viernes, 24 de febrero de 2017

El fraude de "Los protocolos de los sabios de Sion"

En nuestros días, la mayor teoría conspiranoica sobre los judíos se suele basar en un libro de inicios del siglo XX, que se sigue imprimiendo en varios países, pero en especial, en el mundo árabe: Los protocolos de los sabios de Sion. El libro consta de las actas de un congreso de judíos que, según parece, se reunió secretamente a finales del siglo XIX. Esos judíos son los sabios de Sion; es decir, los representantes más poderosos de los judíos en todo el mundo. Sion es la montaña en Jerusalén donde, según la Biblia, Abraham se disponía a sacrificar a Isaac.
            En esa reunión, los sabios de Sion proponen un plan para dominar el mundo, a través de artimañas que, desde entonces, los conspiranoicos le han atribuido a los judíos. El libro consta de veinticuatro protocolos, pues supuestamente, hubo veinticuatro reuniones. Las cosas que los sabios de Sion proponen no son muy concretas; son más bien principios generalizados, pero imbuidos de mucho cinismo y frío cálculo perverso.

            Los sabios proponen infiltrar con su gente a las grandes organizaciones del mundo, para poder dominarlas tras las sombras. Es necesario apoderarse silenciosamente de los medios de comunicación, de forma tal que se puedan crear matrices de opinión. Para ello, se autoriza el pago de sobornos. También hay que sembrar discordias entre distintos grupos religiosos, nacionales y étnicos; si eso implica generar guerras, pues que así sea. Conviene sembrar la inmoralidad, el irrespeto a cualquier forma de autoridad, y destruir la institución de la familia. Hay que alentar revoluciones. Es necesario colocar altos impuestos, para que los propietarios protesten y se sientan despojados.
La intención de todo esto es generar un clima de zozobra, de forma tal que la población, desesperada ante el caos, acceda a que se presente como gobernante un “descendiente de la casa de David” (es decir, un judío), que aparezca como salvador. Una vez en el poder, este gobernante judíos mantendrá la paz mundial, pero utilizando técnicas invasivas de control y vigilancia.
            Los sabios de Sion también proponen alentar el pensamiento crítico, el materialismo y el racionalismo, a fin de destruir las religiones, y eventualmente, prohibir la vida religiosa. Ante el vacío moral que dejen las religiones, los sabios de Sion podrán rellenarlo con su poder. Para poder controlar a las masas, es necesario alentar a la población a que vigile y delate a sus vecinos. Los masones son buenos aliados en este propósito, pues a través de sus logias, se puede tener más influencia sobre los borregos.  
            Cabría esperar que, en un congreso, sean varios los que participen. Con todo, Los protocolos de los sabios de Sion es más bien como un discurso que una persona pronuncia, y en él, va enunciando todos los perversos pasos que tiene en mente para destruir el orden actual, y suplantarlo con una tiranía que pretende apoderarse del mundo.
            Una y otra vez se ha demostrado que este libro es un fraude, pero los conspiranoicos tercamente se empeñan en creer que son las actas de una reunión real, y que a lo largo del siglo XX, los judíos han cumplido a cabalidad su plan original.
            En los primeros años del siglo XX, Rusia era un hervidero de revolución. El zar Nicolás II encarnaba toda la tradición antisemita rusa de épocas anteriores. En la segunda mitad del siglo XIX, había habido varios pogromos (violentísimos ataques a comunidades judías), y en vista de que hubo un judío involucrado en el asesinato del zar Alejandro II en 1885, el poder zarista tenía una gran desconfianza con los judíos. Rusia, un país empobrecido, atrasado y opresor de su propia población, era un caldo de cultivo de revolucionarios de todo tipo.
            Pero, aun conservando las rancias estructuras políticas, Nicolás II tenía alguna disposición a hacer algunas reformas, y así, escuchaba los consejos de Sergei Witte, un moderado reformador liberal que se planteaba una parcial modernización de Rusia. En el gobierno zarista había muchas personas reaccionarias que resentían la influencia de Witte y su programa de reformas liberales, y así, concibieron un plan para acabar con su influencia política.
            El plan sería producir un falso documento en el cual, los judíos, supuestamente, planificaban la conquista del mundo. La intención no era propiamente alentar a las masas a atacar a los judíos en pogromos (como sí se había hecho muchas veces en el siglo XIX), sino más bien, persuadir al zar Nicolás II de que corría un enorme peligro si seguía escuchando a Witte.    
En 1897, Pyotr Rachkovski, el jefe de la policía secreta rusa, ordenó a uno de sus agentes en Francia a producir el documento en cuestión. El encargado de la redacción del texto fue Matvei Golovinski. No fue muy creativo; Golovinski tomó dos textos que ya existían, modificó ligeramente algunas cosas, y produjo así Los protocolos de los sabios de Sion, posiblemente en 1902. El primero de los textos en los que se basó Golovinski fue la novela Biarritz, de Hermann Goedsche, un autor alemán antisemita. En esa novela, hay un capítulo que narra cómo los representantes de las doce tribus de Israel (aparentemente Goedsche no sabía que las tribus del norte ya habían desaparecido con la deportación asiria) se reúnen en un cementerio en Praga cada cien años, para planificar la conquista del mundo, e invocar a Satanás para comunicarle sus planes.
El otro texto en el cual se basó Golovinski fue el Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, del periodista francés Maurice Joly. Este texto, que se remonta a 1864, era una sátira política que Joly compuso en contra de Napoleón III, atribuyendo al nuevo emperador francés todos los trucos sucios de los que se vale un gobernante para mantenerse en el poder. Joly no atribuyó nada a los judíos, pero Golovinski tomó muchos pasajes de la obra de Joly, e introdujo menciones a los judíos, de forma tal que diera la impresión de que el texto procedía de los supuestos sabios de Sion.
