En
nuestros días, la mayor teoría conspiranoica sobre los judíos se suele basar en
un libro de inicios del siglo XX, que se sigue imprimiendo en varios países,
pero en especial, en el mundo árabe: Los
protocolos de los sabios de Sion. El libro consta de las actas de un
congreso de judíos que, según parece, se reunió secretamente a finales del
siglo XIX. Esos judíos son los sabios de
Sion; es decir, los representantes más poderosos de los judíos en todo el
mundo. Sion es la montaña en Jerusalén donde, según la Biblia, Abraham se
disponía a sacrificar a Isaac.
En esa reunión, los sabios de Sion
proponen un plan para dominar el mundo, a través de artimañas que, desde
entonces, los conspiranoicos le han atribuido a los judíos. El libro consta de
veinticuatro protocolos, pues supuestamente, hubo veinticuatro reuniones. Las
cosas que los sabios de Sion proponen no son muy concretas; son más bien
principios generalizados, pero imbuidos de mucho cinismo y frío cálculo perverso.
Los sabios proponen infiltrar con su
gente a las grandes organizaciones del mundo, para poder dominarlas tras las
sombras. Es necesario apoderarse silenciosamente de los medios de comunicación,
de forma tal que se puedan crear matrices de opinión. Para ello, se autoriza el
pago de sobornos. También hay que sembrar discordias entre distintos grupos
religiosos, nacionales y étnicos; si eso implica generar guerras, pues que así
sea. Conviene sembrar la inmoralidad, el irrespeto a cualquier forma de autoridad,
y destruir la institución de la familia. Hay que alentar revoluciones. Es
necesario colocar altos impuestos, para que los propietarios protesten y se
sientan despojados.
La intención de todo esto es generar un
clima de zozobra, de forma tal que la población, desesperada ante el caos,
acceda a que se presente como gobernante un “descendiente de la casa de David”
(es decir, un judío), que aparezca como salvador. Una vez en el poder, este
gobernante judíos mantendrá la paz mundial, pero utilizando técnicas invasivas
de control y vigilancia.
Los sabios de Sion también proponen alentar
el pensamiento crítico, el materialismo y el racionalismo, a fin de destruir
las religiones, y eventualmente, prohibir la vida religiosa. Ante el vacío
moral que dejen las religiones, los sabios de Sion podrán rellenarlo con su
poder. Para poder controlar a las masas, es necesario alentar a la población a
que vigile y delate a sus vecinos. Los masones son buenos aliados en este
propósito, pues a través de sus logias, se puede tener más influencia sobre los
borregos.
Cabría esperar que, en un congreso,
sean varios los que participen. Con todo, Los
protocolos de los sabios de Sion es más bien como un discurso que una
persona pronuncia, y en él, va enunciando todos los perversos pasos que tiene
en mente para destruir el orden actual, y suplantarlo con una tiranía que
pretende apoderarse del mundo.
Una y otra vez se ha demostrado que
este libro es un fraude, pero los conspiranoicos tercamente se empeñan en creer
que son las actas de una reunión real, y que a lo largo del siglo XX, los
judíos han cumplido a cabalidad su plan original.
En los primeros años del siglo XX,
Rusia era un hervidero de revolución. El zar Nicolás II encarnaba toda la
tradición antisemita rusa de épocas anteriores. En la segunda mitad del siglo
XIX, había habido varios pogromos (violentísimos ataques a comunidades judías),
y en vista de que hubo un judío involucrado en el asesinato del zar Alejandro
II en 1885, el poder zarista tenía una gran desconfianza con los judíos. Rusia,
un país empobrecido, atrasado y opresor de su propia población, era un caldo de
cultivo de revolucionarios de todo tipo.
