. En una ocasión, Felipe devaluó la moneda para aumentar su
patrimonio, y eso generó una revuelta en el pueblo. Para protegerse de la
turba, Felipe buscó refugio en una la ciudadela de los templarios en París. Se
ha sospechado que, estando ahí, Felipe vio personalmente el enorme tesoro de
los templarios. Y, a partir de eso, concibió un plan para destruir a los
templarios, y sacar doble provecho de ello: cancelaría sus deudas con ellos, y
además, se apropiaría de su tesoro.
Felipe
aprovechó que un ex templario había alegado que la orden cometía todo tipo de
abominaciones. Felipe envió cartas selladas a sus comandantes en varias
localidades francesas, ordenando que el viernes 13 de octubre de 1307, se
arrestara a todos los templarios. El mandato se cumplió con total eficiencia
ese día (de ahí procede la superstición en torno a los viernes 13).
Para legitimar
los arrestos, Felipe hizo acusaciones contra la orden. Se alegó que los
templarios tenían rituales secretos en los cuales se escupía sobre la cruz, se
cometían actos homosexuales, se besaba el ano de los superiores, y se rendía
culto a una misteriosa cabeza. La mayoría de los templarios arrestados fueron
sometidos a torturas, y muchos confesaron haber hecho estas cosas. Pero, tiempo
después, muchos otros se retractaron de esas confesiones.
Hay mucha
especulación sobre cuán veraces pudieron ser estas acusaciones, pero todo
parece indicar que fueron inventadas por Felipe, un hombre sin escrúpulos. El
símbolo templario de dos caballeros montados sobre un mismo caballo, pudo haber
facilitado la acusación de homosexualidad. Obviamente, como en cualquier
sociedad, siempre hay un número de homosexuales, de forma tal que es imposible
negar que algún templario fuera homosexual. Pero, es muy dudoso que, en sus
ceremonias, se realizaran actos homosexuales. Lo de besar el ano de los
superiores fue también otra acusación sensacionalista para lo cual jamás se
presentó evidencia, excepto las confesiones extraídas con tortura, y
probablemente con preguntas inducidas por los torturadores.
Quizás, la
acusación de que los templarios escupían sobre la cruz en sus ceremonias
secretas, sí pueda tener más asidero. Pero, no se trataba propiamente de actos
blasfemos. Durante sus enfrentamientos con los musulmanes, las autoridades
islámicas probablemente torturaban psicológicamente a los devotos templarios
obligándolos a escupir crucifijos. Es posible que, en sus ceremonias de
iniciación, los templarios obligaban a los neófitos a cometer esos actos, no
propiamente como blasfemia, sino más
bien para someterlos a una difícil prueba, a fin de consolidar su
lealtad y fortaleza. Naturalmente, esto se habría prestado a una mala
interpretación por algún observador que no entendiera bien aquello, y así, se
terminó por acusarlos de blasfemia.
Respecto al
culto a la cabeza, hay también mucha especulación. Algunos alegaron que se
trataba de la cabeza de Juan el Bautista, o del propio Cristo (¿cómo un
cristiano podía creer que unos herejes adoraban la cabeza de Cristo, si éste
supuestamente había resucitado?). Otros decían que los templarios adoraban una
cabeza de gato, como parte de un macabro culto satánico.
Aún otros
decían que, en realidad, esa cabeza era un ídolo musulmán, un tal Bafomet. Este nombre habría sido una derivación de Mahomet, el nombre con el cual se
denotaba a Mahoma en la Edad Media. Los templarios habían tenido su sede en
Jerusalén. En el imaginario del populacho, en la distante Jerusalén había el
riesgo de estar en contacto con los musulmanes, e impregnarse de sus doctrinas
y rituales abominables. Es un hecho cierto que los templarios, a pesar de
haberse enfrentado a los ejércitos musulmanes, en varios momentos llegaron a
tener buenas relaciones con gente musulmana, y naturalmente, a ojos de la
opinión pública europea, esto los hacía cómplices de aquellos infieles. En la
Europa medieval había la creencia de que los musulmanes rendían culto a Mahoma,
y así, fue fácil postular que los templarios hacían algo parecido, pero en vez
de adorar a Mahoma, adorarían al tal Bafomet.
Es muy
probable que todo eso sea falso. Pero, si acaso los templarios adoraban a una
cabeza, de nuevo, se habría debido más a una confusión que a un hecho real. En
la Edad Media, era muy común el culto a las reliquias, algo perfectamente
autorizado por el Papa. Es posible que los templarios tuvieran sus propios
relicarios, pero que lamentablemente, algún malintencionado hubiera dicho que
esos relicarios eran en realidad cabezas de gato o Bafomet.
En fin,
Clemente V se vio presionado a acceder a la iniciativa de Felipe, y la orden de
los templarios fue desmantelada en el resto de los países. El Papa llevó a cabo
una investigación privada del asunto, y gracias a un pergamino que se descubrió
en 2001 (el pergamino de Chinon), sabemos que el Papa exoneró a los templarios
de aquellas acusaciones. Pero, en tanto estaba intimidado por Felipe, Clemente
no se atrevió a hacerlo público, y así, se procedió hasta el final con la
persecución de los templarios.
Tras varios
años de encarcelamiento, y en espera de que pasase la conmoción en la opinión
pública, finalmente Felipe dio la orden de ejecutar a Jacques de Molay, el gran
maestre de los templarios. Jacques de Molay enfrentó dignamente su ejecución en
la hoguera 1314, y según la leyenda, en la hoguera, maldijo a Felipe y a
Clemente, advirtiéndoles que pronto se encontrarían con él en el Juicio Final.
El Papa murió un mes después, y Felipe murió en un accidente ese mismo año.
Muy interesante artículo gracias
ResponderEliminarSeguro...
EliminarMagnífico resumen.
ResponderEliminarGracias
EliminarMuy interesante Gracias.
ResponderEliminarMuy buena información acerca de esta organización secreta pero debe darse en partes. Hay lectores sosos. Considerar esto.
ResponderEliminarGracias, sí, ya de por sí es un trozo de algún escrito más largo.
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