Al principio, Los protocolos de los sabios de Sion circularon discretamente en la sociedad rusa. Aquella movida estaba muy bien calculada: la idea era crear la sensación de que ese perverso documento se había filtrado, pues los judíos habrían querido mantenerlo secretamente. Eventualmente, Sergius Nilius, un místico ruso que tenía cierta influencia en la corte de Nicolás II, hizo llegar el texto al zar.       
            El zar se alarmó. Paranoico ante lo que tramaban los judíos, Nicolás II dio difusión al texto, denunciando el perverso plan de los sabios de Sion, quienes estaban en alianza con los masones. Empezó así el mito de la conspiración judeomasónica que tanto obsesionó a Franco. En 1905, hubo una primera revolución en Rusia (no tuvo éxito en derrocar al zar), y frente a aquellos acontecimientos, Nicolás II se convenció aún más de la amenaza que representaban los judíos. A su juicio, todo lo que los sabios de Sion habían tramado, se estaba empezando a cumplir en la revuelta de 1905.
            Pero, en la propia Rusia había también un sano escepticismo. ¿Realmente los conspiradores generarían un texto así de burdo, que en realidad, no propone cosas concretas? Un reformador en la corte del zar, Pyotr Stolypin, ordenó una investigación sobre los Protocolos de los sabios de Sion, y concluyó firmemente que todo se tratada de un fraude. Nicolás II aceptó el dictamen de Stolypin, y sensatamente, se retractó. Pero, era demasiado tarde. Si bien la histeria colectiva en torno a los sabios de Sion menguó, en los sectores más reaccionarios de la sociedad rusa quedó la idea de que los judíos tramaban algo perverso.
            Cuando en 1917 estalló la revolución bolchevique, y se dio inicio a la guerra civil rusa, nuevamente apareció la conspiranoia en torno a Los protocolos de los sabios de Sion. En las mentes conspiranoicas, aquel caos era producto de una componenda de bolcheviques y judíos, y empezó así un nuevo mito, el de la conspiración judeobolchevique. Según esta teoría conspiranoica, los judíos no eran realmente revolucionarios, sino cínicos banqueros que financiaron a los bolcheviques con su mensaje revolucionario, para en realidad, finalmente hacerse con el poder en Rusia. El hecho de que algunos bolcheviques eran efectivamente judíos (en especial, Trotsky), reafirmaba las convicciones conspiranoicas.
            Los reaccionarios perdieron aquella guerra civil, y muchos emigraron como refugiados a Europa y EE.UU. Llevaron consigo su teoría conspiranoica sobre Los protocolos de los sabios de Sion. En los años posteriores a la revolución rusa, se tradujo el texto a varias lenguas, y hubo múltiples ediciones. Hitler era un firme creyente en su autenticidad, y explícitamente mencionó el libro en su infame autobiografía, Mi lucha. Cuando llegó al poder, se encargó de que el libro se enseñase en las escuelas. Buena parte del odio antisemita de Hitler estaba basado en Los protocolos de los sabios de Sion. Su decisión de acabar con los judíos del mundo en parte se debía a su creencia de que él debía actuar, antes de que los judíos conquistasen el mundo, tal como se lo habían propuesto hacer los sabios de Sion en su perversa reunión.
Además, Hitler estaba convencido, como muchos otros conspiranoicos alemanes de aquel momento, de que Alemania había sido traicionada en la Primera Guerra Mundial por los judíos. Es cierto que, en aquella guerra, las tropas enemigas nunca entraron en el territorio alemán; pero en realidad, Alemania no contaba con la capacidad militar o económica de seguir en la contienda. Con todo, casi de inmediato, surgió en Alemania la leyenda conspiranoica de la puñalada en la espalda, según la cual, los judíos alentaron la rendición alemana, a pesar de que se estaba ganando la guerra. Eso es históricamente falso. También Hitler pensaba que los judíos habían preparado el Tratado de Versalles, el cual imponía condiciones muy severas a Alemania como nación vencida en la guerra. De nuevo, no hay ningún dato histórico que sustente estas teorías. Pero, la circulación de Los protocolos de los sabios de Sion parecía afirmar la convicción de que los judíos sí habían planificado todas esas cosas.    
            En EE.UU., Los protocolos de los sabios de Sion tuvieron también una difusión especial. Henry Ford, el famoso empresario y diseñador de automóviles, creó un periódico, el Dearborn independent. En el libro, se publicaban constantemente artículos antisemitas, y eventualmente, Ford fue publicando Los protocolos de los sabios de Sion en fragmentos. Luego, hizo una edición con un considerable número de ejemplares, y Ford se encargó de entregar gratuitamente un volumen a todo aquel que comprase sus automóviles.
            Ha habido muchas investigaciones periodísticas y documentales que demuestran la falsedad del libro. En Suiza, en 1933, hubo un juicio legal que dictaminó que Los protocolos de los sabios de Sion no son auténticos. Eso no ha impedido que hoy siga siendo un libro muy popular. En los países árabes, se sigue asumiendo su veracidad. Nasser, el dictador egipcio, continuamente hacía referencia a ellos, y en su país, hace algunos años hubo una serie televisiva dramatizando las reuniones de los sabios de Sion.
            En Occidente, los conspiranoicos tratan de ser un poco más racionales. Ellos admiten que Los protocolos de los sabios de Sion no son realmente las actas de un congreso judío secreto a inicios del siglo XX. Pero, tal como el conspiranoico racista David Duke explica, un texto no necesita ser literalmente verdadero, para expresar cosas más profundas. Duke dice que Romeo y Julieta, por ejemplo, no es una obra que represente a personajes reales, pero con todo, expresa importantes conceptos de amor. Pues bien, según Duke y otros conspiranoicos, Los protocolos de los sabios de Sion son falsos en el sentido de que nunca hubo una reunión secreta de judíos tal como se describe en el libro; pero no son falsos en todo sentido, pues sí existe una elite internacional judía que está haciendo cumplir muchas de las acciones propuestas en el libro. De hecho, cuando se hizo muy evidente que Los protocolos de los sabios de Sion no eran reales, Henry Ford pidió disculpas a los judíos, pero siguió insistiendo en que ellos planificaban la dominación del mundo.

