El personaje de Rambo suele ser despreciado por los críticos,
y no sin razón. Rambo encarna los valores militaristas que tanto daño hacen a
la humanidad. Pero, Rambo es básicamente el mismo arquetipo que Aquiles o
Amadís de Gaula: un guerrero viril pero noble, que tiene muchas aventuras.
Cuesta entender por qué los críticos cinematográficos y literarios desprecian
tanto a Rambo, pero se deleitan con la lectura de la Ilíada.
Rambo es un personaje bastante más complejo de lo que suelen postular
los críticos. La primera de sus películas, First
Blood, trata sobre un perturbado veterano de la guerra de Vietnam, que
regresa a su país, y encuentra resistencia. El tema del regreso a casa tras la
guerra, ha fascinado a las audiencias desde la Odisea. Y, si bien First
Blood es una película con todos los clichés del cine de acción (y su
correspondiente sobredosis de violencia), explora de forma más o menos profunda
el problema del regreso de los veteranos, psicológica y sociológicamente.
De
hecho, en la primera película, no es del todo claro que el filme fuese el
festín propagandístico norteamericano que se le atribuye ser. La película en
buena medida es un homenaje a los veteranos y una crítica a la sociedad civil
que los repudió a su regreso, pero hasta cierto punto, no deja de ser crítica
con la propia guerra de Vietnam. Si bien a la película no le importa un comino
el sufrimiento de los vietnamitas, al menos muestra interés por el trauma que
esa guerra generó sobre el propio pueblo norteamericano.
Rambo II es menos reflexiva que la
primera película de la saga, y mucho más propagandista. No extraña que, allí
donde la primera película tuvo una recepción mixta entre los críticos, la
segunda fue casi unánimemente despreciada. En Rambo II, se explota mucho más el patrioterismo, el populismo y la
conspiranoia propia de la Guerra Fría. Pero, con todo, Rambo II es mejor de lo que se suele postular.
En esta
película, a Rambo le asignan la misión de rescatar a los prisioneros
norteamericanos de guerra que supuestamente quedaron en Vietnam, tras el fin
del conflicto. Digo “supuestamente”, porque el consenso entre investigadores es
que tales prisioneros no existían. Pero, hasta finales de los años 80 del siglo
pasado, siempre quedó en un grueso sector del pueblo norteamericano, la sospecha
de que el gobierno había dejado atrás a estos prisioneros, para evitar
complicaciones en la superación de ese episodio tan traumático en la historia
de EE.UU. Rambo viaja a Vietnam a tratar de cumplir su misión, pero es
traicionado por un burócrata que no quiere complicaciones, y prefiere que no
aparezcan los prisioneros.
La película
es populismo puro y duro. De forma similar a la teoría de la conspiración que
surgió en Alemania tras el fin de la Primera Guerra Mundial, en EE.UU. siempre
se ha manejado la idea de que los políticos dieron una puñalada por la espalda
al ejército, y eso explica la derrota en Vietnam: como el propio Kissinger
alegó en alguna ocasión, EE.UU. jamás fue derrotado en el campo de batalla, y
si acaso perdió esa guerra, fue porque los políticos no permitieron al ejército
hacer su trabajo. Rambo II se hace
eco de esto.
Ahora
bien, el filme es magistral en tocar la vena populista y patriotera de la
audiencia, aun sin que ésta sea
norteamericana. Yo (un ciudadano del Tercer Mundo, una porción del mundo
que seguramente ha sufrido mucho por las aventuras de filibusteros yanquis como
Rambo), al ver la película, me sentí muy emocionado. Puedo estar muy consciente
de la manipulación patriotera y conspiranoica, pero no pude evitar, en algunas
escenas, tener el deseo de pararme de la silla, saltar, y decir, “¡Arriba,
muchachos!”. Al César lo que es del César: se requiere de bastante talento
cinematográfico para lograr este efecto.
Supongo que, con Rambo II, me ocurre algo similar que lo
que me sucedía al escuchar los discursos de Hugo Chávez: yo estaba al tanto de
su manipulación, su grotesco uso de falacias argumentativas y demás vicios,
pero el derroche de carisma y talento comunicacional que ese hombre exhibía,
hacía que yo pudiera oírlo por horas y horas.
Las escenas que más
me emocionaron en Rambo II, fueron
cuando se anuncia el regreso de los prisioneros de guerra a la base militar. El
burócrata que quiere que la misión falle se molesta, pero el resto del personal
(todos militares) estalla en alegría.