Pero, aun conservando las rancias
estructuras políticas, Nicolás II tenía alguna disposición a hacer algunas
reformas, y así, escuchaba los consejos de Sergei Witte, un moderado reformador
liberal que se planteaba una parcial modernización de Rusia. En el gobierno
zarista había muchas personas reaccionarias que resentían la influencia de
Witte y su programa de reformas liberales, y así, concibieron un plan para
acabar con su influencia política.
El plan sería producir un falso
documento en el cual, los judíos, supuestamente, planificaban la conquista del
mundo. La intención no era propiamente alentar a las masas a atacar a los
judíos en pogromos (como sí se había hecho muchas veces en el siglo XIX), sino
más bien, persuadir al zar Nicolás II de que corría un enorme peligro si seguía
escuchando a Witte.
En 1897, Pyotr Rachkovski, el jefe de la
policía secreta rusa, ordenó a uno de sus agentes en Francia a producir el
documento en cuestión. El encargado de la redacción del texto fue Matvei
Golovinski. No fue muy creativo; Golovinski tomó dos textos que ya existían,
modificó ligeramente algunas cosas, y produjo así Los protocolos de los sabios de Sion, posiblemente en 1902. El primero de los textos en los que se basó Golovinski fue la
novela Biarritz, de Hermann Goedsche,
un autor alemán antisemita. En esa novela, hay un capítulo que narra cómo los
representantes de las doce tribus de Israel (aparentemente Goedsche no sabía
que las tribus del norte ya habían desaparecido con la deportación asiria) se reúnen
en un cementerio en Praga cada cien años, para planificar la conquista del
mundo, e invocar a Satanás para comunicarle sus planes.
El otro texto en el cual se basó Golovinski
fue el Diálogo en el infierno entre
Maquiavelo y Montesquieu, del periodista francés Maurice Joly. Este texto,
que se remonta a 1864, era una sátira política que Joly compuso en contra de
Napoleón III, atribuyendo al nuevo emperador francés todos los trucos sucios de
los que se vale un gobernante para mantenerse en el poder. Joly no atribuyó
nada a los judíos, pero Golovinski tomó muchos pasajes de la obra de Joly, e
introdujo menciones a los judíos, de forma tal que diera la impresión de que el
texto procedía de los supuestos sabios de Sion.
Al principio, Los protocolos de los sabios de Sion circularon discretamente en la
sociedad rusa. Aquella movida estaba muy bien calculada: la idea era crear la
sensación de que ese perverso documento se había filtrado, pues los judíos
habrían querido mantenerlo secretamente. Eventualmente, Sergius Nilius, un
místico ruso que tenía cierta influencia en la corte de Nicolás II, hizo llegar
el texto al zar.
El zar se alarmó. Paranoico ante lo
que tramaban los judíos, Nicolás II dio difusión al texto, denunciando el
perverso plan de los sabios de Sion, quienes estaban en alianza con los masones.
Empezó así el mito de la conspiración judeomasónica que tanto obsesionó a
Franco. En 1905, hubo una primera revolución en Rusia (no tuvo éxito en
derrocar al zar), y frente a aquellos acontecimientos, Nicolás II se convenció
aún más de la amenaza que representaban los judíos. A su juicio, todo lo que
los sabios de Sion habían tramado, se estaba empezando a cumplir en la revuelta
de 1905.
Pero, en la propia Rusia había
también un sano escepticismo. ¿Realmente los conspiradores generarían un texto
así de burdo, que en realidad, no propone cosas concretas? Un reformador en la
corte del zar, Pyotr Stolypin, ordenó una investigación sobre los Protocolos de los sabios de Sion, y
concluyó firmemente que todo se tratada de un fraude. Nicolás II aceptó el
dictamen de Stolypin, y sensatamente, se retractó. Pero, era demasiado tarde. Si
bien la histeria colectiva en torno a los sabios de Sion menguó, en los
sectores más reaccionarios de la sociedad rusa quedó la idea de que los judíos
tramaban algo perverso.