            Más colorida es la teoría conspiranoica de David Icke. Según él, Los protocolos de los sabios de Sion son obra de algún judío que deliberadamente la plagió de textos anteriores, buscando desprestigiar a todo aquel que criticase a los judíos. Así pues, el texto en cuestión ciertamente es un fraude, pero es también una táctica deliberada para hacer creer que no existe un complot judío. La mente conspiranoica se vuelve un espiral, y da giros para crear dobles o triples teorías conspiranoicas.
            Los protocolos de los sabios de Sion están tan desprestigiados entre gente con talla intelectual, que ya ningún conspiranoico con algún rango académico se propone citarlos. Pero, hay formas más sutiles de repetir las mismas teorías conspiranoicas, manteniendo el decoro intelectual. Es lo que hacen aquellos que, desde las aulas universitarias, denuncian la supuesta amenaza del marxismo cultural.
            Marx, no cabe negarlo, quiso revolucionar a Europa. Pero, su preocupación era básicamente económica (y bastante comprensible en su contexto): aspiraba a una sociedad con menores niveles de desigualdad económica. En el siglo XX, surgió un grupo de intelectuales que formaron la llamada Escuela de Frankfurt, originaria de Alemania, pero que eventualmente se estableció en EEUU con mucha influencia. Ellos decían que para que la revolución marxista triunfase, había también que modificar algunas instituciones culturales sobre las cuales reposa el capitalismo; especialmente aquellas instituciones que alientan el consumismo (la publicidad, la educación, etc.) y restringen la sexualidad.
            Los conspiranoicos alegan que todo intento de transformación social y cultural, sea en instituciones como la familia (el matrimonio entre homosexuales, el aborto, la fertilización in vitro) o la educación (el laicismo en las escuelas, las pedagogías que relajen un poco la jerarquía profesoral), en realidad forma parte de un complot mundial para destruir a la civilización cristiana occidental. Según estos conspiranoicos, la Escuela de Frankfurt no constaba sencillamente de académicos que analizaban problemas sociales y ofrecían alternativas (muchas de las cuales, cabe admitir, eran tontas); era más bien un club de gente que odiaba a Occidente, y delinearon un plan deliberado para destruirlo, infiltrándose en esferas de influencia cultural (el cine, las universidades, las iglesias, etc.). El conspiranoico noruego Anders Breivik perpetró una matanza indiscriminada de inocentes en 2011, alegando que el marxismo cultural se proponía la destrucción de Europa.
            Los fundadores, y muchos representantes de esa Escuela de Frankfurt, eran en su mayoría judíos (Adorno, Horkheimer, Marcuse). Y así, algunos conspiranoicos repiten el mismo tema de siempre: el marxismo cultural es un complot judío para conquistar el mundo.
Kevin MacDonald es un conspiranoico que es profesor en una buena universidad norteamericana, escribe libros aparentemente serios, y tiene algún respeto académico. Él es quien más se ha encargado de decir que, desde el principio, los judíos tenían la intención de dominar el ámbito intelectual norteamericano, y utilizar esta plataforma para asegurar su poder. En opinión de MacDonald, la Escuela de Frankfurt, pues, no es el inocente club académico de discusión e investigación que aparenta ser. Los judíos vinieron a entender que, para dominar el mundo, no era tan importante apoderarse de la banca; el control de las universidades y la influencia cultural a través de sus teorías marxistas, sería la gran jugada para dominar el mundo.