En estas escenas hay
algo bastante profundo: a decir verdad, en Rambo
II, no hay mucha manipulación patriotera en el sentido tradicional, a
saber, despliegue de símbolos patrios o discursos ridículos sobre la grandeza de
EE.UU. Pero, sí hay mucho alarde del valor de la camaradería entre los
soldados. Y eso es algo que los psicólogos conocen desde hace mucho tiempo: el
soldado en realidad no está muy dispuesto a morir por su país, pero sí está
dispuesto a morir por sus compañeros de armas.
Rambo hace un
enorme sacrificio, no para liberar a EE.UU. de la amenaza comunista, o para
cumplir algún objetivo político de gran envergadura, sino para liberar a sus
camaradas de un suplicio que él mismo vivió en el pasado. Esta camaradería es
una mina de emociones, y por eso su retrato es tan efectivo en el cine. De
hecho, el espectador se sentirá emocionado, sin importar cuál es la bandera que
ondea: la camaradería no tiene color, a la hora de inspirar emociones.
Quizás otro motivo
por el cual estas escenas resultan tan emotivas es el siguiente: el tema del regreso
tras la muerte es cumbre (no en vano, es la base de la religión con más fieles
en el planeta). Se había asumido que estos prisioneros de guerra estaban
muertos, y ahora, aparecen vivos y coleando. Eso ha de generar gran emoción,
sean del país que sean. De hecho, la escena del regreso de los prisioneros de
guerra en Rambo II me hizo recordar
otro momento emotivo que vi hace unos años en televisión: la liberación de
Ingrid Betancourt (a quien se creía muerta), en una operación no muy distinta
de las que hace Rambo.
La filosofía de Rambo, tristemente, es opacada por los ideales de consumo contemporáneos, razón por la cual pasan desapercibidas las verdaderas “enseñanzas” de su vida. Si se observa con detenimiento, tenemos, por un lado, el culto al héroe gringo, ese escenario lleno de sangre en que las formas sobrepasan al contenido y en el que Rambo es claramente un producto. Pero también tenemos, por otro lado, la vida del "patriota" que prefirió vivir lejos de América: el Rambo que nadie quiere (o puede) ver.
ResponderEliminarEse otro Rambo ha sido llamado fascista (un militar que rechaza de plano el modo de vida contemporáneo falto de valores y meramente utilitario), pero el proselitismo en él no existe. Al parecer, a la gente se lo olvida el peso del concepto Estado-Nación, en que todo valor se afinca sobre unos ideales conservadores colectivos; al parecer, a la gente se le olvida que Rambo es un renegado que ya al final de su segunda película no está dispuesto a luchar por un mundo conservador (rechaza las fuerzas militares) y prefiere irse solo a hacer su camino. ¿Qué tenemos entonces? En mi opinión, un individualismo no consumista; un sujeto, en estricto sentido, nihilista, sólo que no ese que no hace nada, sino aquel que surgió gracias a las críticas nietzscheanas, ese mismo que fue trabajado por Camus y Cioran.
El inconformismo con la burocracia militar no es en realidad un motivo para vivir (como dicen muchos por ahí), es la muerte en vida que lo lleva a divorciarse de la sociedad. En ese momento Rambo se vuelve un 'maldito yo' (cuando está en la montaña acorralado y hablando por radio decide no aceptar la ayuda del Coronel; ya era demasiado tarde para hablar de un “nosotros”). De esa manera, se autoexilia a una vida donde sólo vale él y empieza a formar a partir de sí juicios trascendentes. Y digo trascendentes en el sentido de que superan sus propias cualidades: cada que Rambo abre la boca, lo hace para enunciar verdades universales, verdades que van por encima de todo ideal político concreto, que chocan con USA, el fascismo, el comunismo… con todo.
“La mente es el mejor arma”, dice John, a lo que Murdock responde: “los tiempos cambian”, pero nuestro soldado remata brillantemente diciendo: “para algunos tal vez”. Aquí ya no se trata de conservar un status quo, no se está diciendo que la historia se repite; lo que dice John es que la historia siempre ha sido irreparable, que por mucho que se quieran hacer las cosas, los problemas de la humanidad siempre van a ser los mismos. ¿Conservador? No lo creo. Para ello es necesaria la idea de un mundo mejor, del paraíso, pero Rambo nos dice sin tapujos que el progreso no existe (muy Benjaminiano). Tal vez ese el motivo por el que va a la guerra, porque si se quiere aprender a vivir se debe aprender a pelear, porque lo único cierto es el caos, la destrucción, la guerra… Además, recordemos que Rambo luchó pro Afganistán y no por USA; la ventaja que sacan de ello ya es otra cosa, pues Rambo cree en ideas, no en naciones.