Cuando en 1917 estalló la revolución
bolchevique, y se dio inicio a la guerra civil rusa, nuevamente apareció la
conspiranoia en torno a Los protocolos de
los sabios de Sion. En las mentes conspiranoicas, aquel caos era producto
de una componenda de bolcheviques y judíos, y empezó así un nuevo mito, el de
la conspiración judeobolchevique. Según esta teoría conspiranoica, los judíos no
eran realmente revolucionarios, sino cínicos banqueros que financiaron a los
bolcheviques con su mensaje revolucionario, para en realidad, finalmente
hacerse con el poder en Rusia. El hecho de que algunos bolcheviques eran
efectivamente judíos (en especial, Trotsky), reafirmaba las convicciones
conspiranoicas.
Los reaccionarios perdieron aquella
guerra civil, y muchos emigraron como refugiados a Europa y EE.UU. Llevaron
consigo su teoría conspiranoica sobre Los
protocolos de los sabios de Sion. En los años posteriores a la revolución
rusa, se tradujo el texto a varias lenguas, y hubo múltiples ediciones. Hitler
era un firme creyente en su autenticidad, y explícitamente mencionó el libro en
su infame autobiografía, Mi lucha. Cuando
llegó al poder, se encargó de que el libro se enseñase en las escuelas. Buena
parte del odio antisemita de Hitler estaba basado en Los protocolos de los sabios de Sion. Su decisión de acabar con los
judíos del mundo en parte se debía a su creencia de que él debía actuar, antes
de que los judíos conquistasen el mundo, tal como se lo habían propuesto hacer
los sabios de Sion en su perversa reunión.
Además, Hitler estaba convencido, como muchos
otros conspiranoicos alemanes de aquel momento, de que Alemania había sido
traicionada en la Primera Guerra Mundial por los judíos. Es cierto que, en
aquella guerra, las tropas enemigas nunca entraron en el territorio alemán;
pero en realidad, Alemania no contaba con la capacidad militar o económica de
seguir en la contienda. Con todo, casi de inmediato, surgió en Alemania la
leyenda conspiranoica de la puñalada en
la espalda, según la cual, los judíos alentaron la rendición alemana, a
pesar de que se estaba ganando la guerra. Eso es históricamente falso. También
Hitler pensaba que los judíos habían preparado el Tratado de Versalles, el cual
imponía condiciones muy severas a Alemania como nación vencida en la guerra. De
nuevo, no hay ningún dato histórico que sustente estas teorías. Pero, la
circulación de Los protocolos de los
sabios de Sion parecía afirmar la convicción de que los judíos sí habían
planificado todas esas cosas.
En EE.UU., Los protocolos de los sabios de Sion tuvieron también una difusión
especial. Henry Ford, el famoso empresario y diseñador de automóviles, creó un
periódico, el Dearborn independent.
En el libro, se publicaban constantemente artículos antisemitas, y
eventualmente, Ford fue publicando Los
protocolos de los sabios de Sion en fragmentos. Luego, hizo una edición con
un considerable número de ejemplares, y Ford se encargó de entregar
gratuitamente un volumen a todo aquel que comprase sus automóviles.
Ha habido muchas investigaciones
periodísticas y documentales que demuestran la falsedad del libro. En Suiza, en
1933, hubo un juicio legal que dictaminó que Los protocolos de los sabios de Sion no son auténticos. Eso no ha
impedido que hoy siga siendo un libro muy popular. En los países árabes, se
sigue asumiendo su veracidad. Nasser, el dictador egipcio, continuamente hacía
referencia a ellos, y en su país, hace algunos años hubo una serie televisiva
dramatizando las reuniones de los sabios de Sion.