Más aún, en la teoría de MacDonald, desde muy temprano, los judíos se plantearon esa estrategia de dominio, al aplicar entre ellos un programa de eugenesia. La eugenesia es el intento por preservar los mejores genes en una población. Según MacDonald, desde la propia antigüedad, los judíos se negaron a mezclarse con otras poblaciones, y en el seno de su propia población, se aseguraron de que los menos inteligentes no se reprodujeran. Así, fueron reteniendo una mayor proporción de genes para la inteligencia, y eventualmente, eso hizo que fueran el grupo étnico más inteligente del planeta. Con esa inteligencia producto de la eugenesia, nos dominan. A Golovinski no se le ocurrió incluir eso en Los protocolos de los sabios de Sion (es una idea demasiado sofisticada), pero a decir verdad, el alegato de MacDonald tiene el mismo calibre conspiranoico y antisemita.

4 comentarios:

  1. Excelente artículo, Gabriel. Tengo una edición de los "Protocolos" de antes de la II Guerra. Para mí, hay una contra-lectura de esa obra: escudriñándola, te puedes dar cuenta de muchos de los miedos o fobias de un sector de la derecha conservadora (yo soy derechista y conservador, y no me hace gracia el asunto, pero... lo que es verdad, es verdad, pues...). Es decir, la obra dice más sobre qué piensa cierto sector político que sobre los mismos judíos en sí.

    ¿Y qué piensa ese sector político?

    Pues es de lo más curioso: ven con desconfianza la diseminación del espíritu republicano, así como la difusión del liberalismo. Ven también negativamente la tolerancia en varias áreas de lo social y aún de lo moral: una moral sexual más abierta o libre, un mayor flujo de ascenso de clases inferiores en la sociedad, así como el acceso de sectores tradicionalmente marginados de la vida política a ser parte de ésta. Prevenciones contra la industria (y una visión favorable a la agricultura, que es como la denuncia de que el texto fue escrito por terratenientes rusos...), reducción del rol controlador o censor de las iglesias tradicionales, etc., etc., etc.

    Diría que, en vez de conocer los "planes ocultos" de ciertos sectores judíos, si uno quiere conocer cuales son los miedos y esperanzas de un sector político ultraconservador, es bueno leer esta obra y ver cuales son esos "peligros judeomasónicos" que supuestamente se contienen en esos Protocolos. No son mentira los Protocolos: son la expresión de los temores de un sector ideológico que sabe que está perdiendo espacio en la historia. Me duele escribirlo así, porque, como dije, soy también conservador y de derecha, pero no así tan bruto, caramba.

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    1. Ciertamente Los Protocolos dice mucho sobre los propios ultraderechistas que proyectan sus propias fantasías. Pero, lamentablemente, esto también empieza a ser patrimonio de la izquierda. Yo he quedado estupefacto al escuchar a izquierdistas en Venezuela obsesionarse con Israel y los judíos, atribuyéndoles cosas parecidas a las que se dicen en Los protocolos. Lino Morán es uno de ellos.

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  2. ¿ Estás sugiriendo que Marx era un socialdemócrata, Gabriel? Tal como lo describes eso parecería y si mal no recuerdo lo que Marx pretendió fue una revolución para que el proletariado se hiciera con los medios de producción.

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    1. Seguramente me expresé mal. Tienes toda la razón, Marx no era ningún social demócrata; era mucho más radical. Con todo, no proponía destruir la sociedad, del modo en que los conspiranoicos le atribuyen al "marxismo cultural".

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