En Occidente, los conspiranoicos
tratan de ser un poco más racionales. Ellos admiten que Los protocolos de los sabios de Sion no son realmente las actas de
un congreso judío secreto a inicios del siglo XX. Pero, tal como el
conspiranoico racista David Duke explica, un texto no necesita ser literalmente
verdadero, para expresar cosas más profundas. Duke dice que Romeo y Julieta, por ejemplo, no es una
obra que represente a personajes reales, pero con todo, expresa importantes
conceptos de amor. Pues bien, según Duke y otros conspiranoicos, Los protocolos de los sabios de Sion son
falsos en el sentido de que nunca hubo una reunión secreta de judíos tal como
se describe en el libro; pero no son falsos en todo sentido, pues sí existe una
elite internacional judía que está haciendo cumplir muchas de las acciones
propuestas en el libro. De hecho, cuando se hizo muy evidente que Los protocolos de los sabios de Sion no
eran reales, Henry Ford pidió disculpas a los judíos, pero siguió insistiendo
en que ellos planificaban la dominación del mundo.
Más colorida es la teoría
conspiranoica de David Icke. Según él, Los protocolos
de los sabios de Sion son obra de algún judío que deliberadamente la plagió
de textos anteriores, buscando desprestigiar a todo aquel que criticase a los
judíos. Así pues, el texto en cuestión ciertamente es un fraude, pero es
también una táctica deliberada para hacer creer que no existe un complot judío.
La mente conspiranoica se vuelve un espiral, y da giros para crear dobles o
triples teorías conspiranoicas.
Los
protocolos de los sabios de Sion están tan desprestigiados entre gente con
talla intelectual, que ya ningún conspiranoico con algún rango académico se
propone citarlos. Pero, hay formas más sutiles de repetir las mismas teorías
conspiranoicas, manteniendo el decoro intelectual. Es lo que hacen aquellos que,
desde las aulas universitarias, denuncian la supuesta amenaza del marxismo cultural.
Marx, no cabe negarlo, quiso
revolucionar a Europa. Pero, su preocupación era básicamente económica (y
bastante comprensible en su contexto): aspiraba a una sociedad con menores
niveles de desigualdad económica. En el siglo XX, surgió un grupo de
intelectuales que formaron la llamada Escuela
de Frankfurt, originaria de Alemania, pero que eventualmente se estableció
en EEUU con mucha influencia. Ellos decían que para que la revolución marxista
triunfase, había también que modificar algunas instituciones culturales sobre
las cuales reposa el capitalismo; especialmente aquellas instituciones que
alientan el consumismo (la publicidad, la educación, etc.) y restringen la
sexualidad.
Los conspiranoicos alegan que todo
intento de transformación social y cultural, sea en instituciones como la
familia (el matrimonio entre homosexuales, el aborto, la fertilización in vitro) o la educación (el laicismo en
las escuelas, las pedagogías que relajen un poco la jerarquía profesoral), en
realidad forma parte de un complot mundial para destruir a la civilización
cristiana occidental. Según estos conspiranoicos, la Escuela de Frankfurt no
constaba sencillamente de académicos que analizaban problemas sociales y
ofrecían alternativas (muchas de las cuales, cabe admitir, eran tontas); era
más bien un club de gente que odiaba a Occidente, y delinearon un plan
deliberado para destruirlo, infiltrándose en esferas de influencia cultural (el
cine, las universidades, las iglesias, etc.). El conspiranoico noruego Anders
Breivik perpetró una matanza indiscriminada de inocentes en 2011, alegando que
el marxismo cultural se proponía la destrucción de Europa.
Los fundadores, y muchos
representantes de esa Escuela de Frankfurt, eran en su mayoría judíos (Adorno,
Horkheimer, Marcuse). Y así, algunos conspiranoicos repiten el mismo tema de
siempre: el marxismo cultural es un complot judío para conquistar el mundo.
Kevin MacDonald es un conspiranoico que
es profesor en una buena universidad norteamericana, escribe libros
aparentemente serios, y tiene algún respeto académico. Él es quien más se ha
encargado de decir que, desde el principio, los judíos tenían la intención de
dominar el ámbito intelectual norteamericano, y utilizar esta plataforma para
asegurar su poder. En opinión de MacDonald, la Escuela de Frankfurt, pues, no
es el inocente club académico de discusión e investigación que aparenta ser.
Los judíos vinieron a entender que, para dominar el mundo, no era tan
importante apoderarse de la banca; el control de las universidades y la
influencia cultural a través de sus teorías marxistas, sería la gran jugada
para dominar el mundo.
Más aún, en la teoría de MacDonald,
desde muy temprano, los judíos se plantearon esa estrategia de dominio, al
aplicar entre ellos un programa de eugenesia. La eugenesia es el intento por
preservar los mejores genes en una población. Según MacDonald, desde la propia
antigüedad, los judíos se negaron a mezclarse con otras poblaciones, y en el
seno de su propia población, se aseguraron de que los menos inteligentes no se
reprodujeran. Así, fueron reteniendo una mayor proporción de genes para la
inteligencia, y eventualmente, eso hizo que fueran el grupo étnico más
inteligente del planeta. Con esa inteligencia producto de la eugenesia, nos
dominan. A Golovinski no se le ocurrió incluir eso en Los protocolos de los sabios de Sion (es una idea demasiado
sofisticada), pero a decir verdad, el alegato de MacDonald tiene el mismo
calibre conspiranoico y antisemita.
Excelente artículo, Gabriel. Tengo una edición de los "Protocolos" de antes de la II Guerra. Para mí, hay una contra-lectura de esa obra: escudriñándola, te puedes dar cuenta de muchos de los miedos o fobias de un sector de la derecha conservadora (yo soy derechista y conservador, y no me hace gracia el asunto, pero... lo que es verdad, es verdad, pues...). Es decir, la obra dice más sobre qué piensa cierto sector político que sobre los mismos judíos en sí.
ResponderEliminar¿Y qué piensa ese sector político?
Pues es de lo más curioso: ven con desconfianza la diseminación del espíritu republicano, así como la difusión del liberalismo. Ven también negativamente la tolerancia en varias áreas de lo social y aún de lo moral: una moral sexual más abierta o libre, un mayor flujo de ascenso de clases inferiores en la sociedad, así como el acceso de sectores tradicionalmente marginados de la vida política a ser parte de ésta. Prevenciones contra la industria (y una visión favorable a la agricultura, que es como la denuncia de que el texto fue escrito por terratenientes rusos...), reducción del rol controlador o censor de las iglesias tradicionales, etc., etc., etc.
Diría que, en vez de conocer los "planes ocultos" de ciertos sectores judíos, si uno quiere conocer cuales son los miedos y esperanzas de un sector político ultraconservador, es bueno leer esta obra y ver cuales son esos "peligros judeomasónicos" que supuestamente se contienen en esos Protocolos. No son mentira los Protocolos: son la expresión de los temores de un sector ideológico que sabe que está perdiendo espacio en la historia. Me duele escribirlo así, porque, como dije, soy también conservador y de derecha, pero no así tan bruto, caramba.
Ciertamente Los Protocolos dice mucho sobre los propios ultraderechistas que proyectan sus propias fantasías. Pero, lamentablemente, esto también empieza a ser patrimonio de la izquierda. Yo he quedado estupefacto al escuchar a izquierdistas en Venezuela obsesionarse con Israel y los judíos, atribuyéndoles cosas parecidas a las que se dicen en Los protocolos. Lino Morán es uno de ellos.
Eliminar¿ Estás sugiriendo que Marx era un socialdemócrata, Gabriel? Tal como lo describes eso parecería y si mal no recuerdo lo que Marx pretendió fue una revolución para que el proletariado se hiciera con los medios de producción.
ResponderEliminarSeguramente me expresé mal. Tienes toda la razón, Marx no era ningún social demócrata; era mucho más radical. Con todo, no proponía destruir la sociedad, del modo en que los conspiranoicos le atribuyen al "marxismo cultural".
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